DANIEL TANURO
Lunes 10 de febrero de 2014
El reputado científico estadounidense James Hansen se
ha convertido a la energía nuclear. Junto con otros tres especialistas
conocidos en materia de calentamiento global, el antiguo climatólogo jefe de la
NASA ha firmado una carta abierta dirigida “A las personas que influyen en la
política medioambiental pero se oponen a la energía nuclear”. El texto lo
publicó íntegramente el New York Times en noviembre de 2013/1,
y dice en particular lo siguiente: “ Las renovables como el viento y la
solar y la biomasa desempeñarán sin duda un papel en una futura economía de la
energía, pero esas fuentes energéticas no pueden desarrollarse con la rapidez
suficiente para suministrar una electricidad barata y fiable a la escala
requerida por la economía global. Aunque teóricamente fuera posible estabilizar
el clima sin energía nuclear, en el mundo real no hay ninguna vía creíble hacia
una estabilización del clima que no comporte un papel sustancial para la
energía nuclear. (…) No habrá solución tecnológica milagrosa, pero ha llegado
la hora de que aquellos y aquellas que se toman en serio la amenaza climática
se pronuncien a favor del desarrollo y el despliegue de instalaciones de
energía nuclear más seguras (…). Con el planeta que se calienta y las emisiones
de dióxido de carbono que aumentan más rápidamente que nunca, no podemos
permitirnos dar la espalda a cualquier tecnología que tenga el potencial de
suprimir gran parte de nuestras emisiones de carbono. Han cambiado muchas cosas
desde la década de 1970. Ha llegado la hora de plantear un enfoque nuevo de la
energía nuclear en el siglo XXI. ” (…)
Hansen, Lovelock, Monbiot…
Este texto es típico de las “alternativas infernales”
a que se enfrenta uno cuando se mantiene dentro del marco capitalista. No cabe
dudar de las motivaciones de James Hansen y de sus colegas: su inquietud ante
el grave peligro de cambio climático no es fingida y se basa en un conocimiento
científico profundo. Hansen, en particular, es conocido por haber hecho sonar
la alarma ya en 1988 ante una comisión del Congreso de EE UU. Desde entonces
viene repitiendo que hay que llevar a los tribunales a los patronos del sector
de la energía fósil por “crímenes contra la humanidad y contra el medio
ambiente”. El pasado mes de abril, Hansen incluso dejó su cargo en la NASA para
dedicarse enteramente a la militancia climática. Por tanto, no es casualidad
que la “carta abierta” esté dirigida especialmente a los defensores del medio
ambiente…
No es la primera vez que investigadores científicos
comprometidos cambian de opinión con respecto a la energía nuclear,
argumentando que el átomo es un “mal menor” ante las catástrofes que traerá
consigo el calentamiento planetario. Otro antiguo colaborador de la NASA, James
Lovelock, el padre de la “hipótesis Gaia”, hizo lo mismo hace algunos años. Un
caso un poco diferente, pero significativo, es el de George Monbiot. Este era
más militante que investigador, pero sus crónicas en The Guardian eran
conocidas por su rigor científico, y su conversión al átomo armó mucho ruido.
Sería pedante tratar con desprecio estas tomas de postura a favor de la energía
nuclear, pues habría que ver en ellas una invitación a no eludir el hecho de
que la transición energética hacia un sistema “100 % renovables” constituye
efectivamente un propósito que encierra dificultades inusitadas, casi siempre
subestimadas incluso en publicaciones serias y de calidad.
El desafío de la transición
Algunas semanas antes de la cumbre de Copenhague sobre
el clima, en 2009, dos científicos estadounidenses publicaron en Scientific
American un artículo en que afirman que la economía mundial podría
abandonar los combustibles fósiles en 20 o 30 años. Para ello, “bastaría”
producir 3,8 millones de aerogeneradores de 5 megawatios, construir 89.000
centrales solares fotovoltaicas y termodinámicas, equipar los tejados de los
edificios con paneles fotovoltaicos y disponer de 900 centrales hidroeléctricas/2…
El problema de las proyecciones de este tipo es que cuando pretenden resolver
el problema de la transición, en realidad lo escamotean. La cuestión, en
efecto, no estriba en imaginar en abstracto un sistema energético “100 %
renovables” (que evidentemente es posible), sino en trazar el camino concreto
para pasar del sistema actual, basado en más del 80 % en las energías fósiles,
a un sistema basado exclusivamente en el viento, el sol, la biomasa, etc.
