John Bellamy Foster | El
redescubrimiento durante la última década y media de la teoría de la fractura
metabólica en Marx ha llevado a muchos izquierdistas a pensar que esta teoría
brinda una potente crítica de la relación entre la naturaleza y la sociedad
capitalista contemporánea. El resultado ha sido el desarrollo de una
perspectiva mundial ecológica más unificada, trascendiendo las divisiones entre
la ciencia natural y la ciencia social, que nos permite percibir las formas
concretas en las que las contradicciones de la acumulación del capital están
generando crisis y catástrofes ecológicas.
Sin embargo, esta recuperación de la
discusión ecológica marxiana ha dado lugar a más preguntas y críticas. Su
análisis del metabolismo de la naturaleza y la sociedad, ¿cómo se relaciona con
la cuestión de la “dialéctica de la naturaleza”, tradicionalmente considerada
una línea de falla en la teoría marxista? ¿La teoría de la fractura metabólica
viola la lógica dialéctica, y cae presa en un dualismo cartesiano simplista,
como han acusado recientemente varios críticos de izquierda?[i]
¿Es realmente concebible, como han preguntado otros, que Marx, escribiendo en el siglo XIX, pudiera haber proporcionado ideas ecológicas que son importantes para nosotros hoy para comprender la relación humana con los ecosistemas y la complejidad ecológica? ¿No es más razonable que sus reflexiones en el siglo XIX sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad hayan quedado “anticuadas” en nuestra era
¿Es realmente concebible, como han preguntado otros, que Marx, escribiendo en el siglo XIX, pudiera haber proporcionado ideas ecológicas que son importantes para nosotros hoy para comprender la relación humana con los ecosistemas y la complejidad ecológica? ¿No es más razonable que sus reflexiones en el siglo XIX sobre el metabolismo de la naturaleza y la sociedad hayan quedado “anticuadas” en nuestra era
En lo que sigue trataremos de responder
resumidamente cada una de estas preguntas. En ese proceso también haremos
hincapié en lo que consideramos que es la importancia crucial del materialismo
ecológico de Marx para ayudarnos a comprender la Gran Fractura que está
emergiendo en el sistema terráqueo, y la necesidad resultante de una
transformación de época, extremadamente importante, en el metabolismo
naturaleza-sociedad.
La dialéctica de la naturaleza
El estatus problemático de la dialéctica
de la naturaleza en la teoría marxiana tiene su fuente clásica en la famosa
nota al pie de Georg Lukács en Historia y consciencia de clase, en el que
afirmaba con respecto a la dialéctica:
Esta limitación del método a la realidad
histórico-social es muy importante. Los equívocos dimanantes de la exposición
engelsiana de la dialéctica se deben esencialmente a que Engels –siguiendo el
mal ejemplo de Hegel– amplía el método dialéctico también al conocimiento
de la naturaleza. Pero las determinaciones decisivas de la dialéctica
–interacción de sujeto y objeto, unidad de teoría y práctica, trasformación
histórica del sustrato de las categorías como fundamento de su transformación
en el pensamiento, etc.– no se dan en el conocimiento de la naturaleza.[iii]
Dentro de lo que pasó a conocerse como
“marxismo occidental”, esto se interpretaba como que la dialéctica se aplicaba
solo a la sociedad y a la historia humana, y no a la naturaleza independiente
de la historia humana.[iv] De
acuerdo a esta concepción, Engels se había equivocado en su Dialéctica de la
naturaleza, al tratar de aplicar la lógica dialéctica a la naturaleza
directamente, así como también los científicos y teóricos marxistas que
adoptaron la misma posición.[v]
Resultaría difícil exagerar la importancia
de esta crítica para el marxismo occidental, que la consideraba como uno de los
elementos claves que separaban a Marx de Engels y al marxismo occidental del
marxismo de la Segunda y Tercera Internacionales. Preludió el alejamiento del
interés directo por cuestiones de naturaleza material y la ciencia natural que
hasta entonces había caracterizado a gran parte del pensamiento marxiano. Como
observó Lucio Colletti en El marxismo y Hegel, una vasta literatura “ha estado
siempre de acuerdo” en que las diferencias sobre el materialismo/realismo
filosófico y la dialéctica de la naturaleza constituían “los principales rasgos
distintivos entre el ‘marxismo occidental’ y el ‘materialismo
dialéctico.’” De acuerdo a Russell Jacoby, los “marxistas occidentales”,
casi por definición “circunscribían al marxismo a la realidad social e
histórica”, distanciándolo de las cuestiones relacionadas con la naturaleza
exterior y la ciencia natural.[vi]
Lo que hizo de la crítica contra la
dialéctica de la naturaleza algo tan central para la tradición marxista
occidental fue que se consideraba que el materialismo dialéctico (en el sentido
en que se lo atribuía a Engels y adoptado por la Segunda y Tercera Internacionales)
quitaba importancia al rol del factor subjetivo (o al sujeto humano),
reduciendo al marxismo a una mera conformidad con las leyes naturales
objetivas, originando una especie de materialismo mecanicista, o aun un
positivismo. Chocando frontalmente con esto, muchos de esos materialistas
históricos que continuaron reivindicando, aunque sea en una forma
limitada, una dialéctica de la naturaleza, consideraban a su rechazo
absoluto como algo que amenazaba con la pérdida del materialismo de conjunto, y
con una reversión hacia las estructuras idealistas del pensamiento.[vii]
Paradójicamente, fue el mismo Lukács,
quien, en un cambio teórico importante, tomó la postura más firme contra el
abandono total de la dialéctica de la naturaleza, sosteniendo que esto afectaba
al centro mismo no sólo de la ontología de Engels, sino también a la de Marx.
Incluso en Historia y consciencia de clase, Lukács, siguiendo a Hegel, había
reconocido la existencia de una limitada, “dialéctica, meramente objetiva, del
movimiento de la naturaleza”, que consistía en una “dialéctica de un movimiento
referido a un espectador que no interviene en él.”[viii]
En su famoso prefacio a la nueva edición de esta obra, en la que se distanció
de algunas de sus primeras posiciones, declaraba que su argumento original
tenía el defecto de su crítica exagerada de la dialéctica de la naturaleza,
dado que, como él escribió, “al eliminar (…) su fundamental categoría marxista,
a saber, el trabajo en cuanto mediador del intercambio de la sociedad con la
naturaleza. (…) Se entiende sin más que desaparezca la objetividad ontológica de
la naturaleza, la cual constituye el fundamento óntico de ese intercambio o
metabolismo”.[ix] Como
lo explicó en su conocidas Conversaciones de ese mismo año, “dado que la vida humana
está basada en un metabolismo con la naturaleza, no hace decir que ciertas
verdades que adquirimos en el proceso de consumar este metabolismo tienen una
validez general; por ejemplo las verdades de la matemáticas, la geometría, la
física, etcétera.”[x]
Entonces, para el Lukács posterior a Historia
y consciencia de clases, la clave para la comprensión dialéctica del mundo
natural era la concepción del trabajo y la producción como la relación
metabólica entre los seres humanos y la naturaleza exterior en Marx. Los seres
humanos podían comprehender dialécticamente a la naturaleza dentro de ciertos
límites porque eran orgánicamente parte de ella, a través de sus relaciones
metabólicas. Hasta un crítico tan severo de la dialéctica de la naturaleza como
Alfred Schmidt en su Concepto de la naturaleza en Marx, reconoció que sólo en
relación al uso por Marx del “concepto de ‘metabolismo’”, en el que él
“presentaba un enfoque completamente nuevo de la relación del hombre con la
naturaleza”, era que podemos “hablar con sentido de una ‘dialéctica de la naturaleza’”[xi]
El notable descubrimiento en los archivos
soviéticos del manuscrito de Lukács Seguidismo y dialéctica, unos setenta
años luego de haber sido escrito, a mediados de la década de 1920 (pocos años
luego de escribir la misma Historia y consciencia de clase) evidencia que para esa
época, Lukács ya había experimentado este cambio crítico en su interpretación,
a través del concepto en Marx del metabolismo social y ecológico. En ese
artículo explicaba que “el intercambio metabólico con la naturaleza” estaba
“mediado socialmente” a través del trabajo y la producción. El proceso del
trabajo, como una forma de metabolismo entre la humanidad y la naturaleza
posibilitó a los seres humanos percibir (en formas que eran limitadas por el
desarrollo histórico de la producción) ciertas condiciones objetivas de
existencia. Ese “intercambio de materia” metabólico entre la naturaleza y la
sociedad, según Lukács, “posiblemente no se lo puede llevar a cabo – aún en el
nivel más primitivo – sin poseer un cierto grado de conocimiento objetivamente
correcto sobre los procesos de la naturaleza (que existen antes que los seres
humanos y funcionan independientemente de ellos).” Fue precisamente el
desarrollo de este metabólico “intercambio de materia” por medios de producción
lo que formó, según la interpretación por Lukács de la dialéctica
marxiana, “la base material de la ciencia moderna.”[xii]
El énfasis de Lukács sobre la centralidad
del concepto del metabolismo social en Marx iba a ser continuado por su
asistente y colega más joven, István Mészáros, en La teoría de la alienación de
Marx. Para Mészáros, la “estructura conceptual” de la teoría de la alienación
de Marx implicaba la relación tríadica de la humanidad-producción-naturaleza,
donde la producción constituía una forma de mediación entre la humanidad y la
naturaleza. De esta manera los seres humanos podrían ser concebidos como los
seres “auto-mediadores” de la naturaleza. En consecuencia, no debería
sorprendernos que haya sido Mészáros quien presentó la primera crítica marxista
comprehensiva de la crisis ecológica planetaria emergente en su Discurso del
Premio Deutscher 1971, publicado un año antes del estudio sobre Los límites del
crecimiento del Club de Roma. En Más allá del capital él iba a desarrollar más
este tema en relación con una crítica a fondo del metabolismo social alienado
del capital, incluyendo sus efectos ecológicos, en su discusión sobre “la
activación de los límites absolutos del capital”, asociada con la “destrucción
de las condiciones de reproducción metabólica social.”[xiii]
De este modo, Lukács y Mészáros
consideraron a la discusión del metabolismo social en Marx como una forma de
superar las divisiones en el marxismo que habían fracturado a la dialéctica y
la ontología social (y natural) de Marx. Esto permitió un enfoque basado en la
praxis que integrara a la naturaleza y la sociedad, la historia social y la
historia natural, sin reducir a uno totalmente al otro. En nuestra época
ecológica presente esta compleja comprensión (compleja porque abarca
dialécticamente las relaciones entre la parte y el todo, el sujeto y el
objeto), se convierte en un elemento indispensable en toda transición social
racional.
Marx y el metabolismo universal de la
naturaleza
Para entender esto en forma más completa a
las dimensiones ecológicas reales del pensamiento de Marx. El uso del concepto
del metabolismo por éste en su obra no fue simplemente (ni siquiera
principalmente) un intento de resolver un problema filosófico sino más bien una
tentativa de fundamentar su crítica de la economía en forma materialista en una
comprensión de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza
procedente de la ciencia natural de su época. Era algo central para su análisis
de la producción de valores de uso y el proceso de trabajo. Fue a partir de
esta metodología que Marx iba a desarrollar su principal crítica ecológica, la
de la fractura metabólica, o, tal como él mismo lo señaló, “un desgarramiento
insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes
naturales de la vida.”[xiv]
Esta perspectiva crítica fue consecuencia
natural de las contradicciones históricas en la agricultura industrial del
siglo XIX y la consecuente revolución en la química agrícola, particularmente
en la comprensión de las propiedades químicas de la tierra, durante este mismo
período. En la química agrícola, Justus von Liebig en Alemania y James F. W.
Johnston en Gran Bretaña hicieron fuertes críticas por la pérdida de los
nutrientes de la tierra desde principios hasta mediados del siglo XIX debido a
la agricultura capitalista, culpando especialmente a la agricultura intensiva
británica. En efecto, esto se extendió al robo de tierras de algunos países por
parte de otros.
En los Estados Unidos, figuras como uno de
los primeros planificadores ambientalistas, George Waring, en su análisis
del despojo de la tierra en la agricultura, y el economista político Henry
carey, quien estaba influenciado por Waring, hicieron hincapié en que el
alimento y la fibra, que contienen los constituyentes elementales de la tierra,
estaban siendo transportados a largas distancias en un movimiento en un solo
sentido del campo a la ciudad, dando lugar a que la tierra perdiera sus
nutrientes, que tuvieron que ser reemplazados por fertilizantes naturales (y posteriormente
sintéticos). En su gran obra de 1840, Organic Chemistry and its Application to
Agriculture and Physiology (Química orgánica y su aplicación a la agricultura y
a la fisiología), Liebig había diagnosticado que el problema se debía al
agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio, pues estos nutrientes
esenciales de la tierra iban a parar a las ciudades cada vez más pobladas,
donde contribuían a la contaminación urbana. En 1842, el químico agrícola
británico J. B. Lawes desarrolló un medio para hacer solubles a los fosfatos y
construyó una fábrica para producir sus superfosfatos en el primer paso para la
creación de fertilizantes sintéticos. Pero durante el siglo XIX, la mayoría de
los países dependían casi totalmente de los fertilizantes naturales para
restaurar la tierra.
Fue durante este período de agravamiento
de las dificultades en la agricultura, debido al agotamiento de los nutrientes
de los suelos, que Gran Bretaña fue la pionera en el arrebato a escala mundial
de los fertilizantes naturales, incluyendo, como lo señaló Liebig, el
desentierro y el transporte de los huesos humanos de los campos de batallas
napoleónicas y las catacumbas de Europa, y lo que fue más importante, la
extracción, por medio del trabajo forzado, del guano (del excremento de las
aves marinas) en las islas cercanas a las costas del Perú, desatando a nivel
mundial una “fiebre del guano”.[xv] En
la introducción a la edición de 1862 de su Química orgánica, Liebig escribió
una crítica mordaz de la agricultura industrial capitalista en su modelo
británico, observando que “si no logramos que el agricultor tome una mejor
consciencia de las condiciones bajo las cuales produce, y no le damos los
medios necesarios para el aumento de su producción, las guerras, la emigración,
las hambrunas y las epidemias, necesariamente crearán las condiciones de un
nuevo equilibrio que socavará el bienestar de todos y finalmente conducirá a la
ruina de la agricultura.”[xvi]
Marx estaba profundamente preocupado por
las tendencias a la crisis ecológica, relacionadas con el agotamiento del
suelo. En 1866, un año antes de la publicación del primer tomo de El capital,
escribió a Engels que al desarrollar la crítica de la renta de la tierra en el
Tomo III, “he tenido que trabajarme la nueva química agrícola que se está
haciendo en Alemania, en particular Liebig y Schönbein, que tiene más
importancia para esta cuestión que todos los economistas juntos.”[xvii] Marx,
que había estado estudiando la obra de Liebig desde la década de 1850, estaba
impresionado por la introducción crítica a la edición de 1862 de su Química
orgánica, integrándola con su propia crítica de la economía política.
Desde los Grundrisse en 1857-1858, había
puesto al concepto de metabolismo (Stoffwechsel), que había sido desarrollado
primero en la década de 1830 por científicos que participaban en los nuevos
descubrimientos de la biología y la fisiología celulares y luego los aplicaban
a la química (especialmente por Liebig), y la física, en un lugar central en su
explicación de la interacción entre la naturaleza y la sociedad a través de la
producción. Definió al proceso de trabajo como la relación metabólica entre la
humanidad y la naturaleza. Para los seres humanos este metabolismo
necesariamente tomó una forma mediada socialmente, abarcando las condiciones
orgánicas comunes a toda vida, pero también tomando un carácter claramente
humano-histórico a través de la producción.[xviii]
Basándose en este marco, Marx destacó en
El capital que el rompimiento del ciclo de la tierra en la agricultura capitalista
industrializada constituía nada menos que “una fractura” en la relación
metabólica entre los seres humanos y la naturaleza:
Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana,
acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte
acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el
metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de
aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el
hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición
natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Pero a la vez,
mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, (…) obliga a
reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y
bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre.(…) Todo progreso de la
agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al
obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el
acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el
agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción
capitalista, por consiguiente no desarrolla la técnica y la técnica y la
combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo,
los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador. [xix]
Citando a Liebig, Marx destacó el carácter
global de esta fractura en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad,
argumentando, por ejemplo, que “desde hace siglo y medio Inglaterra exporta
indirectamente el suelo de Irlanda sin otorgar a sus cultivadores ni siquiera
los medios para reemplazar los componentes de aquel.”[xx] E
incorporó a su análisis un llamado a la sustentabilidad, es decir, la
preservación de “toda la gama de condiciones permanentes de la vida que exige
la cadena de las generaciones humanas.” En su definición más exhaustiva de la
naturaleza de la producción bajo el socialismo afirmó: “La libertad, en este
terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores
asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza
poniéndolo bajo su control colectivo (…) con el mínimo empleo de fuerzas y bajo
las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana.”[xxi]
Durante la última década y media los
investigadores ecológicos han utilizado la perspectiva teórica del análisis de
Marx sobre la fractura metabólica para estudiar las contradicciones
capitalistas que se desarrollan en una amplia variedad de áreas: los límites
del planeta, el metabolismo del carbono, el agotamiento del suelo, la
producción de fertilizantes, el metabolismo oceánico, la explotación
indiscriminada de la pesca, la desforestación, la utilización de los incendios
forestales, los ciclos hidrológicos, la megaminería a cielo abierto, la cría de
ganado, los agro-combustibles, la apropiación de tierras a nivel mundial, y la
contradicción entre la ciudad y el campo.[xxii]
Sin embargo, una cierta cantidad de
críticos de izquierda recientemente han objetado teóricamente a esta
visión. Una de esas críticas sugiere que el punto de vista de la fractura
metabólica cae en un “dualismo cartesiano”, en el que se conciben en forma
dualista a la naturaleza y la sociedad como entidades distintas o
independientes.[xxiii] Por
consiguiente, se considera que dicho punto de vista viola los principios del
análisis dialéctico. Una crítica relacionada con estas objeciones acusa de “no
reflexivo” al mismo concepto de una fractura en el metabolismo entre la
naturaleza y la sociedad, pues niega “la reciprocidad dialéctica del medio
ambiente biofísico.”[xxiv] Otros
más han sugerido que la realidad de dicha fractura en sí genera también una
“fractura epistémica” o una visión dualista del mundo, que termina contagiando
a la teoría del valor de Marx, haciéndole minimizar a las relaciones ecológicas
en sus análisis.[xxv]
Es importante subrayar aquí que la teoría
de la fractura metabólica en Marx, tal como se la expone comúnmente, es una
teoría de la crisis ecológica, de la fractura de lo que para él era la
permanente dependencia de la sociedad humana respecto de sus condiciones de
existencia orgánica. Esto representaba, en su opinión, una contradicción
insuperable, asociada a la producción mercantil capitalista, cuyas plenas
implicancias, sin embargo, sólo pueden comprenderse con una teoría más amplia,
la del metabolismo entre la naturaleza y la sociedad.
Para explicar el vasto ámbito natural en
el que había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente,
Marx empleó el concepto del “metabolismo universal de la naturaleza”. La
producción mediaba entre la existencia humana y este “metabolismo universal”.
Al mismo tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en el
interior de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo, que había
precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que esto
constituía “la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el
hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana.” La humanidad, a
través de su producción, “extrae” sus valores de uso naturales y
materiales de este “metabolismo universal de la naturaleza”, al mismo tiempo
“insuflando una [nueva] vida” a estas condiciones naturales “como elementos de
una nueva formación [social]”, generando por ese motivo una especie de segunda
naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda
naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que
por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal.[xxvi]
Esto, creemos, ofrece un esbozo básico
para una comprensión materialista dialéctica de la relación entre naturaleza y
sociedad, que notablemente concuerda en forma estrecha no sólo con la ciencia
más desarrollada (incluyendo la termodinámica que estaba surgiendo) de la época
de Marx, sino también con el conocimiento ecológico más avanzado de hoy en día.[xxvii] En
esa concepción no hay nada que sea “dualista” o “no reflexivo”. Es verdad que
en la dialéctica materialista de Marx, ni la sociedad (el sujeto/consciencia)
ni la naturaleza (el objeto) están totalmente subsumidas entre sí, evitando de
este modo las dificultades del idealismo absoluto y la ciencia mecanicista.[xxviii] Los
seres humanos transforman la naturaleza a través de su producción, pero no lo hacen
como les plazca, sino bajo las condiciones heredadas del pasado (de la
historia natural y social), y siguen dependiendo de la dinámica básica de la
vida y la existencia material.
Sin dudas, la principal razón por la que
un grupo de críticos de izquierda, luchando con esta estructura
conceptual, ha caracterizado a la teoría de la fractura metabólica como una
forma del dualismo cartesiano se debe a que no logran percibir que desde un
punto de vista materialista dialéctico es imposible analizar el mundo de una
manera efectiva, si no es mediante el uso de la abstracción que aísla
temporalmente, con el objetivo del análisis, a un “momento” (o mediación) en
una totalidad.[xxix] Esto
significa emplear concepciones que a primera vista, cuando están separadas de
la dinámica general, pueden parecer unilaterales, mecánicas, dualistas, o
reduccionistas. Al referirse, como lo hace Marx, a “la interacción metabólica
entre la naturaleza y el hombre”, no debería suponerse jamás que “el hombre”
(la humanidad) existe realmente en forma completamente independiente de “la
naturaleza”, o fuera de ella; o incluso que hoy la naturaleza existe
completamente independiente de (o no afectada por) la humanidad. El objeto de
ese tipo de abstracción es simplemente abarcar a la mayor totalidad concreta a
través del análisis de esas mediaciones específicas, de las que puede
racionalmente decirse que la integran en un contexto histórico en desarrollo.[xxx] Para
Marx, nuestro propio conocimiento de la naturaleza es también un producto de
nuestro metabolismo humano-social, es decir, nuestra relación productiva con el
mundo natural.
Lejos de representar un enfoque dualístico
o no-reflexivo sobre el mundo, el análisis de Marx del “metabolismo de la
naturaleza y la sociedad” era eminentemente dialéctico, para abarcar a la mayor
totalidad concreta. Coincido con David Harvey cuando señaló, en su conferencia
del Deutscher Prize 2011, que la “universalidad” asociada a la concepción de
Marx de “la relación metabólica con la naturaleza” constituía una especie de
conjunto de condiciones exterior o marginal a su concepción de la realidad en
la que todos los “diferentes ‘momentos’” de su crítica de la economía política
estaban potencialmente interrelacionados. Es verdad también, como dice Harvey,
que Marx parece haber dejado de lado en su crítica del capital a estos grandes
problemas, dejando para tratar más adelante las cuestiones de la economía
mundial y el metabolismo universal de la naturaleza.[xxxi] Es
más, la concepción ecológica más amplia de Marx, en ciertos aspectos quedó necesariamente
plasmada en una forma indiferenciada y abstracta, sin poder alcanzar el nivel
de la totalidad concreta. Esto se debió a que había una cantidad aparentemente
interminable de textos científicos para explorar y analizar antes de que fuera
posible discutir las mediaciones distintivas e históricas asociadas con la
dialéctica co-evolutiva de la naturaleza y la sociedad.
Aún así, Marx no vaciló frente a la gran
envergadura de esta tarea y lo encontramos al final de su vida tomando notas
cuidadosamente sobre cómo los cambios en las isotermas (las líneas que unen
zonas con la misma temperatura media anual de la tierra) asociadas con el
cambio climático en eras geológicas anteriores condujeron a las grandes
extinciones en la historia de la Tierra. Es este cambio en las isotermas que
James Hansen, el eminente climatólogo estadounidense considera como la
principal amenaza que hoy enfrentan la flora y la fauna, como resultado del
calentamiento global, con las isotermas desplazándose hacia los polos más rápidamente
que las especies.[xxxii] Otro
ejemplo de esta profunda preocupación por las ciencias naturales es el interés
de Marx en las conferencias de John Tyndall en la Royal Institution sobre
los experimentos que estaba llevando a cabo sobre la interrelación de la
radiación solar y diversos gases en la determinación del clima de la Tierra.
