martes, 3 de agosto de 2010

Mil cuatrocientos millones de chinos

Isabel Hilton

Sin Permiso
01/08/10


Isabel Hilton reseña el libro de Jonathan Watts: When a Billion Chinese Jump: How China Will Save Mankind – Or Destroy It [Cuando saltan mil millones de chinos: Cómo salvará China a la humanidad...o la destruirá], 496 págs., Faber, Londres, 2010.

Siempre demuestra sabiduría tener cuidado con lo que se desea. Cuando China era pobre y comunista, su gobierno desdeñaba el consumo y escarnecía los males del capitalismo, mientras en Occidente sosteníamos que la felicidad reside en el placer de lo material. La buena noticia es que hoy China concuerda en lo material, abrazando un extraño capitalismo híbrido con características netamente chinas. Pero esas son también malas noticias, tal como explica Jonathan Watts de modo memorable en When a Billion Chinese Jump.

El título procede de una pesadilla de la niñez: los chinos, pensaba en aquel entonces Watts, eran tan numerosos que si saltaban todos juntos podían llegar a sacar a la Tierra de su eje. Ahora que la mayoría de los 1.400 millones de personas de China prefiere vivir mejor hoy que confiar en la promesa de un paraíso socialista mañana, la conmoción registrada en la economía, la atmósfera, el suelo, el agua, los bosques y los recursos naturales del mundo parece encaminada a disparar este terror de infancia: las exigencias de mil millones de chinos dispuestos a convertirse en prósperos consumidores desde luego que podrían, con la actual trayectoria de China, sacar al mundo de su eje.

Todas las revoluciones industriales han tenido su mugre y sus daños medioambientales, y entre las consecuencias acumuladas no previstas se cuentan los cambios en el clima del que depende la civilización humana. Pero mientras la industrialización se limitaba un puñado de países relativamente pequeños, las repercusiones medioambientales, clima aparte, eran relativamente locales. En China, sin embargo, la industrialización alimentada con carbón y el desarrollo insostenible han causado una metástasis en virtud de su escala y velocidad convirtiéndose en transformadores del juego global al que alude el título de Watts. Occidente inventó el modo de vida insostenible. China lo ha adoptado entusiasmada.

Apenas si llevamos tres décadas de revolución industrial y de consumo en China. Hay todavía cientos de millones de chinos pobres que desean prosperar y consumir en un país que despilfarra tanta energía que sus emisiones medias de carbono per cápita casi igualan ya a las de Francia. Lo más preocupante de la revolución industrial china no es ni siquiera el daño atroz cuyo crónica relata Watts meticulosamente sino la capacidad de ir más allá que existe todavía en el sistema.

El crecimiento de China recibió un impulso inicial gracias a la exportación de artículos baratos producidos por mujeres mal pagadas del campo que trabajaban en las fábricas del este de China. Más, más barato, más rápido no se condice fácilmente con más limpio o más sostenible, pero en los primeros veinte años a poca gente le importaba. Se ennegrecieron los ríos, se contaminó elcielo, se envenenó la tierra y sus frutos; se dispararon las tasas de cáncer y de otras enfermedades causadas por la polución (las tasas de mortalidad entre los agricultores chinos cuadruplican ya la media global de cáncer de hígado y duplican la media mundial de cáncer de estómago). Kentucky Fried Chicken se ha convertido en la cadena de restaurantes más grande de China y uno de cada siete adultos de China está hoy obeso.

