El Nuevo Día Ibagué Tolima
Domingo 03 de Enero de 2010
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DOME
Cuando alguien, con premonitorio acento y refiriéndose a la vigésima primera centuria cuyo décimo año apenas iniciamos, sentenciaba que la próxima guerra mundial sería por la posesión del agua, lo mirábamos cual orate o exagerado profeta de desastres.
Cuando alguien, con premonitorio acento y refiriéndose a la vigésima primera centuria cuyo décimo año apenas iniciamos, sentenciaba que la próxima guerra mundial sería por la posesión del agua, lo mirábamos cual orate o exagerado profeta de desastres.
Hasta cuando las informadas prédicas de los ecologistas arreciaron acicateadas por el acelerado cambio climático y lograron eco en los diversos encuentros de gobernantes, convirtiendo tan oscuro pronóstico en axioma o verdad evidente de aquellas que no requieren demostración alguna.
Fue así como el mundo entero pasó a medir hoy la huella del agua, llamada entre nosotros con el nombre de "huella hídrica" y que indica la cantidad de agua indispensable para el sostenimiento del estilo de vida de cada habitante, indicador inventado por el científico holandés Arjen Hoekstra, docente de la Universidad de Twente, adoptado como parámetro universal por las Naciones Unidas.
De tal manera que nuestra existencia futuramente solo será calificada como sustentable si disponemos, -de acuerdo con dicha medida-, del agua necesaria para todas y cada una de las actividades que la conforman y procedemos a gastar únicamente tal cantidad, pues de lo contrario estaríamos festinando o "despilfarrando" un recurso que cada vez va a ser más y más escaso.
Aclarando sí, para la cabal inteligencia de la gravedad de la situación, que la referida medición no debe limitarse a aquella cantidad del líquido que diariamente destinamos al aseo y la alimentación, sino a la totalidad de nuestras circunstancias que requieren de elementos que a su vez demandan de agua para que se puedan fabricar o producir.
Así la fabricación de una prenda destinada a nuestro vestido o una hoja de papel para nuestro rutinario trabajo o la producción de un kilo de carne, una pera, una manzana o un grano de nuestro fruto insignia, el café, necesitan varios cientos de litros de agua, al punto que la cantidad que cada ser humano necesita al año, su "huella hídrica" promedio, según ya se estima universalmente por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es de 1.240.000 litros de agua o sea 1.240 metros cúbicos, equivalentes a la mitad del contenido de una piscina olímpica. Dicha medida para Colombia hasta hoy, apenas ha sido estimada en 800 metros cúbicos por persona al año.
Lo cual torna cada vez mas ilusorios el desarrollo y bienestar económico que prometen quienes aspiran a explotar la mina de oro "La Colosa" en predios de nuestro departamento, en Cajamarca, en cuanto su ubicación en zona alta donde existen importantes nacimientos de agua, pronostica el daño al hábitat haciendo a aquellos objetos vulnerables y sujetos de contaminación, cuando no de destrucción. Igual a lo que debe ocurrir con cualquier otro proyecto que conlleve los ingredientes de depredación o daño irreparable a nuestros recursos hídricos.
Así que apenas estamos en tiempo de detener la destrucción de esta fuente de agua, obligándonos a un radical cambio cultural, mediante el cual obtengamos el conocimiento del verdadero valor presente y futuro de dicho bien para la subsistencia.
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