Era muy posible que Marx, que asistió a algunas de esas conferencias, haya
estado presente cuando Tyndall presentó la primera explicación empírica del
efecto invernadero que influía sobre el clima.[xxxiii] Semejante
concentración en las condiciones naturales por parte de Marx evidencia que
había tomado muy seriamente la cuestión del metabolismo universal de la
naturaleza y de la más específica interacción socio-metabólica de la sociedad y
la naturaleza en la producción. El futuro de la humanidad y la vida en general
dependía, como claramente lo reconoció, de la sustentabilidad de estas
relaciones en relación con “la cadena de las generaciones humanas.”[xxxiv]
La fractura en el metabolismo de la Tierra
Todo esto nos deja con la tercera objeción
a la teoría de la citada fractura en Marx, la que considera anticuada a dicha
teoría, sin ninguna utilidad directa para analizar nuestra actual ecología
mundial, dado que hoy hay condiciones y análisis más desarrollados. De este
modo, la crítica a la fractura metabólica es que “describir fracturas en trayectorias
y procesos naturales, es una forma anticuada, a no ser que se la siga
desarrollando para abordar ecosistemas y ciclos naturales dinámicos, y tener en
cuenta el proceso de trabajo.[xxxv]
Esa síntesis dialéctica, sin embargo, fue
un punto fuerte de la teoría de la fractura metabólica en Marx desde el
principio, que estaba explícitamente basada en una comprensión del proceso de
trabajo como el intercambio metabólico entre los seres humanos y la naturaleza,
y apuntaba así a la importancia de la sociedad humana en relación a los ciclos
bio-geo-químicos, y a los intercambios de materia y energía en general.[xxxvi] El
concepto de ecosistema mismo tuvo su origen en este enfoque
dialéctico-sistemático, en el que el amigo de Marx, E. Ray Lankester, el
destacado biólogo darwiniano en Inglaterra en la generación posterior a Darwin
y un admirador de El capital, iba a jugar un papel importante. Lankester
introdujo primero la palabra “aecología” en inglés en 1873, en la traducción
que supervisó de History of Creation, de Ernst Haeckel. Luego desarrollo un
complejo análisis ecológico, comenzando en la década de 1880, bajo su propio
concepto de “bionomics”, un término considerado como sinónimo de ecología. Fue
un discípulo suyo, Arthur Tansley, quien, influenciado por los estudios
bionómicos de su maestro (y por la temprana teoría de los sistemas del matemático
marxista británico Hyman Levy), iba a presentar el concepto del ecosistema como
una explicación materialista de las relaciones ecológicas en 1935.[xxxvii]
En el siglo XX el concepto de metabolismo
se iba a convertir en la base de la ecología de sistemas, particularmente en la
obra transcendental de Eugene y Howard Odum. Fue Howard Odum, como explica
Frank Golley en su libro A History of the Ecosystem Concept in Ecology, quien
“fundó un método de estudiar la dinámica de [eco] sistemas midiendo (…) la
diferencia de insumo y producto, bajo condiciones de equilibrio estacionario,”
para determinar “el metabolismo de todo el sistema.” Basado en la obra
fundacional de los hermanos Odum, ahora se usa el metabolismo para referirse a
todos los niveles biológicos, comenzando con la célula individual y terminando
con el ecosistema (y más allá de eso el sistema terrestre). En sus posteriores
intentos de incorporar a la sociedad humana en esta amplia teoría de sistemas
ecológicos, Howard Odum iba a basarse en gran medida en la obra de Marx,
particularmente en el desarrollo de una teoría de lo que llamó ecológicamente
“intercambio desigual”, enraizado en el “capitalismo imperial”.[xxxviii]
Ciertamente, si volviéramos hoy al tema
original en Marx del metabolismo humano-social y el problema del ciclo
nutriente de la tierra, considerándolo desde el punto de vista de la ciencia
ecológica, el argumento sería el siguiente. Los organismos vivientes, en sus
interacciones normales entre sí y el mundo inorgánico, obtienen constantemente
nutrientes y energía del consumo de otros organismos, o, para las plantas
verdes, a través de la fotosíntesis y absorción de nutrientes de la tierra, que
son transmitidos luego a otros organismos en una compleja “red alimentaria” en
la que los nutrientes son reciclados hasta acercarse al sitio donde se
originaron. En el proceso la energía extraída es consumida en el funcionamiento
del organismo aunque finalmente queda una porción en la forma de materia
orgánica difícil de descomponer. Las plantas están constantemente
intercambiando productos con la tierra a través de sus raíces, tomando
nutrientes y entregando compuestos ricos en energía, lo que produce una activa
zona microbiológica cercana a las raíces. Los animales que comen plantas u
otros animales, generalmente usan solo una pequeña fracción de los
nutrientes que comen y depositan el resto como heces y orina en las cercanías.
Cuando mueren, los organismos del suelo usan sus nutrientes y la energía
contenida en sus cuerpos. Las interacciones de los organismos vivos con la
materia (mineral o viva o previamente viva) son tales que generalmente afectan
solo levemente al ecosistema y los nutrientes se reciclan y se acercan adonde
originalmente se habían obtenido. También en una escala temporal geológica, el
deterioro de los nutrientes encerrados en minerales los hace disponibles para
el uso de futuros organismos. De este modo, los ecosistemas naturales
normalmente no se “degradan” debido al agotamiento de nutrientes o la pérdida
de otros aspectos de ambientes saludables, como los suelos productivos.
A medida que las sociedades humanas se
desarrollan, especialmente con el crecimiento y la difusión del capitalismo,
las interacciones entre la naturaleza y los seres humanos son mucho mayores y
más intensas que antes, afectando primero al ambiente local, luego al regional
y finalmente al global. Puesto que los alimentos para humanos y para animales
ahora se envían habitualmente a largas distancias, esto agota a la tierra, como
Liebig y Marx afirmaban en el siglo XIX, necesitando periódicamente
aplicaciones de fertilizantes comerciales en los cultivos. Al mismo tiempo esta
separación física entre donde se cultiva la producción agrícola y donde los
seres humanos o los animales la consumen, crea enormes problemas de eliminación
para la acumulación de nutrientes en las alcantarillas urbanas y en el
estiércol que se amontona alrededor de los lugares donde se concentran
las explotaciones agrícolas y ganaderas en forma intensa. Y la cuestión de las
rupturas o interrupciones en el ciclo de nutrientes es sólo una de las muchas
fracturas metabólicas que están ocurriendo ahora. Es el cambio en la naturaleza
del metabolismo entre un animal en particular – los seres humanos – y el resto
del ecosistema (incluyendo a otras especies), que está en el centro de los
problemas ecológicos que enfrentamos.[xxxix]
A pesar del hecho de que nuestra
comprensión de estos procesos ecológicos se ha desarrollado enormemente desde
los días de Marx y Engels, es evidente que al identificar a la mencionada
fractura, provocada por la sociedad capitalista, ellos captaron la esencia del
problema ecológico contemporáneo. Como dijo Engels en un resumen del argumento
de Marx en El capital, la agricultura capitalista industrializada se
caracteriza por “el despojo de la tierra: el auge del modo capitalista de
producción es la socavación de las fuentes de toda riqueza: la tierra y el
trabajador.”[xl] Para
Marx y Engels esto reflejaba la contradicción entre la ciudad y el campo, y la
necesidad de evitar las peores distorsiones del metabolismo humano con la
naturaleza asociadas con el desarrollo urbano. Como escribió Engels en The
Housing Question:
La supresión de la oposición entre la
ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la abolición de la oposición
entre capitalistas y asalariados. Cada día se convierte más en una exigencia
práctica de la producción industrial como de la producción agrícola. Nadie la
ha exigido más enérgicamente que Liebig en sus obras sobre química agrícola,
donde su primera reivindicación ha sido siempre que el hombre debe reintegrar a
la tierra lo que de ella recibe, y donde demuestra que el único obstáculo es la
existencia de las ciudades, sobre todo de las grandes urbes. Cuando vemos que
aquí, en Londres solamente, se arroja cada día al mar, haciendo enormes
dispendios, mayor cantidad de abonos naturales que los que produce el reino de
Sajonia, y qué obras tan formidables se necesitan para impedir que estos abonos
envenenen toda la ciudad, entonces la utopía de la supresión de la oposición
entre la ciudad y el campo adquiere una maravillosa base práctica.[xli]
Aunque los problemas del ciclo de los
nutrientes y el tratamiento de los desperdicios, así como la relación entre el
campo y la ciudad, han cambiado desde el siglo XIX, persiste el problema
fundamental de la fractura en los ciclos naturales, generado por el metabolismo
humano-social.
El abordaje de Marx y Engels al
materialismo y la dialéctica puede por consiguiente ser considerado como
intersectando en formas complejas con el desarrollo de la moderna crítica
ecológica. El motivo por el que esta historia es tan desconocida puede
remontarse a la tendencia del marxismo occidental a descartar todo lo escrito
por quienes (aún siendo científicos prominentes) profundizaron en la dialéctica
de la naturaleza – salvo quizás como recordatorios de diversos absurdos y
capitulaciones (el más notable es el caso Lysenko en la Unión Soviética).[xlii] Aquí
nos estamos refiriendo a figuras críticas tan importantes, en el contexto
británico, como Levy, Christopher Caudwell, J. D. Bernal, J. B. S. Haldane,
Joseph Needham, Lancelot Hogben, y Benjamin Farrington – junto a otros, no
marxistas, materialistas y socialistas, como Lankester y Tansley.[xliii] Después
veremos una crítica ecológica en desarrollo, que se basa en parte en Marx,
emergiendo en la obra de pensadores tales como Howard Odum, Barry Commoner,
Richard Levins, Richard Lewontin, y Steven Jay Gould.[xliv] Aunque
los pensadores de la Escuela de Frankfurt han hecho notables observaciones
sobre la “dominación de la naturaleza” por la “dialéctica de la ilustración”,
así como también sobre los efectos ambientales negativos de la tecnología
industrial moderna, no fue de allí, sino más bien de las tradiciones más
firmemente materialistas y científicas, que surgieron las principales
contribuciones socialistas al pensamiento ecológico.[xlv]
Hoy estamos avanzando inmensamente
en nuestra comprensión crítica de la fractura ecológica. El enfoque metabólico
de Marx a la relación naturaleza-sociedad ha sido adoptado ampliamente en el
seno del pensamiento ambientalista, aunque pocas veces se incorpora la crítica
dialéctica completa de la relación del capital que representaba su propia obra.
