PIERRE ROUSSET
Jueves 7 de marzo de 2013
La triple catástrofe del 11 de marzo de
2011 constituyó un importante punto de inflexión en la historia contemporánea
de Japón, pero su alcance político no es unívoco. Marcó una ruptura radical en
la visión que muchos japoneses tenían de las autoridades y las instituciones de
su país y dio lugar a una revuelta ciudadana profundamente progresista. Ahora
bien, todo esto se produjo en medio de una profunda inestabilidad de la
situación geopolítica de Asia oriental: al sentimiento popular de inseguridad
se le añadió una gran incertidumbre sobre la evolución de la relación de
fuerzas entre las distintas potencias regionales, la cual suscitó el
renacimiento de movimientos militaristas y nacionalistas reaccionarios.
El terremoto y el tsunami del 11 de
marzo de 2011 tuvieron fuertes implicaciones sociales y económicas, sobre todo
en el área directamente afectada, el nordeste de Japón, donde la mayoría de la
población afectada se encuentra impotente y muy dependiente. Las redes
institucionales, sociales y familiares tradicionales han saltado por los aires.
El choque psicológico es profundo, debido a la desaparición física de espacios
comunitarios (pueblos, barrios…), la pérdida de seres queridos, la ausencia de
información fiable, la soledad y el sentimiento de no tener ya ningún control
sobre el futuro. Frente a la enorme impotencia administrativa que ha mostrado
el Estado durante estos tiempos de crisis, las organizaciones militantes
regionales (sindicatos, asociaciones…) han realizado un trabajo notable para
ofrecer los primeros auxilios y generar una actividad colectiva hacia los
refugiados. Para llevarla a cabo han contado con el apoyo de redes nacionales e
internacionales, pero sus recursos ante la amplitud de la catástrofe son, a
todas luces, limitados. El movimiento obrero japonés, por su parte, está muy
debilitado y burocratizado para implicar al conjunto del país en los retos que
ha puesto encima de la mesa la catástrofe.
En este contexto y dada la extrema
gravedad del accidente en la central de Fukushima la cuestión nuclear dominó la
escena política en el periodo posterior al 11 de marzo.
El consenso pronuclear que existía
hasta entonces en Japón, saltó por los aires. Las confesiones realizadas por
las personalidades implicadas en este sector económico y la publicación de
documentos inéditos mostraron que ese consenso estaba basado en mentiras,
corrupción y la complicidad del sector público con el privado; en la negación
de los riesgos relacionados con la radioactividad y con la posibilidad de
graves accidentes. Las mentiras continuaron incluso durante y después de la
catástrofe, hasta el punto de que las madres de las zonas contaminadas no
sabían qué precauciones adoptar para proteger a sus hijos (más sensibles que
las personas adultas a las dosis de radiación relativamente bajas). Antes del
accidente los colectivos ciudadanos contra las centrales tenían, sobre todo, un
carácter local. Tras el accidente, el movimiento antinuclear ha adquirido una
dimensión nacional que, en ocasiones, ha llegado a movilizar a decenas de miles
de personas, cosa que nunca antes se había visto en el archipiélago. Por
razones diversas, una tras otra, las centrales nucleares fueron parando su
actividad y en mayo de 2012 no había ninguna en funcionamiento. En julio, Naoto
Kan, Primer Ministro en el momento de la catástrofe, se manifestó a favor de un
Japón sin nucleares.
En 2012, muchos sondeos otorgaban una
amplia mayoría a favor de una salida de la energía nuclear. Sin embargo, a
principios de febrero de 2013, los sondeos mostraron que el 56% era favorable a
una política de relanzamiento de las centrales, tal y como pregona el nuevo
gobierno de Shinzo Ave. ¿A qué se debe este cambio?
Inestabilidad
regional y contraofensiva nuclear
Tras la catástrofe de Fukushima, el
lobby nuclear se puso a la defensiva. La evolución de la situación en Asia
Oriental le ha dado la ocasión de retomar la ofensiva. El lanzamiento de
misiles norcoreanos, aunque algunos fueran fallidos, alimentó el miedo a una
amenaza militar. Y, sobre todo, el conflicto de soberanía con China se agudizó.
Tokio administra las islas Senkaku (en japonés) o Diaku (en chino). Pekín
rechazó siempre que Japón las anexionara pero, hacía décadas, los dos gobiernos
evitaban hacer de esta cuestión un "punto caliente" de sus
relaciones.
Los llamados "puntos
calientes" territoriales se encontraban (y se encuentran aún) más al
Oeste: China reivindica, con un fuerte despliegue militar, las islas Parecels y
Spratley contra el Vietnam, Malasia, Brunei, Filipinas…, pero se mantenía
discreta en la delimitación de sus fronteras marítimas con Japón.
