miércoles, 13 de mayo de 2015

Debates

Las tareas del ecosocialismo revolucionario
DANIEL TANURO
Lunes 4 de mayo de 2015
El concepto de ecosocialismo se basa en una doble constatación paradójica: la solución de la “crisis ecológica”, causada por el modo de producción capitalista, por una parte necesita una respuesta de tipo socialista pero, por otra parte, el balance medioambiental del “socialismo realmente existente” es catastrófico. Voy a desarrollar brevemente estos dos elementos y presentar a continuación algunas propuestas de tareas ecosocialistas tal como se concibe en el seno de la “Red ecosocialista internacional”. Espero demostrar así que el ecosocialismo es algo distinto a cambiar solo de etiqueta: una alternativa necesaria adaptada a los desafíos de nuestro tiempo.
Para los ecosocialistas, lo que se denomina “crisis ecológica” no es una crisis de la ecología. No es la naturaleza la que está en crisis sino la sociedad y esta crisis de la sociedad acarrean una crisis en las relaciones entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Para nosotros, esta crisis no se debe a la especie humana como tal. No se debe en particular al hecho de que nuestra especie produce socialmente su existencia mediante el trabajo, lo que le permite desarrollarse y dota de sentido a la noción de progreso. Se debe al modo de producción capitalista del desarrollo, o modo capitalista de producción (que incluye un modo capitalista de consumo) y a la ideología productivista y consumista del “siempre más” que se deriva de él.
Capitalismo = productivismo
El capitalismo no produce valores de uso para la satisfacción de las necesidades humanas sino valores de cambio para la maximización del beneficio. Este beneficio es acaparado por una fracción minoritaria de la población: por quienes detentan la propiedad de los medios de producción. Explotan la fuerza de trabajo de la mayoría social a cambio de un salario inferior al valor del trabajo realizado.
Estos dueños de los medios de producción libran entre sí una guerra competitiva sin cuartel que les obliga a buscar permanentemente la forma de aumentar la productividad del trabajo recurriendo a máquinas cada vez más perfeccionadas. El “productivismo” (producir por producir que implica consumir por consumir) es pues una característica congénita del capitalismo. El capitalismo implica acumulación. El economista burgués Joseph Schumpeter lo dijo de forma sencilla: “Un capitalismo sin crecimiento es una contradicción en los propios términos
El capitalismo es un sistema de explotación de alto rendimiento. Mejora continuamente la productividad del trabajo y la eficiencia en la utilización de los (otros) recursos naturales. Pero evidentemente, esta mejora está al servicio de la acumulación: el ahorro relativo en fuerza de trabajo y en materiales está más que compensado por el aumento absoluto del volumen de producción de forma que al final hay un aumento de los recursos consumidos en el proceso. Es la razón por la que inevitablemente la acumulación capitalista provoca simultáneamente el aumento de la explotación del trabajo humano y el aumento del saqueo de los recursos naturales.
¿Cuáles son los límites de la tendencia capitalista al crecimiento? Marx respondió a esta pregunta que “el único límite del capital es el capital mismo”. La fórmula se basa en la definición del capital no como una cosa (un montón de dinero) sino como una relación social: la relación de explotación por la cual una cantidad de dinero se transforma en más dinero gracias a la extracción de una plusvalía correspondiente al trabajo no pagado. Evidentemente, esta relación de explotación necesita un input bajo forma de recursos/1. Por tanto decir que “el único límite del capital es el capital mismo” significa esto: mientras exista fuerza de trabajo para explotar y recursos naturales para arramplar, el capital se puede seguir acumulando empobreciendo, destruyendo, lo que Marx llamaba “las dos únicas fuentes de cualquier riqueza: la Tierra y el trabajador”.
De forma general, la única alternativa concebible frente al capitalismo es un sistema que no produce valores de cambio para la maximización del beneficio de los capitalistas sino valores de uso para la satisfacción de las necesidades humanas reales (es decir, no corrompidas por la mercantilización) definidas democráticamente. Un sistema en el que la colaboración reemplaza a la competencia, la solidaridad al individualismo y la emancipación elimina la alienación. Ahora bien, semejante sistema -más que un sistema, una nueva civilización- se corresponde con la definición teórica de una sociedad socialista. Lo repito: en términos generales, no hay otra alternativa concebible.
Productivismo capitalista y productivismo burocrático
Al mismo tiempo, esta conclusión choca con la dura realidad de los hechos históricos: en efecto, es indiscutible que el balance del socialismo que “ha existido realmente” en el siglo XX es un espanto no solo desde el punto de vista de la emancipación humana sino también desde el punto de vista del establecimiento de relaciones lo más armoniosas posibles entre la humanidad y su entorno natural.
Es inútil detallar aquí este punto: todo el mundo ha oído hablar de la desecación del mar de Aral y de la catástrofe de Chernobil. Puesto que este encuentro está dedicado a la lucha contra el cambio climático, añadiría que la ex RDA y la ex Checoslovaquia tenían el triste récord mundial de gas de efecto invernadero emitido por habitante: sus “actuaciones “en la materia eran incluso superiores a la de los mayores contaminadores del mundo capitalista “desarrollado”: Estado Unidos y Australia.
Este balance negativo del “socialismo real” se debe principalmente a la contrarrevolución burocrática que triunfó en los años 20 del siglo pasado bajo la batuta de Stalin. El productivismo de Estado era el resultado de un sistema de primas que se ofrecía a los directivos de las empresas nacionalizadas para incitarles a superar los objetivos del plan. Por motivación económica, estos directivos utilizaban y despilfarraban el máximo de materiales y de energía por unidad producida...: No se preocupaban de las consecuencias en cuanto a la calidad de la producción puesto que los consumidores no tenían libertad de elección, ni libertad de crítica, ni posibilidad de discutir los efectos sociales y medioambientales de una producción que no estaba sometida a ningún “control obrero”.
Desde el punto de vista de los daños ecológicos, no hay diferencia entre el productivismo capitalista y el de los estados del ex Bloque del Este. Pero el productivismo capitalista es el resultado de mecanismos muy diferentes: al contrario que el director de una fábrica nacionalizada de la URSS, el jefe de una empresa capitalista optimiza sin parar la cantidad de recursos utilizados por unidad producida a fin de maximizar el número de unidades y considera la reacción del mercado como un veredicto sobre la calidad de sus productos.
Efectivamente, el productivismo del capital es racional desde el punto de vista del capitalismo. En el polo opuesto, el productivismo burocrático aparece como una pura creación irracional de la superestructura política: en una economía orientada supuestamente a satisfacer las necesidades, la racionalidad ordenaría que la producción esté guiada por la democracia de los productores/ consumidores; por esto, como esta democracia es incompatible con el parasitismo burocrático, para funcionar mal que bien, el sistema da estímulos materiales a los parásitos.
Esta comparación desemboca en una conclusión importante: el productivismo capitalista es endógeno al modo de producción mientras que el productivismo soviético era exógeno. De ahí se deriva que el desastroso balance medioambiental de la URSS no aporta la prueba irrefutable de que el socialismo es por definición e inevitablemente tan ecocida como el capitalismo.
Stalin no lo explica todo
Sin embargo, el estalinismo y la existencia de una casta burocrática privilegiada no son suficientes para explicar este desastroso balance. Para mostrar el problema, me contentaré con una cita del más famoso adversario de Stalin: León Trotsky. De todos los teóricos marxistas, sin duda, Trotsky es el que mejor comprendió el fenómeno burocrático, pero apenas tenía conciencia de los límites medioambientales del desarrollo humano; es lo menos que podemos decir.
