La nueva “Era de Oro del petróleo” que
no tuvo lugar
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
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El invierno pasado los entusiastas de
los combustibles fósiles comenzaron a proclamar el alba de una nueva “Edad de
Oro” del petróleo que haría repartir la economía de EE.UU., generaría millones
de nuevos empleos y liberaría a ese país de su dependencia del petróleo
importado. Ed Morse, analista jefe de commodities en Citybank, fue típico. En
el Wall Street Journal alardeó: “EE.UU. se ha convertido en el
productor de petróleo y gas de más rápido crecimiento del mundo y es probable
que siga siéndolo durante el resto de esta década y hasta los años 2020”.
Este aumento de la producción de
energía de EE.UU., se vinculaba al un auge predicho de energía de reservas de
arena bituminosa en Canadá; los resultados parecían obvios e indiscutibles.
“Norteamérica” anunció “se está convirtiendo en el nuevo Medio Oriente”. Otros
muchos analistas han entrado en detalles de la misma manera respecto
a este halagüeño escenario que ahora suministra la base del plan de Mitt Romney
de lograr “independencia energética” hasta 2020.
Mediante el empleo de impresionantes
nuevas tecnologías –sobre todo perforación en aguas profundas y fractura
hidráulica (o hidrofracturamiento)– se dice que las compañías energéticas están
a punto de desbloquear vastos nuevos yacimientos de petróleo en Alaska, el
Golfo de México y formaciones de esquisto en todo EE.UU. “Se está perfilando un
‘gran renacimiento’ de la producción de petróleo estadounidense, una importante
pausa en la tendencia de 40 años de caída de la producción”, dijo James
Burkhard de IHS Cambridge Energy Research Associates (CERA) al Comité del
Senado sobre Energía y Recursos Naturales en enero de 2012.
También se predice un aumento de la
producción en otros sitios del Hemisferio Occidental, especialmente en Canadá y
Brasil. “Está emergiendo el delineamiento de un nuevo mapa petrolero del mundo
y no se centra en Medio Oriente sino en el Hemisferio Occidental”, escribió en
el Washington Post, Daniel Yergin, presidente de CERA. “El nuevo
eje energético va desde Alberta, Canadá, pasando por Dakota del Norte y el sur
de Texas… a inmensos depósitos de petróleo encontrados cerca de Brasil".
Petróleo extremo
Resulta, sin embargo, que es posible
que el futuro resulte mucho más recalcitrante de lo que imaginan estos profetas
de la cornucopia energética estadounidense. Para lograr sus ambiciosos
objetivos, las firmas energéticas tendrán que superar severas barreras
geológicas y medioambientales, y los últimos eventos sugieren que les va a ser
difícil hacerlo.
Hay que considerar lo siguiente:
mientras numerosos analistas y expertos se sumaron a la prematura celebración
de la nueva “Edad de Oro”, pocos subrayaron que dependerá casi enteramente de
la explotación de fuentes “poco convencionales” de petróleo: petróleo de
esquisto, petróleo del Ártico, petróleo profundo de mar adentro y arenas
bituminosas. En cuanto al petróleo convencional (sustancias de petróleo que
emergen del suelo en forma líquida y se pueden ser extraer utilizando
tecnología familiar, estandarizada), nadie duda de que continúe su disminución
histórica en Norteamérica.
El petróleo “poco convencional” que
debe liberar a EE.UU. y a sus vecinos de los productores poco fiables de Medio
Oriente involucra sustancias demasiado duras o viscosas para poder extraerlas
utilizando tecnología estándar o que están enclavadas en sitios prohibitivos
que requieren equipos altamente especializados para su extracción. Considérese
“petróleo difícil”.
El petróleo de enquisto, por ejemplo,
es petróleo atrapado en la roca. Solo puede liberarse mediante la aplicación de
fuerzas concentradas en un proceso conocido como fractura hidráulica que
requiere millones de litros de agua con productos químicos por “fractura”, más
la subsiguiente eliminación de vastas cantidades de aguas residuales tóxicas
una vez que se la completa la fractura. El petróleo de esquisto, o kerógeno, es
una forma primitiva de petróleo que debe fundirse para que sea útil, un
proceso que consume de por sí vastas cantidades de energía. Las arenas bituminosas
(o “arenas petrolíferas” como prefiere llamarlas la industria) deben extraerse
utilizando tecnología de minería de cielo abierto o bombearlas después de
fundirlas in situ mediante jets subterráneos de vapor, para tratarlas después
con diversos productos químicos. Solo entonces puede transportarse el material
a las refinerías a través, por ejemplo, del controvertido oleoducto
Keystone XL. De la misma manera, la perforación en aguas profundas y en el
Ártico requiere el despliegue de plataformas especializadas multimillonarias en
dólares junto con sistemas de respaldo enormemente costosos en las condiciones
más peligrosas.
