lunes, 31 de marzo de 2014

Más de 42 mil hectáreas de Santurbán serán protegidas


Minambiente presentó en Bucaramanga avances en la delimitación del páramo. Ministra dice estar dispuesta a enfrentar reacción de compañías mineras.

Por: Pastor Virviescas Gómez / Especial para El Espectador

Más de 42 mil hectáreas de Santurbán serán protegidas

La cara de preocupación de los gerentes de las compañías mineras reflejaba la magnitud de la decisión tomada por la ministra de Ambiente, Luz Helena Sarmiento, quien después de largos meses de concertación por fin anunció en Bucaramanga que el Páramo de Santurbán, al menos en el papel, estará a salvo.

Apoyada en el concepto técnico emitido por el Instituto Alexander von Humboldt y en algunos criterios sociales, la ministra manifestó que ya fue definida la delimitación de Santurbán y que “este es un modelo de desarrollo realmente sostenible en el que prima que el recurso hídrico es lo más importante para la región y para la nación”.

La línea definitiva, que no será adoptada de inmediato, ni fue enseñada a los periodistas regionales, abarcará de acuerdo a la ministra Sarmiento “más de 42 mil hectáreas”, mientras que la superficie conservada del Parque Natural Regional quedó en 10.700 hectáreas.

“Demostramos que en esta decisión primó el deber ser y cuadruplicamos el área”, señaló, al tiempo que dijo que asume la responsabilidad y está dispuesta a enfrentar la reacción de compañías mineras como Eco Oro (antes Greystar) que ve frustrado su proyecto de Angostura. “Uno no puede gobernar con miedo, sino con firmeza y transparencia”, le dijo a El Espectador.

El significado de la tan anhelada noticia es que se ordena la suspensión de la minería a gran escala y la agricultura en páramo, los campesinos resultarán cobijados por una estrategia de reconversión de sus actividades y nadie tendrá que irse de quienes hoy habitan esa área ubicada en la jurisdicción de los municipios santandereanos de Suratá, California, Matanza, Vetas y Tona, incluido el corregimiento de Berlín que produce cebolla y papa.

La tarea que les espera a los gobiernos nacional, departamental y locales es crear incentivos mediante el pago por servicios ambientales para aquellas personas que opten por la conservación de los bosques y el agua, además de propiciarles otros medios de vida que sean compatibles con la conservación del páramo, consolidándolo como la inmensa fábrica de agua que alimenta a 21municipios de Santander y Norte de Santander, entre ellos el área metropolitana de Bucaramanga.

En esa etapa de transición habrá que determinar con exactitud, pueblo por pueblo, cuántas familias son las que tienen que suspender sus actividades de agricultura y ganadería, así como el número de desempleados que deja la explotación minera -en una primera fase recibirán subsidios-, para lo cual MinAmbiente considera que es clave que los alcaldes se conviertan en amigos del proceso.

El pago por servicios ambientales se hará por hectárea conservada y no por familia, con lo cual el Gobierno se le adelanta a quienes pretendieran pescar en río revuelto fraccionando sus fincas.

“Con esta medida de conservación del páramo en serio, ganaron todos los que necesitan agua y aquí necesitan agua todos: los mineros, los agricultores, los ciudadanos de arriba y los de abajo. Perdieron temporalmente los que ven limitadas sus posibilidades de producción agropecuaria o extractiva hoy dentro de Santurbán, pero la idea es que en la transición hallen un modo de vida que sea compatible con el páramo. También pierden unos mineros que tienen títulos adentro, y con ellos habrá que hacer una negociación de tipo jurídico”, explicó Juan Camilo Cárdenas, economista de la Universidad de los Andes y asesor de MinAmbiente.

Pero los grandes derrotados con la decisión, a la que llegó el Gobierno después de multitudinarias marchas de protesta a lo largo de estos tres años, son aquellas personas y empresarios tanto colombianos como extranjeros que querían llevarse las toneladas de oro y plata que esconden estas montañas, sin tener presente el valor inconmensurable del agua y el medio ambiente. Se estima que en el caso de Eco Oro (antigua Grey Star), la delimitación del Parque Regional y ahora del páramo afectará un 60% de los títulos que le fueron otorgados a la minera canadiense.

Minería en Páramo de Pisba

Greenpeace aplaude intervención de la Defensoría en proyectos mineros de páramo de Pisba

El organismo pidió que la Procuraduría investigue el otorgamiento licencias ambientales para minería.

Por: Elespectador.com

Greenpeace aplaude intervención de la Defensoría en proyectos mineros de páramo de Pisba

La organización Greenpeace señaló mediante un comunicado como positivo el involucramiento de la Defensoría del Pueblo en la situación que atraviesa la comunidad de Tasco, generada por la minería de carbón en el Páramo de Pisba. (Vea: La actividad minera en el páramo de Pisba, en imágenes)

Los ambientalistas hacen referencia al informe de la Defensoría del Pueblo presentado la semana pasado en Tunja, Boyacá que, entre otras recomendaciones, solicita a la Procuraduría la investigación de los funcionarios de Corpoboyacá, por el otorgamiento de licencias ambientales para minería de carbón en el páramo.

Greenpeace junto a los vecinos de Tasco viene alertando desde el 2013, los riesgos que según ellos representa para la comunidad el mega proyecto de minería de carbón que pretende desarrollar la empresa Hunza Coal, en pleno ecosistema paramuno. La compañía de capitales extranjeros, tiene 3 títulos mineros y permiso ambiental para explotar carbón en la zona de recarga hídrica de los acueductos que abastecen de agua a la población del municipio de Tasco.

“Esperamos que las recomendaciones de la Defensoría sean tomadas en cuenta por los otros organismos involucrados, sobre todo en referencia a las escandalosas irregularidades en que fueron otorgados las licencias ambientales para que Hunza Coal pueda desarrollar un proyecto de carbón que destruirá un área estratégica para el desarrollo de la comunidad”, manifestó Consuelo Bilbao Coordinadora de la Campaña de Páramos de Greenpeace Colombia.

El informe de la Defensoría “La problemática de minería en el municipio de Tasco”, por un lado hace referencia a la importancia hídrica del Páramo de Pisba, por otro advierte a la Agencia Nacional de Minería que no prorrogue títulos en esa zona y al Ministerio de Ambiente que defina la zona amortiguadora del Páramo de Pisba para mitigar los impactos negativos en el área.

“Ya es tiempo que se prohibida definitivamente la minería de carbón en el páramo de Tasco, para eso indispensable que Corpoboyacá revoque las licencias ambientales otorgadas y que la Agencia Nacional de Minería revoque los títulos mineros”, concluyó Bilbao.

