Las tareas del
ecosocialismo revolucionario
DANIEL TANURO
Lunes 4 de mayo de 2015
El concepto de ecosocialismo se basa en una doble
constatación paradójica: la solución de la “crisis ecológica”, causada por el
modo de producción capitalista, por una parte necesita una respuesta de tipo
socialista pero, por otra parte, el balance medioambiental del “socialismo
realmente existente” es catastrófico. Voy a desarrollar brevemente estos dos
elementos y presentar a continuación algunas propuestas de tareas
ecosocialistas tal como se concibe en el seno de la “Red ecosocialista
internacional”. Espero demostrar así que el ecosocialismo es algo distinto a
cambiar solo de etiqueta: una alternativa necesaria adaptada a los desafíos de
nuestro tiempo.
Para los ecosocialistas, lo que se denomina “crisis
ecológica” no es una crisis de la ecología. No es la naturaleza la que está en
crisis sino la sociedad y esta crisis de la sociedad acarrean una crisis en las
relaciones entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Para nosotros, esta
crisis no se debe a la especie humana como tal. No se debe en particular al
hecho de que nuestra especie produce socialmente su existencia mediante el
trabajo, lo que le permite desarrollarse y dota de sentido a la noción de
progreso. Se debe al modo de producción capitalista del desarrollo, o modo
capitalista de producción (que incluye un modo capitalista de consumo) y a la
ideología productivista y consumista del “siempre más” que se deriva de él.
Capitalismo = productivismo
El capitalismo no produce valores de uso para la
satisfacción de las necesidades humanas sino valores de cambio para la
maximización del beneficio. Este beneficio es acaparado por una fracción
minoritaria de la población: por quienes detentan la propiedad de los medios de
producción. Explotan la fuerza de trabajo de la mayoría social a cambio de un salario
inferior al valor del trabajo realizado.
Estos dueños de los medios de producción libran entre
sí una guerra competitiva sin cuartel que les obliga a buscar permanentemente
la forma de aumentar la productividad del trabajo recurriendo a máquinas cada
vez más perfeccionadas. El “productivismo” (producir por producir que implica
consumir por consumir) es pues una característica congénita del capitalismo. El
capitalismo implica acumulación. El economista burgués Joseph Schumpeter lo
dijo de forma sencilla: “Un capitalismo sin crecimiento es una contradicción
en los propios términos”
El capitalismo es un sistema de explotación de alto
rendimiento. Mejora continuamente la productividad del trabajo y la eficiencia
en la utilización de los (otros) recursos naturales. Pero evidentemente, esta
mejora está al servicio de la acumulación: el ahorro relativo en fuerza de
trabajo y en materiales está más que compensado por el aumento absoluto del
volumen de producción de forma que al final hay un aumento de los recursos
consumidos en el proceso. Es la razón por la que inevitablemente la acumulación
capitalista provoca simultáneamente el aumento de la explotación del trabajo
humano y el aumento del saqueo de los recursos naturales.
¿Cuáles son los límites de la tendencia capitalista al
crecimiento? Marx respondió a esta pregunta que “el único límite del capital
es el capital mismo”. La fórmula se basa en la definición del capital no
como una cosa (un montón de dinero) sino como una relación social: la relación
de explotación por la cual una cantidad de dinero se transforma en más dinero
gracias a la extracción de una plusvalía correspondiente al trabajo no pagado.
Evidentemente, esta relación de explotación necesita un input bajo forma de
recursos/1. Por tanto decir que “el único límite del capital es el
capital mismo” significa esto: mientras exista fuerza de trabajo para
explotar y recursos naturales para arramplar, el capital se puede seguir
acumulando empobreciendo, destruyendo, lo que Marx llamaba “las dos únicas fuentes
de cualquier riqueza: la Tierra y el trabajador”.
