El País, 25 junio 2009
Esta fiesta empieza con la megafonía anunciando dónde están situados los servicios médicos de emergencia y acaba con las ambulancias saliendo a toda pastilla para el hospital. Pero la peor parte se la lleva el toro, que sólo descansa cuando le dan un tiro en la cabeza. Ladrillero corrió ayer por las calles empedradas de Coria (Cáceres) hasta que las pezuñas le ardían. Se refugió en un jardincillo de hierba a las puertas de la catedral y ahí se quedó quieto, ya no oía los gritos de los chicazos, ni las palmas, ni los recortes a la carrera delante de sus cuernos. Los paisanos esperaban un poco más de juego, pero el toro ya estaba mareado.
El miura negro no ha tenido adornos este año porque el ayuntamiento ha prohibido que se lancen soplillos en el recorrido. Tradicionalmente los vecinos elaboraban unos dardos con alfileres y un cucurucho de papel y los escupían con cerbatana sobre la piel del morlaco, o sobre los testículos, como tantas veces han mostrado las cámaras de televisión. Donde cayeran, pero eso se ha terminado. "Y acabarán por quitárnoslo todo", dice con desprecio una mujer.
Los ecologistas tienen tres fiestas en el punto de mira, las que consideran especialmente tortuosas para los animales: el Toro de la Vega, en Tordesillas; el de Medinaceli (Soria) y estos Sanjuanes de Coria, donde los toros son la principal atracción día y noche. "Es una fiesta muy burra, si eso ya lo sabemos, pero lo mismo hacen en Pamplona, ¿no?", dice una señora en la plaza del Rollo cuando está a punto de entrar Ladrillero para la sesión de la tarde. Ya trae los cuernos manchados de pintura roja porque en el encierro de la mañana ha ido embistiendo como loco las talanqueras metálicas donde buscan refugio los mozos. El centro histórico está lleno de barrotes y el morlaco va dando con la testuz contra ellos, astillándose los cuernos.
Esta fiesta es "bárbara", explica un paisano. Se refiere sólo a su origen remoto. Leyenda, mito o realidad, la página web del ayuntamiento, ahora gobernado por el PSOE, cuenta que hace siglos era un quinto el que corría armado con cuchillos por las calles para defenderse de una muerte que acababa llegando de la multitud enfebrecida. Hasta que un año el terrible azar recayó en el hijo de una aristócrata, que inmediatamente buscó el mejor toro para canjearlo por el muchacho. Visto así, se ha progresado, desde luego. Pasados los siglos, algunos opinan que quizá el animal debería ser ahora sustituido por otra cosa, lo que sea, algo donde la hombría no tenga que demostrarse a costa del sufrimiento de ningún animal. Han empezado por quitarle los dardos del lomo, no se vio uno solo en todo el recorrido, ni en la plaza. "Pero si eso no eran más que adornos de colores, ni le tocaban casi la piel, son alfileres con los que cosen las mujeres, eso no es nada", se resignan algunos.
El espectáculo no tiene visos de morir pronto, si han de verse como un signo de continuidad los muchos niños que los padres asoman a las talanqueras para iniciarles en el ritual. Y tampoco las ambulancias les arredran: los cabestros cornearon al matarife (de pistola) ayer por la mañana y por la tarde Ladrillero se llevó por delante a una muchacha. Edificante fiesta para los niños.
La propaganda de la fiesta reza así: "¡Quien viene y vive San Juan vuelve nuevamente para reeditar lo vivido!" El toro no va a volver. El muchacho al que le tocaba enfrentar la multitud siglos atrás debería desear la muerte muchas veces en el recorrido. Los toros sólo buscan escapar de un pueblo que se ha convertido en una trampa para ellos. En cada calle les esperan los hombres a cuerpo gentil, que le llaman y le tocan los cuernos. Ladrillero murió a las diez de la noche. La megafonía lo anunció. De madrugada, la muerte le esperaba a Garbosillo. Pero antes, sus pezuñas arderían en el empedrado de Coria.
