domingo, 8 de febrero de 2015

Perecerás por tus virtudes (2)

Durante siglos creímos que los recursos del planeta eran inagotables. Anduvimos por milenios al ritmo de los pasos, del caballo y del viento.
Por: William Ospina
Nos ayudaban a avanzar, aquí la invención de la rueda, allí la invención de las velas, pero la energía que gastábamos era sobre todo la de nuestros brazos, del fuego elemental.
La llegada hace dos siglos de la Revolución Industrial desencadenó no sólo la explotación de grandes reservas de energía guardadas por millones de años, sino el desarrollo de recursos que potenciaron nuestra velocidad, nuestra capacidad de conocer, nuestro poder de transformar el mundo.
Todos esos inventos nos dieron un alto aprecio de nuestro saber y de nuestros méritos. ¿Cómo no sentirnos orgullosos de los vehículos en que nos desplazamos, de los aparatos con que nos comunicamos, de la cisterna de saber universal a la que acceden con un clic nuestros dedos, de la capacidad de combinación de datos que nos convirtió a todos en magos en su gabinete, dedicados a contemplar la maravilla planetaria?
Pero estos gabinetes luminosos podrían ser un equivalente virtual de la Caverna de Platón; cabe la posibilidad de que no estemos mirando más que sombras y reflejos, y que mientras tanto el mundo real se esté desvaneciendo en nuestras manos. Es como si la naturaleza se marchitara a toda prisa afuera mientras nosotros seguimos admirando sus extraordinarias fotografías.
Dicen los expertos que en el planeta hay siempre la misma cantidad de agua, pero que sólo un 3% del agua planetaria es agua dulce. Si alguna vez esa agua fue mucha para cientos de millones de seres humanos, empieza a ser poca para los siete mil millones que la bebemos hoy, y será menos para los diez mil millones que tendrán sed dentro de veinte años. Y nadie sabe hacer agua. Nadie podría desalinizar al ritmo de nuestro consumo las aguas marinas. Nadie podría hacerlas ascender hasta las montañas del mundo. Todavía el agua desciende hasta nuestros labios, salvo la de las fósiles cisternas que se están extenuando en Arabia, en la India, en Colorado.
Mientras los israelíes han logrado hacer fértiles algunas fracciones del desierto, lo más usual es que transformemos en desiertos los bosques biodiversos. Ya hemos convertido la isla de Borneo, que tuvo hasta hace treinta años una diversidad biológica comparable a la de Colombia, en una inmensa y desolada plantación de palma africana. Y estamos convirtiendo aceleradamente la selva amazónica en un campo de soya. La pregunta siguiente es si esa soya y ese aceite de palma son para alimentar a la humanidad. La respuesta es que no: la mitad de los alimentos que se producen hoy en el mundo son para alimentar a las máquinas y al gran capital.
Hoy nos rige el imperativo del crecimiento. Los economistas no saben hablar de otra cosa; consideran un dogma que la economía tiene que crecer, que la producción y el consumo tienen que crecer, aunque a lo único que podríamos llamar verdaderamente civilización es a un refinamiento de nuestras costumbres, no a una mera y grotesca acumulación de cosas.
Más vale que toda familia tenga una hermosa vajilla de porcelana que dure diez años, y no que tenga que usar y arrojar platos plásticos todos los días. Porque los plásticos no son baratos sino que lo parecen: lo único que hace que las bolsas con las que estamos asfixiando al planeta cuesten poco, es que no se está incluyendo en su valor el precio que tendrá que pagar el mundo para devolverlas al ciclo de la naturaleza, la deuda que les estamos dejando a las generaciones del porvenir, si es que les dejamos un mundo donde habitar.
Si se pagaran los precios reales, me temo que una bolsa plástica terminaría costando más que un diamante.
La teoría del crecimiento exige explotar más y más reservas de energía. Si alguien dijera que hay que parar en seco el modelo industrial, examinar seriamente qué es indispensable y qué es superfluo, muchos responderían que ello equivale a llevar al colapso a la humanidad, su agricultura, su industria y su supervivencia. “Al contrario —dirán—, necesitamos más energía, más producción, más consumo”.
Pero tenemos que preguntarnos si es verdad que la humanidad necesita cada vez más energía, si se justifica este desaforado crecimiento del consumo de carbón mineral, de petróleo, de electricidad y de energía atómica, que son el fundamento de la economía mundial. El sol y el viento en cambio pueden ser fuentes inagotables de energía limpia.
Tengo la certeza de que la mitad de la energía que se consume en el mundo no se invierte en la satisfacción de necesidades básicas de la humanidad, sino en la industria de los plásticos, en la industria de los vehículos, en la industria de los químicos, detergentes y pesticidas y en la industria de las armas. Esas son las industrias que más aportan al calentamiento del mundo, al envenenamiento del entorno, al crecimiento de las basuras inmanejables que hoy tienen un continente de plástico flotando en el Pacífico y una pesadilla de basuras cercando las áreas metropolitanas de todos los continentes.
Y aun si muchos productos de esa industria fueran útiles: ¿qué haremos cuando la disyuntiva sea persistir en el modelo de consumo suntuario para una parte de la humanidad o salvar a la entera humanidad de un entorno catastrófico? ¿Qué pasará si nos toca escoger entre que la élite mundial mantenga su modelo derrochador o que toda la humanidad, incluidos ellos, sobreviva?

