Por Cristian Valencia
La imagen es de Sebastião Salgado y es desoladora. Un enorme plano general de un vasto territorio árido repleto de trabajadores esclavizados. Se trata de una mina de oro a cielo abierto y es para sentarse a llorar. Tanta erosión en medio de la manigua, y tanto lamento de seres humanos juntos que apostaron todo por la plata, y tanto río ausente, y tanta contaminación, no es para menos. Los documentales que existen de la fiebre del oro en California muestran lo mismo. Y Chaplin, en La quimera del oro, también retrata ese lado amargo del oro.
En las calles de Ibagué se respira cierta desazón, como una corazonada colectiva de lo que pasará en La Colosa, la enorme mina de oro descubierta en Cajamarca. Luego de más de un año de ejercer una objeción de conciencia sobre su explotación, no les queda más que el lamento. Y en Cajamarca, quienes antes se oponían a la mina con vehemencia, hoy prefieren guardar un silencio cómplice porque han comenzado a recibir algunos beneficios.
La empresa AngloGold Ashanti ha hecho un trabajo de convencimiento en la comunidad. A donde haya una charla de un sicólogo, por ejemplo, llega un representante de la empresa para hablar de los enormes beneficios que recibirán los cajamarcunos. Estoy seguro de que los tendrán, sin duda los tendrán. Pero también estoy seguro de que al cabo de diez años los cajamarcunos tendrán que hablarles a sus hijos del pasado. Un poco de viejos nostalgiosos hablando de ríos, de árboles, de montañas y árboles y animales desaparecidos. Y no podrán sostenerles la mirada a sus críos porque sabrán, en esa soledad de los espejos, que hubieran podido evitarlo pero dejaron de hacerlo por la plata. Todo por la plata: el agua, los ríos, las montañas, la paz, la tranquilidad.
Los tipos de riqueza y miseria que deja una mina de oro en una región son de la misma estirpe que la miseria que producen las zonas cocaleras. Prepárense, señoras y señores, porque vienen los bárbaros, como en el poema de Kavafis; el tiempo de los vaqueros, con sus bang bang, sus putas y malevos.
El silencio que ha amparado las decisiones del Estado al respecto ha servido para que nadie se entere, y nadie proteste, y a nadie le duela. Pero habrá explotación de La Colosa, por encima de lo que pensemos usted y yo.
Dicen que la inversión inicial será de 120 millones de dólares, y que al cabo de 15 años habrán invertido 2.000 millones de dólares; que habrá 1.200 empleos directos y 4.200 indirectos. Qué lujo nos daremos. Vamos a perder un paraíso porque el Estado lo decidió. Por la plata.
Me opongo, aunque esta voz no signifique nada. Porque creo que ese lugar es de todos los colombianos y no del Gobierno. Y esos ríos, y esos árboles y esas montañas y esos animalitos son de todos nosotros y no del Gobierno. Esas decisiones faraónicas del Gobierno, inapelables por el pueblo, no parecen propias de una democracia moderna. Se invita a votar al constituyente primario sobre un poco de cosas políticas, pero no se invita a votar sobre lo importante: nuestros recursos naturales. El verdadero futuro del país. Esa biodiversidad que se perderá la lamentaremos cuando en el mundo falte todo y el verdadero patrimonio de un país sean sus ríos, sus árboles, sus montañas.
La imagen de Sebastião Salgado vuelve una y otra vez a mi cabeza. Y vienen también los ríos contaminados con mercurio y cianuro en el Chocó, la epidemia de prostitutas que brota junto a esas minas de oro; el malevaje, la devastación indolente, la estética del far west o de Juanito Alimaña: ese mundo en donde el perro come perro y por un peso te matan.
Nuestro lema del Escudo Nacional, ese lema tan contradictorio que reza 'Libertad y orden', debería cambiarse para siempre. Y que atenazado en las garras de un ave de rapiña haya un letrero que diga: todo por la plata. Porque ese parece ser el verdadero lema que nos mueve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario