sábado, 23 de noviembre de 2013

De Marx y Engels al Ecosocialismo

Artículo de Michael Löwy
No se puede pensar la alternativa ecosocialista sin integrar la aportación de Marx y Engels. Es cierto que su reflexión sobre el medio ambiente es limitada. Aunque no es nada sorprendente que los temas ecológicos no ocupen un lugar central en el dispositivo teórico marxiano: los desgastes causados por la civilización moderna no tenían en el siglo XIX, ni mucho menos la misma gravedad que en nuestra época. La crisis ecológica actual, y en particular la amenaza que el cambio climático hace pesar sobre cualquier forma de vida en el planeta, engendra desafíos inéditos, que exigen una definición mucho más radical del programa socialista.
No obstante, se pueden encontrar en Marx y Engels algunas intuiciones importantes sobre la contradicción entre el progreso capitalista y el medio ambiente. Hasta el punto de que el geógrafo italiano Massimo Quaini escribió: “Marx denunció el saqueo de la naturaleza antes de que hubiera nacido una conciencia ecológica burguesa moderna” (1). Pero, como veremos más adelante, su concepción del “desarrollo de las fuerzas productivas” exige una revisión crítica desde el punto de vista de una ecología marxista en el siglo XXI.
También se encuentran en Marx y Engels muchas referencias al “control”, al “dominio” o incluso a la “dominación” sobre la naturaleza. Por ejemplo, según Engels, en el socialismo los seres humanos “se vuelven por primera vez dueños reales y conscientes de la naturaleza porque son, y en tanto son, dueños de su propia vida en sociedad” (2). No obstante, como veremos más adelante, los términos “dominio” o “dominación” de la naturaleza en Marx y Engels se refieren simplemente al conocimiento de las leyes de la naturaleza, más que a un proyecto “prometeico” de avasallamiento del entorno natural (3).
Los primeros escritos
Desde los primeros escritos de Marx llama la atención su naturalismo ostentoso, su visión del ser humano como ser natural, inseparable de su medio natural. La naturaleza, escribe Marx en los Manuscritos de 1844“es el cuerpo no orgánico del hombre”. O también: “Decir que la vida física e intelectual del hombre está indisolublemente ligada a la naturaleza equivale a decir que la naturaleza está indisolublemente ligada a sí misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza”. Es cierto que apela al humanismo, aunque define al comunismo como un humanismo que es, al mismo tiempo, un “naturalismo consumado”; y sobre todo lo concibe como la verdadera solución al “antagonismo entre el hombre y la naturaleza”. Gracias a la abolición positiva de la propiedad privada, la sociedad humana llegará a ser “la culminación de la unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el humanismo realizado de la naturaleza” (4).
En un famoso texto de Engels sobre “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876), ese mismo tipo de naturalismo sirve de fundamento para una crítica de la actividad depredadora humana sobre el medio ambiente:
“No debemos vanagloriarnos de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Por cada una de estas victorias, la naturaleza se venga de nosotros. Es cierto que cada victoria nos da, en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda y tercera instancia tiene efectos diferentes, inesperados, que muchas veces anulan los primeros. [...] Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como lo haría un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que le pertenecemos con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que estamos en su seno y que toda nuestra dominación sobre ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas por conocer sus leyes y poder servirnos juiciosamente de ellas” (5).
Este ejemplo tiene un carácter más general –no cuestiona el modo de producción capitalista sino las civilizaciones antiguas. Pero no deja de constituir un argumento ecológico de sorprendente modernidad, tanto porque pone en guardia contra las destrucciones generadas por la producción como por su crítica de la deforestación. Se encuentra un argumento análogo en una carta de Marx a Engels del 25 de marzo de 1868 en la que, a propósito de la desertificación, llega incluso a mencionar el cambio climático: “El libro de Fraas, Clima y Flora en el tiempo, una historia de ambos (1847), es muy interesante por su demostración de que el clima y la flora cambian en un tiempo histórico. [...] Afirma que con la agricultura –y en correspondencia con su grado de intensidad– la “humedad” tan apreciada por los campesinos desaparece (de ahí la migración de las plantas del sur hacia el norte) y se forman estepas. El primer efecto de la agricultura es útil pero, en último análisis, es devastador [verödend] por la tala de bosques”. Marx observa que este autor –Karl Nikolaus Fraas, botánico (1810-1875)–  no supera el punto de vista burgués, pero que sus análisis manifiesta una “tendencia socialista inconsciente” (6). Entiéndase bien, Marx no podía prever el recalentamiento global que amenaza a la humanidad en el siglo XXI, pero se pregunta por los efectos de algunas formas de producción sobre la flora y sobre el clima.
