Por: Manuel Rodríguez Becerra
El Tiempo
19 de septiembre de 2009
"La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, a celebrarse en Copenhague en diciembre del 2009, será la reunión internacional más importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial", afirmó recientemente el profesor Nicholas Stern, autor del influyente informe sobre la economía del calentamiento global.
No se trata de una exageración producto de la imaginación tropical. Este economista inglés simplemente está señalando una realidad obvia para los miles de científicos que, durante cerca de 40 años, han estado dedicados a investigar las causas y consecuencias del actual calentamiento global. Y que también es obvia para quienes han estado involucrados en los complejos procesos de negociación política dirigidos a generar un acuerdo para estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, en forma que no conlleve altos riesgos para el bienestar humano.
Hoy, ninguno de los 192 gobiernos que participan en las negociaciones que culminarán en Copenhague pone en duda la existencia del fenómeno de calentamiento global como consecuencia de la acción humana. Y no podría ser de otra manera, puesto que la certidumbre científica sobre este fenómeno, que hoy vivimos y cuyas consecuencias ya estamos sufriendo, es mayor al 90 por ciento.
Copenhague 2009 será recordado como el punto formal de partida de la descarbonización de la civilización contemporánea. La era de la carbonización -y con ella la era del incremento de la concentración del CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera- se inició con la máquina de vapor, ese extraordinario invento que detonó la revolución industrial, a finales del siglo XVIII. Y, desde entonces, el hombre ha estado domando la energía en un incesante proceso que incluye otras invenciones como el motor de combustión interna y la termoeléctrica, que funcionan principalmente a partir de los combustibles fósiles, con la consecuente emisión de CO2. Pero sólo a principios de los años 60 del siglo pasado se descubrió que estas tecnologías, eje fundamental del desarrollo contemporáneo, son una de las causas del calentamiento global. De allí el imperativo de descarbonizar la economía, un propósito que conlleva una profunda y compleja transformación de las fuentes de energía y su uso, así como una drástica reducción de la deforestación, una de las principales causas de la emisión de dióxido de carbono.
Los científicos han recomendado que el acuerdo de Copenhague, en el ámbito de la Convención de Cambio Climático y su Protocolo de Kioto, debe establecer como meta reducir, en los próximos 40 años, las emisiones de gases de efecto invernadero a un nivel tal que el aumento de la temperatura no supere los dos grados centígrados, en relación con la era preindustrial. Y esta es una meta que, según la ciencia, es posible alcanzar, tanto desde la perspectiva económica (el mundo no se va a quebrar), como desde la tecnológica (ya existen las tecnologías para resolver el problema).
Pero si no se toma ninguna medida, la temperatura podría incrementarse entre 4 y 6 grados centígrados hacia el final del siglo. Y si se hiciese hoy una tajante reducción de la emisión de gases de efecto invernadero la temperatura ascendería 1,1 grados centígrados hacia la misma fecha.
En últimas, lo que se está negociando, de aquí a diciembre, es en qué punto de este rango de temperaturas nos ubicaremos, es decir, cuál es el nivel de incremento del calentamiento que la humanidad tendría que enfrentar, y, con ella, la magnitud de los impactos que tendría que sufrir. Y es que, en la actualidad, como nunca antes en la historia, se está definiendo la calidad de vida que legaremos a las futuras generaciones, la cual, si nos equivocamos, podría llegar a estar signada por un desmesurado aumento de catástrofes naturales, así esta posibilidad les siga pareciendo, a muchos, una verdad incómoda.
No se trata de una exageración producto de la imaginación tropical. Este economista inglés simplemente está señalando una realidad obvia para los miles de científicos que, durante cerca de 40 años, han estado dedicados a investigar las causas y consecuencias del actual calentamiento global. Y que también es obvia para quienes han estado involucrados en los complejos procesos de negociación política dirigidos a generar un acuerdo para estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, en forma que no conlleve altos riesgos para el bienestar humano.
Hoy, ninguno de los 192 gobiernos que participan en las negociaciones que culminarán en Copenhague pone en duda la existencia del fenómeno de calentamiento global como consecuencia de la acción humana. Y no podría ser de otra manera, puesto que la certidumbre científica sobre este fenómeno, que hoy vivimos y cuyas consecuencias ya estamos sufriendo, es mayor al 90 por ciento.
Copenhague 2009 será recordado como el punto formal de partida de la descarbonización de la civilización contemporánea. La era de la carbonización -y con ella la era del incremento de la concentración del CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera- se inició con la máquina de vapor, ese extraordinario invento que detonó la revolución industrial, a finales del siglo XVIII. Y, desde entonces, el hombre ha estado domando la energía en un incesante proceso que incluye otras invenciones como el motor de combustión interna y la termoeléctrica, que funcionan principalmente a partir de los combustibles fósiles, con la consecuente emisión de CO2. Pero sólo a principios de los años 60 del siglo pasado se descubrió que estas tecnologías, eje fundamental del desarrollo contemporáneo, son una de las causas del calentamiento global. De allí el imperativo de descarbonizar la economía, un propósito que conlleva una profunda y compleja transformación de las fuentes de energía y su uso, así como una drástica reducción de la deforestación, una de las principales causas de la emisión de dióxido de carbono.
Los científicos han recomendado que el acuerdo de Copenhague, en el ámbito de la Convención de Cambio Climático y su Protocolo de Kioto, debe establecer como meta reducir, en los próximos 40 años, las emisiones de gases de efecto invernadero a un nivel tal que el aumento de la temperatura no supere los dos grados centígrados, en relación con la era preindustrial. Y esta es una meta que, según la ciencia, es posible alcanzar, tanto desde la perspectiva económica (el mundo no se va a quebrar), como desde la tecnológica (ya existen las tecnologías para resolver el problema).
Pero si no se toma ninguna medida, la temperatura podría incrementarse entre 4 y 6 grados centígrados hacia el final del siglo. Y si se hiciese hoy una tajante reducción de la emisión de gases de efecto invernadero la temperatura ascendería 1,1 grados centígrados hacia la misma fecha.
En últimas, lo que se está negociando, de aquí a diciembre, es en qué punto de este rango de temperaturas nos ubicaremos, es decir, cuál es el nivel de incremento del calentamiento que la humanidad tendría que enfrentar, y, con ella, la magnitud de los impactos que tendría que sufrir. Y es que, en la actualidad, como nunca antes en la historia, se está definiendo la calidad de vida que legaremos a las futuras generaciones, la cual, si nos equivocamos, podría llegar a estar signada por un desmesurado aumento de catástrofes naturales, así esta posibilidad les siga pareciendo, a muchos, una verdad incómoda.
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