lunes, 29 de junio de 2015

ENTREVISTA A JORGE RIECHMANN (ECOSOCIALISTA)

"Seguir así nos lleva a un ecocidio que acabará con la mayor parte de la población en decenios"
LUCÍA VILLA

Sábado 27 de junio de 2015

Puede parecer catastrofista, pero tras las palabras y escritos de Jorge Riechmann (Madrid, 1962), se adivina, ante todo, un optimismo del que muchos no se ven capaces: el de imaginar una solidaridad común, una "autoconstrucción colectiva" -en palabras del poeta y activista- que acabe de una vez por todas con el sistema capitalista, antes de que éste termine consumiéndonos a todos. Profesor de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma, militante de Ecologistas en Acción y de Izquierda Anticapitalista y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en Madrid, Riechman ha analizado a través de una extensa bibliografía (su último ensayo es Autoconstrucción, de la editorial Catarata) las aberraciones de un modelo que consume y vive sin límites en un planeta que se muere a ritmo acelerado. Durante los días 26, 27 y 28 de junio participa, junto a otros representantes de movimientos sociales, investigadores, activistas y políticos de una decena de países, en los II encuentros Alternativas frente a los retos ecosociales que se celebran en Madrid para combinar los enfoques social y ecológico y buscar respuestas conjuntas con las que combatir las crisis, desde la económica hasta la de valores, que padece la sociedad actual.
¿Qué plantea el Ecosocialismo?
Yo defiendo desde hace tiempo que no podemos pensar en una sociedad que sea sustentable de verdad y que siga siendo capitalista. Si queremos sociedades que puedan durar en el tiempo, que sean perdurables, no hay forma de esquivar la cuestión del sistema y las rupturas anticapitalistas. Tenemos que fijarnos más en algo que, aunque ya estaba presente en El capital de Marx, no ha tenido mucha importancia en los intentos históricos de avanzar en el socialismo: la idea de que las fuerzas productivas son, a la vez e indisociablemente, fuerzas destructivas. Y esa parte destructiva ha ido en aumento con respecto a la parte productiva a medida que se han ido desplegando las sociedades industriales.
Yo creo que una cuestión central en nuestro tiempo es el choque de las sociedades industriales con los límites biofísicos del planeta. Según los cálculos de la huella ecológica del conjunto de la humanidad, estamos viviendo como si tuviéramos a nuestra disposición un planeta y medio. Es una situación aberrante que sólo se va a poder mantener un tiempo. Estamos viviendo, literalmente, como si no hubiera mañana… y eso es altamente problemático. Y lo que dice el ecosocialismo es que la fuerza principal que está detrás de ese choque contra los límites biofísicos del planeta es la dinámica autoexpansiva del capital.
¿Y cómo se le da la vuelta a un sistema, el capitalista, que no es sólo político o económico, sino también cultural y de valores, que está impregnado en todos?
Yo creo que esa es una dimensión muy importante que ha ido incluso ganando peso por los procesos culturales de los últimos decenios. Es cierto que cada sociedad genera los objetos que necesita, o los objetos congruentes con ese orden social. Eso, de hecho, es un proceso en bucle. Las personas somos generadas por la sociedad, la sociedad genera sujetos y los sujetos reproducen, producen y cambian la sociedad. Es un bucle de realimentación. Pero lo nuevo, que es muy tremendo en esta situación en la que nos encontramos, es que a medida que se ha afianzado la versión neoliberal del capitalismo, éste entra mucho más hondamente en la constitución de la subjetividad. Hay una frase, de estas inmortales que produjo Margaret Thatcher, que venía a decir algo así como: “La economía en realidad no importa tanto, en realidad donde nos jugamos todo es en el alma humana”. Esto Margaret Thatcher y otros teóricos del neoliberalismo lo tenían muy claro.
Y lo que ha ido teniendo lugar es un proceso en el cual esa dinámica de expansión de la sociedad mercantil se ha ido introduciendo cada vez más en la gente. Entonces claro, pensar en esos términos nos da idea de la dificultad de este asunto, que no puedes en efecto considerar que tu adversario es algo exterior que tienes enfrente, así, nítidamente delimitado, sino que lo has incorporado, es una parte de lo que tú también eres.