Plantón en defensa de la vida: 22 de Abril Bogotá




Denuncian impacto de la minería en el río Venadillo

Marzo 31, 2014 - 02:01
Denuncian impacto de la minería en el río Venadillo
Concejal anuncia que el pueblo venadilluno le seguirá los pasos a sus hermanos de Piedras, están preparando consulta popular.
Habitantes del Norte del Tolima aseguran que la minería está acabando con el río Venadillo. Algunos creen que se debe a operaciones ilegales, otros al título minero otorgado a Johan Moller.
La situación en la zona, dijeron residentes del casco urbano de Venadillo, se está tornando alarmante. Sin embargo, por temor a represalias los denunciantes prefieren no hablar a nombre propio. EL NUEVO DÍA intentó dialogar con el mandatario local, pero no respondió las llamadas.
El concejal Jhon Erigson Cruz Trujillo, quien está enterado de la situación aseguró que desde noviembre de 2013 en la localidad se encuentran diligenciadas por parte de Ingeominas 12 concesiones mineras sobre la parte alta de la cordillera, las cuales amenazan directamente “la vida de nuestro territorio, su gente y ecosistemas”.
Es de ahí que la Asociación Jóvenes por Venadillo avalada por el cabildo en pleno está adelantando un proceso frontal de lucha, con el objetivo de que estos títulos mineros sean suspendidos, entre ellos, el de Johan Moller, que en su fase de exploración, estaría rediseñando la parte alta de la cordillera, tras la remoción de capa vegetal, en la vereda Puerto Boy.
Dichas labores, dijo el cabildante, están generando impacto ambiental sobre el afluente. “No tenemos claro qué equipos se estén utilizando pero el municipio se está afectando por el daño al río”.
Al parecer se ha perdido en cierta medida el cauce y una gran cantidad de agua, la cual ha tomado un color y olor a barro.
“Las intervenciones en el suelo en Puerto Boy y en una falda de la cordillera se empezaron a realizar el 23 de diciembre y a principios de enero se subieron unos brazos mecánicos, con los cuales los privados alegaron que eran para efectuar unos cortes y que no afectaría el río, pero estamos viendo que este está desapareciendo”, prosiguió.
De acuerdo con el testimonio de moradores, el epicentro de exploraciones está a 60 minutos del casco urbano, y el impacto se puede evidenciar desde el puente que conduce a la avenida nacional. “El agua está embarrada y es un chorrito pequeño”, dicen.
“No a la minería”
 El concejal considera que este y los demás ejemplos de afectaciones al medio ambiente alrededor del mundo generadas por la minería son argumentos suficientes para demostrar que en esta zona no se puede permitir este tipo de procesos.
Como parte de esa lucha en contra de la minería la Asociación de Jóvenes por Venadillo, está ultimando los detalles para una gran jornada de recaudación de firmas.
Esta ‘firmatón’ proyectada en unos 20 días, y con la cual esperan contar con el apoyo de cinco mil personas, según dijo el concejal Cruz Trujillo, anticipará el siguiente paso: la demanda social.
Es así, que los venadillunos se estarían asesorando de habitantes de Piedras, personal de Cortolima y representantes de organizaciones ambientalistas y ONG para convocar a una consulta popular.
“No hay fecha exacta, pero este será el paso a seguir. Se están tomando asesorías legales que permitan blindar el proceso”, advirtió. 
Publicada por
EL NUEVO DÍA
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viernes, 28 de marzo de 2014

Lo pequeño no es tan hermoso: los costes ambientales del consumismo de aparatos electrónicos

