Alejandro Nadal · Daniel Tanuro · George Monbiot · · ·
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Río+20: para
rescatar el neoliberalismo
El mundo no sólo enfrenta el
reto de una crisis global que gana fuerzas cada día, con su secuela de
desempleo y su promesa de estancamiento a largo plazo. También se le opone un
proceso de deterioro ambiental sin paralelo. Extinción masiva de especies, erosión
de suelos y cambio climático son ejemplos de esta degradación ambiental
provocada por la actividad humana.
Cualquier
persona esperaría que las causas profundas de estos problemas serían abordadas
con rigor en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable
(mejor conocida como Río+20). La conferencia depende de todo el sistema de
Naciones Unidas, pero la voz cantante la lleva el Programa de Naciones Unidas
sobre Medio Ambiente (PNUMA) a través de su propuesta de crear una economía
verde.
La
noción de economía verde ha sido objeto de una fuerte polémica desde que surgió
esta iniciativa del PNUMA. Se le ha definido como una economía en la que hay
crecimiento con equidad social, bajas emisiones de carbono y mayor eficiencia
en el uso de los recursos naturales. Según el PNUMA, si se invierte una suma
equivalente al 2% del PIB mundial en diez sectores de la economía, se puede
asegurar la transición a una economía verde.
Aquí
comienzan los problemas. En los documentos oficiales del PNUMA para la
conferencia de Río+20 no se encuentra un capítulo que haga referencia a la
crisis que hoy azota la economía mundial. No se analizan sus orígenes o su
naturaleza, y tampoco se consideran los efectos de las políticas
macroeconómicas con las que se ha buscado hacerle frente. Tal pareciera que
nada de esto tiene implicaciones para los esfuerzos en alcanzar la dichosa
economía verde.
Esta
no es una omisión inocente. Al ignorar la crisis, que es en esencia un fenómeno
macroeconómico, se evade de manera conveniente la discusión sobre las
contradicciones internas del modelo neoliberal. Así se eluden temas como la
caída en el poder adquisitivo de los salarios, el endeudamiento de los hogares,
la expansión y opacidad del sector financiero. Con esto se guarda en un cajón
el tema de la inestabilidad de las economías capitalistas.
Lo
único que queda es una serie de sectores aislados en donde los problemas pueden
ser cómodamente tratados como fallas de mercado. Aquí entra la economía
ambiental de corte neoclásico al rescate. Su mensaje es sencillo: lo que se
necesita es colocar un precio a todo lo que llamamos medio ambiente y crear
nuevos mercados (como el de bonos de carbono).
Y
¿la reducción de la pobreza en la economía verde? La realidad es que no hay
ningún mecanismo en la concepción del PNUMA sobre la economía verde que permita
pensar en esta reducción de la pobreza. No se analiza el tema de los salarios.
Qué raro, ¿verdad? Lo único que dicen los documentos de este organismo es que
si se invierte en el capital natural que es el soporte de la agricultura, las
pesquerías y los bosques, los pobres que dependen de estos sectores se verán
beneficiados. Ésta es, desde luego, una afirmación aventurada. Si se hace
abstracción de la estructura económica en estos sectores es difícil sostener la
idea de que nuevas inversiones tendrán, por sí solas, el efecto deseado.
¿De
dónde vendrán las inversiones para la transición a la economía verde? El PNUMA
responde: del sector financiero. Poco importa que el mundo de los bancos de
inversión, de las casas de bolsa, de los vehículos de inversión estructurada y
de las empresas calificadoras haya sido el epicentro de la crisis global.
Tampoco es relevante el que los mercados financieros sean esencialmente
inestables y volátiles. Para el PNUMA lo que interesa es mantener a la política
económica subordinada a los dictados del capital financiero.
Un
defecto clave de la iniciativa del PNUMA se relaciona con el modelo matemático
utilizado para simular la transición a la economía verde. Es ya una práctica
común en este tipo de aventuras utilizar modelos matemáticos que supuestamente
proporcionan números duros para justificar un proyecto y vestirlo de un manto
de rigor analítico. En este caso son muchas las limitaciones del modelo
utilizado, pero una salta a la vista: no se necesita ser experto para observar
que en dicho modelo no hay lugar para el sector financiero. Esto es
sorprendente para cualquier observador, pero los economistas están
acostumbrados a este tipo de aberraciones.