En las últimas dos décadas se ha desarrollado una tradición investigadora
interdisciplinaria sobre el “metabolismo industrial”, centrada en los flujos
materiales asociados con las áreas urbanas. Como lo señaló a fines de la década
de 1990 Marina Fischer-Kowalski, fundadora del Instituto de Ecología Social en
Viena y prestigiosa representante hoy de los análisis de flujos materiales, el
metabolismo se ha convertido en “una estrella conceptual en ascenso” en el
pensamiento socio-ecológico. “Dentro de los fundamentos de la teoría social del
siglo XIX” agregó, “fueron Marx y Engels quienes aplicaron el término
‘metabolismo’ a la sociedad.”[xlvi]
En las ciencias sociales cada vez se
comprende más a la crisis ecológica global, en materia de la industrialización,
como la relación humana-metabólica con la naturaleza, a expensas de los
ecosistemas del mundo, que socava las propias bases de la sociedad. Los
economistas ecológicos críticos han utilizado el concepto marxiano del
“metabolismo social (también se lo denomina en ocasiones “metabolismo
socio-ecológico”) para seguir toda la historia de los entrecruzamientos
humanos-naturales, junto a las condiciones de inestabilidad ecológica en la
actualidad. Esto ha llevado a analizar los modos de producción como “regímenes
socio-metabólicos” sucesivos, así como también a exigir una “transición
socio-metabólica.”[xlvii] Mientras
tanto, una relación más directa con la teoría marxiana de la fractura metabólica
con la crítica de la sociedad capitalista ha permitido a otros investigadores
en sociología ambiental a explorar en formas incisivas, histórico-empíricas a
toda una gama de problemas ecológicos, extendiéndose a cuestiones de
intercambio ecológico desigual o del imperialismo ecológico.[xlviii]
Por supuesto, gran parte de estas obras
tiene sus raíces en el reconocimiento de que el mundo está atravesando “límites
planetarios” cruciales definidos a partir de las condiciones de la época del
holoceno que impulsaron a la civilización humana. Este enfoque crítico fue
utilizado por primera vez por Johan Röckstrom, del Instituto de
Resiliencia de Estocolmo, y también por prestigiosos científicos climáticos,
como Hansen. Aquí la principal preocupación es lo que podría llamarse la “Gran
Fractura” en la relación humana con la naturaleza, debido a que se han
atravesado los límites del sistema terrestre, asociados con el cambio
climático, la acidificación de los océanos, el agotamiento del ozono, la
pérdida de la diversidad biológica (y la extinción de especies), la ruptura de
los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la pérdida de la capa superior de la
tierra, pérdida de fuentes de agua dulce, la utilización de aerosoles, y la
contaminación química.[xlix]
En el “Día de la Tierra 2003”, la NASA
publicó sus primeras mediciones y mapas satelitales del “metabolismo de la
tierra”, enfocados en la amplitud con que la vida vegetal sobre la Tierra
estaba fijando al carbono a través de la fotosíntesis. Estos datos también
están siendo usados para monitorear el crecimiento de los desiertos, los
efectos de las sequías, la vulnerabilidad de los bosques, y otras novedades del
cambio climático.[l] Por
supuesto, la cuestión del metabolismo de la tierra está directamente
relacionada con la interacción humana con el medio ambiente. La humanidad ahora
consume una porción sustancial de la producción primaria terrestre global neta
a través de la fotosíntesis y esa porción está creciendo a niveles
insustentables. Mientras tanto, la interrupción del “metabolismo del carbono”
mediante la producción humana está afectando radicalmente al metabolismo de la
tierra de una manera que, si no se cambia, tendrá efectos catastróficos sobre
la vida en el planeta, incluyendo a la propia especie humana.[li]
Así describe James Hansen las consecuencias potenciales de la Gran Fractura en
el metabolismo del carbono en particular:
El panorama que surgirá para la Tierra en algún momento en el futuro
distante, si desenterráramos y quemaron cada combustible fósil es de este modo
consistente con… una Antártida libre de hielos y un planeta desolado sin
habitantes humanos. Aunque las temperaturas en el Himalaya se hayan vuelto seductoras,
es dudoso que los muchos permitirían a los pocos ricos apropiarse de este
territorio para ellos o que los humanos sobrevivirían al exterminio de la
mayoría de las otras especies en el planeta (…) No es una exageración sugerir,
basados en la evidencia científica disponible, que el resultado de quemar todos
los combustibles fósiles sería que el planeta no solo sería libre de
hielos, sino también libre de seres humanos.[lii]
Marx y la revolución socio-ecológica
Es precisamente aquí, cuando confrontamos
la enormidad de la Gran Fractura en el metabolismo de la tierra, que el enfoque
de Marx en el metabolismo de la naturaleza y de la sociedad se vuelve más
indispensable. Su análisis destacaba la ruptura por la producción capitalista
de la “condición natural eterna”, “esquilmando” a la tierra misma.[liii] Pero
su análisis era único, en cuanto que apuntaba más allá de las fuerzas de la
acumulación y la tecnología (es decir, el proceso de la producción), a la
estructura cualitativa, del valor de uso de la economía mercantil: la cuestión
de las necesidades humanas y su satisfacción. El valor de uso natural-material
del propio trabajo humano, en la teoría de Marx, residía en su verdadera
productividad en relación con la satisfacción genuina de las necesidades
humanas. En el capitalismo, afirmaba, este potencial creativo estaba tan
distorsionado que la fuerza de trabajo era vista como “útil” (desde una
perspectiva capitalista del valor de cambio) solo en la medida en que generaba
plusvalor para el capitalista.[liv]
Sin dudas, Marx no pudo estudiar hasta el
final todas las consecuencias de esta distorsión del valor de uso (y de la
propia utilidad del trabajo). Aunque planteó la cuestión de la estructura
cualitativa del valor de uso de la economía mercantil, en su crítica de la
economía política tuvo que dejarla en su mayor parte sin examinar.[lv] En
el contexto del capitalismo de mediados del siglo XIX se suponía generalmente
que esos valores de uso que se producían – por fuera de la esfera relativamente
insignificante de la producción de artículos de lujo – se adaptaban a las
necesidades humanas genuinas. Bajo el capital monopolista, que comenzó en el
último cuarto del siglo XIX, y con el surgimiento más reciente de la fase
del capital financiero monopolista globalizado, todo esto cambió. El sistema
exige crecientemente, simplemente para mantenerse bajo condiciones de
sobreacumulación crónica, la producción de valores de uso negativos y la no
satisfacción de las necesidades humanas.[lvi] Esto
implica la alienación absoluta del proceso de trabajo, es decir, de la relación
metabólica entre los seres humanos y la naturaleza, convirtiéndola
predominantemente en una forma de despilfarro.
El primero en reconocer este problema de
una manera destacada fue William Morris, que hacía hincapié en el crecimiento
del capital monopolista y el despilfarro asociado con la producción masiva de
mercancías inútiles y “el esfuerzo inútil” que esto implicaba.[lvii] Morris,
había estudiado atentamente El capital – y especialmente el análisis del
proceso de trabajo y la ley general de la acumulación – subrayaba más que
ningún otro pensador la relación directa entre la producción socialmente
despilfarrada y el trabajo socialmente despilfarrado, extrayendo las
consecuencias de esto en lo que respecta a la vida y la creatividad humanas y
el medio ambiente en sí. En su conferencia de 1894, “improvisada”, Morris
afirmó:
El otro día oí que Mr. Balfour estaba diciendo que el socialismo
era imposible porque bajo el mismo deberíamos producir mucho menos que lo que
hacemos ahora. Ahora digo que podríamos producir la mitad o un cuarto de lo que
hacemos ahora, y sin embargo ser mucho más ricos, y en consecuencia, mucho más
felices, que lo que somos ahora; y que al convertir el trabajo que hacíamos, en
la producción de cosas útiles, cosas que todos necesitamos, y que (…)
rehusarnos a trabajar en la producción de cosas inútiles, cosas que nadie de
nosotros, ni siquiera los tontos quieren (…)
Mis amigos, se emplea a muchísimas
personas para producir puras molestias, como alambres de púa, cañones de 100
toneladas, carteles publicitarios para deformar los verdes campos a lo largo de
las vías ferroviarias, etcétera. Pero aparte de estas molestias, ¿a cuántos más
se emplea para hacer mercancías para los ricos, que no tienen utilidad
alguna, salvo para que esos ricos “gasten su dinero”, como se le dice? y
nuevamente, ¿a cuántos más se emplea para producir sucedáneos miserables para
las clases trabajadoras, porque éstas no pueden pagar nada mejor?[lviii]
Otros, incluyendo a Thorstein Veblen a
comienzos del siglo XX, y a Paul Baran y Paul Sweezy en la década de 1960,
desarrollarían más aún la crítica económica del despilfarro y la distorsión de
valores de uso en la economía capitalista, señalando al “efecto de interpenetración”,
por el cual el empeño por vender penetraba en la propia producción, destruyendo
todo reclamo de racionalidad que existía en la última.[lix] Sin
embargo, Morris siguió sin ser superado en su énfasis sobre las consecuencias
del proceso de intercambio de mercancías capitalista sobre la naturaleza
cualitativa del propio proceso de trabajo, convirtiendo lo que ya era una
fuerza de trabajo explotada en una fuerza que también era utilizada en un
esfuerzo inútil, no creativo, vacío, que ya no servía para satisfacer
necesidades sociales, sino para dilapidar recursos y vidas.