José Bellver Soroa

FUHEM Ecosocial


En un contexto en el que la economía mundial aún no ha terminado de recuperarse −especialmente en Europa− de la Gran Recesión iniciada en 2008, la producción y el consumo de aparatos electrónicos no cesa de incrementarse en el mundo. Toda una serie de artefactos inundan crecientemente hoy nuestros hogares y lugares de trabajo, que aparentemente están destinados a hacernos la vida más fácil: ordenadores portátiles, SmartphonesTabletsPDAsNotebooksUltrabooks y toda una serie de “innovaciones” electrónicas no siempre tan diferentes de su versión anterior, de nomenclatura en ocasiones impronunciable, y con dimensiones y pesos cada vez más reducidos. Paradójicamente, a pesar de la miniaturización y la mayor ligereza de los bienes de consumo electrónicos, su impacto ambiental sigue siendo enorme. Especialmente si tenemos en cuenta todas las fases del ciclo de vida de los mismos, desde la cuna hasta la tumba de estos productos que, paradójicamente, son presentados en ocasiones incluso como solución a los problemas de insostenibilidad ecológica.
La informática y la electrónica siguen exigiendo una extracción masiva de sustancias minerales, además de los costes energéticos que su fabricación y uso llevan aparejados, con las consecuentes emisiones de residuos −muchos de ellos tóxicos− en las distintas fases de la cadena productiva, basura electrónica incluida. La fabricación y el uso del equipamiento tecnológico que acompaña esta extensión del sector servicios es, por tanto, una muestra más de la ausencia de cualquier atisbo de desmaterialización económica y, por tanto, de que el capitalismo actual sigue expandiendo la producción de bienes y servicios a costa de los recursos naturales procedentes de la corteza terrestre y del deterioro de los ecosistemas globales. Igualmente, de la misma forma en que existen jerarquías sociales en el sistema económico capitalista, estos usos de recursos y sumideros globales están también distribuidos de forma desigual entre unas y otras poblaciones del mundo.
Las TIC y el mito de lo inmaterial
El desarrollo y la implementación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a partir de los años setenta, y su cada vez mayor presencia en las sociedades industrializadas a partir de los años noventa, ha sido y sigue siendo uno de los elementos sobre los que descansa el espejismo de la posible expansión ilimitada del sistema económico en un entorno finito como es la biosfera. En términos más generales, el desarrollo tecnológico es para muchos economistas la principal, si no la única, forma de sortear las restricciones que la naturaleza pudiera imponer al crecimiento económico y de así poder acallar los malos augurios de quienes, aún con sólidas bases científicas, llevan alertando sobre las mismas desde hace ya más de cuatro décadas, notablemente a partir de la publicación del informe al Club de Roma sobre Los límites al crecimiento[1] Lamentablemente, a pesar de los múltiples avances tecnológicos desde la fecha, la prevalencia de una crisis ecológica con distintas dimensiones y escalas hace que este debate siga hoy más vigente que nunca. [2]
Las TIC −que podemos definir como el conjunto de productos y servicios necesarios para digitalizar , almacenar , procesar, distribuir y comunicar información− [3] constituyen sin duda alguna uno de esos avances tecnológicos que están marcando un antes y un después en múltiples ámbitos de las sociedades mundiales, aunque con un elevado grado de disparidad entre las mismas. [4] Podría decirse que su auge inicial a finales del siglo pasado dio lugar a cierta euforia colectiva entre científicos sociales entre los cuales se hablaba, quizás con cierta precipitación, de «tercera revolución industrial», de «sociedad de la información» o «sociedades post-industriales» y en el ámbito económico, de una «economía del conocimiento», en ocasiones utilizada como sinónimo de «nueva economía», un término hoy quizás más en desuso tras el fiasco sufrido tras el desplome bursátil de las puntocom al finalizar el pasado siglo XX. [5] La centralidad del conocimiento y de la información en esta “nueva era” ha llevado igualmente a calificar esta extensión tecnológicamente avanzada del sector servicios de «economía de lo inmaterial», cuestión que en el terreno de la discusión en torno a los problemas subyacentes a las relaciones entre economía y naturaleza, entronca directamente con una de las polémicas más recurrentes de los últimos años en el ámbito de las relaciones entre crecimiento y medio ambiente: la de la desmaterializaciónde la economía, o el desacople entre crecimiento económico y el uso de recursos naturales. [6]
Las primeras investigaciones al respecto fueron las llevadas a cabo en 1978 por el economista Wilfred Malenbaum para la National Commission on Materials Policy (Comisión Nacional para las Políticas de Materiales) de EEUU, en las que se mostraba una tendencia a la reducción en la intensidad de uso de una veintena de materias primas por unidad de PIB entre 1950 y 1975, y se anticipaba una continuación futura de esta tendencia. Según Malenbaum, esto se producía principalmente como consecuencia del cambio tecnológico −que permitiría generar la misma cuantía de valor con menos inputs materiales− aparejado a la terciarización de las economías industrializadas. En el caso de los países en desarrollo −y partiendo de una visión lineal del desarrollo económico− esta intensidad se incrementaría durante la etapa previa de industrialización de sus economías agrícolas, representándose así la relación entre consumo de materiales y renta como una curva en forma de campana o de U invertida. [7]
Esta hipótesis de desmaterialización económica fue posteriormente reforzada por toda una serie de estudios que en algún caso trajo consigo el presagio de un supuesto final de la “era de los materiales”. [8] Sin embargo, una buena parte de los mismos estaban centrados en el análisis de materiales específicos, y no en indicadores integrales de consumo material, por lo que se demostraría más adelante que en muchos casos el fenómeno analizado podría más bien denominarse transmaterialización, en el sentido de que la reducción en el uso de unos materiales se debía a la sustitución por otros de mayor calidad. [9] En otros casos, al ampliar la serie temporal de estudios anteriores las curvas que describían los patrones de consumo de materiales adoptaban una forma de “N” más que de “U invertida” produciéndose, contrariamente a lo pronosticado, una rematerialización de la economía. [10]
Una distinción esencial, no obstante, es la que cabe hacerse entre desacople o desmaterialización en términos absolutos, que es la que se produce cuando el uso de materiales disminuye en tiempos de crecimiento económico, frente a aquella en términos relativos, cuando el uso de materiales crece a un ritmo más lento que la economía. [11] La creciente bibliografía basada en la metodología del análisis de flujos de materiales lleva ya unos años demostrando cómo los casos de desmaterialización absoluta −la ecológicamente significativa− son limitados o más bien inexistentes, [12] por mucho que sí puedan darse situaciones de desacople en términos relativos. [13]
Al descender a la escala sectorial y de productos específicos, observaremos también que las TIC y la mencionada sociedad de la información, con su innegable dimensión intangible, ocultan sin embargo unos cimientos ambientales que conviene sacar a la luz para evitar evaluaciones acríticas.
La pesada mochila ecológica de los ligeros aparatos electrónicos