Si se tienen en cuenta dos imperativos: en primer
lugar, que las emisiones deben reducirse entre un 50 y un 85 % de aquí a 2050
(del 80 al 95 % en los países “desarrollados”) y, en segundo lugar, que esta
reducción debe comenzar a más tardar en… 2015, y para que el plan de transición
no sea pura ficción, los autores del artículo del Scientific American tendrían
que haber contestado a la siguiente pregunta: ¿cómo producir 3,8 millones de aerogeneradores,
construir 89.000 centrales solares, fabricar paneles fotovoltaicos para equipar
los tejados de las casas y edificar 900 presas sin dejar de respetar los dos
imperativos citado, cuando el sistema energético depende en un 80 % de los
combustibles fósiles cuya combustión comporta inevitablemente la emisión de
dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero?/3
Producir menos
Esta pregunta no tiene 36 respuestas posibles, sino
una sola: es preciso que el aumento de las emisiones que se deriven de las
inversiones suplementarias requeridas para llevar a cabo la transición
energética se compense (con creces) mediante una reducción suplementaria de las
emisiones en otros sectores de la economía. Es cierto que una parte sustancial
de este objetivo puede y debe alcanzarse a base de medidas de eficiencia
energética. Sin embargo, esto no permite obviar el problema, ya que en la
mayoría de los casos un aumento de la eficiencia también requiere inversiones,
y por tanto necesita energía que es fósil en un 80 %, y por tanto será fuente
de emisiones suplementarias que deberán compensarse entonces mediante otras
reducciones, y así sucesivamente.
Cuando se examinan las proyecciones de sistemas con un
100 % de renovables, se constata que el error consistente en saltar por encima
del problema concreto está muy extendido. Para mejorar la eficiencia del
sistema energético, el informe Energy Revolution de
Greenpeace, por ejemplo, prevé, entre otras cosas, transformar 300 millones de
viviendas en casas pasivas en los países de la OCDE. Los autores calculan la
reducción de emisiones correspondiente… pero no tienen en cuenta el aumento de
las emisiones causado por la producción de los materiales aislantes, las
ventanas de doble vidrio, los paneles solares, etc. En otras palabras, su
porcentaje de reducción es bruto, no neto/4. Se mire por donde se mire
el problema, siempre se llega a la misma conclusión: para respetar los
imperativos de la estabilización del clima, las enormes inversiones de la
transición energética deberán venir de la mano de una reducción de la demanda
final de energía, sobre todo al comienzo, y por lo menos en los países
“desarrollados”. ¿Qué reducción? Las Naciones Unidas avanzan la cifra del 50 %
en Europa y del 75 % en EE UU/5. Es un porcentaje enorme y ahí es donde
duele, pues una disminución del consumo de semejante magnitud no parece
realizable sin reducir sensiblemente, y durante un periodo prolongado, la
producción y el transporte de mercancías… es decir, sin cierto “decrecimiento”
(en términos físicos, no en puntos del PIB).
Antagonismo
Ni que decir tiene que este decrecimiento físico es
antagónico con la acumulación capitalista que, por mucho que se mida en
términos de valor, es difícilmente concebible sin cierto incremento
cuantitativo de materiales transformados y transportados. La “disociación”
entre aumento del PIB y flujo de materiales, en efecto, solo puede ser
relativa, lo que significa que en este punto se manifiesta de nuevo la
incompatibilidad fundamental entre el productivismo capitalista y los límites
del planeta/6. Es esta incompatibilidad cada vez más evidente la que
tratan de eludir James Hansen, James Lovelock, George Monbiot y otros en nombre
de la urgencia cuando reclaman el rescate de la energía nuclear. Es lamentable
e indigno de su rigor científico que lo hagan banalizando los riesgos y sobre
todo afirmando gratuitamente que las tecnologías “del siglo XXI” (¿cuáles?)
permitirán garantizar una energía nuclear segura y el reciclaje de los residuos
que genere.
“En el mundo real [capitalista] no
hay ninguna vía creíble hacia una estabilización del clima que no otorgue un
peso sustancial a la energía nuclear”, dice la carta abierta de Hansen y
demás firmantes. Esta afirmación es completamente falsa: para triplicar el peso
de la energía nuclear en el consumo eléctrico de aquí a 2050 (con lo que
llegaría a representar tan solo un poco más del ¡6 %!) habría que construir
casi una central por semana en todo el mundo durante 40 años. Aparte de los
peligros demostrados en el caso de Fukushima, nos encontraríamos entonces con
un sistema eléctrico híbrido, ya que obedecería a dos lógicas opuestas:
centralización y despilfarro con el átomo, descentralización y eficiencia con
las renovables. No es una “vía creíble” la que proponen Hansen y sus colegas,
sino una imposibilidad técnica. No conduciría más que a un callejón sin salida
fatal, pues combinaría calentamiento y radiaciones.