Valores de cambio, valores de uso
Según los ecologistas, Marx, siguiendo a Ricardo, atribuye el origen de todo valor y de toda riqueza al trabajo humano, ignorando la aportación de la naturaleza. Esta crítica es, en mi opinión, resultado de un malentendido: Marx utiliza la teoría del valor-trabajo para explicar el origen del valor de cambio, en el marco del sistema capitalista. La naturaleza, por el contrario, participa en la formación de las verdaderas riquezas, que no son los valores de cambio sino los valores de uso. Esta tesis fue avanzada por Marx de forma muy explícita en la Crítica del Programa de Gotha contra las ideas de Lassalle y sus discípulos: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es también la fuente de los valores de uso (¡que son sin embargo la riqueza real!) tanto como el trabajo, que en sí mismo no es sino la expresión de una fuerza natural, la fuerza de trabajo del hombre” (7).
Los ecologistas acusan a Marx y Engels de productivismo. ¿Está justificada esta acusación? No, porque nadie ha denunciado tanto como Marx la lógica capitalista de producir por producir, la acumulación del capital, de las riquezas y de las mercancías como un fin en sí mismo. En un destacable pasaje de los Manuscritos de 1844, acusa a la desmesura del capital, su expansión sin límites y su manipulación de necesidades artificiales: “La falta de medida [Masslösigkeit], la desmesura [Unmässigkeit] se convierte en su auténtica norma. [...]. La extensión de los productos y de las necesidades hace del hombre el esclavo inventivo y calculador de apetitos inhumanos, imaginarios y contra natura” (8).
La idea misma de socialismo –al contrario de sus miserables falsificaciones burocráticas– es la de una producción de valores de uso, de bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico, dice Marx, no es el crecimiento infinito de bienes –el “tener”– sino la reducción de la jornada de trabajo y el crecimiento del tiempo libre –el “ser”–( 9).
Aunque es verdad que muchas veces se encuentra en Marx y Engels (y aún más en el marxismo ulterior) una postura poco crítica respecto al sistema de producción industrial creado por el capital y una tendencia a hacer del “desarrollo de las fuerzas productivas” el principal vector del progreso. Así, en el Manifiesto Comunista, rinden homenaje a la capacidad de la burguesía de crear “fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas en su conjunto”, lo que se traduce en la “sumisión al hombre de las fuerzas de la naturaleza, maquinismo, aplicación de la química a la industria y a la agricultura”, la “roturación de continentes enteros”, la “regulación de los ríos” (10), etc.
Pero el ejemplo más llamativo de la demasiado poco crítica admiració de Marx por la obra “civilizadora” de la producción capitalista, y por su instrumentalización brutal de la naturaleza, es el siguiente pasaje de los Grundisse:
“La producción basada en el capital crea por una parte la industria universal, es decir, el sobretrabajo al mismo tiempo que el trabajo creador de valores; por otra parte, un sistema de explotación general de las propiedades de la naturaleza y del hombre. [...] El capital comienza por tanto a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: ésta es la gran acción civilizadora del capital. [...] Se eleva a un nivel social en que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos puramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. En efecto, la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, una cosa útil. Ya no se la reconoce como una potencia. La inteligencia teórica de las leyes naturales tiene todos los aspectos del ardid para someter la naturaleza a las necesidades humanas, bien como objeto de consumo o como medio de producción”(11).
