Revista OSAL
La historia de la humanidad es la historia del dominio del hombre sobre
la naturaleza. Durante siglos, la relación de las sociedades con el medio
ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la explotación de recursos. Bajo
el orden capitalista, los efectos de este tipo de relación, ampliamente
respaldada por las ideas de progreso y desarrollo económico,
están adquiriendo características preocupantes (contaminación, escasez
de recursos, cambio climático) que apuntan hacia una terrible catástrofe
ambiental. En este artículo, Alberto Acosta y Decio Machado, dan cuenta de la
separación entre el hombre y la naturaleza a lo largo de la historia, así como
de las posibilidades de reencuentro entre ambos, a partir del surgimiento del
pensamiento ambientalista y de iniciativas orientadas hacia una nueva relación
con el medio natural. De esta manera, los autores describen las circunstancias
que marcaron el nacimiento de la ecología política y de la crítica al modelo
desarrollista, e indagan cuáles son las implicaciones actuales de los distintos
tipos de ambientalismo en América Latina.
“Cuando los ricos talaron sus bosques, construyeron fábricas que vomitan veneno
y recorrieron el mundo en una búsqueda insaciable de recursos baratos, los
pobres no dijeron nada. En realidad pagaron el desarrollo de los ricos. Ahora
los ricos reclaman tener derecho a regular el desarrollo de los países pobres…
Como colonias fuimos explotados. Ahora, como países independientes debemos ser
igualmente explotados” ( Mohamad Mahathir - Discurso ante la
Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Río de
Janeiro, Junio 13, 1992) La Naturaleza tironeada entre la amenaza y la
preocupación En la medida que el ser humano
encontró formas sedentarias de organización social, su deseo y su necesidad por
intervenir conscientemente en los espacios naturales fue creciendo. Con el
surgimiento de la agricultura, la vegetación silvestre comenzó a ser
domesticada. Con este paso civilizatorio importante se amplió el número de
habitantes del planeta y paulatinamente comenzaron a incrementarse las
presiones sobre la Naturaleza.
El ser humano mantenía una estrecha relación de temor y utilidad con la
Naturaleza. El miedo a los impredecibles elementos de la Naturaleza estaba
siempre presente en la vida cotidiana. Hasta que la ancestral y difícil lucha
por sobrevivir se fue transformando en un desesperado esfuerzo por dominar la
Naturaleza. Paulatinamente el ser humano, con sus formas de organización social
antropocéntricas, se puso figurativamente hablando, por fuera de
la Naturaleza. Se llegó a definir la Naturaleza sin considerar a la humanidad
como parte integral de la misma. Y con esto quedó expedita la vía para
dominarla y manipularla.
Sir Francis Bacon (1561 - 1626), célebre filósofo renacentista, plasmó esta
ansiedad en un mandato, cuyas consecuencias vivimos en la actualidad, al
reclamar que “la ciencia torture a la Naturaleza, como lo hacía el Santo Oficio
de la Inquisición con sus reos, para conseguir develar el último de sus
secretos…” (1). No fue solo Bacon. René Descartes (1596-1650), uno de los
pilares del racionalismo europeo, consideraba que el universo es una gran
máquina sometida a leyes. Todo quedaba reducido a materia (extensión) y
movimiento. Con esta metáfora, él hacía referencias a Dios como el gran
relojero del mundo, encargado no sólo de “construir” el universo, sino de
mantenerlo en funcionamiento. Y al analizar el método de la incipiente ciencia
moderna, decía que el ser humano debe convertirse en dueño y poseedor de la
Naturaleza. De esta fuente cartesiana se han nutrido otros filósofos notables
que han influido en el desarrollo de las ciencias, tecnología y técnicas.
Por cierto que esta visión de dominación tiene también profundas raíces
judeocristianas. Recordemos aquel pasaje del Génesis en que se establece este
mandato: “creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Génesis
1.26).Pero también la Biblia en varios otros pasajes establece relatos que
conminan a los humanos a ser responsables con la Naturaleza.
A partir de 1492, cuando España invadió nuestra Abya Yala (América)
con una estrategia de dominación para la explotación, Europa impuso su
imaginario para legitimar la superioridad del europeo, el “civilizado”, y la
inferioridad del otro, el “primitivo”. En este punto emergieron la colonialidad
del poder, la colonialidad del saber y colonialidad del ser. Dichas
colonialidades, vigentes hasta nuestros días, no son solo un recuerdo del
pasado. Explican la actual organización del mundo en su conjunto, en tanto
punto fundamental en la agenda de la Modernidad. Ya a finales del siglo XIX, el
pensador, político y periodista cubano José Martí, indicaba que la
independencia política de “nuestra América mestiza” no conllevó la liquidación
de la dependencia colonial ni en términos económicos ni culturales. Citándole
textualmente: “la colonia continuó viviendo en la república”.
Para cristalizar este proceso expansivo, Europa consolidó aquella visión que
puso al ser humano figurativamente hablando por fuera de la Naturaleza. Se
definió la Naturaleza sin considerar a la Humanidad como parte integral de la
misma. Con esto quedó expedita la vía para dominarla y manipularla. Se sentaron
las bases para la división del trabajo capitalista: unos países se
especializaron en producir manufacturas y a otros se los especializó en
producir materias primeras, sobre todo recursos naturales; los primeros
importan Naturaleza para procesarla, los segundos la exportan. Así surgió el
extractivismo que convirtió a Nuestra América en suministradora de recursos
primarios para atender las demandas del capital, no era casualidad que
Cristóbal Colón en su diario de viaje al continente mencionara 175 veces la
palabra “oro”.