Aquí
la contradicción del PNUMA es chocante. Por una parte no tiene empacho en
afirmar que las inversiones para alcanzar la economía verde provendrán del
sector financiero. Por la otra, el modelo matemático para imprimir rigor y
sustentar sus afirmaciones, no puede incorporar al sector financiero. Caray,
como dijo Marcelo en el Hamlet,
algo está podrido en Dinamarca.
Con
su iniciativa de la economía verde los funcionarios responsables del PNUMA han
defraudado a los pueblos del mundo. En la conferencia de Río sobre desarrollo
sustentable no es la salvación del mundo la prioridad. Lo que se busca es
rescatar al modelo neoliberal.
Alejandro
Nadal es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
La Jornada, 20 de
junio de 2012
Río
+ 20: el
futuro que no queremos
Veinte
años después de la primera Cumbre de la Tierra, la ONU volvió a Río para una
nueva conferencia bajo el signo de la "economía verde". Bajo el
título "El futuro que queremos", el proyecto de resolución no levanta
acta de ningún balance de las decisiones adoptadas en 1992. En cuanto a las
perspectivas, la propaganda oficial nos quiere hacer creer que combinan el
respeto por las limitaciones ambientales y la justicia social ... Los textos
muestran un proyecto totalmente diferente: la ayuda masiva a las empresas para
acaparar y saquear aún más sistemáticamente los recursos naturales, a expensas
de la sociedad. Inspirado sobre todo por el Banco Mundial y la Agencia
Internacional de la Energía, “El futuro que queremos” es un documento
radicalmente ultraliberal. Implica una mayor austeridad, miseria y desigualdad
social, y una peligrosa escalada de la degradación ambiental. Una doble
observación que refuerza la urgencia del combate eco-social por una alternativa
al productivismo capitalista.
Una
buena manera de escamotear el balance de una política es alinear los aspectos
positivos y negativos alternativamente, dejándolo en la vaguedad y sin la
integración de las dos dimensiones. En este viejo truco manido es el que se
utiliza en el proyecto de resolución de Río +20. Se dice en el párrafo 10 que "en los
veinte años transcurridos desde la Cumbre de la Tierra en el año 1992, se
registraron avances y cambios", y
agrega a continuación que "el desarrollo insostenible ha aumentado la
presión sobre los limitados recursos naturales de la Tierra". Y así
sucesivamente en varios párrafos. ¿Debemos creer que nos acercamos a la meta,
cuando nos estamos alejando?
Ocultar
este fracaso ...
Ya
que la ONU no evalúa sus decisiones, vamos a hacerlo nosotros mismos. La cumbre
de 1992 aprobó principalmente la Convención Marco sobre el Cambio Climático
(CMNUCC), de donde salió a duras penas el Protocolo de
Kioto. Hace dos años fue formado el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre
el Cambio Climático (IPCC). El cuarto informe (2007) de este organismo confirmó
los anteriores: para que la temperatura de la superficie de la Tierra no supere
un aumento de 2 grados centígrados en comparación con 1780, las emisiones de
gases de efecto invernadero deben comenzar a disminuir, como más tarde, en el
año 2015, para disminuir durante cuarenta años del 50 a 85% en todo el mundo, y
del 80 al 95% en los países desarrollados, en comparación con 1990. (En
realidad, sería prudente optar por la parte superior de estas bandas, ya que el
calentamiento avanza más rápido que lo indicado por los modelos).
¿Todavía
hay que demostrar que no avanzamos en este sentido? En general, todos los gases
sumados, las emisiones han crecido por lo menos el 25% en veinte años. Además,
su tasa de crecimiento anual se ha triplicado, llegando al 3% el año 2000 (3,4%
en 2011). Los objetivos más que simbólicos de Kioto ni siquiera se respetan.