De forma general, la única alternativa concebible
frente al capitalismo es un sistema que no produce valores de cambio para la
maximización del beneficio de los capitalistas sino valores de uso para la
satisfacción de las necesidades humanas reales (es decir, no corrompidas por la
mercantilización) definidas democráticamente. Un sistema en el que la
colaboración reemplaza a la competencia, la solidaridad al individualismo y la
emancipación elimina la alienación. Ahora bien, semejante sistema -más que un
sistema, una nueva civilización- se corresponde con la definición teórica de
una sociedad socialista. Lo repito: en términos generales, no hay otra
alternativa concebible.
Productivismo capitalista y productivismo
burocrático
Al mismo tiempo, esta conclusión choca con la dura
realidad de los hechos históricos: en efecto, es indiscutible que el balance
del socialismo que “ha existido realmente” en el siglo XX es un espanto no solo
desde el punto de vista de la emancipación humana sino también desde el punto
de vista del establecimiento de relaciones lo más armoniosas posibles entre la
humanidad y su entorno natural.
Es inútil detallar aquí este punto: todo el mundo ha
oído hablar de la desecación del mar de Aral y de la catástrofe de Chernobil.
Puesto que este encuentro está dedicado a la lucha contra el cambio climático,
añadiría que la ex RDA y la ex Checoslovaquia tenían el triste récord mundial
de gas de efecto invernadero emitido por habitante: sus “actuaciones “en la
materia eran incluso superiores a la de los mayores contaminadores del mundo
capitalista “desarrollado”: Estado Unidos y Australia.
Este balance negativo del “socialismo real” se debe
principalmente a la contrarrevolución burocrática que triunfó en los años 20
del siglo pasado bajo la batuta de Stalin. El productivismo de Estado era el
resultado de un sistema de primas que se ofrecía a los directivos de las
empresas nacionalizadas para incitarles a superar los objetivos del plan. Por
motivación económica, estos directivos utilizaban y despilfarraban el máximo de
materiales y de energía por unidad producida...: No se preocupaban de las
consecuencias en cuanto a la calidad de la producción puesto que los
consumidores no tenían libertad de elección, ni libertad de crítica, ni
posibilidad de discutir los efectos sociales y medioambientales de una
producción que no estaba sometida a ningún “control obrero”.
Desde el punto de vista de los daños ecológicos, no
hay diferencia entre el productivismo capitalista y el de los estados del ex
Bloque del Este. Pero el productivismo capitalista es el resultado de
mecanismos muy diferentes: al contrario que el director de una fábrica
nacionalizada de la URSS, el jefe de una empresa capitalista optimiza sin parar
la cantidad de recursos utilizados por unidad producida a fin de maximizar el
número de unidades y considera la reacción del mercado como un veredicto sobre
la calidad de sus productos.
Efectivamente, el productivismo del capital es
racional desde el punto de vista del capitalismo. En el polo opuesto, el
productivismo burocrático aparece como una pura creación irracional de la
superestructura política: en una economía orientada supuestamente a satisfacer
las necesidades, la racionalidad ordenaría que la producción esté guiada por la
democracia de los productores/ consumidores; por esto, como esta democracia es
incompatible con el parasitismo burocrático, para funcionar mal que bien, el
sistema da estímulos materiales a los parásitos.
Esta comparación desemboca en una conclusión
importante: el productivismo capitalista es endógeno al modo de producción
mientras que el productivismo soviético era exógeno. De ahí se deriva que el
desastroso balance medioambiental de la URSS no aporta la prueba irrefutable de
que el socialismo es por definición e inevitablemente tan ecocida como el
capitalismo.
Stalin no lo explica todo
Sin embargo, el estalinismo y la existencia de una casta
burocrática privilegiada no son suficientes para explicar este desastroso
balance. Para mostrar el problema, me contentaré con una cita del más famoso
adversario de Stalin: León Trotsky. De todos los teóricos marxistas, sin duda,
Trotsky es el que mejor comprendió el fenómeno burocrático, pero apenas tenía
conciencia de los límites medioambientales del desarrollo humano; es lo menos
que podemos decir.