Por cierto se han registrado desde tiempo inmemoriales acciones de protección
de la Naturaleza, inclusive en aquellas sociedades que se colocaron al margen
de ella. El cuidado de la Naturaleza tiene mucha historia. No solo la
destrucción de la misma. Sobran los registros sobre reservas naturales
protegidas por diversos motivos. Pausanias historiador griego del siglo II, nos
cuenta sobre la existencia de un bosque sagrado junto al templo de Apolo en
Atenas. No faltaron procesos de conservación inspirados por los privilegiados;
más de un monarca en Europa protegió sus territorios de caza y pesca,
trasladando este concepto también a sus colonias. En muchos lugares,
terratenientes marginaban para su uso exclusivo bosques y amplias áreas
silvestres.
A finales del siglo XIX se desarrollan concepciones románticas sobre la
Naturaleza, y es fácil encontrar literatura de viajeros al continente americano
haciendo referencia a la sensualidad de sus paisajes e impulsando a protegerlos
en razón estricta de su belleza. El parque nacional Yellowstone, creado en
1872, es considerado como el primero en su género. Jurídicamente quizás sea
así. La realidad, empero, contradice esa afirmación. A lo largo de la historia
de la humanidad, una y otra vez, en distintas regiones, diversas comunidades de
seres humanos establecieron reservas naturales e inclusive espacios sagrados, y
defendieron la Naturaleza. Pero será más adelante cuando esta preocupación
cobre fuerza social.
En ese contexto, los orígenes del ambientalismo, en tanto movimiento social, se
remontan a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, teniendo sus raíces
en la crítica naturalista (2) como respuesta a las agresiones
producidas sobre el paisaje por el industrialismo y manifestándose en el marco
de un proteccionismo aristocrático, que se expresó en asociaciones naturistas y
conservacionistas.
Siglo XX: auge del capitalismo, mayor depredación de recursos y deterioro
ambiental
Con la llegada de la fase inicial de la revolución industrial, a través del
carbón y de la máquina de vapor, se provocaron efectos ambientales negativos
aunque limitados al ámbito local sobre una población planetaria siete veces
menor a la actual (3). Las transformaciones del capitalismo en sus ondas largas
(determinadas inicialmente por el economista ruso Nikolai Kondratieff), en el
ciclo que el economista belga Ernest Mandel definiría como “largo período de la
segunda revolución tecnológica” (1894-1940) , forzaron aún más la explotación
de la Naturaleza. Su creciente mercantilización fue la tónica dominante. Así,
el paso a la producción y consumo en masa fundamentados sobre el
taylorismo-fordismo y la generalización de los motores de combustión (uso
especialmente de recursos fósiles como el carbón y luego petróleo como fuentes
energéticas), que caracterizó al mencionado ciclo capitalista, determinó un uso
acelerado de los recursos naturales.
Tras la segunda guerra mundial, el Plan Marshall (al menos 13.000 millones de
dólares inyectados por los EEUU en la economía europea entre 1947 y 1952),
aplicado en el período de postguerra para reconstruir los países devastados por
el conflicto bélico y por el cual, a través de la apertura de los mercados y la
demanda europea, la economía estadounidense obtuvo un superávit en su balanza
comercial por valor de aproximadamente 12,5 billones de dólares, provocó otro
notable esfuerzo por dominar los recursos naturales a nivel planetario, siempre
bajo el paraguas del “progreso”. La vertiginosa transferencia de la industria
bélica estadounidense hacia la producción industrial masiva para el consumo,
vino a significar que la modernidad se identificase ineludiblemente con el
concepto de desarrollo. Particularmente el petróleo fue la base energética de
uno de los períodos de más acelerado crecimiento económico.
Al otro lado del “Telón de Acero”, aunque desde esquemas sociales diferentes,
la URSS desarrolló una política de crecimiento basado en la aceleración sin
precedentes del ritmo de industrialización, con base el autoabastecimiento
energético (4) y la producción metalúrgica (5). La explotación de los inmensos
recursos naturales de los que disponía la Unión Soviética, incluido petróleo,
gas y minería, fue la base sobre la que se sustentó su política de crecimiento.
Si bien en los países del “socialismo real” no se estimuló el consumo (no había
interés por el aumento de la tasa de retorno del capital privado ni necesidad
de utilizar mecanismos de ampliación de mercados), el centralismo burocrático
ninguneó cualquier lógica enfocada a la sustentabilidad, basando sus objetivos
en el desarrollo del crecimiento de la producción, en el marco de una
competencia creciente con el mundo desarrollado capitalista. Dicha
industrialización se desarrolló a costa del sector agrario, y por consiguiente
se generó la imposibilidad de atender las necesidades biológicas de la
población (6). El “socialismo real” optó por el Marx desarrollista inspirador
de El Capital, para quien la futura sociedad se construye bajo la
transformación de las relaciones sociales, con la finalidad de desarrollar el
crecimiento de las fuerzas productivas; en decremento del joven Marx, para
quien la finalidad de la historia es la desalienación del hombre, y no el
desarrollismo productivo. Para Marx, “con su triunfo el proletariado no se
erige en clase universal de la sociedad, puesto que no triunfa más que
suprimiéndose él mismo y suprimiendo, a la vez, a la clase adversa”; en la URSS
el obrero y el campesino continuaron existiendo y la burocracia ocupó el lugar
de la burguesía y su papel de control, convirtiéndose en el beneficiario de su
plusvalía (Marx y Engels, 1974). El socialismo no vale más que el capitalismo
si no cambia de herramientas (Gorz y Bosquet, 1975), y si no da paso a una gran
transformación desde visiones antropocéntricas a visiones (socio) biocéntricas.