Es aquí donde la teoría marxiana, y en
particular la crítica del capital monopolista, propone una salida de la
infinita destructividad creativa del capitalismo. Es a través de la
politización de la estructura del valor de uso de la economía, y su relación
con el proceso de trabajo y con toda la estructura cualitativa de la economía,
que el abordaje dialéctico de Marx en el metabolismo entre la naturaleza y la
sociedad asume una forma potente. Los gastos de los Estados Unidos en áreas
como la militar, la promoción comercial, la seguridad pública y privada, las
autopistas, y los artículos de lujo personales suman miles de billones de
dólares por año, mientras gran parte de la humanidad carece de los productos
básicos indispensables y de una vida decente, y se está siendo degradando
sistemáticamente a la biosfera.[lx] Esto
plantea inevitablemente las cuestiones de las necesidades comunales y los
costos ambientales, y sobre todo la necesidad de la planificación, si queremos
crear una sociedad de igualdad sustantiva, sustentabilidad ecológica, y
libertad en general.
Por supuesto, no podemos concebir ninguna
transformación de la estructura global de producción de valores de uso, sin la
auto-movilización de la humanidad en un proceso revolucionario conjunto,
uniendo nuestras múltiples luchas. Las contradicciones ecológicas y económicas
combinadas del capital en nuestra época, más todo el legado imperialista, nos
dicen que la batalla por esa transición surgirá primero en el Sur global, de lo
cual ya hoy tenemos indicios.[lxi] Sin
embargo, las condiciones subyacentes son tales que la reconstitución
revolucionaria de la sociedad debe ser verdaderamente universal en su alcance y
en sus aspiraciones, abarcando al mundo entero y a todos sus pueblos, si la
humanidad quiere apartar al mundo del borde de la catástrofe provocada por la
implacable destructividad creativa del capitalismo. Finalmente, es una cuestión
del metabolismo humano con la naturaleza, que también es una cuestión de la
producción humana, y de la propia libertad humana.
Nota del autor
Este artículo es una versión ampliada y
levemente alterada de una ponencia bajo el mismo título, presentada en la
Conferencia de Marxismo 2013 en Estocolmo, el 20/10/2013. Ese discurso partía
de ideas introducidas en la Conferencia del autor, presentada en el Rosa
Luxemburg Stiftung, Berlín, el 28/05/2013.
Nota de la redacción de Herramienta
El artículo ha sido publicado en Monthly
Review, Vol. 65, Nro. 7, diciembre de 2013, y agradecemos al autor, actual
director de Monthly Review, por haberlo cedido gentilmente para su traducción y
publicación en Herramienta.
Notas
[i] Jason
W. Moore, “Transcending the Metabolic Rift”. En: Journal of Peasant Studies 38,
N° 1 (enero 2011): 1-2, 8, 11; Mindi Schneider y Philip M. McMichael,
“Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift”. En: Journal of Peasant Studies
37, N° 3 (julio 2010): 478-482; Alexander M. Stoner, “Sociobiophysicality and
the Necessity of Critical Theory”. En: Critical Sociology, versión online
(19/03/2013): pp. 6-7.
[ii] Schneider
y McMichael, ob. cit., 481-482. Ver también Maarten de Kadt y Salvatore
Engel-Di Mauro, “Failed Promise”. En: Capitalism, Nature, Socialism 12, N° 2
(2001): 50-56.
[iii] Georg
Lukács, Historia y consciencia de clase. Trad. de Manuel sacristán. México:
Grijalbo. 1969, p. 5.
[iv] Al
término “marxismo occidental” lo introdujo primero Maurice Merleau-Ponty en Las
aventuras de la dialéctica (Buenos Aires: Leviatán, 1957), quien consideraba
que derivaba de la obra de Lukács (Historia y consciencia de clase), Karl
Korsch, la Escuela de Frankfurt, y Antonio Gramsci, y se extendió a la mayoría
de los filósofos marxistas occidentales. Se inspiraba principalmente en el
rechazo de lo que se consideraban influencias positivistas en el marxismo, y en
particular el concepto de la dialéctica de la naturaleza. Ver Russell, Jacoby,
“Marxismo Occidental”. En: Tom Bottomore (ed.), A Dictionary of Marxist
Thought. Oxford: Blackwell. 1983, pp. 523-26.
[v] Para
una importante defensa de Engels a este respecto, ver Stanley, John, Mainlining
Marx (New Brunswick, NJ: Transaction Publishers), pp. 1-61. En la dedicatoria
de su libro más importante, The Dialectical Biologist, Levins y Lewontin
escribieron: “A Frederick Engels, quien generalmente se equivocaba, pero
tuvo razón donde de verdad importaba.” Richard Levins y Richard Lewontin, The
Dialectical Biologist, (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1985).
[vi] Colletti,
L., Marxism and Hegel. Londres: Verso, 1973, pp. 191-93; Jacoby, “Western
Marxism”, p. 524. Ver también Merleau-Ponty, Aventuras de la dialéctica, 37;
Jean-Paul Sartre, Critique of Dialectical Reason, Vol. 1. London: Verso, 2004,
p. 32; Herbert Marcuse, Razón y revolución. Madrid: Alianza, 1972, p. 314;
Alfred Schmidt, The Concept of Nature in Marx. Londres: New Left Books, 1971,
pp. 59-61; Steven Vogel, Against Nature. Albany: State University of New York
Press, 1996, pp. 14-19.
[vii] Gramsci
sostuvo explícitamente que un rechazo completo de la dialéctica de la
naturaleza conduciría al “idealismo” o “dualismo” y a la destrucción de una
perspectiva materialista, expresándolo en una discusión sobre Historia y
consciencia de clase de Lukács. Antonio Gramsci, Selections from the Prison
Notebooks. Londres: Merlin Press. 1971, p. 448. Para una aguda crítica del
marxismo filosófico occidental por su alejamiento del materialismo y de toda
otra consideración de las condiciones naturales, ver Sebastián Timpanaro, On
Materialism. Londres: Verso. 1975.
[viii] Lukács,
Historia y consciencia de clase, ob. cit. p. 231.
[ix] Ibíd.,
p. XVIII-XIX.
[x] Lukács,
Conversations with Lukács. Cambridge, MA: MIT Press. 1974, p. 43. En el mismo
párrafo, Lukács agregó la siguiente aclaración sobre el aspecto social: “Puesto
que el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza también es un proceso
social, siempre es posible para los conceptos obtenidos de él, reaccionar sobre
la lucha de clases en la historia”.
[xi] Schmidt,
The Concept of Nature in Marx, ob. cit., pp. 78-79.
[xii] Georg
Lukács, A Defence of “History and Class Consciousness”: Tailism and the
Dialectic. Londres: Verso. 2003, pp. 96, 106, 113-14, 130-31. El Lukács tardío
reconoció, como Marx, que el materialismo más contemplativo, asociado con
Epicuro, Bacon, Feuerbach, y la ciencia moderna pudieron generar
descubrimientos genuinos en la ciencia a través de procesos de percepción
sensorial y abstracción racional, particularmente cuando eran acompañados (como
había subrayado Engels) por la experimentación. Sin embargo, en última
instancia, todo esto estaba relacionado con el desarrollo de las relaciones de
producción, que transformaron constantemente la interacción metabólica humana
con la naturaleza así como también las relaciones sociales. Ver Lukács,
Historia y consciencia de clase, op. cit., p. xix-xx, y A Defence of “History
and Class Consciousness”, pp. 130-32; John Bellamy Foster, Brett Clark, y
Richard York, The Ecological Rift. Nueva York: Monthly Review Press. 2010, pp.
229-31. Nota: mi interpretación de conjunto de la dialéctica de Lukács ha
cambiado un poco desde que se escribió el ensayo citado.
[xiii] István
Mészáros, Marx’s Theory of Alienation. Londres: Merlin Press. 1970, pp. 99-119,
162-65, 195-200, y Más allá del capital. Caracas: Vadell Hnos. 1999, pp.
194-103, 1012-1037. Mészáros usaba la “I” para indicar “industria” en lugar que
“producción” en La teoría de la alienación de Marx, cuando describe a la
estructura conceptual de Marx, para evitar confundirla con “P” por propiedad.
Pero “industria” obviamente significa “producción”.
[xiv] Marx,
Karl, El capital, 3 vv. Trad. de W. Roces. México: Siglo XXI. 1983, p. 1034.
[xv] Ver
John Bellamy Foster, Marx’s Ecology. New York: Monthly Review Press. 2000, pp.
149-54.
[xvi] Liebig,
citado en K. William Kapp, The Social Costs of Private Enterprise. New York:
Shocken Books. 1971, p. 35.
[xvii] Marx,
K.; Engels, F., Collected Works, vol. 42. Nueva York: International Publishers.
1975, p. 227.
[xviii] Foster,
Marx’s Ecology. Op. cit., pp. 155-62.
[xix] Marx,
K., El capital. vol. 1. México: Siglo XXI. 1983, pp. 611-13.
[xx] Marx,
K., El capital. op. cit. p. 879; Brett Clark and John Bellamy Foster,
“Guano, the Global Metabolic Rift and the Fertilizer Trade”. En: Alf Homborg,
Brett Clark, and Kenneth Hermele (eds.), Ecology and Power. Londres: Routledge.