Todos estos procesos tienen por lo
menos una cosa en común: cada uno pone a prueba lo que es técnicamente posible
en la extracción de petróleo (o gas natural) de entornos geológica y
geográficamente prohibitivos. Todos son, es decir, versiones de “energía
extrema”. Para producirlos, las compañías energéticas tienen que perforar a
temperaturas extremas o clima extremo, utilizar presiones extremas, operar en
condiciones de peligro extremo o alguna combinación de todos esos métodos. Se
puede garantizar que en todos ellos los accidentes, contratiempos y reveses se
harán más frecuentes y las consecuencias serán más serias que en las operaciones
normales de perforación. El apocalíptico ejemplo modelo de estos procesos
ya tuvo forma práctica en 2010 con el desastre de Deepwater Horizon de BP en el
Golfo de México, y este verano vimos indicios de que volverá a suceder cuando
una serie de importantes iniciativas de perforación no convencional –todas
prometedoras de esa “Era de Oro”– sufrieron problemas serios.
Tal vez el ejemplo más notable fue el
fracaso de Shell Oil en el inicio de pruebas de perforaciones en el
Ártico de Alaska. Después de invertir 4.500 millones de dólares y años de
preparación, Shell estaba abocada a perforar cinco pozos de prueba este verano
en los mares Beaufort y Chukchi frente a las costas norte y noroeste de Alaska.
Sin embargo, el 17 de septiembre una serie de accidentes y contratiempos
obligaron a la compañía a anunciar que suspenderá las operaciones hasta el
próximo verano, la única época en la que gran parte de esas aguas están libres
de bloques de hielo flotante y es más seguro perforar.
Los problemas de Shell comenzaron temprano
y aumentaron a medida que avanzaba el verano. El 10 de septiembre, su barco
perforador Noble Discoverer se vio obligado a abandonar las operaciones en
Burger Prospect, a unos 113 kilómetros de la costa en el mar Chukchi, cuando
hielo flotante amenazó la seguridad del barco. Un revés más serio ocurrió más
avanzado el mes cuando una cúpula de contención diseñada para cubrir cualquier
filtración que se desarrollara en un pozo submarino funcionó mal durante unas
pruebas en Puget Sound, en el Estado Washington. Como Clifford Krauss señaló en
el New York Times, “la incapacidad de Shell de controlar su equipo
de contención en aguas calmas bajo condiciones de prueba predecibles sugirió
que la compañía no sería capaz de detener efectivamente una repentina filtración
en las traicioneras aguas del Ártico, donde capas finas de hielo y vientos
borrascosos complicarían cualquier reacción ante un derrame”.
El esfuerzo de Shell también fue
impedido por la persistente oposición de ecologistas y grupos nativos. Han presentado
repetidamente demandas a fin de bloquear sus operaciones sobre la base de que
las perforaciones en el Ártico amenazarían la supervivencia de vida marina
esencial para el sustento y la cultura nativa. Solo después de su promesa de
emprender medidas protectoras inmensamente costosas y de conseguir el apoyo del
gobierno de Obama –temeroso de aparecer bloqueando la “creación de empleo” o la
“independencia energética” durante la campaña presidencial– la compañía obtuvo
los permisos necesarios para seguir adelante. Pero algunas demandas siguen
activas y, con esta última demora, los oponentes de Shell han agregado tiempo y
munición.
Los responsables de Shell insisten en
que la compañía superará esas barreras y estará lista para perforar el próximo
verano. Pero muchos observadores ven esta experiencia como un disuasivo de
futuras perforaciones en el Ártico. “Ya que Shell no ha podido demostrar que
puede conseguir los permisos y comenzar a perforar, somos un poco escépticos
con respecto a seguir adelante”, dijo Tim Dodson de la noruega Statoil. Esa
compañía también posee licencias para perforar en el mar Chukchi, pero ahora ha
decidido postergar las operaciones hasta el año 2015 en el mejor de los casos.
Agua extrema
Otro impedimento inesperado de la
llegada de la “Edad de Oro” energética en Norteamérica emergió de un modo
aún más inesperado debido a la sequía estival sin precedentes que todavía
afecta a un 80% de la tierra agrícola de EE.UU. El ángulo energético de todo
esto fue, sin embargo, una sorpresa.