En el mal llamado Tercer Mundo, en esos años, se consolidó cual mandato
universal la búsqueda del desarrollo. Los Estados Unidos y las otras naciones
industrializadas estaban “en la cima de la escala social evolutiva” (Sachs,
1996). Y desde su visión, propuesta en enero de 1949 por el presidente
norteamericano Harry Truman, en el punto cuarto de su discurso, todas las
sociedades tendrían que recorrer la misma senda y aspirarían a una sola meta:
el desarrollo. Y, por cierto, se sentaron las bases conceptuales de otra forma
de imperialismo.
Esta metáfora del desarrollo, tomada de la vida natural, cobró un vigor
inusitado. Se transformó en una meta a ser alcanzada por toda la Humanidad. Se
convirtió, esto es fundamental, en un mandato que implicaba la difusión del
modelo de sociedad norteamericana, heredera de muchos valores europeos. Aunque
Truman seguramente no estaba consciente de lo que hablaba, ésta llegaría a ser
una propuesta con historia, por decir lo menos.
De todas maneras, sin negar los valiosos aportes de la ciencia, la voracidad
por acumular el capital -el sistema capitalista- forzó a las sociedades humanas
a subordinar a la Naturaleza. Con diversas ideologías, ciencias y técnicas se
intentó separar brutalmente al ser humano de la Naturaleza. El capitalismo, en
tanto “economía-mundo” (Wallerstein, 1988) , transformó a la Naturaleza en una
fuente de recursos aparentemente inagotable (7). Los límites biofísicos, en
algunos casos peligrosamente superados, están a la vista. Y sus consecuencias
comienzan a ser funestas. De las cerca de 1,8 millones de especies –moneras,
protistas, hongos, animales y vegetales- a las que se les ha asignado un nombre
científico (se piensa que esto sólo corresponde a la mitad de las especies
existentes en el planeta), se estiman como extinguidas 1.159 (datos Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza, 2009). Si tenemos en
cuenta que el 60% de las selvas húmedas tropicales del planeta ya se han
perdido, es de considerar que el 25% de los mamíferos y 11% de las aves están amenazados
(Mittermeier et al., 1997), llegándose a la cifra de 17.000
especies en peligro de extinción (8). Por otro lado, basta ver los efectos del
mayor recalentamiento de la atmósfera o del deterioro de la capa de ozono, de
la pérdida de fuentes de agua dulce, de la erosión de la biodiversidad agrícola
y silvestre, de la degradación de suelos o de la acelerada desaparición de
espacios de vida de las comunidades locales para entender el nivel de gravedad
por el que atraviesa el planeta. Los efectos del cambio climático, más allá de
los efectos sobre la población mundial (migraciones, empobrecimiento,
alimentación y transmisión de enfermedades) y la economía de los países, pueden
afectar en breve al 30% de las aves no amenazadas, el 51% de los corales no amenazados
y 41% de los anfibios no amenazados, dado que sus características los hacen
susceptibles a ese fenómeno (8).
En síntesis, la acumulación material mecanicista e interminable de bienes,
apoltronada en el aprovechamiento indiscriminado y creciente de la Naturaleza,
no tiene futuro (Gudynas, 2009). En la actualidad todo indica que el
crecimiento material sin fin culminará en un suicidio colectivo.
A pesar de esta constatación, el capitalismo busca ampliar espacios de maniobra
mercantilizando cada vez más la Naturaleza. Los mercados de carbono y de
servicios ambientales asoman como la más reciente frontera de expansión para
sostener la acumulación del capital. Se lleva la conservación de los bosques al
terreno de los negocios. Se mercantiliza y privatiza el aire, los bosques y la
Tierra misma. Al parecer no importa que la serpiente capitalista continúe
devorando su propia cola, poniendo en riesgo su propia existencia y de la
Humanidad misma.
El capitalismo, demostrando su asombroso y perverso ingenio para buscar y
encontrar nuevos espacios de explotación, está colonizando el clima (Lohman,
2012). Este ejercicio neoliberal extremo, del cual no se libran los gobiernos
“progresistas” de América Latina, convierte la capacidad de la Madre
Tierra en un negocio para reciclar el carbono. Y lo que resulta
preocupante, la atmósfera es transformada cada vez más en una nueva mercancía
diseñada, regulada y administrada por los mismos actores que provocaron la
crisis climática y que reciben ahora subsidios de los gobiernos con un complejo
sistema financiero y político. Recordemos que este proceso de privatización del
clima se inició en la época neoliberal impulsado por el Banco Mundial, la
Organización Mundial del Comercio y otros tratados complementarios.
Estos instrumentos de la denominada “economía verde” no evitarán la destrucción
ambiental. En el mejor de los casos, apenas posponen la solución de los
problemas. Eso si garantizando al capital nuevos mecanismos de acumulación
mientras el deterioro ambiental aumenta. Bajo esta realidad, el decrecimiento
en los países desarrollados se ha convertido en un imperativo de supervivencia,
mientras que para los países del Sur, el diseñar una salida postextractivista
se convierte en una necesidad inmediata para detener el sesgo depredador del
actual extractivismo. Esta modalidad de acumulación primario exportadora
responde a las ideas contemporáneas de un modelo de desarrollo que se demuestra
inviable ante los límites ecológicos del planeta y la catástrofe climática. En
su conjunto, ambas condiciones, suponen otra economía, otro estilo de vida,
otra civilización con otros valores y unas relaciones sociales notablemente
diferentes a las que conocemos hoy en día.