En un célebre discurso, el autor de “La revolución
traicionada” dijo del “hombre socialista” que “moverá las
montañas, encerrará los mares y desviará los ríos”. No quiero exagerar el
alcance de esta cita y sobre todo, su influencia en el curso de los
acontecimientos. La cito solo como una ejemplo de que muchos marxistas tenían
una mirada mucho menos prudente y realista que Marx sobre el desarrollo de las
“fuerzas productivas liberadas de las trabas capitalistas” y lo que esto
permitiría realizar/2.
En efecto, lejos de fantasear sobre los fabulosos
poderes del superhombre socialista, Marx consideraba modestamente que “la
única libertad posible (en relación a las leyes de la naturaleza) es que el
hombre social, los productores asociados, ordenen racionalmente su intercambio
de materia con la naturaleza”.
A la luz de esta cita de Trotsky, parece evidente que
el balance medioambiental del “socialismo real” debe ir más allá de la
comprensión del productivismo burocrático. Hay que ir más a fondo en la
crítica, analizar las concepciones teóricas e ideológicas que marcaron al
socialismo en diversos grados.
En este espíritu, la corriente ecosocialista a la que
pertenezco, que se reconoce en el Manifiesto ecosocialista redactado por
Michaël Lowy y Joel Kovel, identificó un cierto número de concepciones que
merecen un debate y revisión. Voy a citarlas y comentarlas brevemente.
Ciencias, tecnologías y progreso
La primera cuestión es en relación a la “ciencia” o
mejor dicho, a la ciencias, sin mayúsculas. La mayoría de los pensadores
socialistas, empezando por Marx y Engels, estuvieron bastante influidos por el
cientificismo. Ahora bien, la idea mecanicista de que las ciencias acabarán por
poder explicar todo, hasta el menor detalle, es manifiestamente errónea, puesto
que el mundo evoluciona constantemente. Además, la velocidad de esta evolución
aumenta a medida que se interesa en objetos cada vez más pequeños, de manera
que conforme más progresan las ciencias, se enfrentan a nuevos fenómenos que
plantea nuevos enigmas.
Romper con el cientificismo es una apuesta importante
para los ecosocialistas. Se trata de acabar con el proyecto de dominación
humana sobre la naturaleza, que implica que la naturaleza sea considerada como
una máquina y que el ser humano solo sea visto como el maquinista. Este
proyecto ilusorio, instrumentalista y reductor va en contra del principio de
precaución, de la modestia y de la prudencia que se impone hoy en día si se
quiere volver a equilibrar los intercambios entre la humanidad y el resto de la
naturaleza.
La segunda cuestión, unida a la primera, es la de la
tecnología, es decir las ciencias aplicadas a la producción. ¿Son neutras o
tienen un carácter de clase? Aunque insista en el carácter “históricamente
determinado” de todos los aspectos del desarrollo humano, Marx no resolvió
estos puntos precisos. La mayoría de los socialistas posteriores consideraron
la tecnología como neutra. Los ecosocialistas no lo creen.
El fin no justifica los medios: algunos medios son
contrarios al fin. Esto también vale para los medios de producción, o sea, para
las tecnologías. La energía nuclear, por ejemplo, es contraria al objetivo
explicitado por Marx de una sociedad donde los productores o productoras
intentan aumentar el patrimonio común de la naturaleza para transmitirlos a sus
descendientes como “boni patres familias”. Lo mismo sucede con los combustibles
fósiles, con el cultivo a campo abierto de los Organismos Genéticamente
Modificados y los grandes proyectos de la geoingeniería, por ejemplo.
La ruptura con el cientificismo y la crítica de las
tecnologías generan inmediatamente la cuestión de la actitud frente al
desarrollo y el progreso. A propósito de esto, Marx no tenía una visión lineal.
¿Y los ecosocialistas? Rechazan la idea adelantada por algunos partidarios del
decrecimiento porque hay que “salir del desarrollo” pues el progreso es
negativo por sí mismo, pero también rechazan la idea de que todo progreso y
todo desarrollo sean positivos por sí mismos. Coherentes con su mirada crítica
de las tecnologías, profundizan en la tesis de Marx según la cual el
capitalismo desarrolla cada vez más “fuerzas destructivas” que productivas.