En un célebre discurso, el autor de “La revolución traicionada” dijo del “hombre socialista” que “moverá las montañas, encerrará los mares y desviará los ríos”. No quiero exagerar el alcance de esta cita y sobre todo, su influencia en el curso de los acontecimientos. La cito solo como una ejemplo de que muchos marxistas tenían una mirada mucho menos prudente y realista que Marx sobre el desarrollo de las “fuerzas productivas liberadas de las trabas capitalistas” y lo que esto permitiría realizar/2.
En efecto, lejos de fantasear sobre los fabulosos poderes del superhombre socialista, Marx consideraba modestamente que “la única libertad posible (en relación a las leyes de la naturaleza) es que el hombre social, los productores asociados, ordenen racionalmente su intercambio de materia con la naturaleza”.
A la luz de esta cita de Trotsky, parece evidente que el balance medioambiental del “socialismo real” debe ir más allá de la comprensión del productivismo burocrático. Hay que ir más a fondo en la crítica, analizar las concepciones teóricas e ideológicas que marcaron al socialismo en diversos grados.
En este espíritu, la corriente ecosocialista a la que pertenezco, que se reconoce en el Manifiesto ecosocialista redactado por Michaël Lowy y Joel Kovel, identificó un cierto número de concepciones que merecen un debate y revisión. Voy a citarlas y comentarlas brevemente.
Ciencias, tecnologías y progreso
La primera cuestión es en relación a la “ciencia” o mejor dicho, a la ciencias, sin mayúsculas. La mayoría de los pensadores socialistas, empezando por Marx y Engels, estuvieron bastante influidos por el cientificismo. Ahora bien, la idea mecanicista de que las ciencias acabarán por poder explicar todo, hasta el menor detalle, es manifiestamente errónea, puesto que el mundo evoluciona constantemente. Además, la velocidad de esta evolución aumenta a medida que se interesa en objetos cada vez más pequeños, de manera que conforme más progresan las ciencias, se enfrentan a nuevos fenómenos que plantea nuevos enigmas.
Romper con el cientificismo es una apuesta importante para los ecosocialistas. Se trata de acabar con el proyecto de dominación humana sobre la naturaleza, que implica que la naturaleza sea considerada como una máquina y que el ser humano solo sea visto como el maquinista. Este proyecto ilusorio, instrumentalista y reductor va en contra del principio de precaución, de la modestia y de la prudencia que se impone hoy en día si se quiere volver a equilibrar los intercambios entre la humanidad y el resto de la naturaleza.
La segunda cuestión, unida a la primera, es la de la tecnología, es decir las ciencias aplicadas a la producción. ¿Son neutras o tienen un carácter de clase? Aunque insista en el carácter “históricamente determinado” de todos los aspectos del desarrollo humano, Marx no resolvió estos puntos precisos. La mayoría de los socialistas posteriores consideraron la tecnología como neutra. Los ecosocialistas no lo creen.
El fin no justifica los medios: algunos medios son contrarios al fin. Esto también vale para los medios de producción, o sea, para las tecnologías. La energía nuclear, por ejemplo, es contraria al objetivo explicitado por Marx de una sociedad donde los productores o productoras intentan aumentar el patrimonio común de la naturaleza para transmitirlos a sus descendientes como “boni patres familias”. Lo mismo sucede con los combustibles fósiles, con el cultivo a campo abierto de los Organismos Genéticamente Modificados y los grandes proyectos de la geoingeniería, por ejemplo.
La ruptura con el cientificismo y la crítica de las tecnologías generan inmediatamente la cuestión de la actitud frente al desarrollo y el progreso. A propósito de esto, Marx no tenía una visión lineal. ¿Y los ecosocialistas? Rechazan la idea adelantada por algunos partidarios del decrecimiento porque hay que “salir del desarrollo” pues el progreso es negativo por sí mismo, pero también rechazan la idea de que todo progreso y todo desarrollo sean positivos por sí mismos. Coherentes con su mirada crítica de las tecnologías, profundizan en la tesis de Marx según la cual el capitalismo desarrolla cada vez más “fuerzas destructivas” que productivas.
