Que un gobierno que no ha construido una carretera decente en siete años se empeñe en hacer la Vía Panamericana por el Darién puede parecer una incongruencia. Pero, más grave, puede terminar en una catástrofe ecológica.
Sacar una vía hasta el Pacífico y comunicar a Colombia con Panamá por carretera han sido viejas obsesiones de Álvaro Uribe, desde la Gobernación de Antioquia. Comenzarán a volverse realidad con la licencia ambiental que, tras 15 años de discusiones, se le otorgó hace tres semanas al proyecto Las Ánimas-Nuquí, primera parte de un ambicioso plan vial para el Chocó.
El debate sobre si se debe construir o no en una de las zonas con mayor riqueza en biodiversidad del mundo tiene larga historia en Colombia. La tentación de 'destaponar' el Darién con la Vía Panamericana la han tenido varios gobiernos, pero ninguno se atrevió. Es demasiado imprevisible el impacto sobre un lugar singular del planeta, sostén clave del corredor biológico mesoamericano, que ha alimentado el intercambio de vida silvestre entre Norte y Suramérica por millones de años. Razón principal para que la Unesco declarara esta zona como patrimonio de la humanidad.
Con la luz verde a la vía Las Ánimas-Nuquí, serán parte del pasado los tiempos en que era intocable la mundialmente reconocida biodiversidad chocoana. Este primer tramo del proyecto afectará cuatro grandes ecosistemas: el Baudó, las cuencas de los ríos San Juan y Atrato y la costa de Tribugá. Ambientalistas y ex ministros del ramo han advertido sobre los irreparables daños ecológicos y el grave error histórico que esta decisión conlleva.
El Gobierno arguye que las comunidades chocoanas reclaman la carretera por el "progreso" y las compensaciones económicas que ofrecerá. Pero nada compensaría la degradación irreversible de un excepcional tesoro natural, ni el desplazamiento de los pobladores nativos por los consabidos proyectos agroindustriales que sí traerá la vía.
Sobre la Panamericana cabe recordar que Panamá no quiere que se construya una carretera hasta su frontera. Se opone férreamente, pese a la insistencia del presidente Uribe, y no tiene intención alguna de facilitar la interconexión a través del Darién. El nuevo presidente, elegido el pasado domingo, no cambiará esta posición.
Las carreteras en Baudó y Darién son apenas uno de los proyectos del Gobierno que indican que en estos tiempos de crisis económica la política ambiental puede sufrir preocupantes virajes.
La mina de oro La Colosa, en Cajamarca (Tolima); el puerto Mingueo-Dibulla, en La Guajira; la hidroeléctrica de El Quimbo, en Huila, y la represa Urrá II, en Córdoba, son todos megaproyectos por decidir, que pueden afectar ecosistemas, sitios sagrados, comunidades étnicas, reservas forestales y cultivos agrícolas a lo largo y ancho del país.
Significan, sin duda, cruciales inversiones en momentos de recesión global. Vitales, además, para el sostenimiento de la "confianza inversionista" como pilar del modelo económico del Gobierno. La otra cara de la moneda son los profundos daños ecológicos que los ambientalistas han documentado en cada uno de estos proyectos.
El caso de La Colosa es una clásica disputa ambiental entre una multinacional minera, la Anglogold Ashanti, y comunidades agrícolas locales. El oro contra el agua. Y en el medio, el Gobierno, que procura conciliar a las partes. No quiere perder una enorme inversión extranjera que traerá empleo y regalías, ni poner en peligro el distrito de riego más grande del país. Habrá que seguir de cerca este caso.
Las decisiones en la carretera del Chocó y la mina de oro del Tolima confirman las presiones sobre el sector ambiental para no ahuyentar inversiones ni detener proyectos mineros. El escenario menos deseable sería echar por la borda los estándares ambientales con el alegato de que están retrasando el desarrollo económico.
Un extremo pernicioso es el radicalismo ecológico, que a toda obra le pone trabas. Pero otro peor es el que piensa que el desarrollo de un país se puede construir sobre las ruinas de sus riquezas naturales. Es el camino que podemos estar transitando.
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Enrique Santos Calderón
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