Una imagen un poco humorística que he usado alguna vez para intentar contar esto es ese personaje de las fábulas centroeuropeas que es el baron de Münchhausen. En uno de los lances célebres de su vida, Münchhausen cae dentro de un pantano con su caballo y se está hundiendo en las arenas movedizas. Y entonces para salir lo que se le ocurre es tirar de su propia coleta y consigue sacarse del pantano. Lo que nos toca hacer es algo parecido a eso. Yo creo que hay que pensarlo desde la autoconstrucción colectiva.
¿A qué nos exponemos? Los científicos ya hablan de que se ha puesto en marcha la sexta gran extinción de especies, la primera que estaría causada por el hombre y la primera que afectaría al hombre… la sociedad no parece muy consciente.
No. Eso es dramático. La diferencia que hay entre el mundo de creencias en el que está viviendo el promedio de la gente en esta sociedad y la situación objetiva tal y como podemos referirnos a la misma por medio de la ciencia, es enorme. Somos incapaces, como sociedad, de hacernos cargo de lo que está pasando y de ver lo cerca que estamos de despeñarnos por un abismo cuyas dimensiones no acabamos de calibrar. Sí que lo hacen los investigadores e investigadoras y por eso están lanzando gritos de alarma cada vez más desesperados desde hace mucho tiempo.
Uno de los generales golpistas en Brasil en la primera de esas dictaduras que se implantaron en América Latina en los años 60 dijo: “El país se encontraba delante de un abismo y decidimos dar un paso al frente”. Nuestras sociedades están al borde de un abismo y están avanzando a toda velocidad. No paso a paso, sino de forma motorizada sin darnos cuenta de lo que eso representa.
Si hubiera que señalar sólo tres ámbitos de la dimensión de esa crisis ecológico-social, serían el calentamiento climático, la crisis de recursos y la extinción masiva de diversidad biológica. Son tres procesos que están, literalmente, quitándonos el suelo de debajo de los pies. Seguir haciendo las cosas más o menos como las estamos haciendo ahora nos lleva a un ecocidio, acompañado de un genocidio, que si no somos capaces de cambiar se llevará por delante, yo creo, a la mayor parte de la población humana en los decenios que siguen. Y de eso es de lo que se está hablando cuando hablamos de cambio climático.
Todas las esperanzas para frenar el cambio climático están puestas en la cumbre de París de diciembre de este año. ¿Un protocolo que sustituya al de Kioto es suficiente?
Todo indica que, tal y como están planteadas las cosas, no será suficiente. Lo que convencionalmente, con una base científica, se ha establecido como un nivel más o menos de seguridad son los dos grados centígrados de incremento de la temperatura promedio con respecto a los niveles preindustriales, y muchos científicos piensan que no se deberían sobrepasar los 1,5 grados. Sin embargo París es importante en la medida en que pueda suponer un cambio de tendencia por lo menos, porque la situación ahora es que estamos emitiendo cada vez más, cada vez más deprisa. No es que estemos en una situación de equilibrio, sino que las emisiones siguen creciendo y cada vez más rápido. Y París puede servir como el inicio de una inflexión en ese sentido. Pero yo estoy convencido de que sin rupturas anticapitalistas, sin avanzar claramente hacia otro modelo de producción y consumo, no hay forma de evitar ese desenlace muy dramático.

Usted es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en la Comunidad de Madrid. ¿Ve representados los valores ecologistas en el partido?
De manera muy insuficiente. No es un problema sólo de Podemos, es un problema de la mayoría de nuestras fuerzas políticas. Hay una cosa que subrayaba hace un par de años un activista brasileño de los involucrados en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Chico Whitaker, en referencia a los movimientos como el 15-M u Occupy Wall Street, que empleaban el lema de “somos el 99%, frente a un 1%”. Si pensamos en términos ecológicos y sociales esa distribución no es así. Chico Whitaker decía que habría que pensar más bien en un 1% de gente que tiene cierta conciencia del mundo real en el que vive y que está intentando alertar a otro 98% de la situación dramática en la que nos encontramos para sumar fuerzas y hacer frente al 1% restante que está en lo alto de la pirámide de la riqueza y el poder. Pero el nivel de conciencia en ese 98% de la población no es ni de lejos el que se requeriría.
25/06/2015

domingo, 28 de junio de 2015

La carta de Bergoglio merece ser leída y discutida

Ernest García · · · · ·

28/06/15


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Combatir la pobreza en el mundo sin destruir el planeta. Desarrollo sostenible. Ecología y justicia. El Informe Brundtland, treinta años después y con acentos algo más vehementes. No hay duda: una tesis sobre medio ambiente salida de la pluma más autorizada de la Iglesia Católica es un acontecimiento

Combatir la pobreza en el mundo sin destruir el planeta. Desarrollo sostenible. Ecología y justicia. El Informe Brundtland, treinta años después y con acentos algo más vehementes. No hay duda: una tesis sobre medio ambiente salida de la pluma más autorizada de la Iglesia Católica es un acontecimiento. El texto, además, se añade sin ambages a la larga lista de voces de alarma que, desde hace décadas, advierten de que el impacto humano sobre el planeta es excesivo, lo que lo convierte en un acontecimiento notable. No dejará indiferente a nadie que se preocupe por la cuestión.

