martes, 14 de diciembre de 2010

TARJETA ROJIVERDE A CANCÚN

Manuel Garí, Izquierda Anticapitalista

Viento Sur
 
La Cumbre del Clima de Cancún aprobó ayer con el voto de 193 delegaciones gubernamentales –solo se opuso la boliviana- un acuerdo que, en esencia, es la formalización jurídica de la regresiva fórmula barajada un año antes en Copenhague por las delegaciones estadounidense y china. Las decisiones sustantivas se aplazan un año más para la cumbre de Durban en 2011. Se presenta como un gran logro el que los gobiernos van a seguir negociando, por lo que la diplomacia climática internacional se felicita porque el “proceso se ha salvado”. Teresa Ribera, secretaria de Estado española de Cambio Climático, señala en el activo de la Cumbre que por primera vez aparezcan objetivos de emisiones para China, EE UU y Brasil, obviando la no obligatoriedad de cumplimiento de los mismos. La canciller mejicana Patricia Espinosa, que presidía la reunión, intentó mediante la maza de su cargo de moderadora acallar la disidencia boliviana y mediante el juego de palabras conjugar la coexistencia de dos procesos: Kyoto y No Kyoto empleando trucos de la caja del mago malo como “se deben completar los trabajos (…) para evitar una brecha entre…”




El acuerdo de los necios



Quienes así piensan se engañan, pero no nos engañan. Poco esperaban de la cumbre en lo político, lo que explica su autocomplacencia, pero no estamos ante un juego de esgrima entre cancillerías que se juegan escenarios de influencia o compromisos filantrópicos. Estamos ante una emergencia climática. Y ante la misma, no hay motivos para aplaudir el resultado de Cancún. Se han perdido dos preciosos años por inacción en una cuestión que no admite demora. El riesgo del cambio climático aumenta sin cesar mientras las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) no se reduzcan drástica e inmediatamente.



La cuenta atrás sigue

Por ello, podemos calificar el resultado como un nuevo, irresponsable y criminal retraso en la adopción de decisiones y acciones capaces de detener el calentamiento atmosférico. Calentamiento que no se conjura mediante grandilocuentes y vacíos compromisos –exentos de medidas concretas realistas- como los contenidos por el acuerdo suscrito en el que se formula la intención de evitar el aumento de 2º C en el año 2100. De hecho, los recortes de emisiones previstos por los actuales compromisos voluntarios, de cumplirse, supondrían en 2020 una disminución de un 14% respecto a 1990 a nivel global mundial, muy lejos del intervalo de los porcentajes –entre el 25% y el 40%- planteado por los científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC en sus siglas en inglés). O sea, en el mejor de los casos, los compromisos llegarán al 60% de la reducción que el IPCC considera ineludible para limitar el calentamiento.

Son numerosos los científicos del Panel Intergubernamental que señalan como “línea roja climática”, no ya el aumento de los 2 grados respecto a la época anterior a la Revolución Industrial, sino un incremento de 1,5º C. Con los compromisos gubernamentales voluntarios de reducción que los países remitieron a Naciones Unidas tras el fiasco de Copenhague, en 2020 el exceso de emisiones de CO2 alcanzará una cifra superior a los 10.000 millones de toneladas. Imposible cumplir los buenistas deseos de evitar una subida media planetaria de 2 grados que, en el caso español supondría un aumento de 5º C en verano y la desertificación de la mitad sur de la península.

Entre las medidas adoptadas no cabe solo señalar, como se ha hecho, su insuficiencia cuantitativa, además, hay que destacar que las reducciones no tienen un mismo recorrido ni tampoco un mismo método de verificación. Los países son libres para elegir el año de referencia para medir las emisiones (EE UU toma 2005, no 1990), los porcentajes de reducción (Obama se compromete a un raquítico 17% en 2005, por debajo de los compromisos que en su día hizo Clinton) e incluso el indicador de la misma (como es el caso de China) y, lo que es más grave, no habrá un sistema de verificación de los datos transparente y gestionado de forma neutral por la comunidad científica mundial. De manera que las reducciones obtenidas por los países emergentes mediante financiación internacional sí que tendrán supervisión internacional, pero no serán auditadas las reducciones que se declaren obtenidas mediante esfuerzo nacional. Una puerta abierta a la picaresca internacional en nombre de la soberanía nacional.

Respecto a la financiación por parte de los países industrializados de la reducción de emisiones en los países empobrecidos, los primeros se han comprometido a realizar una dotación de 30.000 millones de $ US (22.600 millones de €) hasta 2012, que en años siguientes alcanzará la cifra de 100.000 millones de $ US /año, cantidad a todas luces insuficiente para lograr los objetivos enunciados. Ese Fondo Verde será gestionado por el Banco Mundial, de cuya honorabilidad cabe albergar la desconfianza acumulada por años de políticas antipopulares de la entidad. Pero el problema más inmediato es ¿quién, cómo y para qué se harán las dotaciones? Pregunta pertinente ante los sistemáticos incumplimientos de los compromisos gubernamentales respecto a la dotación de diversos fondos, excluidos los de salvamento de la banca especulativa que ha sido debidamente atendida. Pregunta que se complica cuando se explicita que la financiación pública será limitada al 15% del monto total y que el resto corresponde al capital privado. Se especula con la posibilidad que la fuente financiera se base en los mercados de CO2, opción que, aparte de otras consideraciones, resulta ridícula por el monto actual de las transacciones entre los países del Norte y del Sur y la ausencia de indicios en el horizonte de que su evolución sea creciente. Por lo que, probablemente, estemos ante un fondo desfondado y al albur del capital privado.