Fuerzas destructivas
Parece faltar en Marx y Engels una noción general de los límites naturales en el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque se puede encontrar aquí y allí, por ejemplo en este pasaje de La Ideología Alemana, la intuición de su potencial destructivo: “En el desarrollo de las fuerzas productivas se alcanza un estadio en que nacen fuerzas productivas y medios de circulación que ya no pueden ser sino nefastos en el marco de las relaciones existentes, y no son ya fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (el maquinismo y el dinero)” (12).
Por desgracia, esta idea no ha sido desarrollada por los dos autores, y no es seguro que la destrucción que se cuestiona aquí sea también la de la naturaleza. En cambio, en algunos pasajes referidos a la agricultura, se esboza una verdadera problemática ecológica y una crítica radical de las catástrofes que resultan del productivismo capitalista.
En estos textos se descubre una especie de teoría de la ruptura del metabolismo entre las sociedades humanas y la naturaleza, como resultado del productivismo capitalista(13). El punto de partida de Marx son los trabajos del químico y agrónomo alemán Liebig“uno de cuyos méritos inmortales es haber destacado el lado negativo de la agricultura moderna desde el punto de vista científico”(14). La expresión Riss des Stoffwechsels, ruptura o desgarro del metabolismo –o de los intercambios materiales– aparece de forma destacada en un pasaje del capítulo 47, “Génesis de la renta de la tierra capitalista”, en el libro III del Capital“Por una parte, la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en declive constante, a la que, por otra parte, opone una población industrial siempre en crecimiento, hacinada en las grandes ciudades: ella crea por consiguiente condiciones que provocan una ruptura irreparable [unheilbaren Riss] en la conexión del metabolismo [Stoffwechsel] social, un metabolismo prescrito por las leyes naturales de la vida; como resultado de ello la fuerza del suelo es derrochada [verschleudert] y este derroche se extiende gracias al comercio mucho más allá de los límites de cada país. [...] La gran industria y la gran agricultura industrializada actúan en común. Aunque en un principio se distinguían en que la primera devastaba [verwüstet] y arruinaba la fuerza de trabajo y por tanto la fuerza natural de los seres humanos, mientras la segunda hacía lo mismo directamente con la fuerza natural del suelo, en su desarrollo posterior ambas conjugan sus esfuerzos, ya que el sistema industrial en el campo debilita también al trabajador mientras la industria y el comercio proporcionan a la agricultura los medios para el agotamiento del suelo” (15).
Como en la mayor parte de los ejemplos que veremos a continuación, la atención de Marx se concentra en la agricultura y en el problema de la devastación de los suelos, aunque los asocia a un principio más general: la ruptura en el sistema de intercambios materiales [Stoffwechsel] entre las sociedades humanas y el medio ambiente, en contradicción con las “leyes naturales de la vida”. Es interesante señalar dos sugerencias importantes, aunque poco desarrolladas por Marx: la cooperación entre industria y agicultura en este proceso de ruptura, y la extensión de los daños a una escala global, gracias al comercio internacional.
El tema de la ruptura del metabolismo aparece también en un conocido pasaje del libro I del Capital: la conclusión del capítulo sobre la gran industria y la agricultura. Se trata de uno de los raros textos de Marx donde expresamente se abordan los estragos producidos por el capital en el entorno natural –así como una visión dialéctica de las contradicciones del “progreso” inducido por las fuerzas productivas: “La producción capitalista [...] destruye no sólo la salud física de los obreros urbanos y la vida espiritual de los trabajadores rurales, sino que perturba también la circulación material [Stoffwechsel] entre el hombre y la tierra, y la condición natural eterna de la fertilidad duradera [dauernder] del suelo, haciendo cada vez más difícil la restitución al suelo de los ingredientes que le son quitados y usados en forma de alimentos, vestidos, etc. [...] Además, cada progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el arte de desvalijar el suelo; cada progreso en el arte de acrecentar su fertilidad por un tiempo, es un progreso en la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país sobre la base de la gran industria, por ejemplo los Estados Unidos de Norteamérica, más rápido se completa este proceso de destrucción. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social socavando [untergräbt] al mismo tiempo los dos recursos de los que nace toda la riqueza: la tierra y el trabajador”(16).
