martes, 15 de julio de 2014

¿Quién tiene miedo de la agricultura ecológica? (II)

Lunes 14 de julio de 2014, por Mar
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Ester Vivas | Público
La agricultura ecológica ha despertado en los últimos tiempos las más variadas iras, siendo objeto de todo tipo de calumnias. Su éxito y múltiples apoyos han sido proporcionales a las críticas recibidas. Sin embargo, ¿quién tiene miedo de la agricultura ecológica? ¿Por qué tanto esfuerzo en desautorizarla?
Todas estas preguntas fueron formuladas en un artículo anterior, donde analizábamos las mentiras detrás de afirmaciones como “la agricultura ecológica no es más sana ni mejor para el medio ambiente que la agricultura industrial y transgénica”. Hoy, abordaremos otras en relación a su eficiencia, el precio y la falsa alternativa que significa una “agricultura ecológica” al servicio de las grandes empresas. Como decíamos entonces: ante la calumnia, datos e información.
De la eficiencia y el precio
“La agricultura ecológica es poco eficiente y cara”, dicen sus detractores. Quienes realizan esta afirmación olvidan que es precisamente el actual modelo de agricultura industrial el que desperdicia anualmente un tercio de los alimentos que se producen para consumo humano a escala mundial, unos 1.300 millones de toneladas de comida, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Se trata de una agricultura de “usar y tirar”. En consecuencia, ¿quién es aquí el ineficiente? Aunque, más allá de estas cifras, es obvio que el actual modelo de agricultura industrial, intensiva y transgénica no satisface las necesidades alimentarias básicas de las personas. El hambre, en un mundo donde se produce más comida que nunca, es el mejor ejemplo, tanto en los países del Sur como aquí.
Por su parte, la agricultura ecológica y de proximidad se ha demostrado que garantiza mejor la seguridad alimentaria de las personas que la agricultura industrial y permite una mayor producción de comida especialmente en entornos desfavorables, en palabras del relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación Olivier de Schutter, apoyándose en su informe La agroecología y el derecho a la alimentación. A partir de los datos expuestos en este trabajo, la reconversión de tierras en países del Sur a cultivo ecológico aumentaba su productividad hasta un 79%. En África, en particular, la reconversión permitía un aumento del 116% de las cosechas. Las cifras hablan por sí solas.
Si hablamos del precio, y sobre todo lo comparamos con la calidad, una vez más la agricultura ecológica sale en mejor posición. Tal vez no lo parezca a primera vista, porque hay un discurso único que se repite y se repite y se repite, que nos dice que lo ecológico es siempre más caro. Sin embargo, no es así. A menudo depende de dónde y qué compremos. No es lo mismo comprar en un supermercado ecológico o en una tienda gourmet que comprar directamente al campesino, en el mercado o a través de un grupo o cooperativa de consumo agroecológico. En los primeros, los precios acostumbran a ser mucho más caros que en los segundos, donde su coste puede ser igual o incluso inferior que en el comercio tradicional por un producto de la misma calidad.
Aparte, nos tendríamos que preguntar cómo puede ser que determinados productos o alimentos en el supermercado sean tan baratos. ¿Estamos pagando su precio real? ¿Cuál es su calidad? ¿En qué condiciones han sido elaborados? ¿Cuántos kilómetros han recorrido del campo a la mesa? A menudo, un precio muy bajo esconde una serie de costes invisibles: condiciones laborales precarias en origen y destino, mala calidad del producto, impacto medioambiental, etc. Se trata de una serie de gastos ocultos que acabamos socializando entre todos, porque si la comida recorre largas distancias y agudiza el cambio climático, con la emisión de gases de efecto invernadero, ¿esto quién lo paga? Si comemos alimentos de baja calidad que tienen un impacto negativo en nuestra salud, ¿quién lo costea? En definitiva, como dice el refrán: “pan para hoy y hambre para mañana”.
Y no sólo eso, ¿cuándo entramos en el súper, qué compramos? Se calcula que entre un 25% y un 55% de la compra en el supermercado es compulsiva, fruto de estímulos externos que nos instan a comprar al margen de cualquier raciocinio. ¿Cuántas veces hemos ido al supermercado a comprar cuatro cosas y hemos salido con el carrito a reventar? El supermercado es una máquina de vender, no nos quepa la menor duda, uno de los espacios más estudiados de nuestra vida cotidiana, para que nuestra compra nunca quede al azar.
Otra afirmación mil veces repetida es la que dice que “la agricultura ecológica es sólo para ricos”, o si quien habla busca el insulto, algo frecuente entre el sector “antiecológico”, nos dirá que “la agricultura ecológica es sólo para pijos”. Ya sea en un caso como en otro, quienes afirman dichas palabras, les bien aseguro, que nunca han puesto un pie en un grupo o cooperativa de consumo agroecológico porque sus miembros, en general, pueden ser calificados con mucho adjetivos, pero de “ricos” y “pijos” tienen más bien poco. Se trata de personas que apuestan por otro modelo de agricultura y alimentación, a partir de informarse, tomar conciencia, buscar datos contrastados sobre los impactos de aquello que comemos en nuestra salud, en el medio ambiente, entre el campesinado. En esta vida nos “instruyen” para pensar que “gastamos” dinero en comida, pero ¿se trata de “gastar” o “invertir”? La educación es clave. De aquí que sea fundamental hacer llegar los principios, y las verdades, de la agricultura ecológica al conjunto de la población. Comer bien, y tener derecho a comer bien, es cosa de todos.
Una “agricultura ecológica” al servicio del capital
“La agricultura ecológica no tiene fines sociales y agudiza la huella de carbono”, dicen sus detractores. Aquí la pregunta clave es: ¿de qué agricultura ecológica estamos hablando? Como decíamos en el artículo anterior, una de las amenazas a la agricultura ecológica es precisamente su cooptación, la asimilación de su práctica por parte de la industria agroalimentaria. Y es que cada vez son más las grandes empresas del agribusiness y los supermercados que apuestan por este modelo de agricultura libre de pesticidas y aditivos químicos de síntesis, pero vaciándola de cualquier atisbo de cambio social. Su objetivo es claro: neutralizar la propuesta. Se trata de una “agricultura ecológica” al servicio del capital, con alimentos kilométricos, escasos derechos laborales en la producción y la comercialización. Ésta no es la alternativa de quienes apostamos por un cambio en el modelo agroalimentario. La agricultura ecológica, a mi entender, sólo tiene sentido desde una perspectiva social, local y campesina, como han defendido siempre la mayoría de sus impulsores.
Por otro lado, me sorprende que los detractores de la agricultura ecológica se preocupen tanto por la huella de carbono y el impacto de los gases de efecto invernadero en el medio ambiente, cuando su apuesta por una agricultura industrial es precisamente una de las principales responsables de los mismos. Según el informe Alimentos y cambio climático: el eslabón olvidado de GRAIN, entre el 44% y el 55% de los gases de efecto invernadero son provocados justamente por el conjunto del sistema agroalimentario global, como consecuencia de sumar las emisiones provocadas por el cambio en el uso del suelo y la deforestación; la producción agrícola; el procesamiento, el transporte y el empaquetado de los alimentos; y los desperdicios generados. Si a los críticos de la agroecología tanto les inquieta el cambio climático, les sugeriría que apostaran por una agricultura ecológica, local y campesina.
¿Quién impone qué?
“Nos imponen la agricultura ecológica. Yo quiero comer transgénicos, y no me dejan”, dicen algunos, aunque parezca una broma. Sin embargo, ¿quién impone qué? La agricultura industrial sí fue resultado de una imposición, la de la Revolución Verde, promovida desde los años 40, y en décadas posteriores, por gobiernos como el de Estados Unidos y fundaciones como la Fundación Ford y Rockefeller, y que implicó la progresiva sustitución de un modelo de agricultura tradicional, donde los campesinos tenían la capacidad de decidir sobre qué y cómo conreaban a una agricultura industrial adicta al petróleo y a los fitosanitarios, que llevó a la privatización de los bienes comunes, y en particular de las semillas. Muchos campesinos no tuvieron elección. Hoy, vemos las consecuencias de este modelo agrario: hambre, descampesinización, patentes sobre las semillas, acaparamiento de tierras, etc.
Aunque la principal imposición agraria ha sido sin lugar a dudas la del cultivo transgénico, y la imposible coexistencia entre agricultura trasgénica y agricultura convencional y ecológica es el mejor ejemplo. Los cultivos transgénicos a través del aire y la polinización contaminan a otros, así funciona lo que podríamos llamar “la dictadura transgénica”. En Aragón y Catalunya, las zonas donde más se cultiva transgénico, en concreto la variedad de maíz MON 810 de Monsanto, la producción de maíz ecológico prácticamente ha desaparecido debido a los múltiples casos de contaminaciones sufridas. Las evidencias son irrefutables, y quien diga la contrario miente.
La enumeración de frases con el único propósito de desautorizar la agricultura ecológica podría continuar. Son tantas las falsedades vertidas que este artículo podría tener tres, cuatro y hasta cinco partes, pero lo dejo aquí. Espero que las informaciones y los datos aportados puedan ser de utilidad a aquellos que frente a verdades únicas se preguntan y cuestionan la realidad que nos imponen.


martes, 8 de julio de 2014

Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza

John Bellamy Foster  |  El redescubrimiento durante la última década y media de la teoría de la fractura metabólica en Marx ha llevado a muchos izquierdistas a pensar que esta teoría brinda una potente crítica de la relación entre la naturaleza y la sociedad capitalista contemporánea. El resultado ha sido el desarrollo de una perspectiva mundial ecológica más unificada, trascendiendo las divisiones entre la ciencia natural y la ciencia social, que nos permite percibir las formas concretas en las que las contradicciones de la acumulación del capital están generando crisis y catástrofes ecológicas.