Intuyo que las repercusiones dentro del mundo católico van a ser importantes. Cañizares, actual arzobispo de Valencia, instructivo como casi siempre, se ha apresurado a afirmar que la proclama de su líder no justifica el ecologismo, sino que lo supera; y no se ha privado de añadir que el coche es tan ecológico como la bicicleta. ¡Laudato Si´ va a agitar las aguas de más de un pantano! 

Ése, sin embargo, no es mi asunto. Bergoglio plantea -uno de los aspectos altamente positivos de su encíclica- un diálogo con el mundo científico, con los movimientos ecologistas, con los gobiernos y los poderes políticos, con los creyentes de otras religiones, con las filosofías humanistas€ Y tras la lectura me ha quedado la impresión de que lo plantea como un diálogo auténtico y sincero, es decir, en plano de igualdad, fundado en el mutuo reconocimiento. Me parece una oferta que no debería desdeñarse. Manos a la obra, pues.

Hay muchos rasgos destacables en la encíclica papal. Por ejemplo, su buen asesoramiento científico y su acercamiento a las variantes más comprometidas socialmente del pensamiento ecologista. Estoy de acuerdo con muchas de las ideas que expone. Comentaré, sin embargo, un punto de desacuerdo: la población. No es un asunto menor o insignificante. El debate entre catolicismo y ecologismo no ha comenzado ayer, y éste ha sido desde hace tiempo el principal punto de fricción.


La gente preocupada por la crisis ecológica nunca ha reprochado especialmente a la Iglesia de Roma su compromiso con el capital, con el mercado o con el consumismo. Todo esto no tiene su origen en el catolicismo y los portavoces de éste siempre han expresado reservas al respecto. Sí ha sido motivo de confrontación, en cambio, su férrea oposición a muchas formas de control reproductivo, entre ellas bastantes de las que la mayoría de la gente considera perfectamente responsables. Y en esto la encíclica papal ha resultado enteramente previsible. 

No era de esperar una revisión fundamental de la doctrina de la iglesia católica sobre el crecimiento demográfico. Pero sí cabía esperar, al menos, que en un documento sobre ecología hubiese algunos matices que enriquecieran el debate, ya que ha sido hasta hoy el punto más polémico. Y nada de nada. La encíclica liquida el problema con un juicio de intenciones y una falacia lógica.

El juicio de intenciones es la afirmación de que quien propone reducir la natalidad pretende legitimar el modelo distributivo actual, perpetuando así la desigualdad y la injusticia. Se trata de una generalización arbitraria, que tiene numerosos contraejemplos. Por proximidad geográfica y cultural, mencionaré tan sólo a los anarquistas neomalthusianos de Cataluña y el País Valenciano de las primeras décadas del siglo XX, que fueron partidarios de la igualdad social y también precursores de la planificación familiar, el uso de anticonceptivos y la paternidad responsable (y, procede recordarlo aquí, fueron perseguidos por ello por los obispos de la época). Por decirlo con toda franqueza: no encuentro nada dialogante un argumento que, de tomarlo en serio, implicaría que Ferrer i Guàrdia fue un defensor de la explotación capitalista. ¿De verdad que no hay nada que matizar ahí?

La falacia lógica está contenida en la siguiente frase: "Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas" [50]. La respuesta correcta es que el dilema es falso y que ambas cosas han de tenerse en cuenta, no sólo una de ellas (esto, por cierto, es algo que los ecologistas han dicho con razón siempre). El crecimiento demográfico es la parte más primaria y elemental del crecimiento económico, así que si éste es problemático aquél también lo es. Siendo iguales el consumo y la tecnología, a más población, más impacto. 