Fueron pocos los que hicieran recuento de las primeras décadas mareantes, pero en los últimos diez años, han empezado a llegar las facturas: entre ellas se encuentran la aguda y crónica escasez de agua, las floraciones de algas tóxicas, la desertificación, la lluvia ácida, las praderas moribundas y la gente airada. Las nuevas clases medias de las prósperas ciudades del este de China quieren ahora que se cierren o se limpien las fábricas mugrientas, pero las provincias del interior más atrasadas en la cola de la prosperidad están dispuestas a recibirlas. En 2007, el Banco Mundial estimó de manera conservadora el coste de la contaminación china en un 5,8% del PIB (otros lo han elevado a una cifra entre el 8 y el 12%). Si restamos estas sumas del crecimiento nominal de China, el presente aparece substancialmente menos impresionante y el futuro aun más preocupante. La deforestación ilegal en China continúa pese a su tardía prohibición; la polución que transportan los ríos envenena el mar, del golfo Bohai al Pacífico; las partículas se las lleva el viento a otros países y la aportación de China a la gran nube parda contribuye a crear una manta de "smog" gigantesca incluso por encima de otras zonas, por demás sin contaminar, de Asia.

Se hacen esfuerzos en Beiying por seguir un rumbo menos destructivo. El desarrollo sostenible es el mantra actual de la política gubernamental y China se ha comprometido a lograr una economía baja en carbono, entre otras razones a fin de dominar las tecnologías del futuro. Pero, como descubre Watts, cumplir esta hazaña sin precedentes en esta fase de desarrollo requiere algo más que una legislación vacilante y un mandato desde lo más alto. Precisa de un profundo cambio cultural que nos aparte de la arraigada idea de que de que la naturaleza existe para ser explotada y esquilmada y que se puede arreglar cualquier problema ambiental con ingeniería. El periplo de Watts nos conduce a las reservas naturales en la que se sirven los animales en banquetes oficiales, a la trágica provincia de Henán, antaño considerada ejemplo de desarrollo maoísta, y hoy golpeada por la pobreza, el agotamiento del suelo, la corrupción y una epidemia de sida que puede remontarse a un programa oficial de venta de sangre. Y luego está Linfen, ciudad carbonífera de la provincia de Shanxi, de la que se dice que es la ciudad más contaminada del mundo, en la que los defectos de nacimiento multiplican por seis la media nacional que, a su vez, es de tres a cinco veces mayor que la cifra global; en la que la tasa de mortalidad de los mineros por tonelada de carbón es 30 veces la de los Estados Unidos y casi un millón de hogares está afectado por hundimientos; donde el coste del daño a la salud humana y el medio ambiente en la provincia en el año 2005 se estimó en 2.900 millones de libras esterlinas.

El río Amarillo, lugar de nacimiento de la civilización china está prácticamente destrozado. El gobierno alentó a la gente a desplazarse al oeste, del superpoblado centro del país a las tierras áridas y montañosas de los uigures y tibetanos, lugares que pueden soportar poblaciones escasas, pero en los que los sistemas se desmoronan rápidamente bajo el peso de las cifras. Los días del último paraíso que quedaba, la provincia de Yunán, de asombrosa diversidad, a juzgar por lo que cuenta Watts, están contados.

Si se trata de una lóbrega historia, se debe a que las perspectivas son lóbregas. Watts trata de equilibrar este viaje a través de la distopía con signos de esperanza, pero tenemos la sensación de que querría estar más convencido de lo que permiten las pruebas. Este libro no es simplemente una incriminación del camino desarrollista de China: es una lección para todos nosotros sobre los peligros de nuestro modo de vida. ¿Aprenderemos la lección y la apuesta de China por la sostenibilidad demostrará ser algo más que un ejercicio de reposicionamiento? Cualquier lector de When a Billion Chinese Jump debe tener la esperanza de que éste sea el caso.

Isabel Hilton (1949), excepcional periodista escocesa residente en Londres, se graduó en chino por la Universidad de Edimburgo. Fue presentadora de radio de programas de la BBC como The World Tonight y Nightwaves y en prensa escrita trabajó para el Daily Express y como redactora jefe de la sección de Latinoamérica del dominical The Sunday Times, primero, y luego del diario The Independent. Desde 1997 es columnista de The Guardian. Su último libro, The Search for the Panchen Lama, ha sido publicado por Penguin.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón



The Guardian, 17 de julio de 2010

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