2012, pp. 68-82.
[xxi] Marx,
K., El capital, vol. 3, p. 1044.
[xxii] Ver
Ryan Wishart, “The Metabolic Rift: A Selected Bibliography”, 16 de octubre de
2013, http://monthlyreview.ort/commentary/metabolic-rift;
Foster, Clark, and York, the Ecological Rift; Paul Burkett, Marxism and
Ecological Economics. Boston: Brill. 2006.
[xxiii] Moore,
“Transcending the Metabolic Rift”, 1-2, 8, 11.
[xxiv] Stoner,
“Sociobiophysicality and the Necessity of Critical Theory”, 7. Debemos señalar
que Stoner dirige sus críticas sobre la fractura metabólica por su
“no-reflexividad”, al autor de este artículo, en lugar de criticar directamente
a Marx. Y se basa en este argumento: “Debemos ser cuidadosos al atribuir
la teoría de la fractura metabólica a Marx, pues él no uso esta terminología, y
no pretendía desarrollar una teoría basada en dicha terminología.” Sin embargo,
Stoner no da ninguna explicación (salvo una capciosa referencia a Adorno) sobre
por qué piensa que realmente no existen, o que le han sido atribuidas
falsamente, todas las afirmaciones de Marx sobre el metabolismo de la
naturaleza y la sociedad y la fractura en el metabolismo socio-ecológico (desde
los Grundrisse en 1857-1858 hasta las Notas sobre Adolph Wagner en 1879-1880).
[xxv] Schneider
and McMichael, “Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift,” op. cit., pp.
478-82. Estos autores argumentan que la fractura en el metabolismo entre la
naturaleza y la sociedad genera una “fractura epistémica” en la que se
separan en el pensamiento a la naturaleza y la sociedad, creando diversos
dualismos que se alejan de una perspectiva dialéctica. Curiosamente, convierten
este análisis en una crítica parcial de la misma teoría de Marx. En su análisis
del valor, sugieren, Marx continuamente “se arriesga a representar
unilateralmente la relación entre sociedad y naturaleza”, cayendo a veces él
mismo presa de ese dualismo metodológico, pues “la abstracción del valor
y de la naturaleza resta importancia a las relaciones ecológicas en la teoría
del capital”. Los autores no reconocen aquí que Marx al tratar las relaciones
de valor estaba realizando la crítica de la estructura del valor del capital en
sí. En su concepción, el capital no basa sus abstracciones del valor en
relaciones ecológicas, y esto es inherente en su carácter de un modo de
producción alienado. Marx lo explica distinguiendo claramente al valor,
bajo el capitalismo, de la riqueza, pues esta última, en contraposición al
primero,tenía su fuente en el trabajo y la tierra. Ver Marx, K., Crítica del
programa de Gotha. Buenos Aires: Anteo. 1973, p. 22.
[xxvi] Marx,
K.; Engels, F., Collected Works, vol. 30, pp. 54-66.
[xxvii] Por
supuesto, se necesita integrar ese análisis con la crítica basada en la teoría
del valor de Marx. Esto lo ha logrado, entendemos, Paul Burkett, en su libro
Marx and Nature (Nueva York: St. Martin’s Press, 1999).
[xxviii] La
sociedad, dado que es producida materialmente, también es objetiva –una
manifestación histórica del metabolismo entre la naturaleza y la humanidad. Ver
Lukács, A defence of “History and Class Consciousness”. Op. cit. pp. 100-1,
115.
[xxix] Sobre
el rol del “aislamiento” como la clave para la abstracción en un enfoque
dialéctico de la ciencia y el conocimiento, ver Hyman Levy, The Universe of
Science. Nueva York: Century Company. 1933, pp. 31-81, y A Philosophy for a
Modern Man. Nueva York: Alfred A. Knopf. 1938, pp. 30-36; Bertell Ollman, Dialectical
Investigations. Nueva York: Routledge. 1993, pp. 24-27; Paul Paolucci,
Marx’s Scientific Dialectics. Chicago: Haymarket Books. 2007, pp. 118-23,
136-42; y Richard Lewontin y Richard Levins, Biology Under the Influence. Nueva
York: Monthly Review Press. 2007, pp. 149-66.
[xxx] Ver
István Mészáros, Lukács’ Concept of Dialectic. Londres: Merlin Press. 1972, pp.
61-91.
[xxxi] David
Harvey, “History versus Theory: A Commentary on Marx’s Method in Capital”.
En: Historical Materialism 20, Nro. 2 (2012): pp. 12-14, 36.
[xxxii]Marx,
K.; Engels, F., MEGA IV, 26. Berlín: Akademie Verlag. 2011, pp. 214-19. Ver
también Joseph Beete Jukes, The Student’s Manual of Geology. Edinburgo: Adam
and Charles Black. 1872, pp. 476-512; James Hansen, Storms of My Grandchildren.
New York: Bloomsbury. 2009, pp. 146-47.
[xxxiii] Michael
Hulme, “On the Origin of ‘The Greenhouse Effect’: John Tyndall’s 1859
Interrogation of Nature”, Weather 64, Nro. 5 (mayo 2009), pp. 121-23; Daniel
Yergin, The Quest. Nueva York: Penguin. 2011, pp. 425-28; Friedrich Lessner,
“Before 1848 and After”. En: Institute for Marxism-Leninism (ed.),
Reminiscences of Marx and Engels. Moscú: Foreign Languages Publishing House, n.
d.), p. 161; Y. M. Uranovsky, “Marxism and Natural Science”. En: Nicolai
Bujarin et al, Marxism and Modern Thought. Nueva York: Harcourt, Brace and Co.
1935, p. 140; Spencer R. Weart, The Discovery of Global Warming. Cambridge, MA:
Harvard University Press. 2003, pp. 3-4; W. O. Henderson, The Life of Friedrich
Engels, Tomo I. Londres: Frank Cass. 1976, p. 262.
[xxxiv] Es
interesante señalar al respecto que el amigo de Marx, Lankester, iría a emerger
como el crítico del siglo XX más virulento de la catastrófica destrucción
humana de las especies, por todo el mundo, particularmente en su ensayo
“The Effacement of Nature by Man”. Ver E. Ray Lankester, Science From an Easy
Chair (Nueva York: Henry Holt, 1913), 373-79.
[xxxv] Schneider
and McMichael, “Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift”, 481-82. Otros
han sido aún más críticos, afirmando que el análisis de Marx no puede ser
considerado ecológico, porque él no usó la palabra “ecología” (acuñada por
Haeckel en 1866 pero no era usada en general durante la vida de Marx y de
Engels; de acuerdo al Oxford English Dictionary, la primera referencia al
término en inglés, aparte de las traducciones de la obra de Haeckel, fue en
1893), y debido a que él (Marx) no pudo haber conocido “el desarrollo de las
ciencias químicas, que produjeron PCB, CFC, y DDT.” De Kadt and Engel Di-Mauro,
“Failed Promise”, 52-54.
[xxxvi] Las
nociones del sistema tierra sobre los ciclos bio-geo-químicos y de la biosfera
tuvieron sus orígenes en la obra de los científicos soviéticos V. I. Vernadsky
en la década de 1920 y reflejaron el extraordinario desarrollo de la ecología
dialéctica en la URSS en el período previo a las purgas, dirigidas contra los
ecologistas, en particular en la década de 1930. Ver Foster, Marx’s Ecology,
240-44.
[xxxvii] Ver
“Aecology”. En: Oxford English Dictionary, T. 2. Oxford: Oxford University
Press. 1971, 1975; “Ecology”. En: Oxford English Dictionary Online; Ernst
Haeckel, The History of Creation, T. 2, traducido, supervisado y revisado por
E. Ray Lankester. Nueva York: D. Appleton and Co., 1880, pp. 287-387; Arthur G.
Tansley, “The Use and Abuse of Vegetational Concepts Terms” En: Ecology 16
(1935), pp. 284-307; Foster, Clark and York, The Ecological Rift, pp. 324-34;
Peter Ayres, Shaping Ecology: The Life of Arthur Tansley. Oxford: John
Wiley and Sons. 2012, pp. 42-44.
[xxxviii] Eugene
P. Odum, “The Strategy of Ecosystem Development”. En: Science 164 (1969): pp.
262-70; Frank Benjamin Golley, A History of the Ecosystem Concept in Ecology.
New Haven: Yale University Press. 1993, p. 70; Howard T. Odum and David
Scienceman, “An Energy Systems View of Marx’s concepts of Production and Labor
Value” En: Emergy Synthesis 3: Theory and Applications of the Emergy
Methodology, Proceedings from the Third Biennial Emergy Conference.
Gainesville: Florida, enero 2004. Gainesville, FL: Center for environmental
Policy. 2005, pp. 17-43; Howard T. Odum, Environment, Power, and Society. Nueva
York: Columbia University. 2007, pp. 303, 276; John Bellamy Foster and Hannah
Holleman, “A Theory of Unequal Ecological Exchange: A Marx-Odum Dialectic”, de
próxima aparición, Journal of Peasant Studies (2004).