Sin embargo, esta recuperación de la discusión ecológica marxiana ha dado lugar a más preguntas y críticas. Su análisis del metabolismo de la naturaleza y la sociedad, ¿cómo se relaciona con la cuestión de la “dialéctica de la naturaleza”, tradicionalmente considerada una línea de falla en la teoría marxista? ¿La teoría de la fractura metabólica viola la lógica dialéctica, y cae presa en un dualismo cartesiano simplista, como han acusado recientemente varios críticos de izquierda?[i]

¿Es realmente concebible, como han preguntado otros, que Marx, escribiendo en el siglo XIX, pudiera haber proporcionado ideas ecológicas que son importantes para nosotros hoy para comprender la relación humana con los ecosistemas y la complejidad ecológica? ¿No es más razonable que sus reflexiones en el siglo XIX sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad hayan quedado “anticuadas” en nuestra era
tecnológica y científicamente más desarrollada?[ii]

En lo que sigue trataremos de responder resumidamente cada una de estas preguntas. En ese proceso también haremos hincapié en lo que consideramos que es la importancia crucial del materialismo ecológico de Marx para ayudarnos a comprender la Gran Fractura que está emergiendo en el sistema terráqueo, y la necesidad resultante de una transformación de época, extremadamente importante, en el metabolismo naturaleza-sociedad.

La dialéctica de la naturaleza

El estatus problemático de la dialéctica de la naturaleza en la teoría marxiana tiene su fuente clásica en la famosa nota al pie de Georg Lukács en Historia y consciencia de clase, en el que afirmaba con respecto a la dialéctica:

Esta limitación del método a la realidad histórico-social es muy importante. Los equívocos dimanantes de la exposición engelsiana de la dialéctica se deben esencialmente a que Engels –siguiendo el mal ejemplo de Hegel– amplía  el método dialéctico también al conocimiento de la naturaleza. Pero las determinaciones decisivas de la dialéctica –interacción de sujeto y objeto, unidad de teoría y práctica, trasformación histórica del sustrato de las categorías como fundamento de su transformación en el pensamiento, etc.– no se dan en el conocimiento de la naturaleza.[iii]

Dentro de lo que pasó a conocerse como “marxismo occidental”, esto se interpretaba como que la dialéctica se aplicaba solo a la sociedad y a la historia humana, y no a la naturaleza independiente de la historia humana.[iv] De acuerdo a esta concepción, Engels se había equivocado en su Dialéctica de la naturaleza, al tratar de aplicar la lógica dialéctica a la naturaleza directamente, así como también los científicos y teóricos marxistas que adoptaron la misma posición.[v]

Resultaría difícil exagerar la importancia de esta crítica para el marxismo occidental, que la consideraba como uno de los elementos claves que separaban a Marx de Engels y al marxismo occidental del marxismo de la Segunda y Tercera Internacionales. Preludió el alejamiento del interés directo por cuestiones de naturaleza material y la ciencia natural que hasta entonces había caracterizado a gran parte del pensamiento marxiano. Como observó Lucio Colletti en El marxismo y Hegel, una vasta literatura “ha estado siempre de acuerdo” en que las diferencias  sobre el materialismo/realismo filosófico y la dialéctica de la naturaleza constituían “los principales rasgos distintivos entre el ‘marxismo occidental’ y el ‘materialismo dialéctico.’”  De acuerdo a Russell Jacoby, los “marxistas occidentales”, casi por definición “circunscribían al marxismo a la realidad social e histórica”, distanciándolo de las cuestiones relacionadas con la naturaleza exterior y la ciencia natural.[vi]

Lo que hizo de la crítica contra la dialéctica de la naturaleza algo tan central para la tradición marxista occidental fue que se consideraba que el materialismo dialéctico (en el sentido en que se lo atribuía a Engels y adoptado por la Segunda y Tercera Internacionales) quitaba importancia al rol del factor subjetivo (o al sujeto humano), reduciendo al marxismo a una mera conformidad con las leyes naturales objetivas, originando una especie de materialismo mecanicista, o aun un positivismo. Chocando frontalmente con esto, muchos de esos materialistas históricos que continuaron reivindicando, aunque sea en una forma limitada,  una dialéctica de la naturaleza, consideraban a su rechazo absoluto como algo que amenazaba con la pérdida del materialismo de conjunto, y con una reversión hacia las estructuras idealistas del pensamiento.[vii]

Paradójicamente, fue el mismo Lukács, quien, en un cambio teórico importante, tomó la postura más firme contra el abandono total de la dialéctica de la naturaleza, sosteniendo que esto afectaba al centro mismo no sólo de la ontología de Engels, sino también a la de Marx. Incluso en Historia y consciencia de clase, Lukács, siguiendo a Hegel, había reconocido la existencia de una limitada, “dialéctica, meramente objetiva, del movimiento de la naturaleza”, que consistía en una “dialéctica de un movimiento referido a un espectador que no interviene en él.”[viii]  En su famoso prefacio a la nueva edición de esta obra, en la que se distanció de algunas de sus primeras posiciones, declaraba que su argumento original tenía el defecto de su crítica exagerada de la dialéctica de la naturaleza, dado que, como él escribió, “al eliminar (…) su fundamental categoría marxista, a saber, el trabajo en cuanto mediador del intercambio de la sociedad con la naturaleza. (…) Se entiende sin más que desaparezca la objetividad ontológica de la naturaleza, la cual constituye el fundamento óntico de ese intercambio o metabolismo”.[ix] Como lo explicó en su conocidas Conversaciones de ese mismo año, “dado que la vida humana está basada en un metabolismo con la naturaleza, no hace decir que ciertas verdades que adquirimos en el proceso de consumar este metabolismo tienen una validez general; por ejemplo las verdades de la matemáticas, la geometría, la física, etcétera.”[x]

Entonces, para el Lukács posterior a Historia y consciencia de clases, la clave para la comprensión dialéctica del mundo natural era la concepción del trabajo y la producción como la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza exterior en Marx. Los seres humanos podían comprehender dialécticamente a la naturaleza dentro de ciertos límites porque eran orgánicamente parte de ella, a través de sus relaciones metabólicas. Hasta un crítico tan severo de la dialéctica de la naturaleza como Alfred Schmidt en su Concepto de la naturaleza en Marx, reconoció que sólo en relación al uso por Marx del “concepto de ‘metabolismo’”, en el que él “presentaba un enfoque completamente nuevo de la relación del hombre con la naturaleza”, era que podemos “hablar con sentido de una ‘dialéctica de la naturaleza’”[xi]

El notable descubrimiento en los archivos soviéticos del manuscrito de Lukács  Seguidismo y dialéctica, unos setenta años luego de haber sido escrito, a mediados de la década de 1920 (pocos años luego de escribir la misma Historia y consciencia de clase) evidencia que para esa época, Lukács ya había experimentado este cambio crítico en su interpretación, a través del concepto en Marx del metabolismo social y ecológico. En ese artículo explicaba que “el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba “mediado socialmente” a través del trabajo y la producción. El proceso del trabajo, como una forma de metabolismo entre la humanidad y la naturaleza posibilitó a los seres humanos percibir (en formas que eran limitadas por el desarrollo histórico de la producción) ciertas condiciones objetivas de existencia. Ese “intercambio de materia” metabólico entre la naturaleza y la sociedad, según Lukács, “posiblemente no se lo puede llevar a cabo – aún en el nivel más primitivo – sin poseer un cierto grado de conocimiento objetivamente correcto sobre los procesos de la naturaleza (que existen antes que los seres humanos y funcionan independientemente de ellos).” Fue precisamente el desarrollo de este metabólico “intercambio de materia” por medios de producción lo que  formó, según la interpretación por Lukács de la dialéctica marxiana, “la base material de la ciencia moderna.”[xii]

El énfasis de Lukács sobre la centralidad del concepto del metabolismo social en Marx iba a ser continuado por su asistente y colega más joven, István Mészáros, en La teoría de la alienación de Marx. Para Mészáros, la “estructura conceptual” de la teoría de la alienación de Marx implicaba la relación tríadica de la humanidad-producción-naturaleza, donde la producción constituía una forma de mediación entre la humanidad y la naturaleza. De esta manera los seres humanos podrían ser concebidos como los seres “auto-mediadores” de la naturaleza. En consecuencia, no debería sorprendernos que haya sido Mészáros quien presentó la primera crítica marxista comprehensiva de la crisis ecológica planetaria emergente en su Discurso del Premio Deutscher 1971, publicado un año antes del estudio sobre Los límites del crecimiento del Club de Roma. En Más allá del capital él iba a desarrollar más este tema en relación con una crítica a fondo del metabolismo social alienado del capital, incluyendo sus efectos ecológicos, en su discusión sobre “la activación de los límites absolutos del capital”, asociada con la “destrucción de las condiciones de reproducción metabólica social.”[xiii]

De este modo, Lukács y Mészáros consideraron a la discusión del metabolismo social en Marx como una forma de superar las divisiones en el marxismo que habían fracturado a la dialéctica y la ontología social (y natural) de Marx. Esto permitió un enfoque basado en la praxis que integrara a la naturaleza y la sociedad, la historia social y la historia natural, sin reducir a uno totalmente al otro. En nuestra época ecológica presente esta compleja comprensión (compleja porque abarca dialécticamente las relaciones entre la parte y el todo, el sujeto y el objeto), se convierte en un elemento indispensable en toda transición social racional.