Para atajar el calentamiento global, se necesita con urgencia un nuevo acuerdo
internacional vinculante, proactivo e incluyente, teniendo debidamente en
cuenta el principio (consagrado en la Convención) de responsabilidad
compartida, pero diferenciada, de los países y grupos de países. Sin embargo,
la creciente competencia intercapitalista, sobre todo desde la crisis
financiera de 2008, hace que la conclusión sea más que dudosa.
La
cumbre de Copenhague del 2009 fue un rotundo fracaso. Las de Cancún y Durban,
en 2010 y 2011, no han hecho más que tomar nota de una lista de buenas
intenciones - para adormecer las protestas- para hacer hincapié en las
pseudo-soluciones liberales basadas en la creación de un mercado de carbono.
Resultado: ya no es posible permanecer por debajo de un aumento de la
temperatura de 2 grados centígrados. Sobre la base de las promesas de los
estados (¿pero acaso se cumplirán?), la tendencia es, en realidad, hacia un
calentamiento de entre 3,5 y 4 grados centígrados, o más, hasta finales del
siglo.
Lo
que se está produciendo no es un cambio climático, sino un vuelco climático. Y
tendrá consecuencias graves e irreversibles sobre el nivel del mar, la
productividad agrícola, los suministro de agua, la biodiversidad, la salud ...
Cientos de millones de personas sufrirán las consecuencias, sobre todo los
pobres de los países pobres. En el proyecto de resolución, este fracaso se
esconde bajo la alfombra con tres frases vacías: repite que "el cambio
climático es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo",
que "acoge
con satisfacción el resultado de la Conferencia de Durban",
y expresa su "profunda
preocupación por los países en desarrollo, que son particularmente vulnerables.
"
El
párrafo 70 del proyecto de resolución es el único que propone objetivos
numéricos y plazos. Dice: "Nos
proponemos mejorar la eficiencia energética a todos los niveles para duplicar
su tasa de crecimiento anual hasta el 2030 y doblar la cuota de energías
renovables en el mix energético para el año 2030".
Escenarios tomados de la Agencia Internacional de la Energía, estos objetivos
relativos no son garantía, por supuesto, de una reducción absoluta de las
emisiones mundiales del 50 al 80%. Todo depende de la evolución de la demanda
de energía. Ahora bien la AIE propuso duplicar la eficiencia energética en
treinta años ... y añade que la parte de los combustibles fósiles seguirá
predominando.
Mejorar
la eficiencia energética y la participación de las energías renovables son sólo
un medio para lograr los objetivos: en concreto, la limitación del aumento de
la temperatura a ese nivel, de
donde se deduce la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero en la misma proporción. La cumbre de Cancún adoptó el objetivo de
limitar el aumento de la temperatura a 2 ° C , incluso 1,5 ° C ... sin
especificar los medios para ponerlo en práctica. Para Río +20, es todo lo
contrario: el proyecto de resolución identifica los medios... sin haber fijado
un objetivo.
Economía
Verde
¿Por
qué todo este lío? Porque la preocupación de la cumbre no es "erradicar la
pobreza en el cuadro de un desarrollo sostenible",
como dice la propaganda de la ONU. Sino que trata de abrir oportunidades a la
gran cantidad de capital excedente que pulula como buitres por el cielo en
busca de ganancias. La especulación sobre las monedas, sobre las deudas y las
materias primas ya no es suficiente para satisfacer su apetito. Los grandes
grupos apuestan cada vez más por la industria verde y por la transformación de
los recursos naturales en mercancías. Vender los bienes y servicios que la
naturaleza nos proporciona - convertir esos valores de uso en valores de
cambio- es su objetivo.
Es
en este contexto donde surgió el nuevo concepto de moda: la llamada "economía
verde". Su
definición es tan nebulosa [1] que algunos creen que es una nueva etiqueta en
la vieja botella del desarrollo sostenible. Error. Como señala el informe que
el PNUMA publicó para Río +20, "el concepto no pretende sustituir al de
desarrollo sostenible, sin embargo cada vez más se reconoce que el logro del
desarrollo sostenible depende casi en su totalidad de un buen enfoque económico
( ...). El desarrollo sostenible sigue siendo un importante objetivo a largo
plazo, pero para llegar a él es necesario “enverdecer” la economía "[2].
