sábado, 22 de marzo de 2014

El Gran Juego (del siglo XXI), la geopolítica de la energía

MANUEL GARÍ
Miércoles 19 de marzo de 2014
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Lejb Domb, héroe de la lucha contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, comunista represaliado por Stalin, judío anti sionista y director de la red de espionaje soviética la Orquesta Roja en la que empleó el nombre de guerra de Leopold Trepper, publicó en 1975 sus memorias en el libro El Gran juego, donde describió magistralmente sus arriesgadas experiencias en el marco de la geopolítica del siglo XX. El título no es casual, es un clásico. “El Gran Juego” es el término que acuñó el espía inglés Arthur Conolly para denominar la pugna diplomática, militar y política por el control de Asia Central y el Cáucaso entre los imperios ruso y británico durante el siglo XIX. Los rusos lo conocieron con la poética expresión de “El Torneo de las Sombras”. En ambos casos se nos sugiere la existencia de una partida de ajedrez sólo para iniciados.
La historia se repite y, de nuevo, nos encontramos en los principios del siglo XXI ante las jugadas de salida “peón, alfil y caballo” propias de la táctica Ruy López en el tablero del control de la energía donde juegan las principales potencias del momento. Movimientos que involucran tanto a Rusia, como a Estados Unidos, a la UE y a China. Hemos visto el principio, nada sabemos si la variante que adoptarán, tanto las blancas como las negras, será la Defensa Morphy, la Steinitz, la Berlín o cualquiera otra de sus subvariantes. En los actuales focos de tensión, incluidas Ucrania y Crimea, convergen muy diversos factores, por lo que buscar explicaciones simplistas, mono causales, significa no entender nada, pero uno de los elementos omnipresente que se repite, aparece y reaparece de forma tozuda en la mayor parte de los conflictos es la cuestión energética, o sea el control de los yacimientos de combustibles fósiles, del transporte del crudo o del gas y de sus mercados.
Por favor, antes de seguir leyendo este artículo tomen ustedes un mapa. Sitúen los gasoductos Nord Stream del Báltico, Blue Stream del mar Negro, el trazado de las obras submarinas del South Stream que unirá las costas búlgara y rusa del Mar Negro y finalmente dibujen lo que podría ser el gasoducto Transcapiano hacia y desde Turkmenistán. Si a ese mapa de tuberías le añaden los despliegues de los ejércitos y rememoran movimientos, guerras y cambios de fronteras recientes, como la guerra de 2008 ruso-georgiana por los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, podrán visualizar las relaciones, riesgos e interdependencias UE, Turquía, Rusia y gran parte de Asia. Hecho este ejercicio les propongo otro más sencillo pues estamos más habituados. Hagan un calendario de las actuaciones bélicas de las potencias occidentales, particularmente del imperialismo norteamericano de los últimos cincuenta años, así como de los planes de acoso y derribo contra diversos gobiernos llevados a cabo desde la Casa Blanca y el Pentágono, dibujen un plano e intenten determinar si los territorios afectados tienen en su subsuelo gas, petróleo o carbón. Al final podremos comprobar que la palabrería patriótica o sobre los valores que se defienden solo sirve para ocultar la rapiña de los recursos ajenos.
El “sentido común” energético
Durante un breve periodo de tiempo pareciera que la combinación del riesgo de cambio climático causado por un capitalismo bulímico de petróleo y gas, y acoplado a la emisión de CO2 por un lado, y la conciencia del agotamiento de las reservas de esos combustibles que hacía presuponer que se había llegado al cénit de la explotación de los mismos por otro, iban a exigir un cambio de orientación energética del sistema hacia formas sostenibles y no contaminantes. Cambio que se iba a producir por las buenas (Protocolo de Kyoto y sucesivas fracasadas cumbres intergubernamentales del clima impulsadas por la ONU) o a las malas en forma de implosión sistémica (la teoría del peak oil alumbró algunas hipótesis catastrofistas sobre la incapacidad del capitalismo para solventar sus necesidades energéticas).