Globalmente, los países desarrollados no tienen
necesidad de un desarrollo cuantitativo sino de un reparto de la riqueza
necesaria para un desarrollo cualitativo. En este marco, los ecosocialistas
conceden una gran importancia a la cosmogonía de los pueblos indígenas y al
saber hacer de las comunidades campesinas. Ven en ellas fuentes de inspiración
para un progreso digno de este nombre. Un progreso que pone en cuestión la
ideología capitalista productivista. Un progreso basado en la comprensión del
hecho de que la verdadera
riqueza surge del tiempo libre, de las relaciones
humanas y de una relación armoniosa con el entorno, no de una acumulación
compulsiva de bienes de consumo que a menudo, no sirven para compensar la
miseria de la existencia.
Centralización y descentralización
La cuarta cuestión en discusión es la articulación
entre centralización y descentralización. Desde la experiencia histórica de la
URSS, el socialismo está muy vinculado a la idea de un plan muy centralizado.
No niego que un plan de este tipo no haya sido necesario en los años 20 del
siglo pasado, pues el poder revolucionario solo podía mantenerse si la pequeña
clase obrera industrial era capaz de suministrar a la mayoría campesina las
maquinaria necesaria para mejorar la vida de las comunidades rurales y eliminar
las hambrunas tan frecuentes en la historia rusa. Pero la igualdad entre
socialismo y centralización debe ser cuestionada.
Es evidente que un gobierno deseoso de llevar una
política anticapitalista debe vencer, necesariamente, el poder económico de la
clase dominante lo que solo es posible por la expropiación de las finanzas y de
los grandes medios de producción así como de distribución. También lo es que, a
continuación, esos sectores socializados deben funcionar para satisfacer las
necesidades, lo que requiere una planificación centralizada. Pero al mismo
tiempo, hay que señalar que la democracia y la autogestión no pueden existir
sin arraigarse en la base, localmente. Así pues, centralización y descentralización
deben articularse.
Esta articulación no está ausente en el pensamiento de
Marx: al contrario, en la Comuna de París veía “encontrada por fin la forma
política de la emancipación del trabajo” y esta experiencia le llevaba a
pensar que la “dictadura del proletariado” se concretaría en una federación de
comunas. Los marxistas posteriores perdieron ampliamente el hilo de este
pensamiento. Los ecosocialistas la recuperan e intentan renovarla, en función
de “un socialismo del siglo XXI”
El desafío climático hace esta reflexión insoslayable:
para tener la más mínima suerte de llevar en dos generaciones la transición
energética hacia un sistema al 100% renovables, sin duda es necesario
socializar el sector de la energía. Sin esto, los capitalistas intentarán
imponer el mayor tiempo posible la utilización de los gigantescos stocks de
combustibles fósiles que les pertenecen/3. Pero el recurso a las
renovables necesita la interconexión de redes energéticas descentralizadas. Su
gestión democrática por las comunidades y en interés colectivo de los y las
habitantes es una posibilidad real a la cual los ecosocialistas deben aferrarse
planteando reivindicaciones locales concretas de control y de participación,
más que agarrarse al modelo obsoleto de la gran empresa nacionalizada.
Ecosocialismo y ecofeminismo
La quinta cuestión en la que trabajan los
ecosocialistas es la del rol específico de las mujeres en la lucha por las
relaciones sostenibles entre la humanidad y la naturaleza. Para las feministas
de nuestra corriente, este rol no viene de que las mujeres sean por “esencia”
más próximas y respetuosas con la naturaleza, como piensan algunas teóricas del
ecofeminismo
Según nosotras y nosotros, no hay mucha más esencia
femenina ecologista que esencia femenina pacifista, por ejemplo. El rol
específico de las mujeres les es atribuido por la división sexual del trabajo
en el seno de la sociedad y la familia burguesa. Una de las manifestaciones de
su opresión es, en efecto, que asumen gran parte del trabajo de cuidados, a
menudo de forma gratuita y que no son reconocidas socialmente como trabajo.
