Se oyen los primeros rugidos. Las aves
parten en vuelos urgentes sin ruta planificada. Los mamíferos corren en
círculos muy desorientados. Los topos y topillos se entierran lo más hondo que
pueden, y se llevan las manos a unos ojos llorosos que nunca vieron (son casi
ciegos) nada igual.
Las gentes del lugar se abrazan a los
árboles. Un par de jóvenes se han encadenado a dos de ellos. No importa, el
primer bocado llega puntual, y la excavadora traga media tonelada de bosque,
fauna y flora. Así, bocados de excavadoras y explosiones de dinamita hasta
cavar en el mismo ombligo del planeta Tierra una fosa de casi dos kilómetros de
diámetro y por lo menos 800 metros de profundidad.
¿Por qué un bombazo así a nuestro globo
terráqueo? ¿Qué pretenden enterrar? ¿No temen que de su interior emane el fuego
del averno y les carbonice? ¿Cavan su tumba? ¿No les asusta poder ser tragados
en un pliegue del terreno?
No, el interés del capital y su
necesidad de multiplicarse es tan intrépido como insensato y repugnante.
No, el capitalismo busca en Marte, en
Plutón o en las profundidades del subsuelo cualquier cosa que le dé de comer.
Ahora en Ecuador, es la atracción por el cobre lo que mueve su maquinaria
pesada.
No, no hay barreras. Para la mina de
cielo abierta El Mirador, el gobierno de Rafael Correa ha encontrado capital
chino para la succión del cobre durante los próximos 25 años. Para el hambre
campesina nunca se encuentra solución.
No, no les preocupan los problemas
técnicos ni ecológicos para depositar las 26 mil toneladas de escombros que se
producirán a diario, pues de entre ellas rescatarán 600 toneladas del cobre
deseado. En total una montaña de material igual a 405 años de recolección de
basura de Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador, para obtener unas 5 mil millones
de libras de cobre.
No, no habrá sequías para que brote su
metal. De los ríos del pueblo Shuar tomarán 120 litros de agua por segundo y la
devolverán ácidamente contaminada; y los peces morirán; y la población
enfermará.
No, sus corazones metálicos y fríos
como el cobre, no sabrán nada de sequías río abajo. Sus camiones cargados del
metal circularán entre la miseria recién nacida en el territorio.
Y 25 años después, cuando el cobre esté
agotado (y el planeta anémico por la herida) entonces, como monumento a la
codicia, la empresa minera hará del gran socavón un lago turístico donde los
enriquecidos navegarán en sus lanchas fuera de borda. Y presumirán fachendas de
una gran vista. Desde El Mirador otearán lo que fue la fabulosa Cordillera del
Cóndor con sus árboles endémicos y su diversidad animal y vegetal. Pero no
verán nada; será tan sólo y para siempre –gris e intoxicada– la Cordillera del
Cobre.
Y este proyecto es apenas el primero de
una larga lista de violentas acciones megamineras en contra de la naturaleza,
impulsadas por el gobierno nacional de ese pequeño país andino, que se precia
del ser el primero en el mundo por haber entendido constitucionalmente que la
naturaleza es sujeto de derechos.
El pueblo ecuatoriano está en la calle,
y clama que el agua vale más que el oro.
Gustavo Duch Guillot es coordinador de
la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
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