Hay voces que claman en el desierto,
que gritan a los cuatro vientos la imperiosa necesidad de dar ya un giro brusco
a nuestros patrones de consumo, pero seguimos sordos a sus advertencias.
Sigamos
destrozando la Naturaleza que la Naturaleza acabará con nosotros. Creemos que
podemos doblegarla a nuestro antojo, explotar carbón a cielo abierto, arruinar
páramos, convertir ríos en cloacas, tumbar selvas para extraer petróleo,
consumir gasolina, ropa, agua y aparatos desechables de manera desaforada y que
nos va a salir gratis. Pues ya vieron en la capital del mundo y regiones
aledañas. El huracán Sandy les recordó que si seguimos por esta senda, vamos
derecho al abismo.
Hay
voces que claman en el desierto, que gritan a los cuatro vientos la imperiosa
necesidad de dar ya un giro brusco a nuestros patrones de consumo, pero
seguimos sordos a sus advertencias.
Un
experto en la materia, Kevin Trenberth, del Centro Nacional para la
Investigación Atmosférica de Estados Unidos, dijo que si bien el huracán no se
puede evitar, el cambio climático "ha hecho que sus efectos sean entre un
cinco y un diez por ciento más fuertes de lo que cabría esperar de una tormenta
de estas características. La temperatura del agua es mayor, las olas más
grandes y la lluvia más fuerte a consecuencia de la perturbación humana del
clima". Lo leí esta semana en Confidencialcolombia.com y seguro que
tampoco esta vez le pararemos bolas.
Y
en El Mundo de España publicó un experto, Antonio Ruiz de Elvira, "los
fenómenos meteorológicos se van a hacer cada vez más extremos conforme avance
el siglo y tanto cuanto más carbón, petróleo y gas quememos (...) El ser humano
es muy lento en darse cuenta de las consecuencias de sus acciones, y rechaza de
plano los avisos que le dan".
Aún
hay demasiado insensato que da la espalda a los evidentes signos que emite el
planeta. Y lo que más sorprende es que sea la juventud la que desprecia las
alertas y no es capaz de modificar su estilo de vida para aportar su grano de
arena.
Por
supuesto que las políticas públicas equivocadas y suicidas de los gobiernos son
las que más daño causan al medio ambiente, pero cada ciudadano no puede eludir
su responsabilidad.
Uno
creía que después de leer sobre el cambio climático y padecer un rosario de
catástrofes naturales como nunca antes, la ciudadanía sería más consciente y,
por ejemplo, bajaría al consumo de aires acondicionados. Pero si uno viaja a
Estados Unidos comprobará que no han reducido un solo grado, que hace el mismo
helaje en aeropuertos y oficinas, y si es un apartamento de fin de semana de
Cartagena o Santa Marta, pueden llegar a tener el aire prendido las 24 horas.
Y
aunque parezca mentira, en las grandes ciudades colombianas apenas se recicla,
ni siquiera separan el vidrio en infinidad de edificios. Arrojan toda la basura
al mismo recipiente y como la empresa que recolecta gana por kilo y no por
material reciclado, tampoco hacen el menor esfuerzo.
Me
contaban el otro día que algo tan sencillo, como los conos de tránsito que
vemos en la mayoría de carreteras y calles, son de un plástico no reciclable
cuando existen otros que se reutilizan. Uno imagina montañas y montañas de esos
conos, de vasos de icopor, de televisores viejos, de cargadores de celular,
pilas, llantas, bolsas plásticas, latas, pantalones viejos, pañales, y entra en
pánico.
Para
quienes presumen que tenemos tres cordilleras y dos océanos, los reto a que
pongan el dedo sobre un mapa de Colombia donde quieran. Les aseguro que en ese
punto, en un radio de 50 kilómetros como máximo, algo está depredando la
Naturaleza: minas de oro, de carbón, coca, madereros furtivos, pueblos y
pequeñas fábricas que arrojan desechos a los ríos, quemas masivas, amapola, por
citar solo unos casos.
Sigan creyendo que la Colombia
exuberante y verde es eterna y no hagamos nada. Veremos a la vuelta de unos
años de qué color la dejamos.
Salud Hernández-Mora
Salud Hernández-Mora
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