·         William Ospina | Elespectador.com



Perecerás por tus virtudes (1)

Nunca hubo basuras en el mundo antes de la Revolución Industrial.
Por: William Ospina
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Las cáscaras de frutas, los desechos orgánicos, los trozos de madera y cristal, las limaduras de la piedra, los cadáveres de aves y de hombres, todas esas cosas saben volver al ciclo de la naturaleza. En la segunda mitad del siglo XIX, Walt Whitman celebró, en su admirable poema “Este estiércol”, la capacidad de la tierra de recibir miasmas y descomposiciones, y convertirlas de nuevo en frutas y en flores.
Pero justo en los tiempos en que Whitman entonaba ese salmo entusiasta a la capacidad de la naturaleza de recoger y renovar la materia viviente, había comenzado ya la época más peligrosa que la humanidad haya vivido: la era industrial, cuya principal característica es la de producir cosas que no vuelven al ciclo de la naturaleza.
Así como hubo una edad de Piedra, una edad de Bronce, una edad de Oro o una edad de Papel, como lo propuso Stanislas Lem en su libro Ciberiada, podríamos decir que ahora, por primera vez en la historia, y de una manera creciente, vivimos en una edad de Basura.
Los plásticos, las sustancias químicas derivadas de la industria, las emisiones masivas de gases tóxicos y de gases de efecto invernadero, los desechos industriales de detergentes y materias no biodegradables, no se reintegran o tardan mucho tiempo en descomponerse y volver a los ciclos de la vida.
París olía mal en la Edad Media, en las ciudades de Italia llovían a las calles líquidos pestilentes, en todas partes se quemaban maderas y carbones, pero nunca esas intervenciones humanas tuvieron la magnitud y la capacidad de alterar el entorno, de modificar seriamente el equilibrio terrestre.
El más grande peligro lo representaron los volcanes, como el Krakatoa, que a finales del siglo XIX arrojó 20 kilómetros cúbicos de vapores que lograron modificar el clima de algunas regiones, o como el terrible monte Tambora, que en 1815 arrojó 180 kilómetros cúbicos de azufre, cenizas y cristales al aire planetario, una nube que ennegreció el cielo sobre Indochina y Australia, y que al extenderse por el hemisferio norte impidió la llegada del siguiente verano.
Pero esos inviernos volcánicos eran poca cosa al lado de los inviernos y veranos que nos esperan, si algo más peligroso que los volcanes, la incesante labor de la industria, termina de alterar irreparablemente el clima del planeta. No se trata de pesimismo, ni de una alarma apocalíptica, como les gusta exclamar a los irresponsables; se trata de un peligro inminente, y los verdaderos optimistas somos los que todavía creemos que es posible detener esta carrera de estupidez y de sinrazón disfrazada de progreso y de racionalidad.
Hace 20 años publiqué un libro: Es tarde para el hombre, hecho más de intuiciones y presentimientos que de pruebas estadísticas, señalando cómo la sociedad del lucro, una noción equivocada del progreso, la transformación de todas las cosas en mercancías, el auge de la publicidad vendiendo un absurdo e inalcanzable modelo de derroche y opulencia, el crecimiento de las ciudades y la proliferación de basura industrial nos enfrentan al riesgo del fracaso de nuestro modelo de vida.
Ahora un documental que todos deberíamos ver: Home, filmado en 50 países, que ya ha sido visto por 500 millones de personas en todo el mundo y que ha sido traducido a 40 idiomas y difundido en más de 130 países, convierte en evidencias dramáticas esas cosas que yo advertía, y abunda en los datos estadísticos que entonces no podía dar a los diligentes contradictores que salieron a refutar, mes tras mes, durante varios años, los temores y las advertencias que había formulado en mi libro.
¿Es verdad que vivimos en un planeta en peligro? ¿Es verdad que se está derritiendo aceleradamente el hielo del Ártico? ¿Es verdad que se está calentando de un modo amenazante la atmósfera? ¿Es verdad que el derretimiento del permafrost de Siberia podría dejar escapar enormes depósitos de metano que desencadenarían procesos de calentamiento aún más severos? ¿Es verdad que estamos a las puertas de una escasez de agua de proporciones dramáticas? ¿Es verdad que los lechos de los océanos empiezan a estar saturados de desechos industriales? ¿Puede de verdad una sola especie producir efectos tan vastos sobre un planeta tan inmenso y alterar de un modo peligroso los equilibrios que hacen posible la vida?
De algún modo relieva la importancia de nuestra especie el que sea capaz de producir un desequilibrio a niveles cósmicos. Más aún si se advierte que lo que causa estas conmociones no es nuestra ignorancia sino nuestro conocimiento, no es ni mucho menos nuestra inactividad sino nuestra industria. Holderlin dijo que estamos llenos de méritos, pero que el ser humano no habita el mundo por sus méritos sino por la poesía. Y fue Nietzsche quien dijo que estamos llenos de virtudes, pero que pereceremos a causa de ellas.
Con cuánta alegría recibió la humanidad hace dos siglos las promesas del progreso, los halagos del confort, las bengalas de la sociedad del bienestar. ¿A quién no le gustó que tuviéramos limpias las casas, sin malezas los prados, sin plagas los campos, libres de pestes los cultivos, provistos los hogares de desinfectantes, de desmanchadores y de ambientadores?
El mundo se fue llenando de agroquímicos, de pesticidas, de perfumes sintéticos, de jabones, de detergentes, de plásticos, de máquinas, de artefactos tecnológicos, y la supremacía humana demostró que habíamos llevado nuestra ambición prometeica hasta casi conquistar poderes divinos.
Ahora todas esas cosas empiezan a volverse contra nosotros.