Marx y el metabolismo universal de la naturaleza

Para entender esto en forma más completa a las dimensiones ecológicas reales del pensamiento de Marx. El uso del concepto del metabolismo por éste en su obra  no fue simplemente (ni siquiera principalmente) un intento de resolver un problema filosófico sino más bien una tentativa de fundamentar su crítica de la economía en forma materialista en una comprensión de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza procedente de la ciencia natural de su época. Era algo central para su análisis de la producción de valores de uso y el proceso de trabajo. Fue a partir de esta metodología que Marx iba a desarrollar su principal crítica ecológica, la de la fractura metabólica, o, tal como él mismo lo señaló, “un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida.”[xiv]

Esta perspectiva crítica fue consecuencia natural de las contradicciones históricas en la agricultura industrial del siglo XIX y la consecuente revolución en la química agrícola, particularmente en la comprensión de las propiedades químicas de la tierra, durante este mismo período. En la química agrícola, Justus von Liebig en Alemania y James F. W. Johnston en Gran Bretaña hicieron fuertes críticas por la pérdida de los nutrientes de la tierra desde principios hasta mediados del siglo XIX debido a la agricultura capitalista, culpando especialmente a la agricultura intensiva británica. En efecto, esto se extendió al robo de tierras de algunos países por parte de otros.

En los Estados Unidos, figuras como uno de los primeros planificadores ambientalistas,  George Waring, en su análisis del despojo de la tierra en la agricultura, y el economista político Henry carey, quien estaba influenciado por Waring, hicieron hincapié en que el alimento y la fibra, que contienen los constituyentes elementales de la tierra, estaban siendo transportados a largas distancias en un movimiento en un solo sentido del campo a la ciudad, dando lugar a que la tierra perdiera sus nutrientes, que tuvieron que ser reemplazados por fertilizantes naturales (y posteriormente sintéticos). En su gran obra de 1840, Organic Chemistry and its Application to Agriculture and Physiology (Química orgánica y su aplicación a la agricultura y a la fisiología), Liebig había diagnosticado que el problema se debía al agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes esenciales de la tierra iban a parar a las ciudades cada vez más pobladas, donde contribuían a la contaminación urbana. En 1842, el químico agrícola británico J. B. Lawes desarrolló un medio para hacer solubles a los fosfatos y construyó una fábrica para producir sus superfosfatos en el primer paso para la creación de fertilizantes sintéticos. Pero durante el siglo XIX, la mayoría de los países dependían casi totalmente de los fertilizantes naturales para restaurar la tierra.

Fue durante este período de agravamiento de las dificultades en la agricultura, debido al agotamiento de los nutrientes de los suelos, que Gran Bretaña fue la pionera en el arrebato a escala mundial de los fertilizantes naturales, incluyendo, como lo señaló Liebig, el desentierro y el transporte de los huesos humanos de los campos de batallas napoleónicas y las catacumbas de Europa, y lo que fue más importante, la extracción, por medio del trabajo forzado, del guano (del excremento de las aves marinas) en las islas cercanas a las costas del Perú, desatando a nivel mundial una “fiebre del guano”.[xv] En la introducción a la edición de 1862 de su Química orgánica, Liebig escribió una crítica mordaz de la agricultura industrial capitalista en su modelo británico, observando que “si no logramos que el agricultor tome una mejor consciencia de las condiciones bajo las cuales produce, y no le damos los medios necesarios para el aumento de su producción, las guerras, la emigración, las hambrunas y las epidemias, necesariamente crearán las condiciones de un nuevo equilibrio que socavará el bienestar de todos y finalmente conducirá a la ruina de la agricultura.”[xvi]

Marx estaba profundamente preocupado por las tendencias a la crisis ecológica, relacionadas con el agotamiento del suelo. En 1866, un año antes de la publicación del primer tomo de El capital, escribió a Engels que al desarrollar la crítica de la renta de la tierra en el Tomo III, “he tenido que trabajarme la nueva química agrícola que se está haciendo en Alemania, en particular Liebig y Schönbein, que tiene más importancia para esta cuestión que todos los economistas juntos.”[xvii] Marx, que había estado estudiando la obra de Liebig desde la década de 1850, estaba impresionado por la introducción crítica a la edición de 1862 de su Química orgánica, integrándola con su propia crítica de la economía política.

Desde los Grundrisse en 1857-1858, había puesto al concepto de metabolismo (Stoffwechsel), que había sido desarrollado primero en la década de 1830 por científicos que participaban en los nuevos descubrimientos de la biología y la fisiología celulares y luego los aplicaban a la química (especialmente por Liebig), y la física, en un lugar central en su explicación de la interacción entre la naturaleza y la sociedad a través de la producción. Definió al proceso de trabajo como la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza. Para los seres humanos este metabolismo necesariamente tomó una forma mediada socialmente, abarcando las condiciones orgánicas comunes a toda vida, pero también tomando un carácter claramente humano-histórico a través de la producción.[xviii]

Basándose en este marco, Marx destacó en El capital que el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza:
Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, (…) obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre.(…) Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente no desarrolla la técnica y la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador. [xix]
Citando a Liebig, Marx destacó el carácter global de esta fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, argumentando, por ejemplo, que “desde hace siglo y medio Inglaterra exporta indirectamente el suelo de Irlanda sin otorgar a sus cultivadores ni siquiera los medios para reemplazar los componentes de aquel.”[xx] E incorporó a su análisis un llamado a la sustentabilidad, es decir, la preservación de “toda la gama de condiciones permanentes de la vida que exige la cadena de las generaciones humanas.” En su definición más exhaustiva de la naturaleza de la producción bajo el socialismo afirmó: “La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo (…) con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana.”[xxi]

Durante la última década y media los investigadores ecológicos han utilizado la perspectiva teórica del análisis de Marx sobre la fractura metabólica para estudiar las contradicciones capitalistas que se desarrollan en una amplia variedad de áreas: los límites del planeta, el metabolismo del carbono, el agotamiento del suelo, la producción de fertilizantes, el metabolismo oceánico, la explotación indiscriminada de la pesca, la desforestación, la utilización de los incendios forestales, los ciclos hidrológicos, la megaminería a cielo abierto, la cría de ganado, los agro-combustibles, la apropiación de tierras a nivel mundial, y la contradicción entre la ciudad y el campo.[xxii]

Sin embargo, una cierta cantidad de críticos de izquierda recientemente  han objetado teóricamente a esta visión. Una de esas críticas sugiere que el punto de vista de la fractura metabólica cae en un “dualismo cartesiano”, en el que se conciben en forma dualista a la naturaleza y la sociedad como entidades distintas o independientes.[xxiii] Por consiguiente, se considera que dicho punto de vista viola los principios del análisis dialéctico. Una crítica relacionada con estas objeciones acusa de “no reflexivo”  al mismo concepto de una fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, pues niega “la reciprocidad dialéctica del medio ambiente biofísico.”[xxiv] Otros más han sugerido que la realidad de dicha fractura en sí genera también una “fractura epistémica” o una visión dualista del mundo, que termina contagiando a la teoría del valor de Marx, haciéndole minimizar a las relaciones ecológicas en sus análisis.[xxv]

Es importante subrayar aquí que la teoría de la fractura metabólica en Marx, tal como se la expone comúnmente, es una teoría de la crisis ecológica, de la fractura de lo que para él era la permanente dependencia de la sociedad humana respecto de sus condiciones de existencia orgánica. Esto representaba, en su opinión, una contradicción insuperable, asociada a la producción mercantil capitalista, cuyas plenas implicancias, sin embargo, sólo pueden comprenderse con una teoría más amplia, la del metabolismo entre la naturaleza y la sociedad.

Para explicar el vasto ámbito natural en el que había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente, Marx empleó el concepto del “metabolismo universal de la naturaleza”. La producción mediaba entre la existencia humana y este “metabolismo universal”. Al mismo tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en el interior de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo, que había precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que esto constituía “la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana.” La humanidad, a través de su producción,  “extrae” sus valores de uso naturales y materiales de este “metabolismo universal de la naturaleza”, al mismo tiempo “insuflando una [nueva] vida” a estas condiciones naturales “como elementos de una nueva formación [social]”, generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal.[xxvi] 

Esto, creemos, ofrece un esbozo básico para una comprensión materialista dialéctica de la relación entre naturaleza y sociedad, que notablemente concuerda en forma estrecha no sólo con la ciencia más desarrollada (incluyendo la termodinámica que estaba surgiendo) de la época de Marx, sino también con el conocimiento ecológico más avanzado de hoy en día.[xxvii] En esa concepción no hay nada que sea “dualista” o “no reflexivo”. Es verdad que en la dialéctica materialista de Marx, ni la sociedad (el sujeto/consciencia) ni la naturaleza (el objeto) están totalmente subsumidas entre sí, evitando de este modo las dificultades del idealismo absoluto y la ciencia mecanicista.[xxviii] Los seres humanos transforman la naturaleza a través de su producción, pero no lo hacen como les plazca, sino  bajo las condiciones heredadas del pasado (de la historia natural y social), y siguen dependiendo de la dinámica básica de la vida y la existencia material.