En
otras palabras, la insostenibilidad del desarrollo no se debe a la superación
de los límites ecológicos: es simplemente resultado de que los empresarios no
entienden la necesidad de adoptar "un
buen enfoque económico". En
lugar de perder el tiempo en buscar "compromisos" entre lo social, lo
ambiental y lo económico - según recomienda el "desarrollo
sostenible" - es suficiente centrarse en la economía, hacerla verde y el
resto vendrá dado "casi
en su totalidad". El PNUMA lo
escribe, blanco sobre negro: "la
inevitabilidad de un compromiso entre la sostenibilidad ambiental y el progreso
económico es el error más común", porque "hay muchas
oportunidades de inversión, y por lo tanto de aumentar la riqueza y el empleo
en muchas zonas verdes".
Un
breve repaso en perspectiva aclarará el alcance de esta cita. Hace cuarenta
años, el Club de Roma abogó por un "crecimiento cero". Su informe
planteaba una gran cantidad de críticas, a menudo justificadas (porque los
autores coqueteaban con Malthus), pero tenían la ventaja de decir lo que era
evidente: la imposibilidad de un crecimiento material ilimitado en un mundo
finito. Quince años más tarde, el informe Brundlandt trató de resolver
el problema proponiendo el concepto de desarrollo sostenible. Una respuesta
inconsistente – no ponía en cuestión ni el productivismo inherente al capital
ni a la burocracia de la URSS -, pero los límites estaban presentes, a través
de la insistencia en el uso cuidadoso de los recursos. En Río de Janeiro en
1992, este énfasis se diluyó en la teoría de los “compromisos
inevitables”entre los "tres
pilares". La "Economía
verde" representa
un nuevo cambio: en adelante, en nombre del compromiso, dejemos hacer negocios, business.
Como el capital se niega a respetar los límites de los recursos, que sean los
recursos los que respeten las necesidades ilimitadas del capital.
El
avance del concepto de economía verde es, pues, una victoria de los ideólogos
neoliberales. Durante más de veinte años, han luchado contra la idea misma de
los límites del desarrollo (los más fanáticos) y contra la necesidad de
"compromisos" entre la economía y los otros "pilares". Uno
de sus argumentos es que la propiedad y la explotación capitalista de los
recursos en un marco normativo claro garantizaría su uso ecológicamente sostenible
y socialmente útil. El Banco Mundial pone en práctica estas ideas con
entusiasmo a través de sus diversos fondos y proyectos "verdes".
Recientemente, también ha publicado un informe [3]. El PNUMA se alinea
completamente con esta doctrina.
Sin
embargo, está lejos de estar todo tan claro. Surgen varias cuestiones. 1) Una
proporción significativa de la industria verde, sólo es rentable
potencialmente; la mayoría de las fuentes de energía renovables, en particular,
no son competitivas en relación a los combustibles fósiles, y no lo serán en
los próximos quince a veinte años. 2) Grandes masas de capital están bloqueadas
en el sistema energético actual, donde las inversiones son a largo plazo; dos
ejemplos: el costo total de reemplazar los combustibles fósiles y las centrales
nucleares se estima entre 15 y 20 trillones de dólares (¡entre un cuarto a un
tercio del PIB mundial!), y las reservas probadas de combustibles fósiles - que
forman parte de los activos de grupos de presión del carbón, el petróleo y el
gas -son cinco veces superiores al presupuesto de carbono que la humanidad aún
puede permitirse el lujo de quemar (la "burbuja de carbono") ... 3)
Una buena parte de los recursos naturales son bienes públicos que no pertenecen
a nadie y no se pueden medir en términos monetarios.
La
vuelta de los cercados
El
capital no podrá ,por lo tanto, alcanzar su paraíso verde a menos que los
estados le allanen el camino. El PNUMA lo afirma sin rodeos: "Los sectores
de las finanzas y la inversión controlan miles de millones de dólares y son
capaces de proporcionar el grueso de la financiación. (...) Los fondos de
pensiones y compañías de seguros están considerando cada vez más la posibilidad de
reducir los riesgos MSG (medioambientales, sociales y de gobierno) a través de
la formación de “carteras
de activos verdes ...”.