Una lógica depredadora
En este texto hay varios aspectos destacados: en primer lugar, la idea de que el progreso puede ser destructivo, un “progreso” en la degradación y el deterioro del medio natural. El ejemplo escogido no es el mejor, y resulta demasiado limitado –la pérdida de fertilidad del suelo– pero no deja de plantear la cuestión más general de los ataques al medio natural, a las “condiciones naturales eternas”, por la producción capitalista.
La explotación y el sometimiento de los trabajadores y de la naturaleza son expuestos en paralelo, como resultado de la misma lógica depredadora de la gran industria y de la agricultura capitalistas, abriendo el campo a una reflexión sobre la articulación entre lucha de clases y lucha en defensa del medio ambiente, en un combate común contra la dominación del capital.
Estos distintos textos señalan la contradicción entre la lógica inmediata del capital –y de manera más general, el espíritu del capitalismo– y la posibilidad de una agricultura “racional” basada en una temporalidad mucho más prolongada y en una perspectiva duradera e intergeneracional que respete el entorno. Siguiendo en el libro III del Capital, Marx vuelve a esta contradicción intrínseca entre capitalismo y agricultura razonable: “La moraleja de la historia [...] es que el sistema capitalista se opone a una agricultura racional o que una agricultura racional es incompatible [unverträglich] con el sistema capitalista (incluso si favorece su desarrollo técnico); ésta necesita las manos del pequeño campesino trabajador o el control de los productores asociados”.
Aquí se sugieren dos ideas interesantes: a) el desarrollo técnico forma parte de la irracionalidad de la agricultura capitalista, y b) la alternativa es, a la vez, la agricultura campesina y el socialismo (los “productores asociados”), igual de respetables y “racionales” a los ojos de Marx.
Al agotamiento de los suelos se añade el ejemplo citado por Marx y Engels de la destrucción de los bosques, que tiene una gran actualidad, cuando la deforestación bajo la égida del capital y el agronegocio es uno de los mecanismos que favorece el recalentamiento global. Los dos fenómenos –la degradación de los bosques y del suelo– están estrechamente ligados en los análisis de Marx y Engels.
El problema de la contaminación del medio ambiente no está ausente de sus preocupaciones, aunque es abordado casi exclusivamente desde el ángulo de la insalubridad de los barrios obreros de las grandes ciudades inglesas. El ejemplo más llamativo son las páginas de La Situación de la Clase Trabajadora en Inglaterra, donde Engels describe con horror e indignación la acumulación de escombros y basuras industriales en las calles y los ríos, el gas carbónico que sustituye al oxígeno y envenena la atmósfera, las “emanaciones de los ríos contaminados y polucionados”(17), etc.
¿Cómo definen Marx y Engels el programa socialista respecto al medio natural? ¿Qué transformaciones debe sufrir el sistema productivo para hacerse compatible con la salvaguarda de la naturaleza? Aquí está la principal limitación de la reflexión de ambos pensadores, y es el aspecto que exige un cuestionamiento crítico. Parecen concebir a veces la producción socialista simplemente como la apropiación colectiva de las fuerzas y medios de producción desarrollados por el capitalismo: una vez abolida la “traba” que representan las relaciones de producción, y en particular las relaciones de propiedad, estas fuerzas podrán desarrollarse sin problemas. Habría por tanto una especie de continuidad sustancial entre el aparato productivo capitalista y el socialista, constituyendo la apuesta socialista, ante todo, la gestión planificada y racional de esta civilización material creada por el capital.
Por ejemplo, en la célebre conclusión del capítulo del Capital sobre la acumulación primitiva, Marx escribe: “El monopolio del capital se vuelve una traba para el modo de producción que ha crecido y prosperado con él y bajo sus auspicios. La socialización del trabajo y la centralización de sus resortes materiales llegan a un punto en el que ya no pueden contenerse en su envoltorio capitalista. Este envoltorio se rompe en pedazos. La hora de la propiedad capitalista ha sonado. [...] La producción capitalista engendra en sí misma su propia negación con la misma fatalidad que preside las metamorfosis de la naturaleza”(18). Además de su determinismo fatalista y positivista, este pasaje parece dejar intacto, en la perspectiva socialista, el conjunto del modo de producción creado “bajo los auspicios” del capital, cuestionando sólo el “envoltorio” de la propiedad privada, convertido en una “traba” para los resortes materiales de la producción.