A pesar del pinchazo de la burbuja a la que el auge de las TIC dio lugar bajo el rótulo de “nueva economía”, la economía de lo digital y lo cibernético parece estar viviendo hoy un nuevo auge, así como la producción y el consumo de los múltiples dispositivos electrónicos que para ello se utilizan. Mientras la dimensión socioeconómica ligada a este fenómeno es ampliamente tratada y discutida, el debate social en torno a sus consecuencias ambientales parece más reducido y su visualización no deja de estar limitada, como todos los ámbitos del binomio economía-naturaleza, por el velo monetario que la recubre. Sin embargo, las cifras ofrecidas por la observación detallada de los flujos de recursos y residuos a lo largo del ciclo de vida de los equipamientos electrónicos asociados a las TIC avalan la existencia de un impacto ambiental creciente y nos llevarán a distanciarnos de anhelos como aquel que en los inicios de la revolución informática apuntaba E. Parker al afirmar que «en la era de la información, el crecimiento económico ilimitado será teóricamente posible, al conseguirse un crecimiento cero del consumo de energía y materiales». [14]
El físico Eric Williams, uno de los académicos que más contribuye hoy a desvelar esta cara oculta de las TIC, mostraba, en un estudio elaborado junto con Ruediger Kuehr para las Naciones Unidas, cómo la fabricación de productos electrónicos es altamente intensiva en el uso de recursos naturales, superando con creces a otros bienes de consumo. Según sus cálculos, la fabricación de un ordenador de sobremesa requiere al menos 240 kg de combustibles fósiles, 22 kg de productos químicos y 1,5 toneladas de agua. El peso en combustibles fósiles utilizados supera las diez veces el peso del propio ordenador, mientras que por ejemplo, para un coche o una nevera, la relación entre ambos pesos −de los combustibles fósiles usados en su fabricación y del producto en sí− es prácticamente de uno a uno. [15]
Otro ejemplo ligado al anterior, e igualmente significativo a la hora de evaluar las implicaciones ambientales de la revolución de las TIC, en tanto que piedra angular de la misma, es el de la microelectrónica, o más concretamente el microchip, que hoy ya podemos encontrar en todo tipo de aparatos electrónicos (ordenadores, teléfonos móviles, etc.). Este es a menudo asumido como un buen ejemplo de desmaterialización ya que su valor y utilidad son elevados, mientras que su peso es insignificante. Sin embargo, en una célebre publicación de Williams, junto con Robert Ayres y Miriam Heller, sus autores mostraron cómo un microchip de 2 gr requiere, para su fabricación, 72 gr de productos químicos, 20 litros de agua, y el equivalente a 1,2 kg de combustibles fósiles en consumo energético, [16] además de generar 17 kg de aguas residuales y 7,8 kg de desechos sólidos, junto a toda una serie de emisiones tóxicas a la atmósfera. [17] El análisis del ciclo de vida de un microchip sintetiza en definitiva un proceso a todas luces paradójico y a la vez revelador: mientras progreso tecnológico avanza hacia una miniaturización de los dispositivos electrónicos, el impacto ambiental de los mismos se acrecienta.
Efectos rebote ligados a las TIC
Ahora bien, sin tener en cuenta lo anterior, intuitivamente podría pensarse que la aplicación de las TIC en la actividad económica tiene un efecto directo en la reducción en el uso de recursos naturales mediante la generalización de servicios más eco-eficientes, la optimización de los procesos de producción o la reducción de la movilidad a través de lo virtual (ej.: videoconferencias). Sin embargo, es necesario no solo tener en cuenta los efectos directos, sino también los efectos indirectos que pudieran llevar a aumentos en el uso de materiales. Esto es lo que se conoce como efecto rebote[18] cuando las ganancias en eficiencia se saldan con un aumento del consumo de recursos (o la generación de residuos).
Son múltiples las dimensiones socioeconómicas que pueden dar lugar a efectos rebote como consecuencia del desarrollo de las TIC: bien sea porque puedan generarse reducciones en los precios −como consecuencia de una mayor eficiencia− y por el mayor consumo de otros bienes o servicios que se pueda derivar del ahorro subyacente, o por los efectos indirectos debidos a la existencia de sustitutos imperfectos −por ejemplo, transporte y telecomunicaciones− o, simplemente, por el propio crecimiento económico, estimulado por la implementación de las TIC −vía mayor productividad−, mediante el cual podrían acabar deshaciéndose, a escala macro, los ahorros logrados en el uso de materiales a escala micro. [19]
Un primer efecto rebote suele venir de la mano del aumento de infraestructuras que la propia puesta en marcha de las TIC requiere: nuevas actividades de construcción, cableado, equipamientos de todo tipo (servidores, amplificadores, routers, etc.) y aumentos en la potencia energética para satisfacer las nuevas demandas crecientes ante la mayor potencia y difusión de los nuevos equipamientos. [20] Realizar esta contabilidad es, a buen seguro, una tarea compleja, pero no puede dejarse de lado, especialmente cuando observamos el elevado grado de renovación que estas infraestructuras requieren como consecuencia de los constantes avances tecnológicos.
Un ámbito esencial donde el afloramiento de las nuevas tecnologías ha comprometido las promesas de mayor sostenibilidad ecológica de la nueva economía-sociedad de la información ha sido el de los cambios en las pautas de consumo. Uno de los primeros mitos desvelados en este sentido ha sido el de la “oficina sin papeles” que la expansión de las TIC parecía prometer, pues, a pesar de los procesos de digitalización, ha venido acompañada de incrementos en las ventas de impresoras más baratas y rápidas, de tal manera que solo en EEUU el consumo de papel llegó a multiplicarse por cinco entre 1960 y 1997. En cuanto a los medios de información digitales, a pesar del notable aumento en su número de lectores en detrimento de la prensa escrita, tampoco están muy claras aquí las ventajas ambientales de leer las noticias por internet frente a un periódico en papel. Según documenta Andrius Plepys, el impacto ambiental sería mayor en el medio digital una vez pasados 20 minutos y más amplificado aún si el lector o la lectora decidiese imprimir una o varias de esas noticias. [21]
Además de los ordenadores, los lectores electrónicos (e-readers) donde cabe incluir tanto libros electrónicos (e-books) como las tabletas (tablets) son hoy los dispositivos que en una progresión exponencial parecen estar sustituyendo la lectura en papel por la digitalizada. En el paso del papel a lo digital aparentemente el impacto medioambiental se reduce sustancialmente, sobre todo teniendo en cuenta la huella de carbono derivada de la tala de árboles, cifrada en 30 millones de árboles en el caso de EEUU solo para el año 2006. Sin embargo, en un análisis reciente sobre la cuestión se concluía que harían falta 100 libros impresos para llegar a la huella de carbono de un popular modelo de tabletas (iPad). Y en términos de combustibles fósiles −tanto para la energía como los plásticos empleados en su fabricación−, uso de agua y consumo de materiales (metales y otros recursos minerales usados para los distintos componentes electrónicos y la batería) el impacto de un e-reader −mayoritariamente situado en su fabricación− equivale aproximadamente al de 40 ó 50 libros. Por tanto, el impacto ambiental de esta sustitución digital dependerá mucho del comportamiento de los consumidores de uno y otro formato: será menor el de quien lea muchos libros en el formato digital frente a quien lo haga menos, de la misma forma en que un libro en papel tendrá un menor impacto por libro a mayor número de manos lectoras por las que pase. Cierto es que el formato electrónico requiere, por otra parte, energía para su uso, aunque en una proporción menor −en torno a una tercera parte− respecto a su fabricación, variando aquí sustancialmente de más a menos entre las tabletas y los dispositivos que utilizan tinta electrónica. La complejidad del asunto nos lleva en cualquier caso a descartar cualquier apriorismo. [22]
Otro terreno donde conviene hacer bien las cuentas es el del comercio electrónico, la gran esperanza despertada por la nueva economía. Como señala Óscar Carpintero,
«A pesar de que las ventajas en este caso afectan tanto a la esfera de la producción como a la del consumo, cabe recordar que este tipo de comercio, si bien simplifica los desplazamientos relacionados con la obtención de información y la compra efectiva, no evita el transporte de los productos a domicilio y el coste o impacto ambiental asociado» . [23]