Ya sé que el problema es tremendo en un mundo que va camino de los 9.000 millones de habitantes. Por todas partes se está entrando en situaciones que remiten a la ética del bote salvavidas. Se hacen visibles cada día en el estrecho de Gibraltar y en muchos otros puntos del planeta. Y además eso, trágico como es, es sólo la punta del iceberg. La negativa a aceptar que el crecimiento demográfico es una parte del problema no sólo quiebra el razonamiento lógico. Al final, cuestiona también la dignidad y la vida porque conduce a estados de cosas radicalmente intratables. La formulación rutinaria e inconsistente de este tema resta fuerza a un discurso que resulta en general honesto y convencido.

En términos de sociología ecológica, la argumentación de Bergoglio es más cercana al ecosocialismo que a otras propuestas, como la modernización ecológica o la ecología humana. En particular, es perceptible la influencia de algunas versiones latinoamericanas de ese punto de vista, con ecos del discurso comunitarista, del buen vivir, de la Carta de la Tierra€ No es sorprendente que los neoliberales norteamericanos hayan comenzado inmediatamente a minimizar la encíclica papal poniéndole la etiqueta de marxista. En realidad, no creo que se trate de marxismo, sino más bien de la elección de un interlocutor. De forma similar a cómo, en su tiempo, la doctrina social de la iglesia fue una respuesta al socialismo, no exenta de diálogo crítico con el mismo, se propone ahora una doctrina ecosocial de la iglesia, escogiendo como referente a la ecología social. Es una especie de aggiornamento, paralelo al que ya hace tiempo habían iniciado amplios sectores de la izquierda latinoamericana, buscando en la ecología elementos para refundar las convicciones emancipatorias socavadas por la caída del muro de Berlín. Digámoslo de otro modo: ya había algo de tono profético en aquello del ecologismo de los pobres.

Pensándolo bien, desde una perspectiva como la de esta encíclica, se trata de un interlocutor muy adecuado. O, por lo menos, de uno que no resulta en absoluto incoherente. En el universo de los discursos con conciencia ecológica, ésos son los que han alcanzado mayor difusión popular y los que se expresan con más calor emocional. Los más congruentes, a fin de cuentas, con las funciones de cohesión social que corresponden a la religión (con sus funciones compensatorias, que diría un marxista).

Sí resulta llamativo, en cambio, que la nueva doctrina ecosocial católica lance el diálogo haciendo suyos tantos temas de sus interlocutores. La carta papal no se ha dejado casi nada en el tintero. Decrecimiento selectivo, simplicidad voluntaria, mejor con menos, conversión espiritual anticonsumista, deuda ecológica, relocalización, reservas frente a los transgénicos€ Sólo le ha faltado el ecofeminismo (aunque tal vez eso, como en el tema de la población, habría sido pedir demasiado). Es una lástima porque, de haberlo incluido, Jorge Bergoglio habría sonado como un auténtico avatar de Vandana Shiva (una posibilidad que, lo confieso, me divierte y me intriga).

Laudato Si´ propone integrar todo eso bajo el manto de la espiritualidad franciscana. Por una parte, es algo obvio: hace mucho tiempo que Francisco de Asís ha sido reconocido como santo patrón de los ecologistas, con el consenso de muchos ateos. Por otra parte, se trata de un criterio potencialmente muy polémico. Sospecho que las derivaciones doctrinales van a ser especialmente relevantes en torno a este punto.

En 1967, en un artículo publicado en la revista Science, el historiador Lynn White escribió lo siguiente: "El mayor revolucionario espiritual de la historia de Occidente, San Francisco, propuso lo que pensó que era una visión cristiana alternativa de la naturaleza y de la relación del hombre con ella; intentó sustituir la idea del dominio ilimitado del hombre sobre la creación por la idea de la igualdad entre todas las criaturas, incluido el hombre. Fracasó. Tanto nuestra ciencia como nuestra tecnología actuales están tan impregnadas de ortodoxa arrogancia cristiana hacia la naturaleza que no puede esperarse ninguna solución para nuestra crisis ecológica que proceda sólo de ellas."

La referencia es oportuna porque a mi juicio remite a un importante tema filosófico que recorre muchas páginas de la encíclica. El tema es nada menos que el de las relaciones entre la ciencia y la religión. Y los términos del debate podrían esquematizarse de este modo: ¿Los peligros derivados de la ciencia y la tecnología se deben a que éstas son poco cristianas, como mantiene Bergoglio, o a que lo son mucho, como sostiene White? 

