Minería a cielo abierto está dejándoles
a los pobladores de este corregimiento un paisaje aterrador.
Por fin el pueblo hace honor a su nombre. Una empresa carbonera le
regaló una loma, única elevación en la llanura donde está enclavado. Se divisa
desde cualquier punto de la localidad, está pegada al casco urbano y cada día
crece. No tiene árboles ni matorrales ni fuentes hídricas, todo es tierra
negruzca, gris y ocre, y por sus laderas trepa día y noche un regimiento de
gigantescas volquetas que descargan sobre la cima cientos de toneladas de
‘estéril’, como se denomina a estos desechos.
En el corregimiento La Loma, municipio de El Paso (Cesar), la
explotación de carbón a cielo abierto y su espejismo de riqueza dominan la
escena.
En sus calles destapadas, el dinero corre con alegría las veinticuatro
horas. No hay buen acueducto ni alcantarillado eficiente, pero proliferan las
prostitutas, el comercio y los bares donde los mineros, llegados de distintos
puntos del país, derrochan sus salarios.
Sólo unos pocos lugareños tienen horizontes más anchos. Por eso luchan
contra los irreparables perjuicios que la bonanza carbonera inflige a la
Naturaleza, aun a sabiendas de que pocos quieren escucharlos.
“Imposible restaurar el daño medioambiental causado. Eso es una mentira
que se la echan y se la creen las compañías mineras. El Ministerio de Ambiente
pone unas normas mínimas, es todo un globo de engaños”, advierte Lucho
Restrepo, dueño de un restaurante y excandidato a la alcaldía. Nació en La
Loma, siempre ha vivido en su pueblo y ahí quiere envejecer con su familia,
pero al ritmo que avanza la depredación minera será difícil que cumpla el
sueño.
“Pueden traer los ambientalistas más tesos del planeta, que no hay forma
de compensar el desastre. Todos los ríos se nos están sedimentando a velocidad
exagerada, el caudal del Calenturitas se ha subido metro y medio en tres años.
Pero si nos damos la mano entre todos, y como no hay marcha atrás porque nadie
para la locomotora minera, solucionamos algo”, agrega.
Prueba de la desidia oficial es que tres años después del desvío de
dicho río por la empresa Prodeco, aún no hay un estudio oficial sobre su
impacto, y próximamente CNR volverá a modificar el cauce para explotar la mina
Francia 2.
Entre la montaña de ‘estéril’ y el centro urbano de La Loma, la única
barrera son unas filas de árboles que plantaron las carboneras para que los
vecinos más próximos no la vean tan encima.
Pero a medida que uno se acerca, impresionan tanto la altura y el ancho
que ha adquirido en pocos meses el cerro, como la profundidad y extensión de
los cráteres abiertos en su lecho para extraer carbón. Es una visión
apocalíptica, el escenario que Hollywood habría elegido para filmar sus
películas futuristas donde grupos de humanos se despedazan en una guerra por el
agua.
En el futuro, todos los huecos alcanzarán 40 kilómetros corridos, una
suerte de muralla china infranqueable, para lo cual tendrán que desviar aún más
ríos y encauzarlos por canales artificiales.
Una vez extraigan todo el mineral, las carboneras tienen la obligación
de rellenar los cráteres con el mismo ‘estéril’ que sacaron y con capa vegetal,
a fin de que la llanura recupere su fisonomía original.
Para hacerse una idea de la envergadura de la tarea, extraer los cincuenta
millones de toneladas de carbón previstos implica remover quinientos millones
de metros cúbicos de tierra. Tal vez por eso, después de lustros de trabajo,
aún ninguna compañía ha colmado el primer cráter.
Si la explotación de carbón a cielo abierto está cambiando a pasos
agigantados la faz del centro del Cesar, que eran tierras agrícolas y
ganaderas, tapizadas de árboles, cultivos y pastos, no ha sido capaz, sin
embargo, de lograr una transformación social tan radical pese a los miles de
puestos de trabajo que viene creando desde 1994.
No hay más que darse una vuelta por las casuchas de La Feria, barrio de
invasión a la entrada de La Loma. “Será por fuera que ganan plata, porque aquí
no se ve –dice Anabel Sampayo, madre de cuatro hijos–. Llegué con la esperanza
de mejorar la vida por lo que uno oye por fuera. Pero solo saca uno para no
pasar hambre”.
Tampoco irradió riqueza en la zona rural. A ocho kilómetros de La Loma,
en el pequeño corregimiento Potrerito, las casas de bahareque y madera y las
vías polvorientas muestran una realidad que contrasta con las abultadas
ganancias de las compañías mineras y las regalías que entregan.
Ante la incapacidad de la economía sustentada sobre el carbón para
combatir la miseria, fracaso del que también es responsable una dirigencia
corrupta, lo incluyeron en el Programa de Erradicación de la Pobreza, en el que
participan el gobierno central, la Gobernación, la Alcaldía –en este caso, El
Paso– y las empresas mineras.
“Dicen que van a pavimentar los ocho kilómetros hasta La Loma, que van a
crear una cooperativa, veremos”, comenta escéptico un lugareño.
No es la única población que evidencia la incapacidad antes apuntada: La Palmita, en La Jagua de Ibirico, municipio colindante y uno de los más elocuentes monumentos a la corrupción y a la catástrofe ambiental, está dentro del mismo programa.
No es la única población que evidencia la incapacidad antes apuntada: La Palmita, en La Jagua de Ibirico, municipio colindante y uno de los más elocuentes monumentos a la corrupción y a la catástrofe ambiental, está dentro del mismo programa.
Tampoco pudieron las grandes compañías reubicar El Hatillo, un caserío
acorralado por las minas y la pobreza. En los cinco años transcurridos desde
que iniciaron los primeros contactos, han celebrado incontables reuniones que
no condujeron a nada. Con el fin de romper la inercia, las mineras contrataron
a Replan, firma experta en reasentamientos que tiene la misión de diseñar una
nueva ruta.
“Nos están tomando el pelo, están jugando con nosotros”, protesta
Eleside Sosa, una de sus 633 habitantes obligados a vivir en medio de un
secarral.
Además de ser desagradable tener enfrente una loma de ‘estéril’, es también peligrosa para la salud por ser rica en azufre y hierro, entre otros elementos tan contaminantes como los explosivos que emplean a diario para volar roca. En un solo trancado pueden hacer estallar medio millón de metros cúbicos de piedra.
En suma, como dice un ambientalista cesarense, que prefiere permanecer
en el anonimato, “hay que elegir la vocación del departamento, si reserva
agrícola y forestal o desierto minero”.
Salud Hernández-Mora
Especial para EL TIEMPO
La Loma (Cesar).
Especial para EL TIEMPO
La Loma (Cesar).
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