De hecho, el comercio electrónico tiende a favorecer un transporte en ocasiones peor aprovechado y, en términos generales, más rápido (ej.: avión y camiones frente a tren o barco), llegando a cuadruplicarse o quintuplicarse los costes energéticos. [24] Aquí, el ahorro o no dependerá del nivel de carga de los vehículos y la distancia recorrida. En Suecia, por ejemplo, se ha estimado que las compras de los hogares vía comercio electrónico dan lugar a ahorros en términos ambientales cuando estas llegan a reemplazar al menos 3,5 viajes para compras tradicionales si se realizan más de 25 envíos de pedidos al tiempo, o si la distancia a recorrer para la entrega es menor de 50 km. [25]
En sintonía con lo anterior, cabe situar al teletrabajo con las muchas posibilidades que para ello ofrecen las nuevas tecnologías. A primera vista se plantean ventajas evidentes (reduce los desplazamientos, el consumo de energía, la contaminación, etc.), pero aquí también conviene equilibrar la valoración teniendo en cuenta los efectos colaterales no deseados que pueden variar mucho según los lugares. En EEUU, por ejemplo, la adopción del teletrabajo como política ambiental podría generar un ahorro energético potencial de entre el 1% y el 3%, mientras que en Suiza se detectó en 1997 un aumento del 30% en el consumo de energía de aquellos hogares en los cuales uno de los miembros trabajaba en casa, dado que una parte importante de la energía ahorrada en el transporte y la oficina se consume en el propio hogar al desarrollarse ahí la actividad. [26]
Finalmente, el efecto rebote por antonomasia es aquel que surge del incremento del volumen total de consumo. Es decir, que incluso en el caso de que encontrar una nueva tecnología o aparato tecnológico que claramente supusiera un menor impacto ambiental frente a su versión anterior o analógica, esta mejora podría verse más que compensada por un uso mayor o, sobre todo, por el aumento de las ventas de nuevos bienes de consumo electrónicos, habida cuenta de los importantes requerimientos de energía y materiales para su fabricación. Esto es claramente lo que sucede hoy en día con la proliferación de nuevos aparatos electrónicos (smartphonestablets, televisiones con pantalla plana, etc.), que con frecuencia no suponen realmente cambios sustanciales en cuanto a su utilidad o función principal.
El acortado ciclo de vida de muchas de estos aparatos electrónicos es el fruto de un consumismo −que no es otra cosa sino la otra cara del productivismo− que tiene su origen, en parte, en lo que se conoce como obsolescencia percibida, es decir, no real, en donde la reducción de precios y las estrategias de marketing de las empresas distribuidoras están jugando un importante papel. Otro tipo de obsolescencia realmente existente es la planificada por los fabricantes de aparatos electrónicos que en muchos casos introducen componentes destinados a estropearse mucho antes que el periodo total de vida útil del aparato en su conjunto, dificultando por otra parte su reemplazo. El caso de los teléfonos móviles es paradigmático para ambas cuestiones, con el resultado de que mientras estos podrían tener vidas útiles de aproximadamente 10 años, la frecuencia media de sustitución de los mismos se sitúa entre los 12 y 24 meses. [27] Hilty y colegas destacan otra paradoja similar al apuntar que a pesar de que la eficiencia y el rendimiento de los ordenadores no ha dejado de incrementarse desde el inicio de su existencia, el incremento del número de ordenadores instalados ha aumentado en mayor medida, dando así lugar a un efecto rebote mediante el cual el uso conjunto de energía y materiales para informática no ha dejado de incrementarse. [28] En los últimos años, la progresión sigue siendo la misma, solo que una parte de las compras de ordenadores va siendo poco a poco sustituida por las tabletas y los portátiles “ultraligeros”, cuyas ventas se incrementaron, respectivamente, un 66% y un 140% (Tabla 1).
Tabla 1. Ventas mundiales de algunos aparatos electrónicos (en millones de unidades)
Esta dinámica del usar y tirar da lugar al último coletazo de deterioro ecológico asociado a los aparatos electrónicos en su ciclo de vida. Naciones Unidas estima que anualmente se genera un flujo creciente de entre 20 y 50 millones de toneladas de residuos electrónicos en el mundo, de los cuales una parte importante es exportada, de forma frecuentemente ilícita, desde Estados Unidos, la Unión Europea o Japón, principalmente hacia los continentes asiático y africano, donde se realiza un reciclaje mucho más rudimentario o simplemente se vierte y/o quema en algún lugar, con serias consecuencias medioambientales y para la salud de las poblaciones locales, generalmente las más pobres. Esto es lo que se denomina irónicamente la política NIMBY (siglas de la versión anglosajona de “No en mi patio trasero”). [29] [30]
Comentarios finales
La evaluación económico-ecológica de la actual proliferación de aparatos electrónicos que ha venido acompañando a la implementación y al desarrollo de las TIC en las últimas dos décadas es, sin duda, compleja, dado que existen múltiples factores a tener en cuenta y que pueden actuar de forma contradictoria. En este sentido, por ejemplo, en lo que respecta a internet, la red puede ser una herramienta de formación y empoderamiento del consumidor destinada a promover estilos de vida más ecológicamente responsables, pero al mismo tiempo puede ser una poderosa herramienta de fomento del consumismo en tanto que canal de marketing.
Sin la posibilidad, ni tampoco la pretensión, de realizar aquí un estudio exhaustivo sobre la cuestión, sí hemos podido observar, no obstante, que todo apunta a que cuando se hacen bien las cuentas, la terciarización de los países ricos y el uso creciente de bienes de consumo electrónicos entre sus poblaciones [31] ya no parecen −al menos no con la seguridad de quienes en ocasiones realizan afirmaciones que casi parecen dogmas de fe− necesariamente generadores de una menor intensidad en el uso de recursos naturales, y menos de un menor uso de los mismos en términos absolutos, o de un menor impacto ambiental en términos más generales.
Buena parte de la ilusión ambiental que rodea este proceso de “tecnologización” de nuestras vidas surge en gran medida del hecho de que los bienes de consumo electrónicos son, con frecuencia, menos intensivos energéticamente en su utilización que en su fabricación, contrariamente a lo que sucede con otros bienes de consumo. Así pues, simplemente, el deterioro ecológico (y social), queda aquí trasladado a momentos distintos del ciclo de vida de los productos, así como a fases de la cadena de producción que con frecuencia han sido igualmente trasladados, solo que geográficamente (ej.: deslocalización) a otros lugares. En estas mismas regiones periféricas de la economía mundial se extraen también crecientemente las “exóticas” sustancias minerales requeridas para las tecnologías más novedosas. Casualmente −o no tanto−, estos suelen ser los lugares donde los salarios, los derechos laborales, y los niveles de protección ambiental son menores. El menor poder político de quienes directamente sufren los impactos ambientales de este consumismo contribuye sin duda a perpetuar esta realidad, pero no evita que se acumulen los sucesivos conflictos socioecológicos a escala mundial. Hacerlos visibles y ligarlos a sus causas originarias será un primer paso para solventarlos de forma justa.
Finalmente, este texto no debe de entenderse como un manifiesto anti-tecnológico, sino más bien como una llamada informada a la autolimitación tanto individual como colectiva, teniendo siempre presente que, en última instancia, son las propias dinámicas del sistema económico las que deben de trascenderse de cara a verdaderos cambios de tendencia.
Notas:
[1] D. H. Meadows, D. L. Meadows, J. Randers y W. Behrens, Los límites al crecimiento, FCE, México, 1972.[2] Para una revisión en torno a la vigencia de muchas de las previsiones de Meadows y colegas, véase U. Bardi, The limits to growth revisited, Springer, Nueva York, 2011. Por otra parte, en el último informe La situación del mundo 2013: ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad? del Worldwatch Institute (publicado en castellano por Fuhem Ecosocial e Icaria) puede consultarse el segundo capítulo, en el que Carl Folke repasa las información científica más reciente en torno a los límites planetarios ya rebasados.
[3] J. Van den Bergh, H. Verbruggen, y V. Linderhof, «Digital Dematerialization: Economic Mechanisms behind the Net Impact of ICT on Materials Use» en M. Salih, (ed.), Climate change and sustainable development, Edward Elgar, Cheltenham, 2009.
[4] No existe de hecho ninguna certeza de que las TIC favorezcan la reducción de las desigualdades de nuestro mundo, existiendo incluso la amenaza de que pudieran convertirse en un factor que contribuyera a su agudización como consecuencia de que una nueva brecha viniera a sumarse a las que ya separan a colectivos sociales y países (Á. Martínez González-Tablas, Economía Política Mundial. I. Las fuerzas estructurante Ariel, Barcelona, 2007).
[5] Actualmente, a pesar de las incógnitas e incertidumbres que siguen girando alrededor de las TIC y sus efectos en múltiples dimensiones, no dejan de representar un fenómeno con visos de tener una honda y dilata influencia en la configuración y el comportamiento de la economía mundial, pudiendo otorgársele la consideración de fuerza estructurante de la misma, tal como se deriva del análisis de Ángel Martínez González-Tablas en el primer tomo de su Economía Política Mundial: I… en el que se dedica un capítulo completo al estudio de los rasgos y efectos inducidos por las TIC desde una perspectiva sistémica.
[6] El otro pilar fundamental sobre el que se sustenta el argumento de la desmaterializaciones es el de la supuesta sustitución de materias primas tradicionales por nuevas sustancias menos intensivas en energía y materiales que las primeras. Óscar Carpintero desmonta contundentemente estos argumentos en «Pautas de consumo, desmaterialización y nueva economía: entre la realidad y el deseo», en Joaquim Sempere (ed.), Necesidades, consumo y sostenibilidad, CCCB/Bakeaz, Barcelona, 2003.
[7] Una idea que al generalizar dicha hipótesis al conjunto de impactos ambientales se plasmaría en la noción de Curva de Kuznets Ambiental, mientras que la desmaterialización suele referirse normalmente al uso de materiales. No obstante, en muchos casos este indicador suele ser una variable aproximada del deterioro ecológico y quizás por ello Cleveland y Ruth zanjan la discusión definiendo la desmaterialización en términos más generales como la « reducción absoluta o relativa en la cantidad de materiales utilizados y/o la cantidad de residuos generados en la producción de una unidad de producción económica» (C. Cleveland y M. Ruth, «Indicators of Dematerialization and the Materials Intensity of Use», Journal of Industrial Ecology, Vol 2, n.º 3, pp. 15-50, 1999).
[8] Puede consultarse una revisión de esta literatura, así como de las críticas al respecto en: C. Cleveland y M. Ruth, 1999, op. cit.; y S. De Bruyn, «Dematerialization and rematerialization as two recurring phenomena of industrial ecology» en R. Ayres, L. Ayres L. (eds.), Handbook of industrial ecology, Edward Elgar, Cheltenham, 2002.
[9] W. Labys, «Transmaterialization» en R. Ayres y L. Ayres (eds.), op.cit.
[10] S. De Bruyn, op. cit.
[11] Van den Bergh et al.op. cit.
[12] La existencia o no de casos de desmaterialización absoluta depende, por otra parte, de que si son contabilizados o no los flujos de materiales indirectos, descritos como externalidades físicas de mercado en la medida en que no son utilizados para posteriores procesamientos o su consumo directo.
[13] A. Adriaanse, S. Bringezu, A. Hammond, Y. Moriguchi, E. Rodenburg, D. Rogich y H. Schütz, Resource flows: the material basis of industrial economies, World Resources Institute, Wuppertal Institute, Netherland Ministry of Housing, Spatial Planning and Environment, National Institute of Environmental Studies, 1997; M. Dittrich, S. Giljum, S. Lutter, C. Polzin, Green economies around the world? Implications of resource use for development and the environment, Sustainable Europe Research institute, Viena, 2012; Ó. Carpintero, El metabolismo de la economía española. Recursos naturales y huella ecológica (1995-2000) , Fundación César Manrique, Lanzarote, 2005.
[14] Citado en Ó. Carpintero, 2003, op. cit.
[15] R. Kuehr, y E. Williams, (eds.), Computers and the Environment. Understanding and Managing Their Impacts , Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, 2003.
[16] El equivalente energético en el uso de un microchip en su tiempo de vida está en los 440 gr, es decir que el 73 % de la energía utilizada en vida es consumida en su manufactura, frente al 27% en su uso, lo cual contrasta con el 88% en el uso de un coche frente a su fabricación y el 91% en el caso de una casa. De ahí la importancia del análisis de ciclo de vida para poder evaluar correctamente el impacto ambiental de este tipo de productos (E. Williams, «Environmental effects of information and communications technologies», Nature, Vol. 479, nov. 2011, pp. 354-358).
[17] Según sus autores, el cálculo contiene, a pesar de todo, importantes subestimaciones, especialmente aquellas que se derivan de la purificación de químicos y gases para fabricación de semiconductores debido a la falta de datos. E. Williams, R. Ayres y M. Heller, «The 1.7 Kilogram Microchip: Energy and Material Use in the Production of Semiconductor Devices», Environmental science & technology, núm. 36 , 2002, pp. 5504-5510.
[18] En realidad, los incrementos en el uso de materiales en las distintas etapas del ciclo de vida de los diversos aparatos electrónicos ligados a las TIC, frente a la aparente desmaterialización que supone la disminución de su peso, constituye ya de por sí un efecto rebote.
[19] Para una tipología de los distintos tipos de efectos rebote, así como un análisis de los distintos efectos indirectos de las TIC en la desmaterialización o rematerialización a través de diversos mecanismos económicos, consúltese Van den Bergh et al.op. cit.
[20] A. Plepys, «The grey side of ICT», Environmental impact assesment review, núm. 22, 2002, pp. 509-523.
[21] Ibidem.
[22] D. Goleman y G. Norris, «How Green Is My IPad?», The New York Times, 4 de abril de 2010.http://www.nytimes.com/interactive/2010/04/04/opinion/04opchart.html?_r=0 ); «Environmental Impact of E-Books», Green Press Initiative, 2010 http://www.greenpressinitiative.org/documents/e_book%20summary.pdf .
[23] Ó. Carpintero, 2003, op. cit.
[24] D. Sui y D. Rejeski, «Environmental impacts of the emerging digital economy: the e-for-environment e-commerce?»,Environmental Management, vol. 29, núm. 2, pp. 155-163.
[25] A. Plepys, op. cit.
[26] Ó. Carpintero, 2003, op. cit.
[27] A. Paiano, G. Lagioia y A. Cataldo, «A critical analysis of the sustainability of mobile phone use», Resources, Conservation and Recycling, núm. 73, 2013, pp. 162–171.
[28] L.M. Hilty, A. Köhler, F. Von Schéele, R. Zah, T. Ruddy, «Rebound effects of progress in information technology», Poiesis Prax, núm. 4 , pp. 19–38, 2006.
[29] S. Schwarzer, A. De Bono, G. Giuliani, S. Kluser, y P. Peduzzi, E-waste, the hidden side of IT equipment's manufacturing and use, United Nations Environment Program, 2005; Clapp, J. Clapp, «The distancing of waste: Overconsumption in a global economy», en T. Princen, M. Maniates, K. Conca, K., Confronting consumption, The MIT Press, Cambridge (EEUU), 2002, pp. 155-176.
[30] Veáse el artículo de Daniel López Marijuán sobre la cuestión en este mismo número del Boletín ECOS.
[31] Cabe matizar que esta proliferación a la que hacemos referencia es igualmente creciente en muchos países que tradicionalmente son clasificados como pobres o periféricos, solo que el punto de partida, esto es, los ratios de cualquiera de estos artefactos por persona, son por lo general mucho menores en estos lugares que en los países ricos.
Fuente:https://www.fuhem.es/media/cdv/file/biblioteca/Boletin_ECOS/25/lo%20peque%C3%B1o%20no%20es%20tan%20hermoso_j_bellver_.pdf