Las sociedades precapitalistas
La misma lógica “continuista” domina algunos pasajes del Anti-Dühring, donde presenta al socialismo como sinónimo de desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas: “La fuerza de expansión de los medios de producción hace saltar las cadenas con que el modo de producción capitalista la había cargado. Su liberación de las cadenas es la única condición requerida para un desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas, progresando a un ritmo cada vez más rápido, y por consiguiente, para un crecimiento sin límites de la propia producción”(19). Ni que decir tiene que esta concepción del paso al socialismo es literalmente insostenible y debe ser cuestionada desde un punto de vista ecosocialista.
También hay en Marx y Engels escritos que consideran la dimensión ecológica del programa socialista y abren algunas pistas interesantes. Ya hemos visto que losManuscritos de 1844 se refieren al comunismo como “la verdadera solución al antagonismo entre el ser humano y la naturaleza”. Y en el pasaje arriba citado del libro I del Capital, Marx deja entender que las sociedades precapitalistas asegurarían “espontáneamente” [naturwüchsig] el Stoffwechsel, el metabolismo entre los grupos humanos y la naturaleza. En el socialismo (el nombre no aparece directamente, pero es posible inferirlo del contexto) habrá que restablecerlo de forma sistemática y racional, “como ley reguladora de la producción social”. Es una lástima que ni Marx ni Engels hayan desarrollado esta intuición, basada en la idea de que las comunidades precapitalistas vivían espontáneamente en armonía con su medio natural, y que la tarea del socialismo es establecer esta armonía sobre bases nuevas(20).
Algunos pasajes de Marx parecen considerar la conservación del medio natural como una tarea fundamental del socialismo. Por ejemplo, el libro III del Capital opone a la lógica capitalista de la gran producción agrícola, basada en la explotación y el despilfarro de las fuerzas del suelo, otra lógica, de naturaleza socialista: “el tratamiento conscientemente racional de la tierra como eterna propiedad comunitaria, y como condición inalienable [unveräusserlichen] de la existencia y de la reproducción de la cadena de generaciones humanas sucesivas”. Un razonamiento análogo se encuentra algunas páginas más arriba:“Una sociedad entera, una nación e incluso todas las sociedad contemporáneas reunidas, no son propietarias de la Tierra. Son sólo las ocupantes, las usufructuarias [Nutzniesser] y, como boni patres familia, deben dejarla en mejor estado a las generaciones futuras”(21). En otras palabras, Marx parece aceptar el “principio responsabilidad” tan querido a Hans Jonas, la obligación de cada generación de respetar el medio ambiente –condición de existencia para las generaciones humanas por venir.
En algunos textos, se asocia el socialismo a la abolición de la separación entre las ciudades y el campo, y por tanto a la supresión de la contaminación industrial urbana. Se hace eco de ello la novela utópica del gran escritor marxista libertario William Morris, Noticias de ninguna parte (1890), un intento fascinante de imaginar un mundo socialista nuevo, donde las grandes ciudades industriales habrían cedido el lugar a un habitat urbano/rural respetuoso con el entorno natural.
Pero no por ello es menos cierto que a Marx y Engels les falta una perspectiva ecológica de conjunto. Sugerimos, como nos incita Daniel Bensaïd, la necesidad de instalarse en las contradicciones de Marx y de tomarlas en serio. La primera de estas contradicciones es, desde luego, entre el credo productivista de algunos textos y la intuición de que el progreso puede ser fuente de destrucciones irreversibles del entorno natural(22).