Además, las mujeres aseguran globalmente el 80% de la producción de alimentos
mundial.
Las mujeres saben qué implica “cuidar a los seres
vivos » Su saber en esta materia les da un papel de primer rango en la
transición porque la humanidad precisamente se enfrenta a la necesidad de
“cuidar” (el resto) de la naturaleza y una gran parte de la población-en
especial en el mundo desarrollado y urbano-no sabe cómo hacerlo. Pero este rol
de las mujeres solo se puede valorar en el interés de todos si su opresión es
reconocida y combatida. Esto pasa por la lucha autónoma de las mujeres en
defensa de la igualdad de derechos en la sociedad en general, por la aplicación
del principio “a igual trabajo, igual salario” en el mercado de la mano de obra
y el reparto de las tareas domésticas. En ese sentido, los ecosocialistas
mantienen un combate feminista.
La cuestión del sujeto
El tener en cuenta el papel específico de las mujeres
plantea otra cuestión que quiero abordar antes de esbozar la conclusión. En
muchos aspectos, se trata de una cuestión decisiva para el ecosocialismo: la
del “sujeto” de la transformación social.
Generalmente, los teóricos del socialismo consideran
que la clase obrera –es decir, no solo los obreros fabriles sino todos aquellos
y aquellas que están en la obligación de vender su fuerza de trabajo por un
salario- es EL sujeto que arrastra después a la pequeña burguesía y a todas las
capas oprimidas. Este rol central en cuanto clase revolucionaria se desprende
de su lugar en el modo de producción: en efecto como la clase más explotada, la
clase obrera no tiene otra perspectiva histórica posible que la gestión
colectiva de los medios de producción para satisfacer las necesidades sociales
democráticamente determinadas.
Este análisis tradicional engendró después la idea de
que la clase obrera juega en todas las épocas y en todos los lugares el papel
de vanguardia “objetivamente”, aunque no tuviera conciencia de ello. Sin
embargo, la lucha en defensa del clima deja ver una realidad completamente
diferente: en la primera líneas se encuentra el campesinado, el campesinado sin
tierra, los pueblos indígenas y las comunidades en lucha contra los proyectos
mineros, forestales o de infraestructura que destruyen su entorno.
El hecho de que capas sociales distintas a la clase
obrera en sentido estricto jueguen un papel de vanguardia tiene precedentes. La
juventud, por ejemplo, a menudo sirvió de detonador para luchas que revelaban
una situación social o política insoportable y arrastraban a la clase obrera a
salir de su relativa pasividad. Mayo del 68 francés, o la represión de la
“noche de las barricadas” en el Barrio Latino desencadenó una huelga general de
diez millones de huelguistas, es un ejemplo clásico de esta interacción entre
capas y clases sociales. Hay muchos otros.
Sin embargo, a lo que nos enfrentamos actualmente en
el frente del medio ambiente es diferente y la imagen del detonante no permite
aprehenderlo. Un detonante cumple una función temporal: provocar la explosión.
Pero frente al cambio climático, vemos luchas constantes del campesinado, de
los pueblos indígenas y de las comunidades desde hace muchas décadas y esas
luchas, hasta el momento, no han hecho explotar nada de nada en la clase
obrera. Por tanto, el problema es más profundo. No se trata simplemente de una
“discordancia de tiempos”, de una diferencia entre los ritmos de concienciación
de diferentes capas y clases sociales.
La explicación es relativamente sencilla. Cuando los
campesinos y campesinas luchan contra el agronegocio, cuando los pueblos
indígenas luchan contra la apropiación de los bosques como pozos de carbono o
como fuente de biomasa, cuando las comunidades luchan contra los proyectos
extractivistas que destruyen su espacio de vida y sus recursos..., estos
combates por las reivindicaciones inmediatas a favor de condiciones de vida de
los grupos afectados, coinciden directamente con lo que debe hacer para salvar
el clima.