[xxxix] Debemos
esta descripción del punto de vista de la moderna ciencia de la tierra y los
efectos del cambio del metabolismo humano sobre el ciclo de los nutrientes a
Fred Magdoff. Ver Fred Magdoff y Harold Van Es, Better Soils for Better Crops.
Waldford, MD: Sustainable Agricultural Research and Education Program, 2009.
[xl] Engels,
F., On Marx’s Capital. Moscú: Progress Publishers. 1956, p. 95.
[xli] Engels,
F., The Housing Question (Moscú: Progress Publishers. 1975, p. 92.
[xlii] Para
una razonada explicación de la controversia Lysenko, ver Levins y
Lewontin, The Dialectical Biologist, pp. 163-96.
[xliii] Ver
John Bellamy Foster, “Marx’s Ecology and its Historical Significance”. En:
Michael R. Redclift and Graham Woodgate (eds.), International Handbook of Environmental
Sociology, 2nda. ed. Northamption, MA: Edward Elgar. 2010, pp. 106-20.
[xliv] Ver
Barry Commoner, The Poverty of Power. Nueva York: Bantam. 1976, pp. 236-44;
Levins and Lewontin, The Dialectical Biologist, y Biology Under the
Influence; Richard York and Brett Clark, The Science and Humanism of
Stephen Jay Gould. Nueva York: Monthly Review Press. 2011.
[xlv] Cabe
señalar que en su artículo de 1932, “The Method and Function of an Analytic
Social Psychology”, que jugó un papel formativo tan crucial en el
desarrollo de la Escuela de Frankfurt, Fromm hizo hincapié en la necesidad de
tratar con la dialéctica naturaleza-sociedad y apuntaba a la importancia del
libro de Nicolai Bujarin, El materialismo histórico, diciendo que el mismo
“subraya con claridad al factor natural”. Fromm sólo pudo haberse referido a la
utilización por Bujarin en este libro del concepto del metabolismo en Marx.
(Fromm, E., The Crisis of Psychoanalysis. Greenwich, CT: Fawcett Publications.
1970, pp. 153-54). Sin embargo, la Escuela de Frankfurt no siguió este camino,
que habría exigido una reconsideración radical del todo, una cuestión difícil
de la dialéctica de la naturaleza. En consecuencia, pensadores como Fromm,
Horkheimer, Adorno, y Marcuse iban posteriormente a hacer diversas
observaciones amplias, críticas y filosóficas sobre la dominación de la
naturaleza, que demasiado a menudo carecían de puntos de referencias
substantivos y materialistas con respecto al análisis del ecosistema, la
ciencia ecológica, y las mismas crisis ecológicas. Aunque el aparato crítico
que podían emplear les permitía percibir el conflicto general entre la sociedad
capitalista y el medio ambiente, la separación que había sucedido entre el
marxismo occidental y la ciencia natural impidió un desarrollo ulterior en un
terreno que exigía un naturalismo/realismo crítico o dialéctico y el
reconocimiento de la propia dinámica de la naturaleza. Sobre este problema
general, ver Roy Bhaskhar, The Possibility of Naturalism. Atlantic Highlands,
NJ: Humanities Press, pp. 1979.Sobre el limitado reconocimiento por Adorno de
la importancia del concepto del metabolismo social en Marx ver Deborah Cook,
Adorno on Nature. Durham, UK: Acumen. 2011, pp. 24-26, 103-4.
[xlvi] Marina
Fischer-Kowalski, “Society’s Metabolism”. En: Michael Redclift and Graham
Woodgate, (eds.), International Handbook of Environmental Sociology.
Northampton, MA: Edward Elgar. 1997, pp. 122.
[xlvii] Helmut
Haberl, Marina Fischer-Kowalski, Fridolin Krausmann, Joan Martinez-Alier, and
Verena Winiwarter, “A Socio-Metabolic Transition Towards Sustainability?:
Challenges for Another Great Transformation”. En: Sustainable Development 19
(2011), pp. 1-14. Los autores de este artículo evitan atribuir el origen del
concepto de “metabolismo social” a Marx, y prefieren citar a R. U. Ayres y U.
E. Simonis como el primer ejemplo del uso del concepto debido a que estos dos
autores utilizaron de la categoría de “metabolismo industrial” en un libro
editado en 1994. No obstante, Fischer-Kowalski y Martínez-Alier habían dicho
claramente en sus anteriores textos que el concepto del “metabolismo social”
tuvo su origen en Marx. Esta omisión puede deberse a que en este artículo se
trata de no cuestionar también al capitalismo, y simplemente remontar el
problema ecológico contemporáneo a la “sociedad industrial”, contradiciendo así
en ese aspecto a obras anteriores, escritas al menos por algunos de estos
mismos autores.
[xlviii] Wishart,
“Metabolic Rift: A Selected Bibliography”. Op.cit.
[xlix] Johan
Rockström, et al., “A Safe Operating Space for Humanity”. En: Nature 461 (24 de
septiembre de 2009): 472-75; Foster, Clark, ands York, The Ecological Rift, op.
cit., pp. 13-18.
[l] “NASA
Satellite Measures Earth´s Carbon Metabolism,” 22 de abril, 2003, NASA Earth
Observatory, http://earthobservatory.nasa.gov.
[li] J.
G. Canadell, et al., “Carbon Metabolism of the Terrestrial Biosphere”. En:
Ecosystems (2000) 3, pp. 115-30.
[lii] James
Hansen, “An Old Story But Useful Lessons,” 26 de septiembre de 2013, http://columbia .edu/-jeh1/.
[liii] Marx,
K., El capital, vol. 1, pp. 638.
[liv] “El
verdadero trabajo”, escribió Marx, “es actividad determinada, dirigida a la
creación de un valor de uso, a la apropiación de material natural de una manera
que corresponde a necesidades particulares.” Marx and Engels, Collected Works,
vol. 30, pp. 55. Obviamente, cuanto más alienado es el proceso de trabajo y de
este modo enajenado de esas condiciones naturales y sociales esenciales, más
toma una forma artificial, e irreal.
[lv] Esto
no significa decir que Marx ignoraba completamente el problema de los valores
de uso específicamente capitalistas y el trabajo despilfarrado asociado con los
mismos. Sobre esto ver John Bellamy Foster, “James Hansen and the Climate
Change Exit Strategy”. En: Monthly Review 64, no. 9 (febrero 2013), p. 14.
[lvi] Sobre
el papel de los valores de uso específicamente capitalistas en la fase que
atraviesa hoy el capital monopolista financiero, ver John Bellamy Foster, “The
Epochal Crisis”. En: Monthly Review 65, no. 5 (octubre 2013), pp. 1-12.
[lvii] Ver
William Morris, William Morris: Artist, Writer, Socialist, vol. 2. Cambridge:
Cambridge University Press. 1936, pp. 469-82, y Collected Works, vol. 23. Nueva
York: Longham Green. 1915, pp. 98-120, 238-54. La posición de Morris aquí
estaba estrechamente relacionada con el tono ecológico general de su
socialismo, evidente en su novela utópica de 1890, News From Nowhere. Ver
también Harry Magdoff, “The Meaning of Work,” Monthly Review 34, No. 5 (octubre
1982), pp. 1-15.
[lviii] Morris,
William Morris: Artist, Writer, Socialist. Op. cit., p.479.
[lix] Thorstein
Veblen, Absentee Ownership and Business Enterprise in Recent Times. Nueva York:
Augustus M. Kelley. 1923; Paul A. Baran and Paul M. Sweezy, El capital
monopolista. Buenos Aires: Siglo XXI. 1969, y “The Last Letters”, Monthly
Review 64, No. 3 (Julio-Agosto 2012), pp. 68, 73.
[lx] John
Bellamy Foster, Hannah Holleman, and Robert W. McChesney, “The U. S. Imperial Triangle
and Military Spending”. En: Monthly Review 60, no. 5 (octubre 2008), p.
10; “U. S. Marketing Spending Exceeded $ 1 Trillion in 2005”. En: Metrics 2.0,
26 de enero de 2006, http://metrics2.com;
U. S. Bureau of Economic Analysis, national Income and Product Accounts,
“Government Consumption Expenditures and Investment by Function”, Table 3.15.5, http://bea.gov; “U. S. Remains World’s Largest Luxury Goods
Market in 2012”, Modern Wearing, 22 de octubre de 2012, http://modernwearing.com; “Groundbreaking Study
Finds U. S. Security Industry to be $ 350 Billion Industry”, ASIS Online, 12 de
Agosto de 2013, http://asisonline.org.
[lxi] Sobre
esto, ver Foster, “James Hansen and the Climate-Change Exit Strategy”. Op.
cit., pp. 16-18, y “The Epochal Crisis”. Op. cit., pp. 9-10.
Traducción de Francisco T. Sobrino.
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