Sin dudas, la principal razón por la que un grupo de críticos de izquierda, luchando con esta  estructura conceptual, ha caracterizado a la teoría de la fractura metabólica como una forma del dualismo cartesiano se debe a que no logran percibir que desde un punto de vista materialista dialéctico es imposible analizar el mundo de una manera efectiva, si no es mediante el uso de la abstracción que aísla temporalmente, con el objetivo del análisis, a un “momento” (o mediación) en una totalidad.[xxix] Esto significa emplear concepciones que a primera vista, cuando están separadas de la dinámica general, pueden parecer unilaterales, mecánicas, dualistas, o reduccionistas. Al referirse, como lo hace Marx, a “la interacción metabólica entre la naturaleza y el hombre”, no debería suponerse jamás que “el hombre” (la humanidad) existe realmente en forma completamente independiente de “la naturaleza”, o fuera de ella; o incluso que hoy la naturaleza existe completamente independiente de (o no afectada por) la humanidad. El objeto de ese tipo de abstracción es simplemente abarcar a la mayor totalidad concreta a través del análisis de esas mediaciones específicas, de las que puede racionalmente decirse que la integran en un contexto histórico en desarrollo.[xxx] Para Marx, nuestro propio conocimiento de la naturaleza es también un producto de nuestro metabolismo humano-social, es decir, nuestra relación productiva con el mundo natural.

Lejos de representar un enfoque dualístico o no-reflexivo sobre el mundo, el análisis de Marx del “metabolismo de la naturaleza y la sociedad” era eminentemente dialéctico, para abarcar a la mayor totalidad concreta. Coincido con David Harvey cuando señaló, en su conferencia del Deutscher Prize 2011, que la “universalidad” asociada a la concepción de Marx de “la relación metabólica con la naturaleza” constituía una especie de conjunto de condiciones exterior o marginal a su concepción de la realidad en la que todos los “diferentes ‘momentos’” de su crítica de la economía política estaban potencialmente interrelacionados. Es verdad también, como dice Harvey, que Marx parece haber dejado de lado en su crítica del capital a estos grandes problemas, dejando para tratar más adelante las cuestiones de la economía mundial y el metabolismo universal de la naturaleza.[xxxi] Es más, la concepción ecológica más amplia de Marx, en ciertos aspectos quedó necesariamente plasmada en una forma indiferenciada y abstracta, sin poder alcanzar el nivel de la totalidad concreta. Esto se debió a que había una cantidad aparentemente interminable de textos científicos para explorar y analizar antes de que fuera posible discutir las mediaciones distintivas e históricas asociadas con la dialéctica co-evolutiva de la naturaleza y la sociedad.

Aún así, Marx no vaciló frente a la gran envergadura de esta tarea y lo encontramos al final de su vida tomando notas cuidadosamente sobre cómo los cambios en las isotermas (las líneas que unen zonas con la misma temperatura media anual de la tierra) asociadas con el cambio climático en eras geológicas anteriores condujeron a las grandes extinciones en la historia de la Tierra. Es este cambio en las isotermas que James Hansen, el eminente climatólogo estadounidense considera como la principal amenaza que hoy enfrentan la flora y la fauna, como resultado del calentamiento global, con las isotermas desplazándose hacia los polos más rápidamente que las especies.[xxxii] Otro ejemplo de esta profunda preocupación por las ciencias naturales es el interés de Marx en las conferencias de John Tyndall  en la Royal Institution sobre los experimentos que estaba llevando a cabo sobre la interrelación de la radiación solar y diversos gases en la determinación del clima de la Tierra. Era muy posible que Marx, que asistió a algunas de esas conferencias, haya estado presente cuando Tyndall presentó la primera explicación empírica del efecto invernadero que influía sobre el clima.[xxxiii] Semejante concentración en las condiciones naturales por parte de Marx evidencia que había tomado muy seriamente la cuestión del metabolismo universal de la naturaleza y de la más específica interacción socio-metabólica de la sociedad y la naturaleza en la producción. El futuro de la humanidad y la vida en general dependía, como claramente lo reconoció, de la sustentabilidad de estas relaciones en relación con “la cadena de las generaciones humanas.”[xxxiv]

La fractura en el metabolismo de la Tierra

Todo esto nos deja con la tercera objeción a la teoría de la citada fractura en Marx, la que considera anticuada a dicha teoría, sin ninguna utilidad directa para analizar nuestra actual ecología mundial, dado que hoy hay condiciones y análisis más desarrollados. De este modo, la crítica a la fractura metabólica es que “describir fracturas en trayectorias y procesos naturales, es una forma anticuada, a no ser que se la siga desarrollando para abordar ecosistemas y ciclos naturales dinámicos, y tener en cuenta el proceso de trabajo.[xxxv]

Esa síntesis dialéctica, sin embargo, fue un punto fuerte de la teoría de la fractura metabólica en Marx desde el principio, que estaba explícitamente basada en una comprensión del proceso de trabajo como el intercambio metabólico entre los seres humanos y la naturaleza, y apuntaba así a la importancia de la sociedad humana en relación a los ciclos bio-geo-químicos, y a los intercambios de materia y energía en general.[xxxvi] El concepto de ecosistema mismo tuvo su origen en este enfoque dialéctico-sistemático, en el que el amigo de Marx, E. Ray Lankester, el destacado biólogo darwiniano en Inglaterra en la generación posterior a Darwin y un admirador de El capital, iba a jugar un papel importante. Lankester introdujo primero la palabra “aecología” en inglés en 1873, en la traducción que supervisó de History of Creation, de Ernst Haeckel. Luego desarrollo un complejo análisis ecológico, comenzando en la década de 1880, bajo su propio concepto de “bionomics”, un término considerado como sinónimo de ecología. Fue un discípulo suyo, Arthur Tansley, quien, influenciado por los estudios bionómicos de su maestro (y por la temprana teoría de los sistemas del matemático marxista británico Hyman Levy), iba a presentar el concepto del ecosistema como una explicación materialista de las relaciones ecológicas en 1935.[xxxvii]

En el siglo XX el concepto de metabolismo se iba a convertir en la base de la ecología de sistemas, particularmente en la obra transcendental de Eugene y Howard Odum. Fue Howard Odum, como explica Frank Golley en su libro A History of the Ecosystem Concept in Ecology, quien “fundó un método de estudiar la dinámica de [eco] sistemas midiendo (…) la diferencia de insumo y producto, bajo condiciones de equilibrio estacionario,” para determinar “el metabolismo de todo el sistema.” Basado en la obra fundacional de los hermanos Odum, ahora se usa el metabolismo para referirse a todos los niveles biológicos, comenzando con la célula individual y terminando con el ecosistema (y más allá de eso el sistema terrestre). En sus posteriores intentos de incorporar a la sociedad humana en esta amplia teoría de sistemas ecológicos, Howard Odum iba a basarse en gran medida en la obra de Marx, particularmente en el desarrollo de una teoría de lo que llamó ecológicamente “intercambio desigual”, enraizado en el “capitalismo imperial”.[xxxviii]

Ciertamente, si volviéramos hoy al tema original en Marx del metabolismo humano-social y el problema del ciclo nutriente de la tierra, considerándolo desde el punto de vista de la ciencia ecológica, el argumento sería el siguiente. Los organismos vivientes, en sus interacciones normales entre sí y el mundo inorgánico, obtienen constantemente nutrientes y energía del consumo de otros organismos, o, para las plantas verdes, a través de la fotosíntesis y absorción de nutrientes de la tierra, que son transmitidos luego a otros organismos en una compleja “red alimentaria” en la que los nutrientes son reciclados hasta acercarse al sitio donde se originaron. En el proceso la energía extraída es consumida en el funcionamiento del organismo aunque finalmente queda una porción en la forma de materia orgánica difícil de descomponer. Las plantas están constantemente intercambiando productos con la tierra a través de sus raíces, tomando nutrientes y entregando compuestos ricos en energía, lo que produce una activa zona microbiológica cercana a las raíces. Los animales que comen plantas u otros animales, generalmente  usan solo una pequeña fracción de los nutrientes que comen y depositan el resto como heces y orina en las cercanías. Cuando mueren, los organismos del suelo usan sus nutrientes y la energía contenida en sus cuerpos. Las interacciones de los organismos vivos con la materia (mineral o viva o previamente viva) son tales que generalmente afectan solo levemente al ecosistema y los nutrientes se reciclan y se acercan adonde originalmente se habían obtenido. También en una escala temporal geológica, el deterioro de los nutrientes encerrados en minerales los hace disponibles para el uso de futuros organismos. De este modo, los ecosistemas naturales normalmente no se “degradan” debido al agotamiento de nutrientes o la pérdida de otros aspectos de ambientes saludables, como los suelos productivos.

A medida que las sociedades humanas se desarrollan, especialmente con el crecimiento y la difusión del capitalismo, las interacciones entre la naturaleza y los seres humanos son mucho mayores y más intensas que antes, afectando primero al ambiente local, luego al regional y finalmente al global. Puesto que los alimentos para humanos y para animales ahora se envían habitualmente a largas distancias, esto agota a la tierra, como Liebig y Marx afirmaban en el siglo XIX, necesitando periódicamente aplicaciones de fertilizantes comerciales en los cultivos. Al mismo tiempo esta separación física entre donde se cultiva la producción agrícola y donde los seres humanos o los animales la consumen, crea enormes problemas de eliminación para la acumulación de nutrientes en las alcantarillas urbanas y en el estiércol que se amontona alrededor de los lugares donde se  concentran las explotaciones agrícolas y ganaderas en forma intensa. Y la cuestión de las rupturas o interrupciones en el ciclo de nutrientes es sólo una de las muchas fracturas metabólicas que están ocurriendo ahora. Es el cambio en la naturaleza del metabolismo entre un animal en particular – los seres humanos – y el resto del ecosistema (incluyendo a otras especies), que está en el centro de los problemas ecológicos que enfrentamos.[xxxix]