* William Ospina


jueves, 5 de febrero de 2015

La industria farmacéutica: "sin lucro no hay investigación"

Gilles Godinat · · · · ·



Ante el actual desastre sanitario causado por bacterias resistentes a los antibióticos, un primer informe de la OMS denunció en abril de 2014 la grave amenaza global. En Suiza, en diciembre de 2014, el Departamento Federal del Interior ha puesto en marcha una estrategia nacional para reducir la resistencia a los antibióticos. En el Sur, la India paga un precio muy alto por la negligencia de la industria farmacéutica, la falta de medidas básicas sanitarias y al daño provocado por una distribución sin control de antibióticos en la agroindustria.
Tras el descubrimiento de la penicilina en 1928 por A. Fleming, este ya se advirtió en 1945 del peligro de la resistencia bacteriana a esta medicina si se utilizaba ampliamente. Sin embargo, la terapia con antibióticos se ha extendido sin control en el campo de la medicina, con demasiadas prescripciones inadecuadas y un exceso de consumo en los países desarrollados (hay que recordar que en 1995, tres cuartas partes de la población mundial no tenían acceso que al 20% del mercado de antibióticos). Y, sobre todo, en el sector veterinario: más de la mitad de la producción mundial de antibióticos son administrados a los animales, sobre todo en la agroindustria. Por lo tanto, en todo el planeta, el agua dulce y los suelos se van contaminando gradualmente de residuos de antibióticos, lo que en gran medida contribuye al fenómeno de la resistencia a los antibióticos de las comunidades bacterianas por mutaciones genéticas.
En los años 80, los médicos han dado la voz de alarma ante este nuevo problema de salud pública en relación con las dificultades surgidas en los hospitales mismos, debido al crecimiento de las infecciones nosocomiales (enfermedades causadas por bacterias resistentes presentes en los centros sanitarios).
Los criterios de rentabilidad socavan la investigación de nuevos antibióticos
La industria farmacéutica ha disfrutado de una renta monopolista desde hace casi medio siglo, dejando gradualmente de invertir en la investigación de nuevas moléculas por razones económicas: para evaluar la calidad de una inversión, la industria farmacéutica utiliza  el Índice de valor actual neto (valor actual neto ajustado por riesgo / NPV) es decir, el valor de las ventas en relación con los costes de investigación y producción (G. Caronte, Canadá, 2004). Pero el mercado mundial de antibióticos (aprox. 30 mil millones / año) es menos rentable que los medicamentos para el tratamiento de las enfermedades crónicas, que tienen un NPV de tres a diez veces más jugoso, ¿por qué las grandes empresas farmacéuticas como Eli Lilly y Bristol-Myers-Squibb han detenido la investigación y el desarrollo de nuevas moléculas antimicrobianas a partir de 2001?. Esta falta de interés ha confirmado en los últimos quince años, el estancamiento de medios terapéuticos: durante casi cincuenta años, sólo ha habido pequeñas modificaciones exclusivamente en dos conjuntos de moléculas. Por lo tanto, la investigación en esta área está en un callejón sin salida.
Las bacterias resistentes se convierten en una amenaza mundial
La OMS nos recuerda que las enfermedades infecciosas son la segunda causa de muerte en el mundo, y la resistencia a los antibióticos una de las tres principales amenazas contra la salud. Un reciente artículo del New York Times (12/3/14) informaba del desastre sanitario en la India, consecuencia, entre otras razones, de la reducción de la eficiencia de los antibióticos, debido al creciente número de bacterias resistentes. De las 800.000 muertes anuales de recién nacidos, casi 60.000 son a causa de la resistencia a los antibióticos, y esta proporción sigue en aumento, según el Dr. P. Vinod, jefe de