Hay que repensar por tanto el marxismo y la alternativa socialista a partir de los nuevos parámetros introducidos por la crisis ecológica y las amenazas que ella representa –no para “el planeta”, sino para la supervivencia de numerosas especies vivas, incluída la nuestra. Es imposible, por lo demás, pensar una ecología crítica a la altura de los desafíos contemporáneos, sin integrar la aportación de Marx y Engels, en especial: 1) la crítica marxiana de la economía política, su cuestionamiento de la lógica destructiva inducida por la acumulación ilimitada del capital: una ecología que ignora o menosprecia la crítica marxiana del fetichismo de la mercancía está condenada a no ser más que un correctivo de los “excesos” del productivismo capitalista; 2) el programa socialista de colectivización de los medios de producción y de gestión democrática de la producción y del consumo por la propia sociedad.
La renovación del pensamiento marxista
La cuestión ecológica es, en mi opinión, el gran desafío para una renovación del pensamiento marxista en el siglo XXI. Exige de los marxistas una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna. No se trata –es evidente– de poner EN DUDA la necesidad del progreso científico y técnico y la elevación de la productividad del trabajo. Son condiciones ineludibles para dos objetivos esenciales del socialismo: la satisfacción de las necesidades sociales y la reducción de la jornada de trabajo. El desafío ecosocialista es reorientar el progreso para hacerlo compatible con la preservación del equilibrio ecológico del planeta y, en particular, poner fin a la deriva suicida que nos conduce, por el proceso de recalentamiento global, a un desastre de proporciones inimaginables.
El talón de Aquiles del razonamiento de Marx y Engels era, en algunos textos “canónicos”, una concepción acrítica de las fuerzas productivas capitalistas –es decir, del aparato técnico/productivo capitalista/industrial moderno– como si fueran “neutras” y bastara a los revolucionarios con socializarlas, sustituyando su apropiación privada por una apropiación colectiva, dándolas la vuelta en beneficio de los trabajadores y desarrollándolas de manera ilimitada.
El programa ecosocialista introduce un nuevo principio: aplicar al aparato productivo formado por el capital el mismo razonamiento que Marx proponía, en La Guerra Civil en Francia (1871), respecto del aparato del Estado: “La clase obrera no puede contentarse con coger tal cual la máquina del Estado y hacerla funcionar por su cuenta”(23). Mutatis mutandis, los trabajadores no pueden contentarse con coger tal cual la”máquina” productiva capitalista y hacerla funcionar por su cuenta: deben transformarla radicalmente en base a criterios socialistas y ecológicos. Lo que implica no sólo la sustitución de las formas de energía destructoras por fuentes de energía renovables y no contaminantes, como la energía solar, sino también una profunda transformación del sistema productivo heredado del capitalismo, así como del modelo de consumo, del sistema de transportes y del sistema de habitat urbano.
Como ya hemos visto, Engels habla, en el Anti-Dühring, de un desarrollo “ininterrumpido” de las fuerzas productivas y de un crecimiento “sin limites” de la producción misma, gracias al socialismo. Al criticar, con toda justicia, cualquier forma de productivismo, algunos ecologistas proponen como alternativa el decrecimiento. Este término tiene el mérito de oponerse al culto capitalista del “crecimiento” y la “expansión”, pero se mantiene prisionero de una problemática cuantitativa: producir y consumir “menos” y no “más”.
Se trata de reorganizar la producción según criterios cualitativos, en base a criterios ecológicos y sociales. Algunas actividades deben desarrollarse de forma rápida y significativa (lo que no quiere decir “ilimitada”): la educación, la salud, la cultura, los transportes colectivos, las bicicletas, la agricultura y la pesca biológicas, la energía solar, geotérmica y eólica. Otras deben desaparecer lo más rápidamente posible, literalmente “enviadas al desguace”: centrales nucleares y térmicas (de carbón), industria de armamentos, publicidad, pesca industrial, pesticidas, OGM, etc. Otras deberán ser reducidas progresivamente: industria automóvil, explotación petrolera, minas de carbón. Esta reestructuración ecosocialista del aparato productivo –resultado de un debate democrático, en el que se confrontan distintas propuestas, decidiendo en última instancia la propia población– debe imperativamente hacerse con la garantía del pleno empleo de los trabajadores afectados.