Un complejo y hasta contradictorio proceso de concientización
A pesar de que el crecimiento económico ha dominado y domina aún el escenario
de la política real, en esta época, desde la postguerra, paulatinamente se
desarrollaron preocupaciones y acciones respecto a la protección del
medioambiente, fruto a su vez de la transformación de las relaciones
internacionales en su contexto global. Pero no será hasta la década de los
sesenta cuando el ambientalismo asume como tema central la supervivencia de la
especie humana, superando sus iniciales postulados estéticos y la conservación
del entorno natural y de la vida salvaje. Igualmente empieza preocupar en el
mundo la amenaza de una destructiva confrontación nuclear y los niveles de
contaminación en los países más desarrollados, lo que provocaría diversas
respuestas desde sociedades cada vez más conscientes de los riesgos globales. Entonces
emerge la noción de catástrofe ecológica en el seno de la contra-cultura
subversiva que critica el crecimiento económico, la sociedad de consumo, la
crisis del productivismo tecnocrático y el agotamiento de los recursos
naturales. Se llega incluso a pronosticar la crisis civilizatoria hoy en curso.
Sin embargo, el ambientalismo no se conforma como una corriente de pensamiento
homogénea. En el ambientalismo existen diversas posturas ideológicas y lógicas
de intervención política, lo cual genera diferentes tipos de ambientalismo o
luchas ambientales. Básicamente podríamos resumir estas en dos grandes grupos:
un ambientalismo “reformista” y otro “radical”. En el caso del ambientalismo
“reformista” no se contempla una descripción actualizada de la sociedad, se
carece de propuestas alternativas y agenda de intervención política (Dobson,
1997). A grandes rasgos, los objetivos de esta corriente podrían resumirse en
el control de lo peor de la contaminación aérea, acuática y los usos
ineficientes de suelos en los países industrializados, con el fin de salvar lo
que queda de Naturaleza bajo criterios de "áreas designadas
naturales" (Devall y Sessions, 1985). Por su parte, el ambientalismo “radical”,
si contempla los elementos referenciados con anterioridad, bifurcándose a su
interior entre antropocentristas -el interés humano es el eje sobre el que se
articula la toma de decisiones y la acción política- y biocentristas -pasa a
ser la vida, en sus diferentes expresiones quien define y determina- (Bellver
Capella, 1997). Su diferencia fundamental con el ambientalismo “reformista”
tiene que ver con sus métodos de acción y, fundamentalmente, con el hecho de
que se busca una nueva visión del mundo que vuelva a integrar ser humano y
Naturaleza. El ambientalismo “radical”, al contrario del “reformista”, no es un
movimiento pragmático, todo lo contrario, cuestiona y desarrolla alternativas a
las formas convencionales de pensamiento occidental moderno. Busca la transformación
de valores y la organización social, planteándose de forma antagónica con
respecto al capitalismo.
Estaría incompleta esta rápida revisión del surgimiento del movimiento
ambientalista si no se deja constancia de que la defensa de la Naturaleza es
inherente a muchas de las nacionalidades y pueblos ancestrales de nuestra
región. Sin considerarse ambientalistas o ecologistas, inclusive sin necesidad
de conocer y comprender su significado y alcances, estos grupos humanos han
sido portadores permanentes de la defensa de la vida.
El final de la década de los sesenta marcará una ruptura en los ámbitos de la
izquierda mundial. Las revueltas estudiantiles y sociales de 1968, que tendrán
sus orígenes en París, pero que serán fuertemente reprimidas a “bala y sangre”
en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en México y en la Primavera de
Praga, generarán una nueva visión de la emancipación social. Se irá conformando
un ámbito de acción en el cual convergerán nuevos movimientos sociales
compuestos por ambientalistas, feministas, pacifistas, libertarios, autónomos y
marxistas democráticos cuestionando el dogma del progreso ilimitado, el consumo
desenfrenado, las sociedades jerárquicas y la opresión patriarcal. Vislumbrar
otra economía con otros modos de producción, otras formas de relacionamiento
social y otro modo de vida, diferenciado del capitalismo y del socialismo que
hemos conocido, ha significado para los movimientos sociales precursores de tal
idea la acusación, desde ambos lados de la política convencional y en el más
benévolo de los casos, de “irrealistas” o “utópicos”.
La expansión por doquier del capitalismo así como su poder en todos los planos
de la sociedad a escala planetaria, se debe al control sobre la producción y el
consumo, ejercido a lo largo de todo el pasado siglo y lo que llevamos de este.