pediatría del Instituto Indio de Ciencias Médicas. El Dra. N. Kler, jefe de neonatología del Sir Ganga Ran hospital en Nueva Delhi, dice que "el 100% de los bebés que nos son enviados tienen infecciones resistentes a múltiples fármacos." Para el Dr. TR Walsch, profesor de microbiología en la Universidad de Cardiff: "La resistencia a los antibióticos es un tsunami", debido a "la terrible falta de instalaciones sanitarias, la sobrecarga y la falta de vigilancia en el uso incontrolado antibióticos". De hecho, más del 40% de los pollos consumidos en la India contienen residuos de antibióticos. En estudios recientes, el desastre se confirma: el 70% de las infecciones en los recién nacidos son resistentes a los antibióticos.
En el Norte, el fenómeno también está tomando formas alarmantes: en los EE.UU., el Centro de Prevención y Control de Enfermedades estima que en 2013 más de 2 millones de personas con infecciones tenían bacterias resistentes a los antibióticos. En Suiza, 70.000 personas están en la misma situación y 2.000 mueren cada año. En Europa, se registran 25.000 muertes al año por esta causa.
Una recuperación de la investigación farmacéutica privada con fondos públicos
Ante la proliferación de bacterias resistentes, según las más diversas asociaciones médicas, toda la medicina moderna, incluida la cirugía, se ve amenazada por la falta de antibióticos eficaces. En 2005, la Sociedad Americana de Enfermedades Infecciosas publicó un libro blanco pidiendo una serie de medidas para impulsar la investigación de nuevos antibióticos, especialmente incentivos financieros. Solo se ha retenido la medida que más favorece a las farmacéuticas: extender la vida de las patentes para impedir la entrada de genéricos en el mercado. El argumento tiene dos debilidades: los antibióticos genéricos reducen el coste en el mercado e incluso disminuyen la rentabilidad de la industria farmacéutica a la hora de financiar la investigación; en segundo lugar, estos genérico ayudan a generalizar su utilización, cuando, por el contrario, se debería limitar.
A nivel europeo, el programa DRIVE-AB, financiado con 9,4 millones de euros por la Iniciativa Europea de Medicamentos Innovadores (IMI) reúne a un consorcio de socios públicos y privados, pilotado por la Universidad de Ginebra. Establecido en 2008, la IMI es la mayor asociación público-privada (PPP) en el mundo dedicada a las ciencias de la vida, con un presupuesto de 3,3 millones de dólares para el período 2014-2024. De acuerdo con el comunicado de prensa de 27/10/14, el programa tiene como objetivo "la definición de normas para el uso responsable de los antibióticos y experimentar nuevos modelos de negocios para promover la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos activos contra las bacterias resistentes".
Investigar y producir medicamentos bajo control público
Los escándalos repetidos de las grandes farmacéuticas en los últimos años, estén relacionados con actividades económicas irregulares o incluso políticas de precios fraudulentas o anti-sociales (por ejemplo, las batallas en el Tercer Mundo para el acceso a los genéricos) o a la subordinación de la investigación y desarrollo de medicamentos al único criterio del beneficio económico a expensas de la medicación y tratamiento urgente que la gran mayoría de los seres humanos necesitan, sobre todo en los sectores de población menos favorecidos, tanto en el Sur como en el Norte, justifican la exigencia de un sector público en esta área prioritaria. Sólo así se superará la lógica mortífera del beneficio privado como único criterio para el mantenimiento y desarrollo de un bien común: nuestra salud.
Gilles Godinat es médico psiquiatra y psicoterapeuta en Ginebra y activista social por la medicina pública.
Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García