Cierto es que la conciencia de la humanidad sobre el abismo climático aumentó tras los informes del panel de expertos de la ONU, pero eso no modificó un ápice los planes gubernamentales de las potencias decisivas. Cierto es que se está produciendo una disminución acelerada de petróleo accesible, barato y de calidad, pero ello todavía no ha devuelto la “cordura” a los extractores. El capitalismo se rige por la realización de la ganancia privada cortoplacista y es inmune a consideraciones sociales y civilizatorias, y ni siquiera tiene una estrategia de supervivencia a largo plazo por lo que en vez de invertir en una transición energética hacia la sostenibilidad sigue empeñado en ordeñar hasta la última gota los combustibles fósiles del subsuelo. Si el sistema optara por la generación masiva distribuida a partir de fuentes renovables, la energía sería limpia, más barata y estaría controlada democráticamente por la sociedad, pero el negocio vería limitados sus beneficios. Por tanto hay que seguir sacando provecho de las viejas energías convencionales cuyas fuentes pueden ser controladas (el territorio, los mares y el subsuelo se dominan militar y políticamente, el aire o el sol no). Y no importa el coste económico, social y ambiental, con tal de que la cuenta de resultados se abulte.
Esa y no otra es la explicación del boom de la extracción de nuevos recursos fósiles: gas de esquisto, gas de pizarra, shale gas, gas de lecho de carbón, gas profundo, arenas bituminosas, hidratos de metano y un largo etcétera. Esta acelerada eclosión, sobre todo en Estados Unidos, ha sido posible como señalan Blackwill y Meghan (2014) porque “se han aprovechado dos tecnologías recientemente desarrolladas para extraer unos recursos cuya explotación se consideraba antes inviable desde un punto de vista comercial: la perforación horizontal, que permite penetrar en capas de esquisto (shale) muy profundas/1, y la fracturación hidráulica (fracking), que utiliza la inyección de fluido a alta presión para liberar el gas y el petróleo de formaciones rocosas/2.
¿Son menos contaminantes? ¿Sus emisiones son innocuas y no provocan el calentamiento? No a ambas cuestiones. Ocasión habrá otro día de “hacer cuentas”; baste con señalar que el gas no convencional está compuesto casi en su totalidad por metano, 23 veces más potente como gas de efecto invernadero que el CO2. Cualquier escape del gas durante el proceso de perforación, fracturación y producción puede ser más peligroso y tener un impacto negativo mayor que la propia combustión posterior. A esto se añade que el proceso de extracción requiere grandes cantidades de energía con un saldo de emisión de CO2 muy alto. Un informe de la Universidad de Cornell estima que el gas de pizarra supone un aumento de emisiones de gases de efecto invernadero de entre un 30% y un 100% comparado con el carbón. ¿Tienen una buena Tasa de Retorno Energético (TRE)? No precisamente si comparamos el ratio entre la energía que suministran y la necesaria para su “fabricación” con las de otras fuentes. Concretamente la TRE del gas pizarra se sitúa entre 2 y 5; la de la fotovoltaica es del 7; la del gas y petróleo convencional es del 15; y la de la eólica es del 18. Estamos ante una fuga hacia adelante del extractivismo capitalista.
El argumento para impulsar esta nueva ineficiente “frontera” de extracción de shale gas y shale oil es para los citados Blackwill y O´Sullivan que “aunque el cambio del carbón por el gas no solucione el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero, podría servir para ganar el tiempo suficiente para que la siguiente generación de innovaciones tecnológicas y políticas se consolide, reduciendo de forma más acusada las emisiones”. Una nueva muestra de la ceguera suicida que acompaña al optimismo tecnológico irreflexivo al servicio del crecimiento capitalista ilimitado.