Globalmente, los países desarrollados no tienen necesidad de un desarrollo cuantitativo sino de un reparto de la riqueza necesaria para un desarrollo cualitativo. En este marco, los ecosocialistas conceden una gran importancia a la cosmogonía de los pueblos indígenas y al saber hacer de las comunidades campesinas. Ven en ellas fuentes de inspiración para un progreso digno de este nombre. Un progreso que pone en cuestión la ideología capitalista productivista. Un progreso basado en la comprensión del hecho de que la verdadera riqueza surge del tiempo libre, de las relaciones humanas y de una relación armoniosa con el entorno, no de una acumulación compulsiva de bienes de consumo que a menudo, no sirven para compensar la miseria de la existencia.
Centralización y descentralización
La cuarta cuestión en discusión es la articulación entre centralización y descentralización. Desde la experiencia histórica de la URSS, el socialismo está muy vinculado a la idea de un plan muy centralizado. No niego que un plan de este tipo no haya sido necesario en los años 20 del siglo pasado, pues el poder revolucionario solo podía mantenerse si la pequeña clase obrera industrial era capaz de suministrar a la mayoría campesina las maquinaria necesaria para mejorar la vida de las comunidades rurales y eliminar las hambrunas tan frecuentes en la historia rusa. Pero la igualdad entre socialismo y centralización debe ser cuestionada.
Es evidente que un gobierno deseoso de llevar una política anticapitalista debe vencer, necesariamente, el poder económico de la clase dominante lo que solo es posible por la expropiación de las finanzas y de los grandes medios de producción así como de distribución. También lo es que, a continuación, esos sectores socializados deben funcionar para satisfacer las necesidades, lo que requiere una planificación centralizada. Pero al mismo tiempo, hay que señalar que la democracia y la autogestión no pueden existir sin arraigarse en la base, localmente. Así pues, centralización y descentralización deben articularse.
Esta articulación no está ausente en el pensamiento de Marx: al contrario, en la Comuna de París veía “encontrada por fin la forma política de la emancipación del trabajo” y esta experiencia le llevaba a pensar que la “dictadura del proletariado” se concretaría en una federación de comunas. Los marxistas posteriores perdieron ampliamente el hilo de este pensamiento. Los ecosocialistas la recuperan e intentan renovarla, en función de “un socialismo del siglo XXI”
El desafío climático hace esta reflexión insoslayable: para tener la más mínima suerte de llevar en dos generaciones la transición energética hacia un sistema al 100% renovables, sin duda es necesario socializar el sector de la energía. Sin esto, los capitalistas intentarán imponer el mayor tiempo posible la utilización de los gigantescos stocks de combustibles fósiles que les pertenecen/3. Pero el recurso a las renovables necesita la interconexión de redes energéticas descentralizadas. Su gestión democrática por las comunidades y en interés colectivo de los y las habitantes es una posibilidad real a la cual los ecosocialistas deben aferrarse planteando reivindicaciones locales concretas de control y de participación, más que agarrarse al modelo obsoleto de la gran empresa nacionalizada.
Ecosocialismo y ecofeminismo
La quinta cuestión en la que trabajan los ecosocialistas es la del rol específico de las mujeres en la lucha por las relaciones sostenibles entre la humanidad y la naturaleza. Para las feministas de nuestra corriente, este rol no viene de que las mujeres sean por “esencia” más próximas y respetuosas con la naturaleza, como piensan algunas teóricas del ecofeminismo
Según nosotras y nosotros, no hay mucha más esencia femenina ecologista que esencia femenina pacifista, por ejemplo. El rol específico de las mujeres les es atribuido por la división sexual del trabajo en el seno de la sociedad y la familia burguesa. Una de las manifestaciones de su opresión es, en efecto, que asumen gran parte del trabajo de cuidados, a menudo de forma gratuita y que no son reconocidas socialmente como trabajo. Además, las mujeres aseguran globalmente el 80% de la producción de alimentos mundial.