La situación de la clase obrera es muy diferente. En
efecto, sobre todo en el contexto actual, en el que la clase obrera está
debilitada, desorientada ideológicamente y a la defensiva, las reivindicaciones
más inmediatas que plantea espontáneamente para defender sus condiciones de
vida, no coinciden con lo que se debe hacer para salvar el clima o más bien con
lo que lo desestabiliza. Para crear o salvar empleos, por ejemplo, la mayoría
de trabajadoras y trabajadores espera la ampliación de la producción, un
relanzamiento económico del capitalismo, nuevas empresas. Por más que sea una
ilusión creer que esto reabsorberá el paro, no impide que esta ilusión se
imponga a primera vista como la respuesta más lógica y la más fácil de poner en
marcha. En algunos sectores contaminantes amenazados, como las fábricas de
carbón de Polonia, los sindicalistas incluso llegan a poner en duda el cambio
climático porque lo consideran una amenaza para su empleo.
La lucha contra el paro, el reto principal
¿Cómo se puede hacer frente a este problema? Los
ecosocialistas intentan responder proponiendo reivindicaciones que responden al
mismo tiempo a las necesidades sociales del mundo del trabajo y a las
necesidades ecológicas (especialmente, la reducción drástica y rápida de las
emisiones de gas de efecto invernadero que es indispensable para estabilizar el
sistema climático). Simplificando, nos desmarcamos a la vez de los ecologistas
que piensan que los impactos sociales de las medidas medioambientales que hay
que tomar son un problema secundario y de los sindicalistas que estiman que la
prioridad es social, que el medio ambiente es un problema de ricos del que ya
se ocuparán más tarde. Estas dos estrategias nos parecen condenadas de
antemano.
La lucha contra el paro es la principal angustia del
mundo del trabajo (condiciona el nivel de los salarios, la organización del
trabajo, la defensa del sistema de protección social...). Los ecosocialistas
ponen por delante una respuesta general que se articula en tres niveles:
· L a extensión del empleo público no deslocalizable
(especialmente mediante grandes planes públicos de renovación energética de los
edificios, de transformación del sistema energético y la sustitución de todo el
parque automovilístico por sociedades públicas de transporte colectivo)
insistiendo sobre la descentralización y sobre el control democrático para las
personas usuarias y trabajadoras;
· La reconversión colectiva, bajo control obrero, de
las personas trabajadoras de las empresas inútiles o nocivas (en primer lugar,
la industria armamentística y la industria nuclear, pero también la del
automóvil, la petroquímica, etc.) hacia otros sectores de actividad;
· La reducción radical de la jornada laboral sin
pérdida de salario con contratación compensatoria y reducción de los ritmos de
trabajo, para trabajar todos, vivir mejor y despilfarrar menos.
Esta última reivindicación nos parece de una
importancia estratégica suprema. En efecto, como ya lo ha había destacado Marx,
se trata a la vez de una demanda social por excelencia y del medio por
excelencia con el cual “el hombre social, los productores asociados”
pueden “organizar racionalmente sus intercambios de materias con la naturaleza
“actuando “de la manera más conforme con la naturaleza humana”
Frente al paro, solo un programa de este tipo es capaz
de responder al doble desafío social y medioambiental; en particular, el
climático. Su puesta en marcha necesita una orientación anticapitalista y apela
a otras reivindicaciones que no detallaré aquí: la expropiación de los sectores
de la energía y las finanzas -una condición sine qua non de la transición- por
una parte, y una política a largo plazo a favor del desarrollo del empleo rural
local, en la agricultura orgánica y el mantenimiento de los ecosistemas, por
otra parte.