Un cambio material, alienta un cambio geopolítico
Existen muchas incógnitas sobre las reservas mundiales y regionales de gas y crudo no convencionales. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) en 2011 afirmó que esas reservas representan la mitad del total de los recursos de gas natural estimados. En 2010, las reservas de gas convencional se estimaban a 404 Tcm y las de gas de pizarra ascendían según esas estimaciones a 204 Tcm. Las reservas de CBM suponían 118 Tcm y las de Tight gas84 Tcm. Sumadas todas esas reservas, las de gas no convencional serían similares a las de gas convencional. La AIE estima que las reservas europeas de gas no convencional son de 35 trillones de metros cúbicos, equivalentes a cuarenta años de importaciones de gas según los parámetros de consumo y eficiencia actuales. Por otro lado, la AIE prevé un aumento del consumo de gas del 50% en 2030 a nivel mundial y unas reservas de 65 años para el gas natural si el consumo sigue el actual ritmo.
Tal como plantean Aitor Urresti y Florent Marcellesi (2012) basándose en Baccheta (2012), “los yacimientos de gas no convencional están distribuidos a todo lo largo del planeta con un carácter novedoso: abundan en países históricamente más pobres en hidrocarburos. Mientras en la geopolítica del gas convencional —y de la (in)dependencia energética— Rusia, Irán, Qatar y Arabia Saudita concentran más del 50% de las reservas mundiales, en la geopolítica del gas no convencional encabezan la lista la China, Estados Unidos, Argentina, México, Sudáfrica, Australia, India y juegan un papel importante Europa (zona central y este, Francia, Reino Unido, etc.) y Norte África. Mientras tanto, en América del Sur, además de Argentina, son Brasil, Chile, Paraguay e incluso Bolivia, quienes van muy por delante del tradicional gigante en hidrocarburos, Venezuela”. Si bien respecto al caso venezolano Vladimir López Arismendi (2013), disiente, pues considera que también es muy rica en los recursos no convencionales como gran parte de los territorios de la Franja del Orinoco.
Ello tiene una primera implicación: hay un cambio en el sentido de las importaciones/exportaciones energéticas de la primera economía consumidora del mundo, la estadounidense, pues es la mejor situada en la carrera de extracción tanto de shale gas como de shale oil, o sea de los recursos no convencionales. La dependencia energética de los Estados Unidos está descendiendo a marchas forzadas. Algo similar puede acabar ocurriendo con la economía China.
Los productores de petróleo convencional (Colombia, México, Venezuela, Arabia, Irán, Irak, Indonesia, Vietnam, Kazajstán o Rusia) perderán peso en el control mundial de los mercados energéticos. El gran problema para esas economías es que tienen una gran dependencia del “monocultivo” energético pues sus economías tienen un muy bajo grado de diversificación, si bien hay grandes diferencias al respecto entre países como Vietnam o México que tienen mayor heterogeneidad productiva y los más homogéneos y dependientes como Irak o Venezuela. Como resultado de todo ello la OPEP dejará de tener un papel preeminente en la fijación de cantidad de producción y precios
Este asunto en el caso de Rusia es especialmente relevante pues ha basado gran parte de su despegue como potencia emergente tras el derrumbe de la URSS en su posición energética. Muchos de los últimos movimientos de Putin intentan resituar a su país en el nuevo entorno del mercado mundial de la energía. Por ejemplo comienza a mirar hacia su este donde China aparece como el gran comprador de todo lo que se relacione con la energía.
Estados Unidos, ave fénix energética (for the moment)
En el periodo 2007-2012 la producción de Estados Unidos de shale gas se incrementó en un 50% anual y pasó de suponer el 5% de la producción total de gas a representar el 39%. En el mismo periodo se multiplicó por 18 la producción de shale oil. Por tanto la producción de crudo estadounidense se incrementó en un 50%. Las previsiones de la AIE son que en 2035 más de la mitad de la producción de gas estadounidense obtendrá mediante las técnicas de fracturación hidráulica.
Ese auge y abaratamiento energético influirá en un incremento de la competitividad de los sectores “grandes consumidores”, como el petroquímico y del acero, que tienen importantes facturas eléctricas y energéticas, pues en general dependen del gas para producir materias primas, semielaborados y productos finales. Como en los cuentos de hadas y lecheras, ya hay análisis como el del McKinsey Global Institute que auguran que para 2020 la producción de gas y petróleo no convencional impulsaría el PIB norteamericano entre un 2% y un 4%, o sea un incremento de entre 380 000 y 690 000 millones de dólares, lo que permitiría también reducir drásticamente el déficit comercial estadounidense cifrado en 720 000 millones de dólares, la mitad de los cuales corresponden a las importaciones energéticas, lo que ayudaría a reducir el desequilibrio de su balanza comercial.