En resumen, el ecosocialismo no sólo exige un cambio de las formas de propiedad, sino una profunda transformación de las formas existentes de producción y de consumo. Se trata de una radicalización de la ruptura con el “espíritu del capitalismo” y con la civilización material capitalista. En esta perspectiva, el proyecto socialista aspira no sólo a una nueva sociedad y un nuevo modo de producción, sino también a un nuevo paradigma de civilización.
Notas
1. Massimo Quaini, Geography and Marxism, Totowa, N.J., Barnes & Noble, 1982, p. 136.
2. Friedrich Engels, Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales, 1950, p. 322.
3. En su interesante obra Marx’s Ecology. Materialism and Nature, New York, Monthly Review Press, 2001, John Foster Bellamy me critica por haber definido el pensamiento de Marx como “concepción optimista, prometeica del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas” (p. 135). Tiene razón en insistir en la inadecuación del término “prometeico” al hablar de Marx, pero sigo pensando que su visión del desarrollo de las fuerzas productivas es problemática. Volveremos a esta cuestión más adelante.
4. Karl Marx, Manuscrits de 1844. Economie polítique et philosophíe. Paris, Ed. Sociales, 1962, p.62, 87, 89.
5. Friedrich Engels, La Dialectique de la nature. Paris, Ed. Sociales, 1968, p.180-181.
6. Karl Marx, Friedrich Engels, Ausgewälte Briefe, Berlin, Dietz Verlag, 1953, p. 234-235.
7. Karl Marx, Critique des Programmes de Gotha et d’Erfurt, Paris, Ed. Sociales, 1950, p. 18. Ver también Le Capital, Paris, Garnier/Flammarion, 1969, libro I, p. 47: “El trabajo no es por tanto la única fuente de los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es el padre, y la naturaleza la madre, como dijo William Petty”.
8. Karl Marx, Manuscrits de 1844. Paris, Garnier/Flammarion, 2007. Cf. Karl Marx, Friedrich Engels, Kleine Ökonomische Schriften, Berlin, Dietz Verlag, 1953, p. 141.
9. Sobre la oposición entre “tener” y “ser”, ver los Manuscrits de 1844, op.cit., p.103: “Cuanto menos eres, y menos manifiestas tu vida, más posees, más crece tu vida alienada, más acumulas tu ser alienado”. Sobre el tiempo libre como principal base del socialismo, ver Le Capital, op.cit., libro III, p. 828.
10. Karl Marx, Friedrich Engels, Manifeste du Parti communiste, Paris, Flammarion, 1998, p. 79.
11. Karl Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, Paris, Anthropos, 1967, p. 366-367.
12. Karl Marx, L’Ideologie allemande, Paris, Ed. Sociales, p. 67-68.
13. Tomo prestado este término, y el análisis subsiguiente, de John Foster Bellamy, Marx’s Ecology…, op. cit., p. 155-167.
14. Karl Marx, Le Capital, Paris, Ed. Sociales, 1969, libro I, p. 660.
15. Karl Marx, Le Capital, III, Berlin, Dietz Verlag, 1969, Werke, Band 25, p. 821 (traducción propia).
16. Karl Marx, Le Capital, op.cit.,libro I, p. 363, revisado y corregido por mí según el original alemán, Das Kapital, op.cit., p. 528-530.
17. Friedrich Engels, The Condition of the Working-Class in England (1844), en Karl Marx, Friedrich Engels, On Britain, Moscú, Foreing Language Publishing House, 1953, p.129-130.
18. Karl Marx, Le Capital, op.cit.,libro I, p. 566-567.
19. Friedrich Engels, Anti-Dühring, p. 321.
20. Este aspecto del texto se ha perdido en la traducción del Capital por Jean-Pierre Lefebvre, citada en la traducción del artículo de Ted Benton, en la medida en que naturwüchsig –“espontaneo” – es traducido por “origen simplemente natural”.
21. Karl Marx, Das Kapital, III, p. 784, 820. la palabra “socialismo” no aparece en estos pasajes, pero está implícita.
22. Daniel Bensaïd, Marx l’intenpestif, Paris, Fayard, 1995, p- 347.
23. Karl Marx,La Guerre civile en France, en Marx, Engels, Lenin, Surla Commune, Moscú, Ed. du Progrès, 1971, p.56


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