Se comenzó despojando a los manufactureros de sus medios de trabajo y por lo
tanto de sus productos, asegurándose el capital el monopolio de los medios de
producción y el control del mercado laboral. La especialización de la
producción convirtió en un imposible la reapropiación de los medios de
producción por parte de los productores. Neutralizando el poder de los
productores sobre la Naturaleza y el destino de sus productos, el capital se
aseguró el control de la oferta, enfocando la producción y el consumo bajo
criterios estrictamente de rentabilidad económica. El control de la
comunicación en su vertiente publicitaria permitió de igual manera transformar
los gustos, moldear los deseos de los consumidores y generar falsas
necesidades, haciendo que los productos que dejaran de aparecer como simples
mercancías para asumir cualidades inmateriales (se pierde el patrón para el
establecimiento de una relación de equivalencia). La innovación deja de crear valor,
pierde su lógica de proporcionalidad con respecto al trabajo que contenían y su
utilidad, transformando la competencia empresarial sobre la base de incentivar
nuevos deseos, con mercancías de valor simbólico, asociadas a la “cultura del
consumo”. Todo ello se articula en decremento de la autonomía de los individuos
y su capacidad de reflexión colectiva. El capitalismo abstrae de las
diferencias cualitativas entre las necesidades reduciéndolas todas a
necesidades económicas, es decir, a necesidades socialmente formadas de la
existencia biopsicológica (Heller, 1983).
Sin embargo, a inicios de la segunda mitad del siglo XX el mundo enfrentó un
mensaje de advertencia. La Naturaleza tiene límites. En 1972 se publica el
informe “Los límites del crecimiento” (10) que fue encargado por el Club de
Roma en 1970 al Massachusetts Institute of Technology (MIT), el cual aparece
poco antes de la primera crisis del petróleo y dará pie en Estocolmo a la
primera conferencia mundial sobre medio ambiente (11).
La realidad de los límites del crecimiento, escamoteada por la voracidad de las
demandas de acumulación del capital, no logra consolidarse por la firme y
dogmática creencia en el imperio todo poderoso de la ciencia. Así, el informe
Meadows, que desató diversas lecturas y suposiciones, aunque no trascendió
mayormente en la práctica, dejó plantado en el mundo por un lado una señal de
alerta, por otro, una demanda: no podemos seguir por la misma senda, al tiempo
que requerimos análisis y respuestas globales.
A pesar de las resistencias en las corrientes políticas de la izquierda
tradicional, la sensibilidad sobre el tema ecológico se reforzará tras la
primera crisis del petróleo de 1973.Cuando los países árabes dentro de la OPEP
emplean el petróleo como arma estratégica seevidencia la brutal dependencia de
los países “desarrollados” al oro negro. Por vez primera, se ponen en marcha
planes energéticos para ahorrar energía y diversificar sus fuentes, medidas en
gran medida archivadas una vez superada la crisis.
En 1984 el thinktank ultraconservador The Heritage Foundation
auspiciará la publicación “La Tierra repleta de recursos” (Simon y Kahn, 1984)
donde se niega la existencia de límites en la utilización de los recursos
naturales necesarios para la expansión económica y el crecimiento progresivo de
las economías del planeta. Sin embargo, accidentes como el de Seveso en 1976,
Three Miles Island 1979, Bhopal en diciembre de 1984, Chernobyl en abril de
1986 o el hundimiento del Exxon Valdez en marzo de 1989 entre otros, evidenciaron
ante el conjunto de la sociedad planetaria la degradación ambiental y la
emergencia de los nuevos movimientos sociales ambientalistas.
Algunas organizaciones ambientalistas se hicieron tan molestas que incluso los
departamentos de espionaje y seguridad de los Estados más poderosos
emprendieron acciones contra éstas. Uno de los incidentes más sonados fue el
hundimiento del Rainbow Warrior (12) (buque insignia del
Greenpeace) por parte de agentes de la Dirección General de Seguridad Exterior
francesa en 1985 para impedir sus acciones de protesta ante las pruebas
nucleares que periódicamente realizaba Francia en el atolón de Mururoa, en el
sur del Océano Pacífico.
Enmarcando el análisis en lo estrictamente ambiental, podríamos decir que el
metabolismo del capitalismo global no es comprensible sin el consumo creciente
de recursos de todo tipo (inputs biofísicos), en concreto
materiales y energía que son obtenidos de la Naturaleza. Estos materiales y
recursos son procesados masivamente por un sistema tecnológico y organizativo
-capital productivo-, con la participación del trabajo humano -asalariado o
dependiente-, que provoca una producción que en parte es acumulada
-infraestructuras-, al tiempo que produce también una diversidad de mercancías
que son destinadas al consumo (Fernández Durán, 2009). Este sistema hace que en
ambos procesos se generen a su vez importantes residuos o emisiones de muy
diversa naturaleza (outputs biofísicos) que son devueltos al medio
natural (Murray et al., 2005). Todo esto genera notables impactos
sobre el entorno. Algo por lo demás propio del capitalismo, un sistema en
esencia depredador y explotador. Un sistema que “vive de sofocar a la vida y al
mundo de la vida” (Echeverría, 2010).
El sistema mundo capitalista ha vivido hasta hace muy poco negando un hecho
incuestionable, la creciente degradación ambiental planetaria. En gran medida
todavía lo sigue haciendo a través de las herramientas de control del
pensamiento que el propio sistema genera. Sin embargo, ha sido la cruda
realidad la que ha obligado a asumir, tanto a gobernantes como corporaciones,
los límites biofísicos al modelo de desarrollo, una de las causas principales
de la actual crisis global multifacética (13) (Tortosa, 2011). Sin embargo, las
soluciones propuestas, como veremos más adelante, se enmarcan en la lógica de
mercado, es decir dentro del mismo capitalismo.