A pesar del hecho de que nuestra comprensión de estos procesos ecológicos se ha desarrollado enormemente desde los días de Marx y Engels, es evidente que al identificar a la mencionada fractura, provocada por la sociedad capitalista, ellos captaron la esencia del problema ecológico contemporáneo. Como dijo Engels en un resumen del argumento de Marx en El capital, la agricultura capitalista industrializada se caracteriza por “el despojo de la tierra: el auge del modo capitalista de producción es la socavación de las fuentes de toda riqueza: la tierra y el trabajador.”[xl] Para Marx y Engels esto reflejaba la contradicción entre la ciudad y el campo, y la necesidad de evitar las peores distorsiones del metabolismo humano con la naturaleza asociadas con el desarrollo urbano. Como escribió Engels en The Housing Question:

La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la abolición de la oposición entre capitalistas y asalariados. Cada día se convierte más en una exigencia práctica de la producción industrial como de la producción agrícola. Nadie la ha exigido más enérgicamente que Liebig en sus obras sobre química agrícola, donde su primera reivindicación ha sido siempre que el hombre debe reintegrar a la tierra lo que de ella recibe, y donde demuestra que el único obstáculo es la existencia de las ciudades, sobre todo de las grandes urbes. Cuando vemos que aquí, en Londres solamente, se arroja cada día al mar, haciendo enormes dispendios, mayor cantidad de abonos naturales que los que produce el reino de Sajonia, y qué obras tan formidables se necesitan para impedir que estos abonos envenenen toda la ciudad, entonces la utopía de la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo adquiere una maravillosa base práctica.[xli]

Aunque los problemas del ciclo de los nutrientes y el tratamiento de los desperdicios, así como la relación entre el campo y la ciudad, han cambiado desde el siglo XIX, persiste el problema fundamental de la fractura en los ciclos naturales, generado por el metabolismo humano-social.

El abordaje de Marx y Engels al materialismo y la dialéctica puede por consiguiente ser considerado como intersectando en formas complejas con el desarrollo de la moderna crítica ecológica. El motivo por el que esta historia es tan desconocida puede remontarse a la tendencia del marxismo occidental a descartar todo lo escrito por quienes (aún siendo científicos prominentes) profundizaron en la dialéctica de la naturaleza – salvo quizás como recordatorios de diversos absurdos y capitulaciones (el más notable es el caso Lysenko en la Unión Soviética).[xlii] Aquí nos estamos refiriendo a figuras críticas tan importantes, en el contexto británico, como Levy, Christopher Caudwell, J. D. Bernal, J. B. S. Haldane, Joseph Needham, Lancelot Hogben, y Benjamin Farrington – junto a otros, no marxistas, materialistas y socialistas, como Lankester y Tansley.[xliii] Después veremos una crítica ecológica en desarrollo, que se basa en parte en Marx, emergiendo en la obra de pensadores tales como Howard Odum, Barry Commoner, Richard Levins, Richard Lewontin, y Steven Jay Gould.[xliv] Aunque los pensadores de la Escuela de Frankfurt han hecho notables observaciones sobre la “dominación de la naturaleza” por la “dialéctica de la ilustración”, así como también sobre los efectos ambientales negativos de la tecnología industrial moderna, no fue de allí, sino más bien de las tradiciones más firmemente materialistas y científicas, que surgieron las principales contribuciones socialistas al pensamiento ecológico.[xlv]

Hoy estamos avanzando inmensamente  en nuestra comprensión crítica de la fractura ecológica. El enfoque metabólico de Marx a la relación naturaleza-sociedad ha sido adoptado ampliamente en el seno del pensamiento ambientalista, aunque pocas veces se incorpora la crítica dialéctica completa de la relación del capital que representaba su propia obra. En las últimas dos décadas se ha desarrollado una tradición investigadora interdisciplinaria sobre el “metabolismo industrial”, centrada en los flujos materiales asociados con las áreas urbanas. Como lo señaló a fines de la década de 1990 Marina Fischer-Kowalski, fundadora del Instituto de Ecología Social en Viena y prestigiosa representante hoy de los análisis de flujos materiales, el metabolismo se ha convertido en “una estrella conceptual en ascenso” en el pensamiento socio-ecológico. “Dentro de los fundamentos de la teoría social del siglo XIX” agregó, “fueron Marx y Engels quienes aplicaron el término ‘metabolismo’ a la sociedad.”[xlvi]

En las ciencias sociales cada vez se comprende más a la crisis ecológica global, en materia de la industrialización, como la relación humana-metabólica con la naturaleza, a expensas de los ecosistemas del mundo, que socava las propias bases de la sociedad. Los economistas ecológicos críticos han utilizado el concepto marxiano del “metabolismo social (también se lo denomina en ocasiones “metabolismo socio-ecológico”) para seguir toda la historia de los entrecruzamientos humanos-naturales, junto a las condiciones de inestabilidad ecológica en la actualidad. Esto ha llevado a analizar los modos de producción como “regímenes socio-metabólicos” sucesivos, así como también a exigir una “transición socio-metabólica.”[xlvii] Mientras tanto, una relación más directa con la teoría marxiana de la fractura metabólica con la crítica de la sociedad capitalista ha permitido a otros investigadores en sociología ambiental a explorar en formas incisivas, histórico-empíricas a toda una gama de problemas ecológicos, extendiéndose a cuestiones de intercambio ecológico desigual o del imperialismo ecológico.[xlviii]

Por supuesto, gran parte de estas obras tiene sus raíces en el reconocimiento de que el mundo está atravesando “límites planetarios” cruciales definidos a partir de las condiciones de la época del holoceno que impulsaron a la civilización humana. Este enfoque crítico fue utilizado por primera vez por Johan Röckstrom, del  Instituto de Resiliencia de Estocolmo, y también por prestigiosos científicos climáticos, como Hansen. Aquí la principal preocupación es lo que podría llamarse la “Gran Fractura” en la relación humana con la naturaleza, debido a que se han atravesado los límites del sistema terrestre, asociados con el cambio climático, la acidificación de los océanos, el agotamiento del ozono, la pérdida de la diversidad biológica (y la extinción de especies), la ruptura de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la pérdida de la capa superior de la tierra, pérdida de fuentes de agua dulce, la utilización de aerosoles, y la contaminación química.[xlix]

En el “Día de la Tierra 2003”, la NASA publicó sus primeras mediciones y mapas satelitales del “metabolismo de la tierra”, enfocados en la amplitud con que la vida vegetal sobre la Tierra estaba fijando al carbono a través de la fotosíntesis. Estos datos también están siendo usados para monitorear el crecimiento de los desiertos, los efectos de las sequías, la vulnerabilidad de los bosques, y otras novedades del cambio climático.[l] Por supuesto, la cuestión del metabolismo de la tierra está directamente relacionada con la interacción humana con el medio ambiente. La humanidad ahora consume una porción sustancial de la producción primaria terrestre global neta a través de la fotosíntesis y esa porción está creciendo a niveles insustentables. Mientras tanto, la interrupción del “metabolismo del carbono” mediante la producción humana está afectando radicalmente al metabolismo de la tierra de una manera que, si no se cambia, tendrá efectos catastróficos sobre la vida en el planeta, incluyendo a la propia especie humana.[li]  Así describe James Hansen las consecuencias potenciales de la Gran Fractura en el metabolismo del carbono en particular:
El panorama que surgirá para la Tierra en algún momento en el futuro distante, si desenterráramos y quemaron cada combustible fósil es de este modo consistente con… una Antártida libre de hielos y un planeta desolado sin habitantes humanos. Aunque las temperaturas en el Himalaya se hayan vuelto seductoras, es dudoso que los muchos permitirían a los pocos ricos apropiarse de este territorio para ellos o que los humanos sobrevivirían al exterminio de la mayoría de las otras especies en el planeta (…) No es una exageración sugerir, basados en la evidencia científica disponible, que el resultado de quemar todos los combustibles fósiles  sería que el planeta no solo sería libre de hielos, sino también libre de seres humanos.[lii]
Marx y la revolución socio-ecológica

Es precisamente aquí, cuando confrontamos la enormidad de la Gran Fractura en el metabolismo de la tierra, que el enfoque de Marx en el metabolismo de la naturaleza y de la sociedad se vuelve más indispensable. Su análisis destacaba la ruptura por la producción capitalista de la “condición natural eterna”, “esquilmando” a la tierra misma.[liii] Pero su análisis era único, en cuanto que apuntaba más allá de las fuerzas de la acumulación y la tecnología (es decir, el proceso de la producción), a la estructura cualitativa, del valor de uso de la economía mercantil: la cuestión de las necesidades humanas y su satisfacción. El valor de uso natural-material del propio trabajo humano, en la teoría de Marx, residía en su verdadera productividad en relación  con la satisfacción genuina de las necesidades humanas. En el capitalismo, afirmaba, este potencial creativo estaba tan distorsionado que la fuerza de trabajo era vista como “útil” (desde una perspectiva capitalista del valor de cambio) solo en la medida en que generaba plusvalor para el capitalista.[liv]

Sin dudas, Marx no pudo estudiar hasta el final todas las consecuencias de esta distorsión del valor de uso (y de la propia utilidad del trabajo). Aunque planteó la cuestión de la estructura cualitativa del valor de uso de la economía mercantil, en su crítica de la economía política tuvo que dejarla en su mayor parte sin examinar.[lv] En el contexto del capitalismo de mediados del siglo XIX se suponía generalmente que esos valores de uso que se producían – por fuera de la esfera relativamente insignificante de la producción de artículos de lujo – se adaptaban a las necesidades humanas genuinas. Bajo el capital monopolista, que comenzó en el último cuarto del siglo XIX,  y con el surgimiento más reciente de la fase del capital financiero monopolista globalizado, todo esto cambió. El sistema exige crecientemente, simplemente para mantenerse bajo condiciones de sobreacumulación crónica, la producción de valores de uso negativos y la no satisfacción de las necesidades humanas.[lvi] Esto implica la alienación absoluta del proceso de trabajo, es decir, de la relación metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, convirtiéndola predominantemente en una forma de despilfarro.