martes, 25 de marzo de 2014

“Debemos preguntarnos qué hay detrás de lo que comemos”

Martes 25 de marzo de 2014, por Mar
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Cristina Fernández | Ecoavant
La periodista Esther Vivas denuncia que “la búsqueda del lucro a toda costa de unas pocas multinacionales explica que el sistema produzca más alimentos que nunca y, a pesar de ello, genere hambre”. Afirma que “las crisis económica y ecológica están íntimamente ligadas” y considera que el capitalismo “se viste de verde” para hacernos creer que la tecnología resolverá el calentamiento global. En su opinión, cambiar de modelo no es una utopía, pero depende de un esfuerzo colectivo: “Si solo no puedes, con amigos, sí”.
¿Quién decide qué comemos?
Unas pocas multinacionales que controlan cada tramo de la cadena agroalimentaria: desde las semillas, pasando por la transformación de los alimentos, hasta su distribución y comercialización. A partir de la llamada revolución verde, a lo largo de los años 50 y 60, vimos cómo se llevaron a cabo unas políticas llamadas de ‘modernización de la agricultura’ que sirvieron para dejarla en manos de estas empresas y hacer que el campesinado dependiera de ellas, con el argumento de que así se producirían más alimentos. De este modo, le quitaron al agricultor la capacidad para poder decidir qué cultivaba y controlar su producción, y se cedió la misma a las empresas.
Las semillas se han convertido en un negocio en manos de compañías como Monsanto, DuPont, Sygenta o Pioneer. Y, en el caso de los supermercados, es todavía más evidente. En el Estado español, siete empresas controlan el 75% de la distribución: determinan qué compramos, qué comemos y qué precio pagamos por lo que consumimos. Y tienen esta influencia tan grande sobre nosotros como consumidores, pero también sobre los campesinos, que para conectar con nosotros tienen que pasar cada vez más por los canales de la gran distribución, con todos los condicionantes que les imponen. ¿Qué siete empresas controlan el 75% de la distribución? Carrefour, Mercadona, Eroski, Alcampo, El Corte Inglés y las dos principales centrales de compra, que aglutinan a otras cadenas: Euromadi e IFA.
Frente a ello emerge el concepto de soberanía alimentaria. ¿Qué es lo que reclama?
Implica un planteamiento totalmente antagónico al dominante. Reivindica el derecho de los pueblos, de la gente, de las comunidades, a decidir sobre aquello que se produce y que comemos. La demanda surge precisamente para hacer frente al control de unas pocas multinacionales que anteponen sus intereses particulares a las necesidades de la población. La búsqueda del lucro a toda costa de las mismas es la que explica que hoy el sistema produzca más alimentos que nunca en la historia y que, a pesar de ello, genere hambre; que nos acabemos alimentando de productos que vienen desde la otra punta del mundo; que se pierda diversidad agrícola y que desaparezca el campesinado…
¿Cuál es la alimentación del futuro que impulsan las grandes multinacionales que controlan el sector?
Buscan una alimentación más uniforme. Es decir, que comamos lo mismo en todo el mundo. La propia FAO reconoce que cada vez se producen menos variedades de fruta y verdura: en concreto, durante los últimos 100 años ha desaparecido el 75% de estos alimentos. Lo vemos claramente a la hora de comprar en el supermercado, donde existe una gran diversidad de alimentos para escoger, pero hay las mismas marcas en un establecimiento y en otro. Esta uniformidad también tiene un impacto sobre nuestra salud porque, si nuestra alimentación depende de unas pocas variedades agrícolas y ganaderas, ¿qué pasaría si a éstas las afectase una plaga o una enfermedad? En España, por ejemplo, el 98% de las vacas lecheras son de una misma raza, la frisona, que es la que se demostró más productiva. Es la lógica del modelo: promover las variedades que se adaptan mejor, los alimentos que puedan resistir un viaje de miles de kilómetros y llegar a nuestra casa en perfecto estado…
Y los transgénicos…
Hay una apuesta clara de la industria por los mismos, y por un modelo agrícola adicto a los fitosanitarios y a los pesticidas químicos que tiene un impacto muy negativo sobre el medio ambiente, además de plantear claros interrogantes sobre su efecto en nuestra salud. Hay informes como el del doctor Gilles-Éric Séralini que han demostrado en ratas de laboratorio el impacto de los transgénicos en la generación de tumores cancerígenos y, por tanto, creo que hay suficientes elementos encima de la mesa para que prime el principio de precaución, que de hecho es el que se aplica en la mayor parte de países de la Unión Europea donde los transgénicos están prohibidos. No aquí en el Estado español, pues es el único país de la UE que cultiva maíz transgénico a gran escala, el MON810 de Monsanto, principalmente en Cataluña y Aragón. El problema es que consumimos transgénicos de manera indirecta a través de la carne y derivados porque todo el pienso que alimenta a los animales es transgénico.
¿Qué alternativas hay al modelo dominante?
Vivimos en una sociedad donde tendemos a menospreciar lo que consumimos, en la que no se valora la alimentación y en la que se promueve lo bueno, bonito, barato y rápido. Por tanto, en primer lugar, tendríamos que preguntarnos qué hay detrás de lo que comemos, revalorizar la alimentación y a quienes producen los alimentos, a los campesinos, que en general han sido estigmatizados como ignorantes para justificar que se dejen las decisiones en manos de unas empresas que acaban haciendo negocio con nuestro derecho a alimentarnos. Tras tomar conciencia, debemos preguntarnos, ser críticos e intentar ver más allá del discurso hegemónico que nos dice que esta agricultura es la mejor, que los transgénicos son la solución al hambre en el mundo. Y si consideramos que hace falta alimentarnos de otra manera, hay que pasar a la acción, y esto implica apostar por un consumo de alimentos de proximidad, de temporada, ecológicos, formar parte de iniciativas colectivas que promueven estas prácticas, como grupos y cooperativas de consumo, e ir a comprar directamente a los agricultores.
¿Está el consumidor preparado para el cambio? y ¿se ha iniciado ya?
Los horarios laborales son a menudo incompatibles con la vida personal y familiar y hacen difícil dedicar tiempo a cocinar, a alimentarnos bien. Pero, en definitiva, también es una cuestión de prioridades. Muchas veces se critica la agricultura ecológica por ser cara cuando en realidad todo depende del lugar en el que compres los alimentos, porque en un grupo o cooperativa de consumo no son tan caros. Y, en cambio, no tenemos en cuenta este argumento cuando tenemos que renovar el vestuario o comprar un nuevo gadget tecnológico. Creo que, poco a poco, las cosas están empezando a cambiar, aunque hay que pasar de este interés individual por comer sano a otro más colectivo y político.
¿Qué papel tiene la crisis ecológica y climática en los movimientos sociales actuales?
El movimiento social más importante de los últimos años, y que ha significado un punto de inflexión en el contexto político y social actual de crisis, fue el del 15-M, que emergió el 15 de mayo de 2011 con la ocupación de varias plazas por todo el Estado y que nos devolvió la confianza en el nosotros, en que la acción colectiva puede cambiar las cosas. Y que integró algunos elementos de crítica al insostenible modelo de producción actual.
Pero es cierto que, hoy, la agenda ecológica y medioambiental prácticamente no tiene presencia en buena parte de los movimientos sociales más importantes de nuestro entorno. Esto se debe a la ofensiva de recortes contra nuestros derechos más elementales. La crisis económica y social es tan profunda que se acaba priorizando la cobertura de una serie de necesidades básicas como no perder el trabajo, no perder la vivienda, que no recorten la sanidad y la educación. Los temas más generales, como los medioambientales, no se perciben como inmediatos y parece que quedan muy, muy lejos cuando, en realidad, la crisis climática es el elemento diferencial de esta crisis múltiple del sistema capitalista con relación a otras anteriores. Porque es justamente la que pone de manifiesto que, o cambiamos el modelo de producción, distribución y consumo, o las perspectivas de futuro son muy negativas. El cambio climático pone claramente en jaque la cotinuidad de vida, tal y como la conocemos hoy, en el planeta.
¿Ayuda la economía verde a aplacar la movilización?
Ante la crisis ecológica y climática hay una ofensiva por parte del capital y de las grandes multinacionales para abordar el problema desde un punto de vista tecnológico, y se dan soluciones técnicas a un problema que en definitiva es político. El capital acaba mercantilizando las emisiones de gases de efecto invernadero a través de los mercados de carbono, nos dice que hace falta producir petróleo verde y, por tanto, apostar por los agro o biocombustibles… El capitalismo se viste de verde y nos quiere hacer creer que la tecnología nos permitirá evitar este precipicio al que nos abocamos, cuando en realidad es todo lo contrario.
¿Qué podemos hacer para no caer en él?
En primer lugar, sería importante que los movimientos sociales incorporasen a su agenda los temas que tienen que ver con la crisis ecológica y alimentaria. Y, más allá de esto, hacen falta cambios políticos. En general, el discurso de las instituciones hace caer la responsabilidad sobre el consumo, el reciclaje, en el individuo. Así, lo vemos campaña tras campaña en los medios de comunicación, cuando el problema es de modelo. No tiene sentido que para salir de la crisis lo que se haga es subvencionar la industria del automóvil cuando eso generará más impacto medioambiental: habría que apostar por el transporte público. Pero vemos como en un contexto de crisis económica se apuesta por la industria automobilística mientras se encarece de una manera cada vez más aberrante el precio del transporte colectivo. Todo esto nos muestra como crisis económica y ecológica están íntimamente ligadas y que aquellos que están en las instituciones básicamente buscan hacer negocio beneficiando al sector privado.
Muchos tachan sus ideales de utópicos…
Muchas veces, a todos aquellos que quieren cambiar las cosas les llaman utópicos, pero tal vez es más utópico pensar que los que nos han conducido a esta crisis nos sacarán de la misma, que la banca que nos ha llevado a esta situación de bancarrota colectiva renunciará a sus privilegios para sacarnos de ella. Los que hacen negocio con este empobrecimiento generalizado no renunciarán a una serie de políticas económicas y sociales que les están proporcionando grandes beneficios.
¿Es optimista respecto al futuro?
Sí, y creo que hace falta serlo. Y ser optimista no quiere decir ser naíf. Hace falta analizar la crisis: quién sale ganando, quién sale perdiendo y, a partir de aquí, ver qué podemos hacer. Es necesario que nos organicemos, plantear alternativas desde la base y proponer, también, alternativas políticas para desafiar a aquellos que desde hace muchos años utilizan la política como una profesión en función de sus intereses. Hay que ser optimista porque la resignación, la apatía y el miedo es justamente lo que busca el sistema… Es imprescindible la confianza en el nosotros, no resignarnos, perder el miedo y, sobre todo, actuar colectivamente. Cada uno, por nuestra cuenta, no podremos cambiar nada pero, como se decía en el programa de televisión La Bola de Cristal, “si solo no puedes, con amigos, sí”. Es justamente uno de los leitmotiv que deberíamos tener presente en esta crisis.
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Esther Vivas (Sabadell, 1975). Periodista e investigadora de movimientos sociales, políticas agrícolas y de alimentación. Defiende posiciones alternativas que abogan por la soberanía alimentaria y el consumo crítico. Es autora de varios libros sobre estas temáticas, algunos de ellos traducidos al francés, portugués, italiano y alemán, como Sin Miedo (escrito junto a Teresa Forcades), Planeta indignado. Ocupando el futuro (coatura junto a Josep Maria Antentas) y Supermercados, no gracias. Grandes cadenas de distribución: impactos y alternativas.