Cualquier aumento de la producción de
hidrocarburos en EE.UU. requerirá mayor extracción de petróleo y gas de roca de
esquisto, que solo se puede lograr mediante hidrofractura. Más fractura, por su
parte, significa más consumo de agua. Con el calentamiento del planeta debido
al cambio climático, se espera que las sequías intensivas aumenten en numerosas
regiones, lo que significa un incremento de la demanda agrícola de agua debido
a la escasez, incluso potencialmente en sitios de fractura primordiales como la
formación Bakken de Dakota del Norte, el área de Eagle Ford en el oeste de
Texas y la formación Marcelhus en Pensilvania.
El impacto de la sequía en la
hidrofractura se hizo sorprendentemente evidente cuando, en junio y julio, los
pozos y torrentes comenzaron a secarse en muchas áreas afectadas por la sequía
y los perforadores tuvieron que competir repentinamente por el agua disponible
con los productores de alimentos en apuros. “La cantidad de agua necesaria para
las perforaciones es un doble azote”, dijo a Oil & Gas Journal en
julio Chris Faulkner, presidente y director ejecutivo de Breitling Oil &
Gas. Nos enfrentamos al rechazo de los agricultores y me temo que se va a
poner peor". En julio, de hecho, la situación llegó a ser tan calamitosa
en Pensilvania que la Comisión de la Cuenca del Río Susquehanna suspendió los
permisos para sacar agua del río Susquehanna y sus afluentes, obligando a
algunos perforadores a suspender sus operaciones.
Si el “interminable verano” de este
año, de interminable sequía, fuera solo un evento fortuito y pudiésemos esperar
abundante agua en el futuro, el escenario de la “Edad de Oro” todavía podría
ser viable. Pero la mayoría de los climatólogos sugiere que es probable que la
severa sequía se convierta en la “nueva norma” en muchas partes de EE.UU.,
poniendo muy en duda el auge de la fractura. “Bakken y Eagle Ford son nuestras
grandes llaves a la independencia energética”, señaló Faulkner. “Sin agua, la
perforación de pozos de gas y de petróleo de esquisto no es posible. Un continua
sequía podría llevar a que nuestra producción interna disminuya y desbarataría
rápidamente nuestro camino a la independencia energética”.
Y luego tenemos esas arenas petroleras
canadienses. Para convertirlas en “petróleo” se requieren vastas cantidades de
agua, y la escasez de ese vital recurso relacionada con el cambio climático
también es probable en Alberta, Canadá, la región de mayor importancia. Además
la producción de arenas petrolíferas ha provocado una oposición
encarnizadamente determinada en Canadá, EE.UU. y Europa.
En EE.UU., la oposición a las arenas
petroleras se ha concentrado hasta ahora en gran parte en la construcción del
oleoducto Keystone XL, un conducto de 7.000 millones de dólares, 3.200
kilómetros, que transportaría petróleo diluido de arenas petrolíferas de
Hardisty, Alberta, a refinerías en la Costa del Golfo de EE.UU., a miles de
kilómetros de distancia. Ya se han instalado algunas partes del sistema de
Keystone. Si se completa, se prevé que el oleoducto transporte 1,1 millones de
barriles al día de líquido no refinado a través de EE.UU.
Los oponentes a Keystone XL se quejan
de que el proyecto contribuirá a la aceleración del cambio climático. También
expone a cruciales suministros subterráneos de agua en el Medio Oeste a un severo
riesgo de contaminación por el altamente corrosivo fluido de arenas petroleras
(y las filtraciones de los oleoductos son algo común). Citando la cercanía de
su propuesta ruta al crítico acuífero Agallala, el presidente Obama negó el
permiso para su construcción en enero pasado. (Como cruzará una frontera
internacional, la decisión es del presidente). Sin embargo, se espera que
después de la elección otorgue su aprobación a una nueva ruta menos
amenazandora para el acuífero; Mitt Romney ya ha prometido que dará su
aprobación el primer día de su presidencia.
Incluso si Keystone XL existiera, la
“Edad de Oro” de las arenas petroleras de Canadá no estará a la vista, no sin
más oleoductos ya que los productores de bitumen enfrentan creciente oposición
a sus extremas operaciones. Como resultado de la enérgica oposición a Keystone
XL, dirigida en gran parte por el colaborador de TomDispatchBill
McKibben, el público ha llegado a ser mucho más consciente de los peligros de
la producción de arenas petrolers. La resistencia podría bloquear, por
ejemplo, los planes de entregar el petróleo de arenas petroleras a Portland,
Maine (para transportarlo por barco a refinerías de otros sitios), a través de
un oleoducto existente que va de Montreal a través de Vermont y New Hampshire a
la costa de Maine. Los ecologistas de Nueva Inglaterra ya se preparan para
oponerse al plan.