El primero en reconocer este problema de una manera destacada fue William Morris, que hacía hincapié en el crecimiento del capital monopolista y el despilfarro asociado con la producción masiva de mercancías inútiles y “el esfuerzo inútil” que esto implicaba.[lvii] Morris, había estudiado atentamente El capital – y especialmente el análisis del proceso de trabajo y la ley general de la acumulación – subrayaba más que ningún otro pensador la relación directa entre la producción socialmente despilfarrada y el trabajo socialmente despilfarrado, extrayendo las consecuencias de esto en lo que respecta a la vida y la creatividad humanas y el medio ambiente en sí. En su conferencia de 1894, “improvisada”, Morris afirmó:
 El otro día oí que Mr. Balfour estaba diciendo que el socialismo era imposible porque bajo el mismo deberíamos producir mucho menos que lo que hacemos ahora. Ahora digo que podríamos producir la mitad o un cuarto de lo que hacemos ahora, y sin embargo ser mucho más ricos, y en consecuencia, mucho más felices, que lo que somos ahora; y que al convertir el trabajo que hacíamos, en la producción de cosas útiles, cosas que todos necesitamos, y que (…) rehusarnos a trabajar en la producción de cosas inútiles, cosas que nadie de nosotros, ni siquiera los tontos quieren (…)
Mis amigos, se emplea a muchísimas personas para producir puras molestias, como alambres de púa, cañones de 100 toneladas, carteles publicitarios para deformar los verdes campos a lo largo de las vías ferroviarias, etcétera. Pero aparte de estas molestias, ¿a cuántos más se  emplea para hacer mercancías para los ricos, que no tienen utilidad alguna, salvo para que esos ricos “gasten su dinero”, como se le dice? y nuevamente, ¿a cuántos más se emplea para producir sucedáneos miserables para las clases trabajadoras, porque éstas no pueden pagar nada mejor?[lviii]

Otros, incluyendo a Thorstein Veblen a comienzos del siglo XX, y a Paul Baran y Paul Sweezy en la década de 1960, desarrollarían más aún la crítica económica del despilfarro y la distorsión de valores de uso en la economía capitalista, señalando al “efecto de interpenetración”, por el cual el empeño por vender penetraba en la propia producción, destruyendo todo reclamo de racionalidad que existía en la última.[lix] Sin embargo, Morris siguió sin ser superado en su énfasis sobre las consecuencias del proceso de intercambio de mercancías capitalista sobre la naturaleza cualitativa del propio proceso de trabajo, convirtiendo lo que ya era una fuerza de trabajo explotada en una fuerza que también era utilizada en un esfuerzo inútil, no creativo, vacío, que ya no servía para satisfacer necesidades sociales, sino para dilapidar recursos y vidas.

Es aquí donde la teoría marxiana, y en particular la crítica del capital monopolista, propone una salida de la infinita destructividad creativa del capitalismo. Es a través de la politización de la estructura del valor de uso de la economía, y su relación con el proceso de trabajo y con toda la estructura cualitativa de la economía, que el abordaje dialéctico de Marx en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad asume una forma potente. Los gastos de los Estados Unidos en áreas como la militar, la promoción comercial, la seguridad pública y privada, las autopistas, y los artículos de lujo personales suman miles de billones de dólares por año, mientras gran parte de la humanidad carece de los productos básicos indispensables y de una vida decente, y se  está siendo degradando sistemáticamente a la biosfera.[lx] Esto plantea inevitablemente las cuestiones de las necesidades comunales y los costos ambientales, y sobre todo la necesidad de la planificación, si queremos crear una sociedad de igualdad sustantiva, sustentabilidad ecológica, y libertad en general.

Por supuesto, no podemos concebir ninguna transformación de la estructura global de producción de valores de uso, sin la auto-movilización de la humanidad en un proceso revolucionario conjunto, uniendo nuestras múltiples luchas. Las contradicciones ecológicas y económicas combinadas del capital en nuestra época, más todo el legado imperialista, nos dicen que la batalla por esa transición surgirá primero en el Sur global, de lo cual ya hoy tenemos indicios.[lxi] Sin embargo, las condiciones subyacentes son tales que la reconstitución revolucionaria de la sociedad debe ser verdaderamente universal en su alcance y en sus aspiraciones, abarcando al mundo entero y a todos sus pueblos, si la humanidad quiere apartar al mundo del borde de la catástrofe provocada por la implacable destructividad creativa del capitalismo. Finalmente, es una cuestión del metabolismo humano con la naturaleza, que también es una cuestión de la producción humana, y de la propia libertad humana.

Nota del autor

Este artículo es una versión ampliada y levemente alterada de una ponencia bajo el mismo título, presentada en la Conferencia de Marxismo 2013 en Estocolmo, el 20/10/2013. Ese discurso partía de ideas introducidas en la Conferencia del autor, presentada en el Rosa Luxemburg Stiftung, Berlín, el 28/05/2013.

Nota de la redacción de Herramienta

El artículo ha sido publicado en Monthly Review, Vol. 65, Nro. 7, diciembre de 2013, y agradecemos al autor, actual director de Monthly Review, por haberlo cedido gentilmente para su traducción y publicación en Herramienta.