Las mujeres saben qué implica “cuidar a los seres vivos » Su saber en esta materia les da un papel de primer rango en la transición porque la humanidad precisamente se enfrenta a la necesidad de “cuidar” (el resto) de la naturaleza y una gran parte de la población-en especial en el mundo desarrollado y urbano-no sabe cómo hacerlo. Pero este rol de las mujeres solo se puede valorar en el interés de todos si su opresión es reconocida y combatida. Esto pasa por la lucha autónoma de las mujeres en defensa de la igualdad de derechos en la sociedad en general, por la aplicación del principio “a igual trabajo, igual salario” en el mercado de la mano de obra y el reparto de las tareas domésticas. En ese sentido, los ecosocialistas mantienen un combate feminista.
La cuestión del sujeto
El tener en cuenta el papel específico de las mujeres plantea otra cuestión que quiero abordar antes de esbozar la conclusión. En muchos aspectos, se trata de una cuestión decisiva para el ecosocialismo: la del “sujeto” de la transformación social.
Generalmente, los teóricos del socialismo consideran que la clase obrera –es decir, no solo los obreros fabriles sino todos aquellos y aquellas que están en la obligación de vender su fuerza de trabajo por un salario- es EL sujeto que arrastra después a la pequeña burguesía y a todas las capas oprimidas. Este rol central en cuanto clase revolucionaria se desprende de su lugar en el modo de producción: en efecto como la clase más explotada, la clase obrera no tiene otra perspectiva histórica posible que la gestión colectiva de los medios de producción para satisfacer las necesidades sociales democráticamente determinadas.
Este análisis tradicional engendró después la idea de que la clase obrera juega en todas las épocas y en todos los lugares el papel de vanguardia “objetivamente”, aunque no tuviera conciencia de ello. Sin embargo, la lucha en defensa del clima deja ver una realidad completamente diferente: en la primera líneas se encuentra el campesinado, el campesinado sin tierra, los pueblos indígenas y las comunidades en lucha contra los proyectos mineros, forestales o de infraestructura que destruyen su entorno.
El hecho de que capas sociales distintas a la clase obrera en sentido estricto jueguen un papel de vanguardia tiene precedentes. La juventud, por ejemplo, a menudo sirvió de detonador para luchas que revelaban una situación social o política insoportable y arrastraban a la clase obrera a salir de su relativa pasividad. Mayo del 68 francés, o la represión de la “noche de las barricadas” en el Barrio Latino desencadenó una huelga general de diez millones de huelguistas, es un ejemplo clásico de esta interacción entre capas y clases sociales. Hay muchos otros.
Sin embargo, a lo que nos enfrentamos actualmente en el frente del medio ambiente es diferente y la imagen del detonante no permite aprehenderlo. Un detonante cumple una función temporal: provocar la explosión. Pero frente al cambio climático, vemos luchas constantes del campesinado, de los pueblos indígenas y de las comunidades desde hace muchas décadas y esas luchas, hasta el momento, no han hecho explotar nada de nada en la clase obrera. Por tanto, el problema es más profundo. No se trata simplemente de una “discordancia de tiempos”, de una diferencia entre los ritmos de concienciación de diferentes capas y clases sociales.
La explicación es relativamente sencilla. Cuando los campesinos y campesinas luchan contra el agronegocio, cuando los pueblos indígenas luchan contra la apropiación de los bosques como pozos de carbono o como fuente de biomasa, cuando las comunidades luchan contra los proyectos extractivistas que destruyen su espacio de vida y sus recursos..., estos combates por las reivindicaciones inmediatas a favor de condiciones de vida de los grupos afectados, coinciden directamente con lo que debe hacer para salvar el clima.