En 2013 Estados Unidos superó a Rusia como principal productor mundial de energía y la Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé que en 2015, o 2020 a más tardar, será el principal productor de crudo, por delante de Arabia Saudí. Posición que mantendrá probablemente hasta mediados de los años veinte. En 2010 Estados Unidos importaba cerca de un 10% de su consumo. Para Mariano Marzo (2013) este factor unido a la mayor eficiencia energética en el transporte, hará que en 2030 Estados Unidos se habrá convertido en un exportador neto de petróleo y gas natural.
Ello explica el enorme interés del gobierno estadounidense en llevar adelante dos grandes acuerdos comerciales multilaterales: la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones con 28 países de la UE y el Acuerdo de Asociación Transpacífico con 11 países del Pacífico asiático. Asimismo está impulsando los proyectos del departamento de Estado para lograr la colaboración de sus potenciales aliados, muy concretamente Polonia y Ucrania, mediante asistencia técnica en la extracción de los nuevos recursos: el Programa de Compromiso Técnico en Gas No Convencional y la Iniciativa sobre Capacidad y Gestión Energética. Este paquete de medidas y alianzas forma parte de la ofensiva energética de los Estados Unidos, del que Rusia ha tomado nota.
La nueva realidad abre nuevas preguntas ¿qué impacto real tendrá este maná de gases y crudo no convencionales en la declinante y desequilibrada economía estadounidense? ¿cómo se modificará el mapa comercial mundial de energía en los próximos años? ¿qué efecto porcentual tendrán los “sahle” en las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿qué modificaciones se darán en los vectores y en la correlación de fuerza entre las distintas regiones, países y potencias? Y casi todas las respuestas que aparecen de entrada auguran malos presagios en la partida del Gran Juego en el que, de momento, las personas y los pueblos somos espectadores y víctimas.
19/03/2014
Manuel Garí forma parte de la Redacción de VIENTO SUR
Notas
1/Son rocas sedimentarias de muy baja porosidad y permeabilidad.
2/Sobre el proceso de fracturación y los riesgos ambientales y para la salud humana, se pueden consultar en Viento Sur varios trabajos:
Antonio Lucena, Impactos ambientales provocados por la explotación de gases de pizarra, número 129 de la revista. Publicado también en la web: Impactos ambientales provocados por la explotación de gases de pizarra y el de Gloria Martínez del 18/3/2013 Todo lo que deberías saber sobre el fracking. Asimismo se puede encontrar un interesante artículo sobre la izquierda argentina ante el fracking de Raúl Zibechi el 7/9/2013 en Fracking progresista y un detallado trabajo sobre la situación española en un artículo de Aitor Urresti y Florent Marcellesi del 20/9/2012 Una fractura que pasará factura
Bibliografía y documentación citada
Agencia Internacional de la Energía (2011): Are we entering a golden age of gas? Special Report. World Outlook Energy 2011. EIA.
Bachetta, Víctor (2012): “La última obsesión energética”, Semanario Voces, febrero 2012.
Blackwill, Robert D. y O’Sullivan, Meghan L. (2014), “America’s Energy Edge. The Geopolitical Consequences of the Shale Revolution”, Foreign Affairs, 2014:
http://www.foreignaffairs.com/articles/140750/robert-d-blackwill-and-meghan-l-osullivan/americas-energy-edge
López Arismendi, Vladimir (2013), El fin de la era petroleraTicketenlinea, Caracas, 2013
Marzo, Mariano, “El ´fracking´y el ´trilema´energético”, El País, 15/8/2013
The Tyndall Center for Climate Change Research (2011): “Shale gas: a provisional assessment of climate change and environmental impacts”, Universidad de Manchester.
Urresti, Aitor y Marcellesi, Florent (2012), “Una fractura que pasará factura”, Ecología Política, nº43.

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