Más petróleo, menos agua

8:44 p.m. | 24 de Marzo del 2014

Cristian Valencia

La enorme captación de agua por parte de las petroleras obedece, sobre todo, al nuevo 'boom' del gas esquisto y petróleo Shale.
Quizás no sea el cambio climático el culpable de la sequía en Casanare, como bien lo sugirió Ómar Franco, director del Ideam: la temporada seca es habitual en esa zona del país y la emergencia ambiental no obedece necesariamente al cambio climático. Las palabras ‘no necesariamente’ quizás se refieran a la cantidad de agua que necesita la actividad petrolera. Según la página oficial de Ecopetrol, durante el 2012 captaron 55,76 millones de metros cúbicos de agua de 217 fuentes hídricas. Eso es mucho. El estado de Texas, en Estados Unidos, durante el 2011 gastó en la extracción de petróleo por medio del fracking 632 millones de barriles de agua para producir 441 millones de barriles de petróleo –cada barril tiene 42 galones–.
Esa enorme captación de agua por parte de las petroleras obedece, sobre todo, al nuevo boom del gas esquisto y petróleo Shale, que se extrae mediante el método de fractura hidráulica (fracking, en inglés). La fractura hidráulica consiste en fracturar la piedra a profundidades que superan los dos kilómetros, mediante el uso de agua a presión, con más de 500 productos químicos. Es decir, capto agua limpia, la enveneno y la meto a presión; a cambio sale petróleo. Aparte de la posibilidad de envenenar las aguas subterráneas, lo increíble es que necesiten malograr tanta agua para sacar petróleo y gas. ¿De dónde sacan el agua? De lo más cerca posible para que la operación sea rentable. Del Casanare, por ejemplo, de las cuencas del piedemonte.
A pesar de que todavía no tenemos una legislación clara al respecto, parece ser que Ecopetrol (y algunas compañías extranjeras) vienen practicando este método. En la edición 19 de Carta petrolera (publicación de Ecopetrol), de agosto-septiembre del 2008, ya se anunciaba que el fracturamiento hidráulico era una realidad. Dice: “El fracturamiento hidráulico comprueba efectividad en los campos de Ecopetrol (…). Una técnica para aumentar la producción de los yacimientos, que ya probó su éxito en los pozos de Guando, Cusiana, Cupiagua y San Francisco se está aplicando cada vez más en campos maduros de Ecopetrol”. Cusiana y Cupiagua quedan en Casanare. Se estima que un solo pozo de fracturación hidráulica puede consumir un promedio de 15 millones de barriles de agua. En Texas, desde el 2008 se han excavado 45.000 pozos. Texas se queda sin agua. El periódico inglés The Guardian publicó en agosto del 2013 un extenso reportaje: ‘A Texan tragedy: ample oil, no water’, que en traducción local significa ‘Más petróleo, menos agua’. Lema que podría ser una verdad de a puño en Casanare, a juzgar por el crecimiento de la producción petrolera vs. el decrecimiento de las fuentes de agua y la desoladora imagen de animales silvestres muertos de sed en ese Casanare de La vorágine, que era tan frondoso y pleno de vida.
Frente a esto, resulta irrisoria la suma que ofrecieron las siete multinacionales que operan en Casanare: 205 millones de pesos. Frente a esto, resulta contradictorio que el Presidente la jale las orejas a Corporinoquía, porque el mismo Gobierno quiere promover la técnica de fracturación hidráulica para elevar nuestra producción. En noviembre del 2011, ante un auditorio repleto, la Agencia Nacional de Hidrocarburos (AHN) ofrecía 113 nuevas zonas para exploración y explotación; 30% de ellas con potencial para hidrocarburos no convencionales, que solo pueden extraerse mediante el método de fracturación hidráulica. Y el ministro de Minas y Energía de entonces, Mauricio Cárdenas, dijo que cabría la posibilidad de bajar aranceles a la importación de equipos para la fractura hidráulica. Y todos aplaudieron, claro.
Frente a las imágenes del Casanare hoy, creo que no aplaudirían, al menos no públicamente.
Cristian Valencia
cristianovalencia@gmail.com

El Tiempo. Bogotá