Este programa solo puede conseguir influenciar en el
movimiento obrero si se articula en el combate de la izquierda combativa contra
los aparatos dominados por el social liberalismo o por otras corrientes
burocráticas. En efecto, la perspectiva de los aparatos consiste, generalmente,
en acompañar la transición energética tal como es concebida por el capitalismo
(una transición que en absoluto responde al objetivo de la sostenibilidad, pues
es demasiado lenta y reducida principalmente a lo nuclear, a los
agrocarburantes y a la captura-secuestro del carbono) pidiendo solamente que
esta transición sea justa/4. Por eso, los ecosocialistas incitan a los
movimientos campesinos, a los pueblos indígenas y a las comunidades a establecer
vínculos y a buscar convergencias con la izquierda en el seno de los
sindicatos.
Dejarse de generalidades para avanzar en un programa
de propuestas concretas bien argumentadas para la transición energética y
social, por ejemplo a nivel europeo, constituye para mí el principal desafío
que los ecosocialistas deben tratar de poner en pie. La tarea es más ardua
porque no es suficiente remplazar las fósiles por las renovables: visto el
retraso que se han tomado los gobiernos desde hace 30 años, las emisiones de
gas invernadero deben reducirse tan intensamente y tan rápido que no se puede
hacer sin disminuir la producción material y los transportes/5. Cada
cual comprenderá que esta obligación complica todavía más la respuesta
ecosocialista al desafío del empleo.
El ecosocialismo, un concepto abierto
El ecosocialismo puede resumirse como una voluntad de
hacer convergir las luchas sociales y medioambientales a partir de la
comprensión de que la austeridad y la destrucción ecológica son las dos caras
de la misma moneda: el capitalismo productivista. Definido de forma que se
trata de un concepto abierto, susceptible de derivaciones estratégicas y
programáticas diferentes. De hecho, hoy existen diversas variantes de
ecosocialismos.. La variante que yo he presentado, podría definirse de
marxista, revolucionaria, feminista e internacionalista. Hay otras y no
pretendemos el monopolio, solamente un debate más amplio.
22/04/2015
Este texto está basado en una comunicación
en el marco de un fin de semana de movilizaciones en defensa del clima
organizado del 10 al 12 de abril en Colonia por la fundación Rosa Luxemburg Stiftung en
colaboración con una serie de grupos ecologistas alemanes (ver la página de la
conferencia: http://kampfumsklima.org/).
La he ampliado teniendo en cuenta el debate sobre “Ecosocialismo, Decrecimiento
y Justicia climática”, al que fui invitado a participar. Animado por Tadzio
Müller (el responsable de "energía y movimientos por el clima" de la
RLS), este debate reunía además a Joanna Carbello (de la red carbontradewatch,
Bruselas), Christopher Laumanns (de la ONG Konzeptwerk Neue Ökonomie, militante
del movimiento "Postwachstum", la variante de las movidas de los
decrecedores en los países de lengua alemana) y un numeroso público. Agradezco
a todas y todos por sus estimulantes aportaciones.
Notas:
1/ La naturaleza pone gratuitamente a su
disposición del capitalismo, lo que explica el apetito del capital de las
explotaciones mineras, de los bosques naturales, o las reservas de pesca- sobre
todo en periodo de recesión o cómo lo que se llama extractivismo atrae los
capitales en caída de beneficios .
2/ La ironía de la historia es que el que intentó
en parte aplicarla visión de Trotsky fue... Stalin cuando sopeso el proyecto de
cambiar el curso de los ríos siberianos del Norte hacia el Sur para irrigar
Asia Central...
3/ Recordemos que para tener un 60 de posibilidades
de no sobrepasar 2º C de aumento de la temperatura en relación a era
pre-industrial, es necesario que dos tercios a cuatro quintos de las reservas
fósiles no sean explotadas jamás.
4/ Un ejemplo muy claro de esta estrategia de
acompañamiento es la opción de la mayoría de las organizaciones sindicales
francesas de no contestar la sector nuclear
5/ Los escenarios de transición hacia un sistema al
100% de renovables que se pretenden compatibles con el crecimiento del 2 al 3%
anual no tiene en cuenta la energía fósil necesaria para la transformación de
las renovables y los trabajos de mejora de la eficiencia energética de los
edificios y de las emisiones que provocan.