Nuevo escenario, nuevos actores



En los pocos años que separan Kyoto de Cancún, el peso económico de los países y su aportación en el total de emisiones de GEI ha variado sustancialmente. Copenhague y ahora Cancún han puesto sobre el tapete, de forma colateral, quien manda en el mundo y quien, como la Unión Europea, atraviesa una crisis política y una pérdida de peso comercial creciente. No es necesario abundar en ello, es evidente. A su vez, desde Copenhague, la crisis económica ayudó a dinamitar el viejo discurso climático buenista de los principales países industrializados y, de pronto, pese a la persistencia del volumen de emisiones, gobernantes y medios de comunicación dejaron en un segundo plano la cuestión climática. De nuevo la consigna era crecer a costa de lo que sea.

Nunca se había puesto tan en evidencia el maridaje indisoluble entre un modo de producción, el capitalista, y un modelo de producción, el carbonizado. Cuestión que se puede verificar tanto en las viejas metrópolis industrializadas como en los países emergentes. Todos actúan con los mismos patrones. Tal como van las cosas hay profetas neoliberales que anuncian la apertura de un nuevo nicho de negocio para algunas fracciones del capitalismo que pueden aprovechar la coyuntura, no para invertir en medidas de mitigación del cambio climático ya que su real negocio actual se basa en contaminar y emitir sin tino, sino para situarse mejor en el control de sectores estratégicos como el agua bien escaso hoy y que más lo será de no parar el calentamiento. Por eso si hasta Copenhague los lobbies más activos, esta vez no lo han sido los ambientalistas, que se han visto superados por la activa presencia de las compañías.

Ante este escenario no faltarán quienes desde las ONG que han venido haciendo trabajo de lobby intenten encontrar, como vienen haciendo algunos asistentes cumbre tras cumbre pese a la evidencia de los problemas, el aspecto positivo de Cancún. Ese vaso medio lleno, hoy lo está de hiel: ya no estamos ni siquiera en el Bali de 2007. Para remontar una mala situación, lo primero es identificarla, analizarla y buscar medidas. No es fácil, no es objeto de este artículo, pero debemos de ponernos de inmediato a la tarea, en ello nos va el futuro de nuestra gente y, en concreto el futuro del movimiento social.



E pur… podemos reaccionar, actuar y ganar



La primera cuestión sobre la que, seguramente, habrá un amplio acuerdo en el movimiento social contra el cambio climático, es situar como prioridad la necesidad de descarbonizar el modelo energético de forma inmediata mediante la introducción masiva de las energías renovables e iniciar un giro en el modelo de movilidad y transporte de personas y mercancías. Y también habrá acuerdo en que la cuestión energética no termina en las fuentes, debe estar guiada por el criterio del ahorro y usada a través de tecnologías eficientes.

El cambio de modelo energético no solo es clave en la lucha contra el calentamiento, es el vector decisivo para un cambio de modelo productivo que, en el conjunto del proceso de uso de recursos, fabricación de bienes y servicios, y generación de residuos es, además de económicamente ineficiente, ambientalmente insostenible. Ello puede formar parte de un posible segundo núcleo de acuerdos más amplio que apunta una serie de objetivos intermedios y reivindicaciones transitorias de sumo interés.

Ello exige plantearnos la necesidad de construir una amplia coalición social de organizaciones ancladas en el trabajo de base, cotidiano, que aúne esfuerzos y reivindicaciones, que trence nuevas alternativas populares. En esta tarea, últimamente, no todas las fuerzas políticas y organizaciones sociales y ecologistas han puesto todo el empeño requerido, a la luz de la soledad en la que en ocasiones nos hemos encontrado, entre otros, las gentes de Izquierda Anticapitalista, que, por otra parte, cuenta con fuerzas limitadas. Ya no es el momento del trabajo basado principalmente en la presión sobre los poderosos y en el impacto mediático de minorías activistas. Hoy es preciso detectar, organizar y enlazar las resistencias de los pueblos y por tanto, vincular las acciones simbólicas y minoritarias con la movilización social. Hoy es preciso volver a identificar nuestros aliados en cada país y en el ámbito internacional. Así iremos construyendo las bases de un programa contra el cambio climático basado en criterios de sostenibilidad ambiental y justicia social. Un programa de reivindicaciones transitorias para la acción que, a partir de la experiencia en la lucha, llevarán a más y más gentes a posiciones anticapitalistas.

Madrid, 12 de diciembre de 2010

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