White, especialista en historia medieval, argumentaba que la ciencia y la tecnología modernas no pueden resolver por sí solas la crisis ecológica porque, precisamente, quedaron muy impregnadas desde su mismo origen por la visión de dominio absoluto sobre la naturaleza que difundió el cristianismo tras la derrota de los seguidores revolucionarios de Francisco de Asís. El texto de Bergoglio, por el contrario, bebe mucho de fuentes que atribuyen el origen del mal a factores presuntamente externos (la modernidad, el ansia de beneficio, la mentalidad consumista, el humanismo antropocéntrico€). Como si la Iglesia Católica no tuviese nada que ver con todo eso. O, más precisamente, como si todo eso la hubiese contaminado desde fuera sin llegar a afectar a su verdadera esencia.

No afirmo que sea White quien tiene razón. No lo sé. La pregunta desborda ampliamente mis escasos conocimientos. La planteo sólo porque hay tanta carga en este punto que no me parece que pueda despacharse con una corrección marginal, con un "es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras". O, dicho de otro modo: es posible que esta encíclica, tan fuerte en ecología, flojee algo en historia. Lo que sí me parece seguro, en cambio, es que marca una dirección que va a dar mucho trabajo a los especialistas.

El tema, insisto, me parece teóricamente importante. Podría decirse que en términos prácticos no debería serlo tanto (al menos para los no creyentes). Pero no está claro que sea así. La afirmación de que hacen falta una profunda espiritualidad y una conversión radical para hacer frente a la crisis ecológica no es ninguna novedad en la cultura ecologista. Lo dijeron Petra Kelly y Rudolf Bahro en los años ochenta del siglo pasado. Lo ha recordado en su último libro el economista Herman Daly. Lo reiteran hoy con mucha fuerza unos pocos filósofos merecedores de atención. La idea reclama un examen a fondo. Y la pregunta de si lo que esa conversión requiere del catolicismo es una renovación o una refundación no es una parte insignificante en tal examen.

¡Bienvenido, en cualquier caso, un diálogo propuesto de forma tan rica y compleja!

Ernest Garcia es profesor de sociología en la Universidad de Valencia

Cambio climático: el rugido de los pobres

Alejandro Nadal · · · · ·

28/06/15


La última reunión del G-7 terminó con una declaración sobre la necesidad de descarbonizar la economía global. La última encíclica papal Laudato Si’constituye un llamado de atención sobre la urgencia de afrontar el desafío del cambio climático. Lo anterior parecería anunciar una convergencia de fuerzas para que la próxima conferencia de las partes (COP21) de la Convención marco sobre cambio climático de Naciones Unidas desemboque en un nuevo tratado internacional capaz de reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y garantizar la adaptación frente a los estragos del cambio climático.

La declaratoria de los países del G-7 tiene fuertes defectos y una virtud. Los participantes adoptaron el compromiso de reducir sus emisiones de GEI entre 40 y 70 por ciento para 2050 y de descarbonizar la economía global en el transcurso de este siglo. También acordaron mantener la meta de limitar el aumento en la temperatura global a un máximo de 2 grados centígrados respecto de los niveles anteriores a la revolución industrial. Ese aumento de temperatura es un umbral más allá del cual se podría pasar a los cambios peligrosos. Desgraciadamente el G-7 no anunció un calendario con efectos vinculantes y metas cuantitativas para los integrantes del grupo.

El objetivo general de eliminar las emisiones de GEI asociadas al uso de combustibles fósiles es el principal elemento positivo del mensaje. Por primera vez este grupo de países coloca sobre la mesa de negociaciones una meta tan ambiciosa. La señora Merkel, con su doctorado en física y su muy extraño papel en la crisis europea, puede vanagloriarse de haber alcanzado este resultado gracias a su insistencia. Pero aunque la cancillería alemana había anunciado su pretensión de eliminar los combustibles fósiles en la economía global para 2050, no pudo vencer la resistencia de Canadá (con sus grandes depósitos de arenas bituminosas) y de Japón (que todavía no sabe qué hacer con su perfil energético a raíz del desastre de Fukushima).

El plan de reducción de emisiones del G-7 es modesto, lento e incompatible con la meta de limitar el incremento de temperatura. En la actualidad la concentración de CO2 en la atmósfera ya rebasa 400 partes por millón (ppm) y sigue en aumento. Hay que recordar que sería necesario estabilizar la concentración por debajo de 400 ppm para tener la confianza suficiente de que el aumento de temperatura no rebasaría los 2 grados centígrados.

