HACE POCO INVITAMOS A UN GRUPO de artistas a pintar motivos que pudiéramos poner en decenas de globos aerostáticos que van a cruzar el cielo bogotano anunciando las celebraciones del Bicentenario, programadas por la Alcaldía Mayor.
Queríamos que reprodujeran las efigies de los próceres, pero los artistas escogieron otros temas, y el que más representaron fue el agua. Al comienzo pensamos que era un error, pero ahora sentimos que, como de costumbre, los artistas no se equivocaron. El agua es el pasado y es el futuro, el agua es el más claro símbolo de una naturaleza a la que tenemos que comprender, proteger y aprovechar de un modo responsable.
Claro que es necesario recordar los hechos que nos dieron la Independencia. Pero también corremos el peligro de pensar que la Independencia son unos nombres y unas anécdotas.
Corremos el riesgo de pensar que la Independencia es un hecho de hace dos siglos, y olvidar así que la Independencia es algo que hay que ganar y merecer todos los días. Hace dos siglos significaba liberarse del poder español y conquistar nuestra soberanía; hoy también significa hacernos merecedores de los beneficios de la modernidad y superar los males de esa misma modernidad. Recuerdo que hace unos años le oí decir a Elvira Cuervo de Jaramillo, quien había sido comisionada por el Gobierno Nacional para la celebración del Bicentenario, que una buena manera de celebrarlo sería asegurar la provisión de agua potable para todos los municipios del país. No sé si en ese momento comprendí la importancia de lo que ella me decía: ahora la comprendo.
Claro que tenemos que volver a leer el pasado, claro que tenemos que hacer el balance de estos dos siglos de vida independiente, claro que les debemos honor y gratitud a esos héroes que gastaron sus vidas y vertieron su sangre para construir con el barro de unas colonias maltratadas la piedra firme de las repúblicas, y tenemos que hacerlo, pero el Bicentenario es también el desafío del presente.
La América Latina fue pionera en la lucha contra el colonialismo, uno de los hechos más grandes de la historia moderna: el vuelo de globos aerostáticos que veremos cruzar por el cielo de la Sabana, no es más que el anuncio de lo que quisiéramos hacer en estos años de conmemoración. Son una hermosa invención del siglo XIX, que, como dijo Jorge Luis Borges, “nos llevan de nuevo a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells”, y “nos deparan la verdadera convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros”, pero son apenas un instrumento. Nos preguntamos cómo hacer que un solo hecho, visible, simultáneo, inusual, ponga a todos los bogotanos y ojalá a todos los colombianos, a pensar en el Bicentenario, a hablar del Bicentenario, y nos pareció que los globos son suficiente símbolo de fiesta, de lo que pueden el ingenio humano, y su capacidad de superar las limitaciones y de soñar con libertad.
Pero la completa celebración tenemos que vivirla todos, y el sueño es que cada ciudadano invente su modo de celebrar el Bicentenario: que cada uno descubra cómo hacerse digno de esa aventura que hace dos siglos fundó nuestras naciones.
Y por ello hablar de Independencia es también hablar del agua, de los alimentos, de la pobreza, de la violencia, de las migraciones; es hablar de la necesidad, en estas tierras equinocciales, de una aventura del conocimiento, de una alianza de la economía con la ciencia y con el saber ancestral, de un esfuerzo por encontrar innovaciones tecnológicas que nos ayuden también a defender el tesoro inestimable de una naturaleza amenazada.
Hablar de independencia es, como lo propone Barack Obama, hablar de las energías limpias que deben llevarnos al futuro, es hablar de cómo superar de verdad la tragedia de la droga y su cara más terrible que es la codicia y la ideología de vándalos de los traficantes, hablar de Independencia es hablar de la necesidad de reinventar la educación para que de verdad dignifique a los individuos y engrandezca a las sociedades, para que deje de ser apenas un hábito y un negocio. Hablar de Independencia es hablar de las relaciones entre la ciudad y la naturaleza, de dónde vienen al agua y el aire, los alimentos y las grandes preguntas.
Queremos ver entrar de nuevo en Bogotá, convertido en obras de arte, en fiesta de las culturas, al ejército libertador, esculpido en barro y acompañado por esas gentes de todas las regiones que hoy son la gran ciudad. Queremos reconstituir simbólicamente, a través de los lenguajes del arte, el cuerpo profanado y disgregado del precursor de la Independencia José Antonio Galán, ahora convertido en símbolo de las víctimas de todas las violencias, para volver a instaurar el respeto a la vida, el respeto sagrado por el cuerpo. Queremos que el recuerdo del grito de Independencia, que puso fin a un gran silencio y nos dio por fin una voz en el coro de las naciones, nos permita crear por todas partes escenarios de expresión para la inteligencia y para la sensibilidad, para el diálogo y para el debate civilizado, que conviertan a Bogotá en la ciudad de la Libertad.
Queremos que una colección de doscientas obras maestras de América Latina en literatura, música, artes plásticas, cine y fotografía, circule por todo el continente y nos ayude a superar el desconocimiento recíproco en que todavía viven nuestros países. Y queremos convocar a la ciudadanía a presentar sus propuestas para reconstruir los grandes hechos de la historia y para debatir sobre los grandes temas de la época.
Queremos que cada ciudadano sea protagonista de la celebración. Tal vez por eso los artistas no pusieron el énfasis en el tema de los próceres: un general no es nada sin su ejército, un héroe no es nada sin el país por el que lucha, un gobierno sólo puede ser el vocero de una comunidad, de sus necesidades y también de su infinita capacidad de soñar, de conocer y de reinventar la historia. La entrada en el tercer siglo de nuestra vida independiente estará llena de recuerdos, pero sobre todo debe estar llena de tareas que cumplan por fin los muchos, los muchísimos sueños postergados de nuestra nación.
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