Sin embargo, la tasa de ganancia no es suficiente, por lo que"la
financiación pública es esencial para activar la transformación de la
economía". Por lo tanto, "el
buen enfoque económico" es
llevar a cabo las "reformas
necesarias para liberar el potencial de producción y el empleo de una economía
verde", que
actuará "como
un nuevo motor y no como un retardador del crecimiento".
De
acuerdo con la tesis ultraliberal de la "tragedia de los comunes", la
privatización de los recursos es una prioridad en este programa de
"relanzamiento". Para el PNUMA, en efecto, "la
infravaloración, la mala gestión y, en última instancia, la pérdida" de los "servicios
ambientales" han
sido "provocados" por su "invisibilidad
económica", que se deriva del hecho de
que son "sobre todo bienes y servicios públicos". Por
consiguiente: si los bosques, el agua, el aire, la tierra, la luz solar, las
poblaciones de peces, la vida en general y la gestión de residuos se privatizaran
por completo, sus propietarios deberían garantizar la sostenibilidad ecológica,
ya que ésta condicionaría la sostenibilidad de sus beneficios y el coste
auténtico impediría el consumo excesivo.
Por
consiguiente, el PNUMA pasa revista a todas estas áreas, señalando las
políticas a decidir a fin de que los diversos elementos del "capital
natural" se puedan transformar en mercancías, a expensas de la comunidad.
En el sector forestal, por ejemplo, aboga por "una
asignación del 0,03% del PIB entre 2011 y 2050 para pagar a los propietarios
por la conservación de sus bosques y la inversión privada en
reforestación" para
aumentar "el valor agregado de la industria forestal en más del 20%”. En el sector del
agua, señala que "la
brecha entre la oferta general y la demanda es importante e insostenible, por
lo que sólo cubierta por la inversión en infraestructuras y la reforma de las
políticas del agua, es decir, la ecologización del sector del agua. "Más
ecológico" significa "mejores
sistemas de derechos de propiedad y de asignación de recursos, la
generalización del pago de los servicios ambientales, reducir los subsidios al
consumo y la mejora de la facturación del agua y su financiación".
Todo es por el estilo. Se trata de la repetición en todo el planeta y en todas
las áreas de los
"cercados" de las tierras comunales, que en Inglaterra, llevaron a
los campesinos a la pobreza, expulsándoles de sus tierras, creando así el
proletariado.
Pero
no es sólo la privatización. La transición a una economía verde significa que
los gobiernos deben "establecer
las reglas de juego más favorables a los productos ecológicos, es decir,
abandonar la
fase de las subvenciones de otros tiempos, reformar sus políticas, adoptar
medidas que incentiven, fortalecer la infraestructura de los mercados y los
mecanismos económicos, reorientar la inversión pública y reverdecer los
mercados públicos ". Toda una
panoplia de reformas neoliberales ha sido ya preparada, desde el sistema de
emisiones canjeables hasta los pagos por servicios ambientales (con REDD y REDD
+ controladores citados como ejemplos), a través de la liberalización del
comercio mundial. Como la economía verde debe ser competitiva y
"rentable", el programa también incluye la flexibilidad, la precariedad
laboral, y la disminución de las “cargas sociales " - eventualmente para
compensar los impuestos medioambientales, tomando como ejemplo lo que se ha
hecho en Alemania. Todo en nombre del empleo, por supuesto.
La
lucha ecosocialista
No
es broma, “El
futuro que queremos” llama a un "enfoque
holístico del desarrollo sostenible, que guiará a la humanidad hacia una vida
armoniosa con la naturaleza
(sic)". ¡Qué
bla,bla,bla, qué cinismo!
En
materia social, dada la enorme deuda de los estados, la financiación de la
llamada "economía verde" implica necesariamente la acentuación de la
brutal ofensiva que los empresarios, los gobiernos, el FMI, el Banco Mundial y
otras instituciones llevan a cabo contra el "99%" de la población, de
norte a sur y de este a oeste del planeta.