Notas

[i] Jason W. Moore, “Transcending the Metabolic Rift”. En: Journal of Peasant Studies 38, N° 1 (enero 2011): 1-2, 8, 11; Mindi Schneider y Philip M. McMichael, “Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift”. En: Journal of Peasant Studies 37, N° 3 (julio 2010): 478-482; Alexander M. Stoner, “Sociobiophysicality and the Necessity of Critical Theory”. En: Critical Sociology, versión online (19/03/2013): pp. 6-7.  
[ii] Schneider y McMichael, ob. cit., 481-482. Ver también Maarten de Kadt y Salvatore Engel-Di Mauro, “Failed Promise”. En: Capitalism, Nature, Socialism 12, N° 2 (2001): 50-56.
[iii] Georg Lukács, Historia y consciencia de clase. Trad. de Manuel sacristán. México: Grijalbo. 1969, p. 5.
[iv] Al término “marxismo occidental” lo introdujo primero Maurice Merleau-Ponty en Las aventuras de la dialéctica (Buenos Aires: Leviatán, 1957), quien consideraba que derivaba de la obra de Lukács (Historia y consciencia de clase), Karl Korsch, la Escuela de Frankfurt, y Antonio Gramsci, y se extendió a la mayoría de los filósofos marxistas occidentales. Se inspiraba principalmente en el rechazo de lo que se consideraban influencias positivistas en el marxismo, y en particular el concepto de la dialéctica de la naturaleza. Ver Russell, Jacoby, “Marxismo Occidental”. En: Tom Bottomore (ed.), A Dictionary of Marxist Thought. Oxford: Blackwell. 1983, pp. 523-26.
[v] Para una importante defensa de Engels a este respecto, ver Stanley, John, Mainlining Marx (New Brunswick, NJ: Transaction Publishers), pp. 1-61. En la dedicatoria de su libro más importante, The Dialectical Biologist, Levins y Lewontin escribieron: “A Frederick Engels, quien generalmente se equivocaba,  pero tuvo razón donde de verdad importaba.” Richard Levins y Richard Lewontin, The Dialectical Biologist, (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1985).
[vi] Colletti, L., Marxism and Hegel. Londres: Verso, 1973, pp. 191-93; Jacoby, “Western Marxism”, p. 524. Ver también Merleau-Ponty, Aventuras de la dialéctica, 37; Jean-Paul Sartre, Critique of Dialectical Reason, Vol. 1. London: Verso, 2004, p. 32; Herbert Marcuse, Razón y revolución. Madrid: Alianza, 1972, p. 314; Alfred Schmidt, The Concept of Nature in Marx. Londres: New Left Books, 1971, pp. 59-61; Steven Vogel, Against Nature. Albany: State University of New York Press, 1996, pp. 14-19.
[vii] Gramsci sostuvo explícitamente que un rechazo completo de la dialéctica de la naturaleza conduciría al “idealismo” o “dualismo” y a la destrucción de una perspectiva materialista, expresándolo en una discusión sobre Historia y consciencia de clase de Lukács. Antonio Gramsci, Selections from the Prison Notebooks. Londres: Merlin Press. 1971, p. 448. Para una aguda crítica del marxismo filosófico occidental por su alejamiento del materialismo y de toda otra consideración de las condiciones naturales, ver Sebastián Timpanaro, On Materialism. Londres: Verso. 1975.  
[viii] Lukács, Historia y consciencia de clase, ob. cit. p. 231.
[ix] Ibíd., p. XVIII-XIX.
[x] Lukács, Conversations with Lukács. Cambridge, MA: MIT Press. 1974, p. 43. En el mismo párrafo, Lukács agregó la siguiente aclaración sobre el aspecto social: “Puesto que el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza también es un proceso social, siempre es posible para los conceptos obtenidos de él, reaccionar sobre la lucha de clases en la historia”.
[xi] Schmidt, The Concept of Nature in Marx, ob. cit., pp. 78-79.
[xii] Georg Lukács, A Defence of “History and Class Consciousness”: Tailism and the Dialectic. Londres: Verso. 2003, pp. 96, 106, 113-14, 130-31. El Lukács tardío reconoció, como Marx, que el materialismo más contemplativo, asociado con Epicuro, Bacon, Feuerbach, y la ciencia moderna pudieron generar descubrimientos genuinos  en la ciencia a través de procesos de percepción sensorial y abstracción racional, particularmente cuando eran acompañados (como había subrayado Engels) por la experimentación. Sin embargo, en última instancia, todo esto estaba relacionado con el desarrollo de las relaciones de producción, que transformaron constantemente la interacción metabólica humana con la naturaleza así como también las relaciones sociales. Ver Lukács, Historia y consciencia de clase, op. cit., p. xix-xx, y A Defence of “History and Class Consciousness”, pp. 130-32; John Bellamy Foster, Brett Clark, y Richard York, The Ecological Rift. Nueva York: Monthly Review Press. 2010, pp. 229-31. Nota: mi interpretación de conjunto de la dialéctica de Lukács ha cambiado un poco desde que se escribió el ensayo citado.
[xiii] István Mészáros, Marx’s Theory of Alienation. Londres: Merlin Press. 1970, pp. 99-119, 162-65, 195-200, y Más allá del capital. Caracas: Vadell Hnos. 1999, pp. 194-103, 1012-1037. Mészáros usaba la “I” para indicar “industria” en lugar que “producción” en La teoría de la alienación de Marx, cuando describe a la estructura conceptual de Marx, para evitar confundirla con “P” por propiedad. Pero “industria” obviamente significa “producción”.
[xiv] Marx, Karl, El capital, 3 vv. Trad. de W. Roces. México: Siglo XXI. 1983, p. 1034.
[xv] Ver John Bellamy Foster, Marx’s Ecology. New York: Monthly Review Press. 2000, pp. 149-54.
[xvi] Liebig, citado en K. William Kapp, The Social Costs of Private Enterprise. New York: Shocken Books. 1971, p. 35.
[xvii] Marx, K.; Engels, F., Collected Works, vol. 42. Nueva York: International Publishers. 1975, p. 227.
[xviii] Foster, Marx’s Ecology. Op. cit., pp. 155-62.
[xix] Marx, K., El capital. vol. 1. México: Siglo XXI. 1983, pp. 611-13.
[xx] Marx, K., El capital. op. cit.  p. 879; Brett Clark and John Bellamy Foster, “Guano, the Global Metabolic Rift and the Fertilizer Trade”. En: Alf Homborg, Brett Clark, and Kenneth Hermele (eds.), Ecology and Power. Londres: Routledge. 2012, pp. 68-82.
[xxi] Marx, K., El capital, vol. 3, p. 1044.
[xxii] Ver Ryan Wishart, “The Metabolic Rift: A Selected Bibliography”, 16 de octubre de 2013, http://monthlyreview.ort/commentary/metabolic-rift; Foster, Clark, and York, the Ecological Rift; Paul Burkett, Marxism and Ecological Economics. Boston: Brill. 2006.
[xxiii] Moore, “Transcending the Metabolic Rift”, 1-2, 8, 11.
[xxiv] Stoner, “Sociobiophysicality and the Necessity of Critical Theory”, 7. Debemos señalar que Stoner dirige sus críticas sobre la fractura metabólica por su “no-reflexividad”, al autor de este artículo, en lugar de criticar directamente a Marx. Y se basa  en este argumento: “Debemos ser cuidadosos al atribuir la teoría de la fractura metabólica a Marx, pues él no uso esta terminología, y no pretendía desarrollar una teoría basada en dicha terminología.” Sin embargo, Stoner no da ninguna explicación (salvo una capciosa referencia a Adorno) sobre por qué piensa que realmente no existen, o que le han sido atribuidas falsamente, todas las afirmaciones de Marx sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad y la fractura en el metabolismo socio-ecológico (desde los Grundrisse en 1857-1858 hasta las Notas sobre Adolph Wagner en 1879-1880).
[xxv] Schneider and McMichael, “Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift,” op. cit., pp. 478-82. Estos autores argumentan que la fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad genera  una “fractura epistémica” en la que se separan en el pensamiento a la naturaleza y la sociedad, creando diversos dualismos que se alejan de una perspectiva dialéctica. Curiosamente, convierten este análisis en una crítica parcial de la misma teoría de Marx. En su análisis del valor, sugieren, Marx continuamente “se arriesga a representar unilateralmente la relación entre sociedad y naturaleza”, cayendo a veces él mismo  presa de ese dualismo metodológico, pues “la abstracción del valor y de la naturaleza resta importancia a las relaciones ecológicas en la teoría del capital”. Los autores no reconocen aquí que Marx al tratar las relaciones de valor estaba realizando la crítica de la estructura del valor del capital en sí. En su concepción, el capital no basa sus abstracciones del valor en relaciones ecológicas, y esto es inherente en su carácter de un modo de producción alienado. Marx lo explica distinguiendo claramente  al valor, bajo el capitalismo, de la riqueza, pues esta última, en contraposición al primero,tenía su fuente en el trabajo y la tierra. Ver Marx, K., Crítica del programa de Gotha. Buenos Aires: Anteo. 1973, p. 22.
[xxvi] Marx, K.; Engels, F., Collected Works, vol. 30, pp. 54-66.
[xxvii] Por supuesto, se necesita integrar ese análisis con la crítica basada en la teoría del valor de Marx. Esto lo ha logrado, entendemos, Paul Burkett, en su libro Marx and Nature (Nueva York: St. Martin’s Press, 1999).
[xxviii] La sociedad, dado que es producida materialmente, también es objetiva –una manifestación histórica del metabolismo entre la naturaleza y la humanidad. Ver Lukács, A defence of “History and Class Consciousness”. Op. cit. pp. 100-1, 115.
[xxix] Sobre el rol del “aislamiento” como la clave para la abstracción en un enfoque dialéctico de la ciencia y el conocimiento, ver Hyman Levy, The Universe of Science. Nueva York: Century Company. 1933, pp. 31-81, y A Philosophy for a Modern Man. Nueva York: Alfred A. Knopf. 1938, pp. 30-36; Bertell Ollman, Dialectical Investigations. Nueva York: Routledge. 1993, pp.  24-27; Paul Paolucci, Marx’s Scientific Dialectics. Chicago: Haymarket Books. 2007, pp. 118-23, 136-42; y Richard Lewontin y Richard Levins, Biology Under the Influence. Nueva York: Monthly Review Press. 2007, pp. 149-66.
[xxx] Ver István Mészáros, Lukács’ Concept of Dialectic. Londres: Merlin Press. 1972, pp. 61-91.
[xxxi] David Harvey, “History versus Theory: A Commentary on Marx’s Method in Capital”. En:  Historical Materialism 20, Nro. 2 (2012): pp. 12-14, 36.
[xxxii]Marx, K.; Engels, F., MEGA IV, 26. Berlín: Akademie Verlag. 2011, pp. 214-19. Ver también Joseph Beete Jukes, The Student’s Manual of Geology. Edinburgo: Adam and Charles Black. 1872, pp. 476-512; James Hansen, Storms of My Grandchildren. New York: Bloomsbury. 2009, pp. 146-47.
[xxxiii] Michael Hulme, “On the Origin of ‘The Greenhouse Effect’: John Tyndall’s 1859 Interrogation of Nature”, Weather 64, Nro. 5 (mayo 2009), pp. 121-23; Daniel Yergin, The Quest. Nueva York: Penguin. 2011, pp. 425-28; Friedrich Lessner, “Before 1848 and After”. En: Institute for Marxism-Leninism (ed.), Reminiscences of Marx and Engels. Moscú: Foreign Languages Publishing House, n. d.), p. 161; Y. M. Uranovsky, “Marxism and Natural Science”. En: Nicolai Bujarin et al, Marxism and Modern Thought. Nueva York: Harcourt, Brace and Co. 1935, p. 140; Spencer R. Weart, The Discovery of Global Warming. Cambridge, MA: Harvard University Press. 2003, pp. 3-4; W. O. Henderson, The Life of Friedrich Engels, Tomo I. Londres: Frank Cass. 1976, p. 262.