Geoingeniería
La misma negativa a oponerse al capitalismo se traduce
en el caso de otros científicos en la resignación ante los proyectos de
geoingeniería. Esta incluso se menciona en los informes del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC): el resumen
del primer tomo del 5º informe señala que “se han propuesto métodos con
vistas a alterar deliberadamente el clima terrestre para frenar el cambio
climático, la llamada geoingeniería”. Los autores señalan que estos métodos
“pueden tener efectos colaterales y consecuencias a largo plazo a escala
mundial”. A primera vista, esta prudencia parece razonable. Sin embargo, aunque
prudente, la mención de la geoingeniería por el GIECC es sumamente inquietante.
Significa que ciertas recetas de aprendiz de brujo empiezan a considerarse
eventualmente factibles.
Por cierto que entre bastidores se multiplican las
investigaciones y experiencias, en ocasiones incluso de forma ilegal. Bill
Gates y otros inversores consagran millones de dólares a esta cuestión. Su
razonamiento es muy simple: conscientes de que un capitalismo sin crecimiento
es un oxímoron, concluyen que no se alcanzarán los objetivos de reducción de
las emisiones de gases de efecto invernadero, y puesto que la urgencia
climática impone hacer algo, sea lo que sea, sonará la hora de la geoingeniería
y se abrirá un mercado inmenso. Científicos poco escrupulosos, financieros,
petroleros, hombres de negocios de todo pelaje, todos se frotan las manos sin
pensar en las consecuencias… a menos que las consecuencias formen parte del
plan. No soy forofo de las teorías del complot, pero si pensamos en el día en
que algunas grandes empresas que posean las patentes respectivas controlen la
red de espejos espaciales gigantes sin la cual la temperatura de la Tierra
subiría de golpe 6 °C, no cabe duda que su poder político sería inmenso, y que
resultaría más difícil que nunca arrebatárselo. La misma lógica del capital le
lleva a soñar con un termostato terrestre cuyo control absoluto le permitiría
cobrar su diezmo a la población del planeta.
La única vía creíble
Hay que partir de lo que ha dicho en propio James
Hansen en numerosas ocasiones: el principal obstáculo para salvar el clima son
las grandes empresas que se benefician del sistema energético fósil. Se trata
de un obstáculo colosal. Este sistema cuenta con miles de minas de carbón y
centrales térmicas de carbón, más de 50.000 campos petrolíferos, 800.000 km de
gasoductos y oleoductos, miles de refinerías, 300.000 km de líneas de alta
tensión… Su valor se cifra entre 15.000 y 20.000 billones de dólares (casi un
cuarto del PIB mundial). Ahora bien, todos esos equipamientos, financiados a
crédito y concebidos para durar 30 o 40 años, deberían desguazarse y ser
sustituidos en los 40 años subsiguientes, en la mayoría de los casos antes de
estar amortizados. Y eso no es todo: las compañías de energías fósiles deberían
renunciar además a explotar los cuatro quintos de reservas demostradas de
carbón, petróleo y gas natural que figuran en el activo de sus balances…
La única “vía creíble” hacia una estabilización del
clima es la que pasa por la expropiación de las compañías de energías fósiles y
de las finanzas: los “criminales climáticos” justamente denunciados por Hansen.
Transformar la energía y el crédito en bienes comunes es la condición necesaria
para la elaboración de un plan democrático con vistas a producir menos, para
cubrir las necesidades, de forma descentralizada y compartiendo más. Este plan
debería comportar especialmente la supresión de las patentes en el ámbito de la
energía, la lucha contra la obsolescencia programada de los productos, el fin
de la primacía del automóvil, una extensión del sector público (particularmente
para el aislamiento de los edificios), la reabsorción del paro mediante una
reducción generalizada y drástica de la jornada laboral (sin merma del
salario), la supresión de las producciones inútiles y nocivas como las armas
(con recolocación de los trabajadores), la localización de la producción y la
sustitución de la agroindustria globalizada por una agricultura campesina de
proximidad. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero lo primero que hay que hacer
es decirlo. E impulsar las movilizaciones sociales masivas indispensables para
hacer de esta utopía una utopía concreta.
15/1/2014
Traducción: VIENTO SUR
Notas:
1/ http://dotearth.blogs.nytimes.com/2... influencing-environmental-policy-but-opposed-to-nuclear-power/
2/ “A plan to power 100% of the Planet with
renewables”, Mark Z. Jacobson and Mark A. Delucchi, Scientific American,
26 de octubre de 2009 | 188.
3/ Aquí no nos pronunciamos sobre la pertinencia del
plan en cuestión en sus distintos aspectos. Además, esta enumeración de las
inversiones necesarias es incompleta. Como señalan los autores, además de los
millones de aerogeneradores, etc. se trata de concebir un nuevo sistema de
transmisión sustituyendo unos 300.000 km de líneas eléctricas de alta tensión
por una red “inteligente” adaptada a la intermitencia de las energías
renovables.
4/ Energy Revolution, A Sustainable World
Energy Outlook. Greenpeace, GWEC, EREC, 2012.
5/ Naciones Unidas, Estudio Económico y Social
Mundial 2011.
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