A esto hemos de añadir que los impactos ambientales propiciados por el sistema
mundo capitalista se recrudecen en las áreas periféricas, mientras su impacto
suele ser relativamente menor en las áreas centrales, fruto de las relaciones
de poder existentes. Es de esta manera, que los países centrales se
especializan en las actividades de mayor valor añadido, tercerizando
progresivamente sus economías, mientras que los países periféricos perpetúan su
rol tradicional respecto a los procesos industriales, de manera especial en
aquellos de menor valor añadido, y fundamentalmente en actividades extractivas
(Fernández Durán, 2009), incrementándose así la ya existente e incuestionable
asimetría mundial. Además, cada vez se trasladan más actividades contaminantes
e incluso desechos tóxicos desde el Norte global al Sur global.
A finales del siglo XX es evidente que el capitalismo global estaba modificando
nocivamente el clima planetario. Este “mérito” cuya responsabilidad recae de
manera principal sobre países industrializados del Norte global, encuentra en
la actualidad nuevos aliados, como son los grandes Estados emergentes,
liderados por China, que avanza de forma acelerada a su propio desastre
ecológico.
Es por ello que el informe “Nuestro Futuro Común”, más conocido como informe
Brundtland (14), introdujo en 1987 la noción de desarrollo sustentable, bajo el
criterio de que “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin
comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias
necesidades” (Comisión Mundial para el Medio Ambiente y Desarrollo, 1987),
buscando “amortiguar” el cuestionamiento creciente al esquema clásico de
desarrollo basado sobre el crecimiento permanente. El objetivo del informe era
acercar y tejer alianzas entre ambientalistas y agentes del crecimiento
económico.
En ese contexto tendría lugar la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992,
la cual se da poco después de la primera Guerra del Golfo y del derrumbe
soviético. Uno de sus resultados fue dar pie al proceso que daría lugar en 1997
al frustrante y frustrado Protocolo de Kyoto (15). En Río se aprobó la
Declaración sobre Medio Ambiente y Desarrollo y la Agenda 21, ambas impregnadas
del nuevo discurso sobre desarrollo sostenible el cual pocas novedades ofrecía,
dado que planteaba resolver la pobreza mundial y la problemática ambiental
nuevamente a través del crecimiento económico. En 1994 se aprobarán los Convenios
de la Biodiversidad y el de la Lucha contra la Desertificación. El primero de
ellos terminó por abrir el camino hacia el acceso comercial a los recursos
provenientes de la biodiversidad que en principio decían defenderse; mientras
el segundo no ha tenido aplicación real habiendo quedado como letra muerta.
Desde entonces hasta hoy apenas ha cambiado el panorama internacional de las
Cumbres Ambientales al respecto. Mientras se agudiza la degradación planetaria,
el desarrollo sostenible (concepto híbrido fruto de una combinación entre
economía neoclásica, desarrollo, con una idea vinculada a la modernización,
predominio de la técnica y la tecnología sobre la Naturaleza) no deja de ser un
posicionamiento ideológico que implica que la única vía civilizatoria para
sociedades en desarrollo es el capitalismo, en algunos casos con un rostro algo
más humano, y por lo tanto el desarrollo-progreso no puede ser otra cosa que
crecimiento económico (16).
Desde la mitad del siglo XX empezaron a aparecer varias instancias preocupadas
por la Tierra: la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN),
en 1948; la Conferencia para la Conservación y Utilización de los Recursos, en
1949; el Convenio de Ginebra sobre el Derecho del Mar, en 1958; o, el Tratado Antártico
en 1959, para citar algunas de las organizaciones más destacadas. Como se puede
apreciar, la toma de conciencia a nivel mundial sobre los problemas ambientales
globales (o la simple constatación de que estos problemas son cada vez más
frecuentes y costosos) tiene historia.
Es en ese contexto en donde una parte de los movimientos ambientalistas,
devenidos ecologistas, se radicalizan planteando nuevas lógicas de vida y
alternativas globales a la sociedad industrial, presentándose como un paradigma
ideológico autónomo respecto a la vieja izquierda tradicional. Estos procesos
de radicalización se acentúan y plantean un nuevo pensamiento crítico, global y
transformador: la ecología política. Y es partiendo de la crítica del
capitalismo como se llega inevitablemente a la ecología política que, con su
crítica indispensable de las necesidades, lleva a radicalizar una vez más la
crítica del capitalismo (Gorz, 2008). Si queremos y necesitamos pasar del
“producir y consumir cada día más” al “producir mejor y con menos”, estaremos
hablando de otro modelo civilizatorio antagónico sin dudas respecto al
capitalismo. A nivel mundial y con sus limitaciones, la ecología política se ha
ido afirmando como un planteamiento capaz de generar confluencias entre la
mayoría de movimientos sociales y políticos que luchan por la transformación
social y económica del planeta, haciendo vigente la consigna alterglobalización
de “piensa global, actúa local”.
En la base del ecologismo actual hay una comprensión científica de la Naturaleza
y al mismo tiempo una admiración, una reverencia, una identidad con la
Naturaleza, muy lejos de sentimientos de posesión y dominación, muy cerca de la
curiosidad y del amor.
Desarrollismo, deterioro ambiental y contradicciones
En América Latina algunas organizaciones ambientalistas surgieron a partir de
la década del cincuenta, y la mayoría de ellas enfocaron su eje de acción hacia
la conservación de la Naturaleza. En la década de los setenta, dichos
movimientos tuvieron fuerte implantación en países como Brasil, México y
Venezuela. Su desarrollo ha sido constante y en la actualidad podríamos
cartografiar la existencia de dicho movimiento en cada uno de los países
latinoamericanos aunque con diferentes formas organizativas.