[xxxiv] Es interesante señalar al respecto que el amigo de Marx, Lankester, iría a emerger como el crítico del siglo XX más virulento de la catastrófica destrucción humana de las especies,  por todo el mundo, particularmente en su ensayo “The Effacement of Nature by Man”. Ver E. Ray Lankester, Science From an Easy Chair (Nueva York: Henry Holt, 1913), 373-79.
[xxxv] Schneider and McMichael, “Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift”, 481-82. Otros han sido aún más críticos, afirmando que el análisis de Marx no puede ser considerado ecológico, porque él no usó la palabra “ecología” (acuñada por Haeckel en 1866 pero no era usada en general durante la vida de Marx y de Engels; de acuerdo al Oxford English Dictionary, la primera referencia al término en inglés, aparte de las traducciones de la obra de Haeckel, fue en 1893), y debido a que él (Marx) no pudo haber conocido “el desarrollo de las ciencias químicas, que produjeron PCB, CFC, y DDT.” De Kadt and Engel Di-Mauro, “Failed Promise”, 52-54.
[xxxvi] Las nociones del sistema tierra sobre los ciclos bio-geo-químicos y de la biosfera tuvieron sus orígenes en la obra de los científicos soviéticos V. I. Vernadsky en la década de 1920 y reflejaron el extraordinario desarrollo de la ecología dialéctica en la URSS en el período previo a las purgas, dirigidas contra los ecologistas, en particular en la década de 1930. Ver Foster, Marx’s Ecology, 240-44.
[xxxvii] Ver “Aecology”. En: Oxford English Dictionary, T. 2. Oxford: Oxford University Press. 1971, 1975; “Ecology”. En: Oxford English Dictionary Online; Ernst Haeckel, The History of Creation, T. 2, traducido, supervisado y revisado por E. Ray Lankester. Nueva York: D. Appleton and Co., 1880, pp. 287-387; Arthur G. Tansley, “The Use and Abuse of Vegetational Concepts Terms” En: Ecology 16 (1935), pp. 284-307; Foster, Clark and York, The Ecological Rift, pp. 324-34; Peter Ayres, Shaping Ecology: The Life of Arthur Tansley. Oxford:  John Wiley and Sons. 2012, pp. 42-44.
[xxxviii] Eugene P. Odum, “The Strategy of Ecosystem Development”. En: Science 164 (1969): pp. 262-70; Frank Benjamin Golley, A History of the Ecosystem Concept in Ecology. New Haven: Yale University Press. 1993, p. 70; Howard T. Odum and David Scienceman, “An Energy Systems View of Marx’s concepts of Production and Labor Value” En: Emergy Synthesis 3: Theory and Applications of the Emergy Methodology, Proceedings from the Third Biennial Emergy Conference. Gainesville: Florida, enero 2004. Gainesville, FL: Center for environmental Policy. 2005, pp. 17-43; Howard T. Odum, Environment, Power, and Society. Nueva York: Columbia University. 2007, pp. 303, 276; John Bellamy Foster and Hannah Holleman, “A Theory of Unequal Ecological Exchange: A Marx-Odum Dialectic”, de próxima aparición, Journal of Peasant Studies (2004).
[xxxix] Debemos esta descripción del punto de vista de la moderna ciencia de la tierra y los efectos del cambio del metabolismo humano sobre el ciclo de los nutrientes a Fred Magdoff. Ver Fred Magdoff y Harold Van Es, Better Soils for Better Crops. Waldford, MD: Sustainable Agricultural Research and Education Program, 2009.
[xl] Engels, F., On Marx’s Capital. Moscú: Progress Publishers. 1956, p. 95.
[xli] Engels, F., The Housing Question (Moscú: Progress Publishers. 1975, p. 92.
[xlii] Para una razonada explicación  de la controversia Lysenko, ver Levins y Lewontin, The Dialectical Biologist, pp. 163-96.
[xliii] Ver John Bellamy Foster, “Marx’s Ecology and its Historical Significance”. En: Michael R. Redclift and Graham Woodgate (eds.), International Handbook of Environmental Sociology, 2nda. ed. Northamption, MA: Edward Elgar. 2010, pp. 106-20.
[xliv] Ver Barry Commoner, The Poverty of Power. Nueva York: Bantam. 1976, pp. 236-44; Levins and Lewontin, The Dialectical Biologist, y Biology Under the Influence;  Richard York and Brett Clark, The Science and Humanism of Stephen Jay Gould. Nueva York: Monthly Review Press. 2011.
[xlv] Cabe señalar que en su artículo de 1932, “The Method and Function of an Analytic Social Psychology”,  que jugó un papel formativo tan crucial en el desarrollo de la Escuela de Frankfurt, Fromm hizo hincapié en la necesidad de tratar con la dialéctica naturaleza-sociedad y apuntaba a la importancia del libro de Nicolai Bujarin, El materialismo histórico, diciendo que el mismo “subraya con claridad al factor natural”. Fromm sólo pudo haberse referido a la utilización por Bujarin en este libro del concepto del metabolismo en Marx. (Fromm, E., The Crisis of Psychoanalysis. Greenwich, CT: Fawcett Publications. 1970, pp. 153-54). Sin embargo, la Escuela de Frankfurt no siguió este camino, que habría exigido una reconsideración radical del todo, una cuestión difícil de la dialéctica de la naturaleza. En consecuencia, pensadores como Fromm, Horkheimer, Adorno, y Marcuse iban posteriormente a hacer diversas observaciones amplias, críticas y filosóficas sobre la dominación de la naturaleza, que demasiado a menudo carecían de puntos de referencias substantivos y materialistas con respecto al análisis del ecosistema, la ciencia ecológica, y las mismas crisis ecológicas. Aunque el aparato crítico que podían emplear les permitía percibir el conflicto general entre la sociedad capitalista y el medio ambiente, la separación que había sucedido entre el marxismo occidental y la ciencia natural impidió un desarrollo ulterior en un terreno que exigía un  naturalismo/realismo crítico o dialéctico y el reconocimiento de la propia dinámica de la naturaleza. Sobre este problema general, ver Roy Bhaskhar, The Possibility of Naturalism. Atlantic Highlands, NJ: Humanities Press, pp. 1979.Sobre el limitado reconocimiento por Adorno de la importancia del concepto del metabolismo social en Marx ver Deborah Cook, Adorno on Nature. Durham, UK: Acumen. 2011, pp. 24-26, 103-4.
[xlvi] Marina Fischer-Kowalski, “Society’s Metabolism”. En: Michael Redclift and Graham Woodgate, (eds.), International Handbook of Environmental Sociology. Northampton, MA: Edward Elgar. 1997, pp. 122.
[xlvii] Helmut Haberl, Marina Fischer-Kowalski, Fridolin Krausmann, Joan Martinez-Alier, and Verena Winiwarter, “A Socio-Metabolic Transition Towards Sustainability?: Challenges for Another Great Transformation”. En: Sustainable Development 19 (2011), pp. 1-14. Los autores de este artículo evitan atribuir el origen del concepto de “metabolismo social” a Marx, y prefieren citar a R. U. Ayres y U. E. Simonis como el primer ejemplo del uso del concepto debido a que estos dos autores utilizaron de la categoría de “metabolismo industrial” en un libro editado en 1994. No obstante, Fischer-Kowalski y Martínez-Alier habían dicho claramente en sus anteriores textos que el concepto del “metabolismo social” tuvo su origen en Marx. Esta omisión puede deberse a que en este artículo se trata de no cuestionar también al capitalismo, y simplemente remontar el problema ecológico contemporáneo a la “sociedad industrial”, contradiciendo así en ese aspecto a obras anteriores, escritas al menos por algunos de estos mismos autores.
[xlviii] Wishart, “Metabolic Rift: A Selected Bibliography”. Op.cit.
[xlix] Johan Rockström, et al., “A Safe Operating Space for Humanity”. En: Nature 461 (24 de septiembre de 2009): 472-75; Foster, Clark, ands York, The Ecological Rift, op. cit., pp. 13-18.
[l] “NASA Satellite Measures Earth´s Carbon Metabolism,” 22 de abril, 2003, NASA Earth Observatory, http://earthobservatory.nasa.gov.
[li] J. G. Canadell, et al., “Carbon Metabolism of the Terrestrial Biosphere”. En: Ecosystems (2000) 3, pp. 115-30.
[lii] James Hansen, “An Old Story But Useful Lessons,” 26 de septiembre de 2013, http://columbia .edu/-jeh1/.
[liii] Marx, K., El capital, vol. 1, pp. 638.
[liv] “El verdadero trabajo”, escribió Marx, “es actividad determinada, dirigida a la creación de un valor de uso, a la apropiación de material natural de una manera que corresponde a necesidades particulares.” Marx and Engels, Collected Works, vol. 30, pp. 55. Obviamente, cuanto más alienado es el proceso de trabajo y de este modo enajenado de esas condiciones naturales y sociales esenciales, más toma una forma artificial, e irreal.
[lv] Esto no significa decir que Marx ignoraba completamente el problema de los valores de uso específicamente capitalistas y el trabajo despilfarrado asociado con los mismos. Sobre esto ver John Bellamy Foster, “James Hansen and the Climate Change Exit Strategy”. En: Monthly Review 64, no. 9 (febrero 2013), p. 14.
[lvi] Sobre el papel de los valores de uso específicamente capitalistas en la fase que atraviesa hoy el capital monopolista financiero, ver John Bellamy Foster, “The Epochal Crisis”. En: Monthly Review 65, no. 5 (octubre 2013), pp. 1-12.
[lvii] Ver William Morris, William Morris: Artist, Writer, Socialist, vol. 2. Cambridge: Cambridge University Press. 1936, pp. 469-82, y Collected Works, vol. 23. Nueva York: Longham Green. 1915, pp. 98-120, 238-54. La posición de Morris aquí estaba estrechamente relacionada con el tono ecológico general de su socialismo, evidente en su novela utópica de 1890, News From Nowhere. Ver también Harry Magdoff, “The Meaning of Work,” Monthly Review 34, No. 5 (octubre 1982), pp. 1-15.  
[lviii] Morris, William Morris: Artist, Writer, Socialist. Op. cit., p.479.
[lix] Thorstein Veblen, Absentee Ownership and Business Enterprise in Recent Times. Nueva York: Augustus M. Kelley. 1923; Paul A. Baran and Paul M. Sweezy, El capital monopolista. Buenos Aires: Siglo XXI. 1969, y  “The Last Letters”, Monthly Review 64, No. 3 (Julio-Agosto 2012), pp. 68, 73.
[lx] John Bellamy Foster, Hannah Holleman, and Robert W. McChesney, “The U. S. Imperial Triangle and Military Spending”. En: Monthly Review 60, no. 5 (octubre 2008), p.  10; “U. S. Marketing Spending Exceeded $ 1 Trillion in 2005”. En: Metrics 2.0, 26 de enero de 2006, http://metrics2.com; U. S. Bureau of Economic Analysis, national Income and Product Accounts, “Government Consumption Expenditures and Investment by Function”, Table 3.15.5, http://bea.gov; “U. S. Remains World’s Largest Luxury Goods Market in 2012”, Modern Wearing, 22 de octubre de 2012, http://modernwearing.com; “Groundbreaking Study Finds U. S. Security Industry to be $ 350 Billion Industry”, ASIS Online, 12 de Agosto de 2013, http://asisonline.org.
[lxi] Sobre esto, ver Foster, “James Hansen and the Climate-Change Exit Strategy”. Op. cit., pp. 16-18, y “The Epochal Crisis”. Op. cit., pp. 9-10.

Traducción de Francisco T. Sobrino.