Hoy la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera sigue en aumento y los problemas se multiplican. La capa de permafrost en las regiones polares contiene grandes cantidades de material orgánico, cuya descomposición liberaría dióxido de carbono y metano. El metano es treinta veces más eficaz que el CO2 para capturar radiación infrarroja. El congelamiento detiene la descomposición, pero a medida que se descongele el permafrost la descomposición aumenta y con ella la inyección de gases de efecto invernadero, constituyendo así un peligroso círculo vicioso. Se calcula que 25 por ciento del territorio del hemisferio norte es permafrost y por ello la contribución al calentamiento global proveniente de la desaparición del permafrost sería comparable a la provocada por la deforestación del bosque tropical. Estudios recientes indican que la capa de permafrost se está descongelando más rápidamente de lo que se pensaba hasta hace pocos años.

La encíclica papal del 24 de mayo no se limita, como erróneamente se ha considerado por muchos, al tema del cambio climático. Este documento aborda la problemática de la justicia y la sustentabilidad en el sentido más amplio. Junto a las dimensiones ambientales del ciclo de agua, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la encíclica aborda el tema de la desigualdad y la injusticia (incluida la asimetría en la distribución de los efectos negativos de la degradación ambiental).

En el ámbito del cambio climático la encíclica incluye tres puntos sobresalientes. Primero, el clima es un bien común. No es propiedad de un grupo de naciones o de las grandes empresas del planeta. Segundo, el documento recupera el principio de responsabilidad diferenciada, principio que se ha venido desdibujando en las negociaciones internacionales. El tercer punto es más amplio: el deterioro ambiental y la degradación de la vida humana van de la mano. La encíclica papal arremete contra las desigualdades internacionales y señala que en el plano de la globalización neoliberal constituyen un instrumento de dominación. Por eso, la verdadera sustentabilidad ambiental sólo podrá lograrse por medio de la justicia a través de un debate en el que se pueda escuchar el llanto de la tierra y el llanto de los pobres.

La encíclica critica el afán de lucro de la especulación financiera y el crecimiento, pero es poco consistente en su análisis sobre el papel del crecimiento en las economías capitalistas. Ojalá pueda frenar los planes de convertir el desastre climático en oportunidades de negocios, porque de lo contrario el gemido de los pobres se convertirá en rugido implacable.

Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial deSinpermiso


lunes, 15 de junio de 2015

CAMBIO CLIMÁTICO

El mal acuerdo inminente
DANIEL TANURO
Miércoles 10 de junio de 2015
Laurence Tubiana es la embajadora francesa encargada de las negociaciones climáticas. Su responsabilidad es particularmente importante, dado que París acogerá la cumbre de las Naciones Unidas a finales de este año. El 27 de mayo, Tubiana compareció ante las comisiones de asuntos exteriores y de desarrollo sostenible del senado francés en sesión conjunta. Existe un vídeo en Internet que permite escuchar su alocución, las preguntas de senadoras y senadores (sin duda más pertinentes las de ellas que las de ellos, dicho sea de paso) y las respuestas de la embajadora/1.
Tubiana parece ser una persona honesta, realmente preocupada por la gravedad de la situación y que hace todo lo que está en su mano por encontrar las mejores soluciones posibles dentro del marco en que actúa. Además, responde sin irse por las ramas a las preguntas que le formulan. Su comparecencia muestra por tanto a las claras qué podemos esperar: un acuerdo totalmente insuficiente, hecho a medida de las empresas responsables de la catástrofe, y una estrategia de comunicación encaminada a crear a pesar de todo la ilusión de que la situación está controlada.
¿Nos contradice la física? ¡Pues cambiémosla!
Empecemos por este último aspecto, la comunicación. De entrada, Tubiana hace una revelación bastante edificante: si los negociadores han acordado establecer para la política climática el objetivo de mantener el recalentamiento por debajo de los 2 °C con respecto al periodo preindustrial, es según ella para no tener que comprometerse a respetar un tope concreto de concentración atmosférica de gases de efecto invernadero, un tope del que forzosamente se derivarían objetivos igualmente concretos de reducción del volumen de emisiones, escalonados con arreglo a un calendario de obligado cumplimiento.
Esta afirmación de la embajadora parece a primera vista incomprensible. En efecto, a un volumen de emisiones x corresponde una concentración y que produce una temperatura z. A menos que se extraiga artificialmente carbono de la atmósfera o se recurra a aprendices de brujo de la geoingeniería, existe un vínculo indisociable entre estos tres elementos. Se puede fijar el objetivo a alcanzar en términos de temperatura, de concentración o de volumen de emisiones, ya que no son más que maneras distintas de expresar la misma cosa. Para que todo el mundo pueda comprender la cuestión, conviene recordar los principales datos del problema, tal como figuran en el 4º informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y en el informe “Emissions gap” del PNUMA (Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente):
• mantener el recalentamiento por debajo de los 2 °C solo es posible si la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero no supera la cota de 450 a 490 ppm (partes por millón en volumen) y si la concentración de CO2 no sobrepasa la cota de 350 a 400 ppm (acaba de rebasar este umbral el pasado mes de marzo);
• respetar esta condición implica a su vez que el volumen de las emisiones mundiales se reduzca entre un 50 y un 85 % de aquí a 2050 –empezando a más tardar en 2015–, para volverse negativo a finales de siglo/2;
• teniendo en cuenta el principio de la responsabilidad común pero diferenciada (es decir, de la responsabilidad histórica de cada país), el objetivo de reducción de los países desarrollados debería ser del 25 al 40 % en 2020 y del 80 al 95 % en 2050;
• estos objetivos también pueden expresarse en cifras absolutas y por tanto en cantidades máximas de gases de efecto invernadero emitidas en determinados periodos: según el PNUMA, para que sea “probable” (más del 66 % de probabilidad) que el recalentamiento se mantenga por debajo de los 2 °C, las emisiones mundiales deben frenarse antes de 2020/3 para descender a 44 gigatoneladas (Gt) en 2020 (en lugar de las 54 a 60 Gt previsibles al ritmo actual), a 40 Gt en 2025 y a 35 Gt en 2030.
Así que lo que nos viene a decir Tubiana a propósito de los 2° C de aumento máximo es nada menos que lo siguiente: los negociadores han decidido arbitrariamente que en su mundo el vínculo entre temperatura, concentración y emisiones ha dejado de ser indisociable. Para tranquilizar a las poblaciones y hacerles creer que sus gobiernos controlan la situación, la cumbre de París “reafirmará el objetivo de los 2 °C” (Laurence Tubiana dixit)… tomando decisiones que no permiten en modo alguno alcanzar este objetivo. “Puesto que no logramos actuar de acuerdo con las leyes de la física, cambiemos las leyes de la física”: a esto se reduce de hecho el juego malabar. O dicho de otro modo: “Puesto que no conseguimos todavía desvincular el crecimiento económico del aumento de las emisiones… desvinculemos el objetivo que fijamos sobre el papel de lo que lo determina en la realidad.”
Vuelva usted… pasado mañana
Con esto, Tubiana lo dice claramente: lo que se negocia con vistas a la cumbre de París es y será del todo insuficiente. Dado que parece tener cierto afán de coherencia intelectual, la embajadora expone entonces la solución que imagina para intentar a pesar de todo reducir el trecho que hay entre el dicho y el hecho, es decir, entre el objetivo de los 2 °C y la realidad de las emisiones. Esta solución, según ella, consiste en un mecanismo de revisión del acuerdo: las partes deberán reunirse regularmente para constatar que lo que acaban de decidir no conviene y debatir medidas complementarias. Aparte de que no se explica por qué hay que dejar para pasado mañana lo que se podría hacer hoy, puesto que todos los datos están encima de la mesa, ni por qué iba a ser más fácil encontrar una solución válida en una situación todavía más grave y tensa a causa de la urgencia, esta “solución” a todas luces no lo es.