En
materia ambiental, no hay foto tampoco. Para trazar la ruta de la transición a
una economía verde, el PNUMA se basa principalmente en el escenario Mapa Azul
de la AIE, para reducir las emisiones a la mitad el año 2050. En primer lugar,
suponiendo que el objetivo se cumpla, lo más probable es que fuera
insuficiente. Además, el Mapa Azul depende de manera determinante de las
tecnologías de los aprendices de brujo como son la nuclear, los biocombustibles
y el llamado "carbón limpio" (con captura y secuestro de carbono): se
deberían construir anualmente durante cuarenta años, 32 plantas de energía
nuclear de 1.000 MW, así como 45 nuevas centrales de carbón de 500 MW equipadas
con mecanismos de captura y almacenamiento de carbono con CCS ...
Río+20
es el mejor ejemplo del "futuro que no queremos", aquel que lleva a
la destrucción social y ecológica provocada por el capitalismo. El interés de
los explotados y oprimidos es bloquearla con su lucha ecosocialista,
contraponiendo sistemáticamente a la lógica del crecimiento y del beneficio, la
lógica alternativa de la satisfacción de las necesidades humanas reales,
decididas democráticamente en el respeto prudente de los ecosistemas.
Notas: [1] Véase en
especial Naciones Unidas, Estudio Económico y Social Mundial 2011, "La
Gran Transformación Tecnológica Verde", p. V.; [2] PNUMA, "Hacia una
Economía Verde", 2011; [3] Banco Mundial, 2011, "Crecimiento Verde
Inclusivo: el camino hacia el desarrollo sostenible".
Traducción para
www.sinpermiso.info: Alfons Bech
Río 2012: la cumbre del “ahora o nunca”. Igual que
nos dijeron en Río 1992
Vencidos
por la esperanza. En esos aprietos nos vemos quienes hemos intentado defender
los sistemas de vida de la Tierra. Cada vez que los gobiernos se reúnen a
discutir la crisis medioambiental, nos dicen que esta es la "cumbre del
ahora o nunca" de la que depende el futuro. Puede que las conversaciones
hayan fracasado anteriormente, pero esta vez descenderá la luz de la razón
sobre el mundo.
Sabemos
que es pura basura, pero dejamos que se eleven nuestras esperanzas, para ser
testigos tan solo de cómo 190 países discuten toda la noche en torno al uso del
subjuntivo en el párrafo 286. Sabemos que al final de este proceso el
Secretario General de las Naciones Unidas, cuyo trabajo le obliga a emitir
sinsentidos en un impresionante número de idiomas, explicará que las cuestiones
sin resolver (a saber, todas ellas) se resuelvan en la cumbre del año próximo.
Y sin embargo, todavía esperamos algo más.
La
cumbre de la Tierra de esta semana en Río de Janeiro es una sombra fantasmal de
la alegre y confiada reunión de hace veinte años. A estas alturas, nos dijeron
los dirigentes que se reunieron en la misma ciudad en 1992, los problemas
medioambientales del mundo se iban a haber resuelto. Pero todo lo que han
generado son más debates, que continuarán hasta que los delegados, rodeados por
el ascenso de las aguas, se hayan comido hasta la última paloma exótica,
exquisitamente presentada envuelta en hojas de olivo. La biosfera que los
líderes mundiales prometieron proteger se encuentra en peor estado hoy que hace
veinte años. ¿No es hora de reconocer que han fracasado?
Estas
cumbres han fracasado por la misma razón por la que han fracasado los bancos.
Los sistemas políticos que se suponía que debían representarnos a todos
reaparecen con gobiernos de millonarios, financiados por multimillonarios en
nombre de los cuales actúan. Los últimos 20 años han sido un banquete de
multimillonarios. A instancias de las grandes empresas y los megarricos, los gobiernos
han eliminado las consideraciones limitadoras – leyes y reglamentaciones – que
impiden que una persona destruya a otra. Esperar que gobiernos financiados y
designados por esta clase protejan la biosfera y defiendan a los pobres es como
esperar que un león se alimente de gazpacho.