La situación de la clase obrera es muy diferente. En efecto, sobre todo en el contexto actual, en el que la clase obrera está debilitada, desorientada ideológicamente y a la defensiva, las reivindicaciones más inmediatas que plantea espontáneamente para defender sus condiciones de vida, no coinciden con lo que se debe hacer para salvar el clima o más bien con lo que lo desestabiliza. Para crear o salvar empleos, por ejemplo, la mayoría de trabajadoras y trabajadores espera la ampliación de la producción, un relanzamiento económico del capitalismo, nuevas empresas. Por más que sea una ilusión creer que esto reabsorberá el paro, no impide que esta ilusión se imponga a primera vista como la respuesta más lógica y la más fácil de poner en marcha. En algunos sectores contaminantes amenazados, como las fábricas de carbón de Polonia, los sindicalistas incluso llegan a poner en duda el cambio climático porque lo consideran una amenaza para su empleo.
La lucha contra el paro, el reto principal
¿Cómo se puede hacer frente a este problema? Los ecosocialistas intentan responder proponiendo reivindicaciones que responden al mismo tiempo a las necesidades sociales del mundo del trabajo y a las necesidades ecológicas (especialmente, la reducción drástica y rápida de las emisiones de gas de efecto invernadero que es indispensable para estabilizar el sistema climático). Simplificando, nos desmarcamos a la vez de los ecologistas que piensan que los impactos sociales de las medidas medioambientales que hay que tomar son un problema secundario y de los sindicalistas que estiman que la prioridad es social, que el medio ambiente es un problema de ricos del que ya se ocuparán más tarde. Estas dos estrategias nos parecen condenadas de antemano.
La lucha contra el paro es la principal angustia del mundo del trabajo (condiciona el nivel de los salarios, la organización del trabajo, la defensa del sistema de protección social...). Los ecosocialistas ponen por delante una respuesta general que se articula en tres niveles:
· L a extensión del empleo público no deslocalizable (especialmente mediante grandes planes públicos de renovación energética de los edificios, de transformación del sistema energético y la sustitución de todo el parque automovilístico por sociedades públicas de transporte colectivo) insistiendo sobre la descentralización y sobre el control democrático para las personas usuarias y trabajadoras;
· La reconversión colectiva, bajo control obrero, de las personas trabajadoras de las empresas inútiles o nocivas (en primer lugar, la industria armamentística y la industria nuclear, pero también la del automóvil, la petroquímica, etc.) hacia otros sectores de actividad;
· La reducción radical de la jornada laboral sin pérdida de salario con contratación compensatoria y reducción de los ritmos de trabajo, para trabajar todos, vivir mejor y despilfarrar menos.
Esta última reivindicación nos parece de una importancia estratégica suprema. En efecto, como ya lo ha había destacado Marx, se trata a la vez de una demanda social por excelencia y del medio por excelencia con el cual “el hombre social, los productores asociados” pueden “organizar racionalmente sus intercambios de materias con la naturaleza “actuando “de la manera más conforme con la naturaleza humana
Frente al paro, solo un programa de este tipo es capaz de responder al doble desafío social y medioambiental; en particular, el climático. Su puesta en marcha necesita una orientación anticapitalista y apela a otras reivindicaciones que no detallaré aquí: la expropiación de los sectores de la energía y las finanzas -una condición sine qua non de la transición- por una parte, y una política a largo plazo a favor del desarrollo del empleo rural local, en la agricultura orgánica y el mantenimiento de los ecosistemas, por otra parte.