La negociación y la ratificación de un tratado de este tipo es una cuestión de años. El precedente del protocolo de Kioto nos da una idea: se adoptó siete años después de la cumbre de Río, y su ratificación tardó otros ocho años adicionales. Aunque supongamos que los plazos de revisión del acuerdo de París sean más cortos, ello no quita que la propuesta presentada por la embajadora Tubiana es incompatible con el cumplimiento de dos condiciones fundamentales para mantener el recalentamiento por debajo de los 2 °C: 1) el pico de las emisiones mundiales antes de 2015 (GIEC) o de 2020 (PNUMA); 2) los objetivos de reducción intermedios, antes mencionados, para 2020, 2025 e incluso para 2030.
La zanahoria antes que el palo
En el debate que siguió a la alocución, una senadora del partido EELV (los Verdes) preguntó a la embajadora cómo pensaba abordar la cuestión del enorme poder de las empresas que explotan los combustibles fósiles sabiendo que para salvar el clima es preciso que no lleguen a explotarse nunca dos tercios de las reservas fósiles existentes (o lo que es lo mismo, que hay que destruir una parte sustancial del capital de dichas empresas). Otro senador planteó la cuestión de la impunidad de los grandes contaminadores, que contrasta con el castigo a los pequeños. Estas son, en efecto, cuestiones fundamentales.
En su respuesta, Tubiana denunció en términos bastante poco diplomáticos los proyectos de explotación petrolera en el mar Ártico, lo que no deja de ser simpático, pero acto seguido se recompuso y reconoció que no es fácil renunciar a explotar un recurso que uno tiene la posibilidad de poseer en su propio territorio, exponiendo fielmente la doctrina neoliberal: hay que convencer a los capitalistas fósiles de que la transición energética les interesa, ayudarles a adaptar sus modelos de negocio y… buscar un acuerdo con ellos sobre la transición. “No vamos a crear un tribunal climáticomejor la zanahora que el palo”, resumió…
Lo que significa esta política de la zanahoria en la práctica ya se pudo palpar una semana antes, con el discurso de François Hollande ante la patronal reunida en París en la cumbre empresarial sobre el clima. Fruto de la voluntad de la ONU de que las empresas participen en la negociación, esta cumbre contaba con el apoyo de diversos grupos de presión, entre ellos el World Business Council for Sustainable Development. Este grupo incluye en sus filas a algunos de los grandes contaminadores del planeta (Shell, BP, Dow Chemicals, Petrobras, Chevron,…), está presidido por el patrón de Unilever (¿ha dicho usted “deforestación”?) y lo fundó Stephan Schmidheiny, el presidente de Eternit (¿ha dicho usted “intoxicación por amianto”?)/4. ¡Todo un programa!
“Señores empresarios, la Tierra es suya”
Al tomar la palabra ante semejante caterva de canallas responsables de la explotación del trabajo y de la destrucción del planeta, el presidente francés no se contentó con darles bombo, sino que les prometió literalmente, no la Luna, pero sí la Tierra: “Las empresas son fundamentales porque son ellas las que traducirán, a la luz de los compromisos que se adopten, los cambios necesarios: la eficiencia energética, la proliferación de las energías renovables, la capacidad de desplazarse mediante una movilidad que no consuma energía, el almacenamiento de energía, la forma de construir las viviendas, la organización urbana, así como la participación en la transición, en la adaptación de los países que están en vías de desarrollo.
“Las empresas son fundamentales porque son ellas las que traducirán los compromisos que se adopten”. Esto lo dice un presidente social-liberal. Esto sí que es rizar el rizo. Es probable que haya acuerdo en París: un acuerdo que volcará la catástrofe sobre las espaldas del 99 %. La magnitud del recalentamiento resultante solo podrá evaluarse con precisión una vez que todos los países hayan presentado sus objetivos nacionales. A la luz de lo que se sabe, sobre todo del acuerdo concluido el pasado otoño entre China y EE UU, hay riesgo de que se acerque a los 4 °C…
Este acuerdo es probable porque los gobiernos, a fin de contrarrestar la influencia de los escépticos sobre el clima en las filas empresariales, no han hallado nada mejor que someterse a las exigencias del capital. “El planeta les pertenece, señores contaminadores”, vienen a decir en sustancia los responsables políticos. “Desarrollen la energía nuclear, la captura-secuestro de CO2, los agrocombustibles y otros modos de explotación de la biomasa. Propongan el ritmo de la transición, las tecnologías y la financiación. El grado de catástrofe soportable por sus accionistas, la suerte de los países del Sur, el modo de organización de nuestras ciudades y de nuestros campos. Propongan, enriquézcanse, nosotros dispondremos…” Y los pobres pagarán el plato. Sin zanahoria.
1/6/2015
Traducción: VIENTO SUR
Notas
2/ Las emisiones negativas se producen cuando los ecosistemas terrestres absorben más CO2 que el que emiten.
3/ Según el 4º informe del GIEC, la reducción de las emisiones debería comenzar a más tardar entre 2000 y 2015. Otras fuentes, como el PNUMA, dicen que “antes de 2020”.
4/ Como recuerda Mediapart, este fabricante de amianto fue condenado a 18 años de prisión y a 89 millones de euros de indemnización en Italia por atentar de modo continuado e intencionado contra la salud y el medio ambiente, aunque después quedó absuelto por considerar la justicia que el caso había prescrito. Le sommet Business et Climat de Paris est squatté par les gros pollueurs, Jade Lindgaard, 20/5/2015)