Esta fiesta empieza con la megafonía anunciando dónde están situados los servicios médicos de emergencia y acaba con las ambulancias saliendo a toda pastilla para el hospital. Pero la peor parte se la lleva el toro, que sólo descansa cuando le dan un tiro en la cabeza. Ladrillero corrió ayer por las calles empedradas de Coria (Cáceres) hasta que las pezuñas le ardían. Se refugió en un jardincillo de hierba a las puertas de la catedral y ahí se quedó quieto, ya no oía los gritos de los chicazos, ni las palmas, ni los recortes a la carrera delante de sus cuernos. Los paisanos esperaban un poco más de juego, pero el toro ya estaba mareado.
El miura negro no ha tenido adornos este año porque el ayuntamiento ha prohibido que se lancen soplillos en el recorrido. Tradicionalmente los vecinos elaboraban unos dardos con alfileres y un cucurucho de papel y los escupían con cerbatana sobre la piel del morlaco, o sobre los testículos, como tantas veces han mostrado las cámaras de televisión. Donde cayeran, pero eso se ha terminado. "Y acabarán por quitárnoslo todo", dice con desprecio una mujer.
Los ecologistas tienen tres fiestas en el punto de mira, las que consideran especialmente tortuosas para los animales: el Toro de la Vega, en Tordesillas; el de Medinaceli (Soria) y estos Sanjuanes de Coria, donde los toros son la principal atracción día y noche. "Es una fiesta muy burra, si eso ya lo sabemos, pero lo mismo hacen en Pamplona, ¿no?", dice una señora en la plaza del Rollo cuando está a punto de entrar Ladrillero para la sesión de la tarde. Ya trae los cuernos manchados de pintura roja porque en el encierro de la mañana ha ido embistiendo como loco las talanqueras metálicas donde buscan refugio los mozos. El centro histórico está lleno de barrotes y el morlaco va dando con la testuz contra ellos, astillándose los cuernos.
Esta fiesta es "bárbara", explica un paisano. Se refiere sólo a su origen remoto. Leyenda, mito o realidad, la página web del ayuntamiento, ahora gobernado por el PSOE, cuenta que hace siglos era un quinto el que corría armado con cuchillos por las calles para defenderse de una muerte que acababa llegando de la multitud enfebrecida. Hasta que un año el terrible azar recayó en el hijo de una aristócrata, que inmediatamente buscó el mejor toro para canjearlo por el muchacho. Visto así, se ha progresado, desde luego. Pasados los siglos, algunos opinan que quizá el animal debería ser ahora sustituido por otra cosa, lo que sea, algo donde la hombría no tenga que demostrarse a costa del sufrimiento de ningún animal. Han empezado por quitarle los dardos del lomo, no se vio uno solo en todo el recorrido, ni en la plaza. "Pero si eso no eran más que adornos de colores, ni le tocaban casi la piel, son alfileres con los que cosen las mujeres, eso no es nada", se resignan algunos.
El espectáculo no tiene visos de morir pronto, si han de verse como un signo de continuidad los muchos niños que los padres asoman a las talanqueras para iniciarles en el ritual. Y tampoco las ambulancias les arredran: los cabestros cornearon al matarife (de pistola) ayer por la mañana y por la tarde Ladrillero se llevó por delante a una muchacha. Edificante fiesta para los niños.
La propaganda de la fiesta reza así: "¡Quien viene y vive San Juan vuelve nuevamente para reeditar lo vivido!" El toro no va a volver. El muchacho al que le tocaba enfrentar la multitud siglos atrás debería desear la muerte muchas veces en el recorrido. Los toros sólo buscan escapar de un pueblo que se ha convertido en una trampa para ellos. En cada calle les esperan los hombres a cuerpo gentil, que le llaman y le tocan los cuernos. Ladrillero murió a las diez de la noche. La megafonía lo anunció. De madrugada, la muerte le esperaba a Garbosillo. Pero antes, sus pezuñas arderían en el empedrado de Coria.
Carmen Morán es una periodista que escribe habitualmente en El País
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