En setiembre de 2012, Tokio abrió la
gran caja de pandora: el gobierno "nacionalizó" las islas Senkaku,
que estaban en manos de un propietario privado. Pekín reaccionó enviando a la
zona navíos y aviones, y declarando después que quería cartografiar el
micro-archipiélago… La tensión subió de tono cuando el gobierno japonés acusó a
un barco de guerra chino de haber apuntado con su radar de ataque a uno de sus
destructores.
Esto no quiere decir que vayamos hacia
una guerra entre potencias, pero sí que estamos ante un conflicto territorial
activo, que va a durar.
Si lo que hasta ahora estaba
circunscrito al marco diplomático se convierte en un conflicto explosivo, es
debido a que cada Estado codicia las riquezas sub-marinas del Mar de la China
Meridional. Y también porque cada uno de ellos tiene interés en alimentar un
nacionalismo de gran potencia: tanto por razones internas (desviar la atención
de la crisis social), como porque las relaciones de fuerza están en plena
evolución. China se reafirma como potencia militar y no quiere verse bloqueada
por una "primera línea de islas" que va desde Senkaku/Diaku hasta
Spratley y Paracels. Los Estados Unidos refuerzan la presencia de la VII Flota.
Sin embargo, Tokio no tiene asegurado que la protección de Washington
continuará indefinidamente.
En ese contexto, por primera vez se
oyen voces autorizadas de Japón declarando, de forma más o menos explícita, que
el archipiélago debería dotarse de armas nucleares. Está a punto de caer un
tabú fundamental de este país que, en 1945, vivió en propia carne los crímenes
contra la humanidad de Hiroshima y Nagasaki. Cada vez se evoca más la supresión
del Art. 9 de la pacifista Constitución nipona que consigna su renuncia a la
guerra. Se adoptan medidas concretas (y se anuncian otras nuevas) orientadas a
acrecentar el poder militar de las "fuerzas de autodefensa":
incremento del presupuesto militar, redespliegue de cazas F-15, puesta en
órbita de un satélite óptico de gran precisión, etc.
El lobby nuclear argumenta que quien
quiera la seguridad energética en estos tiempos turbulentos, debe querer la
energía nuclear para no depender de las vías de aprovisionamiento marítimas. Al
igual que quien quiere la bomba: la industria nuclear "civil"
proveerá las materias fisibles necesarias a los militares. Esta campaña
alarmista ha tenido éxito entre la población japonesa.
Confrontada a esta nueva situación, la
izquierda civil japonesa realizó un llamamiento para que cada país de la región
se opusiera al incremento de los nacionalismos xenófobos y militaristas.
Denuncia la voluntad de recurrir a una historia mitificada para apropiarse de
islotes deshabitados. Platea una gestión compartida de los mares en interés de
los pueblos y respetando las exigencias ecológicas.
Se han conformado dos bloques
políticamente opuestos, lo que constituye toda una novedad. De un lado, el
lobby nuclear, las corrientes militaristas y en general la derecha
nacionalista. De otro, el movimiento antinuclear (civil), los últimos
supervivientes de Hiroshima/Nagasaki o quienes les representan (los alcaldes),
los pacifistas que defiendes la Constitución, la población que lucha en la isla
de Okinawa contra las bases estadounidenses, personalidades como el premio
Nobel de Literatura Kenzaburo Oe… Sin embargo, el movimiento antinuclear nipón
se enfrenta a una situación política difícil para la que no estaba preparado.
A falta de una alternativa política a
la izquierda, el rechazo de la energía nuclear tras Fukushima fue capitalizada
en el terreno electoral por los partidos de centro-derecha, que pronto cayeron
en desgracia por su incompetencia. Se consolidan nuevas formaciones políticas
populistas de derecha radical; primero en la región de Osaka y después en
Tokio. Por el momento, es el Partido Liberal Demócrata, partido mayoritario de
la post-guerra, el que ha reconquistado el poder con Shinzo Abe. Se ha
beneficiado de la abstención de los sectores desencantados de la población, de
una bien amañada reputación de buen gestor y de trasladar para después de la
campaña electoral las malas noticias, como la firma Tratado transpacífico de
Libre Cambio, cuyos efectos sociales serán desastrosos.
Internacionalización
del movimiento antinuclear
No hay posibilidad de que la central de
Fukushima vuelva a la normalidad. La crisis nuclear va para largo.
El movimiento ciudadano del
archipiélago continúa luchando día a día: piquetes ante la sede de Tepco (el
operador de Fukushima), denuncias de las víctimas, oposición a la reapertura de
las centrales… En noviembre pasado, Japón acogió la segunda conferencia
internacional para un mundo libre de nucleares. En él se tejieron estrechos
vínculos entre las luchas que se desarrollan en diversos países de la región,
como en Corea del Sur o India. Por primera vez, el Fórum Popular Asia-Europa
realizó una declaración a favor de abandonar la energía nuclear. Y en marzo de
2013 están convocadas numerosas movilizaciones en torno al segundo aniversario
de la catástrofe.
La onda de choque de Fukushima continúa
ampliándose.
10/02/2013
Traducción: VIENTO SUR
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