El ambientalismo latinoamericano, en la actualidad, se caracteriza por
preocuparse del medio ambiente y el ser humano inserto en él. Sobre todo
considera la articulación ambiente-desarrollo, la generación de alternativas
productivas a escala ecológica, la armonía del ser humano con la Naturaleza, la
vinculación de problemas sociales con los ambientales. Particularmente reniega
del progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección
única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico. Este
movimiento tiene un aceptable dinamismo organizativo y en el ámbito académico,
al tiempo que reniega de la neutralidad ética para situarse en el compromiso
por la vida (Gudynas, 1992).
La reducción del Estado a su mínima expresión durante la etapa neoliberal hace
que estos se abandonen muchas de sus funciones históricas, lo que originó la
intensificación de conflictos entre grandes empresas versus comunidades y
movimientos sociales. La privatización -en muchos casos vergonzosa- de las
empresas de servicios públicos, se da de forma paralela a la disminución de la
importancia relativa de la industria productora de bienes de consumo durables,
reforzándose las industrias productoras de bienes cuya demanda no depende
directamente de la capacidad de consumo de grandes masas de la población. El
empobrecimiento de la población latinoamericana conllevó el agotamiento de la
“sociedad de consumo”, lo que se compaginó con un marcado deterioro de la
situación ambiental, lo que se convirtió en muchos casos en un círculo perverso
por el cual la primera genera efectos negativos en el ambiente y, a la par, la
pérdida de la calidad del ambiente genera pobreza. Esta situación alcanzó en
diversos lugares niveles de degradación social y ambiental que se creían
superados desde el siglo XIX.
En la década de los noventa, tras la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en
junio de 1992, varias constituciones latinoamericanas se modifican con la
ligera inclusión de la garantía de los derechos ambientales. La aprobación de
la Agenda 21 en dicha cumbre significó también que ingresaran a la política
institucional algunas temáticas ambientales, acordándose al menos desde el
ámbito formal, una metodología para actuar frente a los conflictos ambientales.
En América Latina la propuesta de desarrollo sustentable, sobre todo en los
últimos años, ha sido un factor permanente de discrepancias. Varias son las
explicaciones. Por un lado la creciente degradación ambiental, que ha
ocasionado y ocasiona cada vez más respuestas y resistencias sociales. Por otro
la indefinición o incluso manipulación de tal concepto, lo que explica que este
tema ni siquiera se plasma en las políticas de integración que se están
desarrollando actualmente en la región, a pesar del discurso ambientalista de
los dirigentes latinoamericanos en general, y el especial énfasis realizado en
este aspecto por los mandatarios “supuestamente” más radicales de la región
territorio andino.
Los medios de comunicación latinoamericanos por su parte, a pesar del ferviente
debate social existente en la actualidad, se limitan a enumerar las
consecuencias de los impactos ambientales en la actual etapa desarrollista.
Ignorando las causas de tales políticas y el porqué de la existencia de la
crisis global multifacética, hecho que sin duda tiene relación con el criterio
mercantilista que domina en dichos medios de comunicación, los cuales responden
a intereses empresariales con conexiones a grandes grupos de capital nacional y
en diversos casos internacional.
En la actualidad nuestra América se enmarca en un contexto sociopolítico en el
cual el desarrollo económico pretende encaminarse hacia sociedades modernas
constituidas sobre criterios de eficacia, eficiencia, capacidad productiva,
modernización tecnológica e interconexión de diversa índole. Todo ello articulado
bajo el falso criterio de sociedad moderna igual a racionalidad. De hecho, el
cambio político acontecido en gran parte de los países sudamericanos, a pesar
de los avances existentes en materia de erradicación de la pobreza (17), no
está significando la transformación del modelo de acumulación heredado de etapa
anterior , ni tampoco la eliminación del amplio esquema de exclusión social
existente, a pesar de los actuales discursos acentuadamente populistas en la
región (18).
Desde esa perspectiva, la creciente demanda de bienestar por parte de las
sociedades latinoamericanas pretende ser paliada a base de productividad,
competitividad, sustitución de las personas por máquinas y el control social en
todas sus vertientes. Esto implica, entre otras cuestiones, mayor depredación
de recursos naturales y fuerte impacto ambiental en el territorio consecuencia
de la puesta en marcha de numerosos megaproyectos. En este sentido cabe
destacar también el hecho de que gran parte de estos megaproyectos tienen financiamiento
chino, la dirección de la obra y las empresas ejecutantes suelen ser chinas lo
que genera un fuerte deterioro en el ámbito de los derechos laborales para los
trabajadores locales contratados en dichas obras. El conjunto de estas
situaciones se da bajo el argumento de la necesidad de mayor generación de
recursos económicos con la finalidad de paliar demandas sociales y construcción
de infraestructuras.
Se posiciona así el progreso tecnológico como un elemento al servicio de la
Humanidad, ignorándose las contradicciones que se generan en el ámbito de la
inequidad social, la degradación ambiental, el desempleo y subempleo, y otros
elementos que ponen en peligro la continuidad de la vida en el planeta. En ese
sentido cabe recordar la célebre frase de uno de los grandes racionalistas de
la filosofía del siglo XVII, el holandés Baruch de Spinoza, quien nos indicaría
hace ya más de trescientos años y en contraposición al actual teórica sobre la
racionalidad, que “cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es
también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda”.