No
hay más que ver el modo en que los Estados Unidos han atacado con saña el
borrador de declaración de la cumbre de la Tierra para aprehender la escala de
este problema. El término "equitativo", insisten los EE.UU., debe ser
purgado del texto. Lo mismo vale para cualquier mención del derecho a los
alimentos, el agua, la salud, el imperio de la Ley, la igualdad de género y el
empoderamiento de las mujeres. Otro tanto en lo que respecta a un objetivo
claro de impedir dos grados de calentamiento global. Lo mismo en lo que toca al
compromiso de cambiar "patrones insostenibles de consumo y
producción", y a desacoplar el crecimiento económico del uso de recursos
naturales.
Lo
que es más significativo, la delegación norteamericana exige la eliminación de
muchos de los cimientos a los que se avino un presidente republican en Río en
1992. Sobre todo, se ha determinado a purgar cualquier mención del principio
central de esa cumbre de la Tierra: responsabilidades comunes, pero diferenciadas.
Esto quiere decir que, si bien todos los países deberían esforzarse por
proteger los recursos mundiales, los que tienen más dinero y han causado
mayores daños deberían desempeñar un papel mayor.
Se
trata de un gobierno, recordémoslo, que no es el de George W. Bush sino el de
Barack Obama. El sabotaje mezquino, paranoico, unilateral de los acuerdos
internacionales continúa ininterrumpidamente. Ver a Obama dar marcha atrás a
los compromisos contraídos por Bush senior hace veinte años es contemplar en qué
medida todas un minúsculo grupo de plutócratas ha reafirmado su férula sobre la
política.
Si
bien el impacto destructivo de los EE.UU. en Río es mayor que el de cualquier
otro país, eso no excusa nuestros propios fallos. El gobierno británico preparó
la cumbre de la Tierra hacienda descarrilar tanto nuestra Ley de Cambio
Climático como la directiva de Eficiencia Energética europea. David Cameron no
asistirá a la cumbre de la Tierra. Tampoco asistirá Ed Davey, secretario de
Energía y Cambio Climático (lo que probablemente sea una bendición, pues se
trata de un completo inútil).
No
hace falta decir que Cameron, junto a otros ausentes como Obama y Angela
Merkel, está asistiendo a la cumbre del G20 en México, que tiene lugar
inmediatamente antes de Río. Otro principio de la cumbre de 1992 – que las
cuestiones económicas y medioambientales no deberían tratarse aisladamente –
hecho fosfatina.
No
se puede hacer frente a la crisis medioambiental por medio de los emisarios de
los multimillonarios. Es al sistema al que hay que desafiar, no las decisiones
individuales que toma. A este respecto, la lucha por proteger la biosfera es la
misma lucha por la redistribución, por la protección de los derechos de los
trabajadores, por un Estado que ofrezca posibilidades, por la igualdad ante la
Ley.
De
modo que esta es la gran pregunta de nuestro tiempo: ¿dónde está todo el mundo?
Han desaparecido los gigantescos movimientos sociales del siglo XIX y los
primeros 80 años del siglo XX y nada ha venido a reemplazarlos. Aquellos de
nosotros que todavía nos enfrentamos al poder injustificado oímos el eco de
nuestros pasos en los espacios cavernosos antaño atestados por las multitudes.
Cuando unos cuantos cientos de personas se plantan – como hicieron quienes
acamparon con el movimiento “Ocupemos…” – el resto del país se limita a esperar
la clase de cambio que requiere el trabajo sostenido de millones de personas.
Sin
movimientos de masas, sin la clase de enfrentamiento necesario para revitalizar
la democracia, todo lo que tiene valor queda borrado del texto político. Pero
no nos movilizamos, tal vez porque seguimos incesantemente seducidos por la
esperanza. La esperanza es la soga de la que todos nos colgamos.
George Monbiot es
uno de los periodistas medioambientales británicos más consistentes, rigurosos
y respetados, autor de libros muy difundidos como The Age of Consent: A
Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate
Takeover of Britain, así como de volúmenes de investigación y viajes
como Poisoned Arrows, Amazon Watershed y No
Man's Land.
.
The
Guardian, 18 de junio de 2012
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