Este programa solo puede conseguir influenciar en el movimiento obrero si se articula en el combate de la izquierda combativa contra los aparatos dominados por el social liberalismo o por otras corrientes burocráticas. En efecto, la perspectiva de los aparatos consiste, generalmente, en acompañar la transición energética tal como es concebida por el capitalismo (una transición que en absoluto responde al objetivo de la sostenibilidad, pues es demasiado lenta y reducida principalmente a lo nuclear, a los agrocarburantes y a la captura-secuestro del carbono) pidiendo solamente que esta transición sea justa/4. Por eso, los ecosocialistas incitan a los movimientos campesinos, a los pueblos indígenas y a las comunidades a establecer vínculos y a buscar convergencias con la izquierda en el seno de los sindicatos.
Dejarse de generalidades para avanzar en un programa de propuestas concretas bien argumentadas para la transición energética y social, por ejemplo a nivel europeo, constituye para mí el principal desafío que los ecosocialistas deben tratar de poner en pie. La tarea es más ardua porque no es suficiente remplazar las fósiles por las renovables: visto el retraso que se han tomado los gobiernos desde hace 30 años, las emisiones de gas invernadero deben reducirse tan intensamente y tan rápido que no se puede hacer sin disminuir la producción material y los transportes/5. Cada cual comprenderá que esta obligación complica todavía más la respuesta ecosocialista al desafío del empleo.
El ecosocialismo, un concepto abierto
El ecosocialismo puede resumirse como una voluntad de hacer convergir las luchas sociales y medioambientales a partir de la comprensión de que la austeridad y la destrucción ecológica son las dos caras de la misma moneda: el capitalismo productivista. Definido de forma que se trata de un concepto abierto, susceptible de derivaciones estratégicas y programáticas diferentes. De hecho, hoy existen diversas variantes de ecosocialismos.. La variante que yo he presentado, podría definirse de marxista, revolucionaria, feminista e internacionalista. Hay otras y no pretendemos el monopolio, solamente un debate más amplio.
22/04/2015
Este texto está basado en una comunicación en el marco de un fin de semana de movilizaciones en defensa del clima organizado del 10 al 12 de abril en Colonia por la fundación Rosa Luxemburg Stiftung en colaboración con una serie de grupos ecologistas alemanes (ver la página de la conferencia: http://kampfumsklima.org/). La he ampliado teniendo en cuenta el debate sobre “Ecosocialismo, Decrecimiento y Justicia climática”, al que fui invitado a participar. Animado por Tadzio Müller (el responsable de "energía y movimientos por el clima" de la RLS), este debate reunía además a Joanna Carbello (de la red carbontradewatch, Bruselas), Christopher Laumanns (de la ONG Konzeptwerk Neue Ökonomie, militante del movimiento "Postwachstum", la variante de las movidas de los decrecedores en los países de lengua alemana) y un numeroso público. Agradezco a todas y todos por sus estimulantes aportaciones.
Notas:
1/ La naturaleza pone gratuitamente a su disposición del capitalismo, lo que explica el apetito del capital de las explotaciones mineras, de los bosques naturales, o las reservas de pesca- sobre todo en periodo de recesión o cómo lo que se llama extractivismo atrae los capitales en caída de beneficios .
2/ La ironía de la historia es que el que intentó en parte aplicarla visión de Trotsky fue... Stalin cuando sopeso el proyecto de cambiar el curso de los ríos siberianos del Norte hacia el Sur para irrigar Asia Central...
3/ Recordemos que para tener un 60 de posibilidades de no sobrepasar 2º C de aumento de la temperatura en relación a era pre-industrial, es necesario que dos tercios a cuatro quintos de las reservas fósiles no sean explotadas jamás.
4/ Un ejemplo muy claro de esta estrategia de acompañamiento es la opción de la mayoría de las organizaciones sindicales francesas de no contestar la sector nuclear

5/ Los escenarios de transición hacia un sistema al 100% de renovables que se pretenden compatibles con el crecimiento del 2 al 3% anual no tiene en cuenta la energía fósil necesaria para la transformación de las renovables y los trabajos de mejora de la eficiencia energética de los edificios y de las emisiones que provocan.

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