Si EE.UU. resulta ser un hueso
demasiado duro de roer, Alberta tiene un plan alternativo: la construcción de
Northern Gateway, una propuesta de oleoducto a través de Columbia Británica
para la exportación de petróleo de arenas petrolera a Asia. Sin embargo,
también está enfrentando problemas. Ecologistas y comunidades nativas en esa
provincia se oponen implacablemente y han amenazado con desobediencia civil
para impedir su construcción (y ya se han planificado importantes protestas
para el 22 de octubre frente al edificio del Parlamento en Victoria).
Es probable que el envío de petróleo de
arenas petroleras a través del Atlántico presente su propio conjunto de
problemas. La Unión Europea considera la adopción de reglas que lo calificarían
de forma menos limpia de energía, sometiéndolo a diversas penalizaciones si se
importa a la Unión Europea. Todo eso, a su vez, ha obligado a las autoridades
de Alberta a considerar nuevas regulaciones medioambientales que harían que la
extracción de bitumen fuera más difícil y costosa, desalentando potencialmente
el entusiasmo de inversionistas y disminuyendo así la producción futura de
arenas petroleras.
Planeta extremo
En cierto sentido, aunque los sueños de
los promotores de estas nuevas formas de energía podrán entusiasmar a
periodistas y expertos, su realidad se puede expresar como sigue: extrema
energía = métodos extremos = desastres extremos = oposición extrema.
Ya existen numerosos indicios de que es
poco probable que la nueva “Era de Oro” del petróleo norteamericano se
materialice tal como se ha publicitado, incluyendo una disminución inusualmente
rápida de la producción de petróleo en las operaciones de perforación de
petróleo de esquisto en Montana. (Aunque Montana no es un gran productor, la
disminución es significativa en ese caso porque ocurre en parte del yacimiento
Bakken, considerado ampliamente como una importante fuente de más petróleo). En
cuanto al resto del Hemisferio Occidental, tampoco hay mucho motivo para
optimismo en ese caso cuando se trata de la “promesa” de energía extrema.
Típicamente, por ejemplo, un tribunal brasileño ha ordenado a Chevron que cese
la producción en su multimillonario campo Frade en la cuenca de Campos de las
profundas y peligrosas aguas del Atlántico de Brasil por repetidas filtraciones
de petróleo. Mientras tanto han surgido dudas sobre la capacidad de Petrobras,
la compañía petrolera estatal de Brasil, de desarrollar sus inmensamente
complicados yacimientos pre-sal.
Aunque es probable que la producción de
operaciones petroleras poco convencionales en EE.UU. muestre un cierto
crecimiento en los próximos años, no hay ninguna “Edad de Oro” en el horizonte,
solo varios tipos de escenarios potencialmente desastrosos. Aquéllos que, como
Mitt Romney, afirman que EE.UU. puede lograr la “independencia” energética
hasta 2020 o cualquier otra fecha cercana solo se están engañando a sí mismos,
y tal vez a algunos elementos del público estadounidense. Ciertamente podrán
emplear afirmaciones semejantes para conseguir apoyo a fin de disminuir las
protecciones ecológicas que existen contra la explotación de energía extrema,
pero EE.UU. seguirá dependiendo del petróleo de Medio Oriente y África en el
futuro previsible.
Por cierto, si una tal “Edad de Oro”
publicitada llegara a tener lugar, estaríamos quemando vastas cantidades de la
energía más sucia del planeta con consecuencias verdaderamente desastrosas. La
verdad es que hay solo una “Edad de Oro” posible para la energía de EE.UU. (o
cualquier otro tipo de energía) y se basaría en un mayor impulso para producir
adelantos en energías renovables que no dañen el clima, especialmente eólica,
solar, geotérmica, mareomotriz y de las olas.
De otra manera es probable que lo único
“dorado” a la vista sea el sol en un planeta cada vez más tórrido, más sucio y
más extremo.
Michael T. Klare es profesor de
estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College y colaborador
habitual de TomDispatch. Es autor de The Race for What's Left: The
Global Scramble for the World's Last Resources (Metropolitan Books).
Copyright 2012
Michael T. Klare
rCR
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