Los gobiernos progresistas no han sido en este sentido una excepción. Mientras
articulan una retórica antimperialista, nacionalista y populista, enfocada
hacia el consumo interno de sus respectivas sociedades, fomentan la expansión
del capital extractivo internacional a través de iniciativas conjuntas con los
nuevos Estados rearticulados tras dos décadas y media de neoliberalismo, así
como con una nueva burguesía creciente a nivel nacional (Petras, 2012).
Mientras nuevos y poderosos aparatos de propaganda estatales en países como
Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador o Uruguay hacen apología del socialismo -en
algunos casos del llamado socialismo del siglo XXI-, sus realidades prácticas
es que fomentan políticas de desarrollo vinculadas a la concentración de
capitales en decremento de la participación social y la democracia directa,
manteniendo fuertes conflictos con las comunidades afectadas y las
organizaciones ambientales, indígenas y políticas que ejercen su resistencia
ante las lógicas políticas en curso.
Es en este sentido en el que a pesar del discurso emancipador que en la
actualidad se articula desde muchos gobiernos del subcontinente, la región
sigue siendo un territorio estratégico para la economía capitalista global,
incrementándose su potencial como proveedora de recursos hacia los países
centrales. Esto tiene afectación también en el ámbito de las infraestructuras
donde se desarrollan importantes inversiones cuyo objetivo es reducir costos y
tiempos de transporte de las materias primas, particularmente.
El motor de crecimiento para el conjunto de gobiernos “progresistas”
latinoamericanos es la apuesta por el extractivismo en todas sus vertientes
–minería, petróleo y productos para la industria agropecuaria-, sin hacer ascos
a los biocombustibles (soja, caña de azúcar y otros) especialmente por parte de
los dos gigantes sudamericanos (19).
Desde una perspectiva ideológica podríamos afirmar que las políticas
neoextractivistas (20) que desarrollan los gobiernos latinoamericanos están en
línea con la lógica de la globalización, donde la exportación de naturaleza
extractivista es un medio privilegiado para el crecimiento económico y que la
premisa del crecimiento material no está en cuestión.
En paralelo, la situación ambiental en América Latina empeora a ritmos
acelerados consecuencia de un acelerado proceso de apropiación de recursos
naturales. En la investigación realizada por Bradshaw y colaboradores (2010),
se elaboró un ranking de impacto ambiental entre 228 países.
Dicho estudio Brasil ocupa el puesto N°1 por sus impactos ambientales absolutos
-por delante de EEUU y China-, debido a su alta tasa de pérdida de bosques,
deterioro de hábitats naturales, al índice de especies amenazadas y un
exagerado uso intensivo de fertilizantes. Entre los primeros veinticinco países
con los más altos niveles de impacto ambiental a nivel global, también se
encuentran Perú (puesto 10), Argentina (puesto 11), Colombia (puesto 20),
Ecuador (puesto 21) o Venezuela (puesto 22); y una situación similar se repite
si consideramos los impactos ambientales relativos a la extensión de áreas
silvestres y recursos disponibles dentro de cada país, donde el país
sudamericano con el más alto nivel de impacto relativo es Ecuador (en el puesto
22), seguido por Perú (puesto 25).
Los efectos del cambio climático, que en la actualidad se producen en América
Latina, encuentran al subcontinente en condiciones de total desamparo. El
aumento de fenómenos naturales extremos como huracanes, inundaciones, sequías,
así como los cambios en la temperatura transformarán drásticamente las
condiciones de vida y las condiciones económicas de una región con unos
gobiernos que demuestran escasa capacidad de reacción hasta el momento. Según
un informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC,
2007), estamos abocados a que la frecuencia de extremos del tiempo aumente
(tormentas de viento, tornados, granizo, olas de calor, precipitaciones
intensas, temperaturas extremas); que la frecuencia e intensidad de huracanes
en el Caribe también aumente; que el aumento del nivel del mar y (más
huracanes) afecte notablemente a las zonas costeras; que suframos un fuerte
extinción de especies en muchas partes de América tropical (ejemplo en bosques
nebulosos por cambio en la altura de nubes); que desde 2020 el número neto de
personas sufriendo estrés por falta de agua probablemente aumente entre 7 a 77
millones (desde 2050 entre 60 a 150 millones); tengamos una reducción
significativa de nuestros glaciares; y suframos puntos de inflexión (“tippingpoint”)
transformándose el bosque lluvioso Amazónico: áreas extensas podrían cambiar a
otro estado permanente.
Esta realidad tendría notables impactos. En el caso de las mujeres, su impacto
sería mayor dada la vulnerabilidad de estas (el 67% de la población pobre son
mujeres, tienen mayores condiciones de exclusión social, mayor grado de
desnutrición, poco acceso a títulos de tierra, mayor endeudamiento en caso de
falla de la cosecha y menor acceso a la educación), a pesar de ser las
responsables del aprovisionamiento de recursos vulnerables (agua y
combustible). Bajo el efecto de las migraciones, las mujeres tienen mayor
responsabilidad y mayor peligro.
El IPCC nos alerta de que sufrimos el riesgo de una notable reducción de
disponibilidad de agua (incremento de la evapotranspiración, pérdida de
glaciares y disminución de la cobertura de nieve, así como agudización de
conflictos entre formas de uso del agua -agua potable, riego, industria,
etc.-). De igual manera, los cambios de temperatura conllevarán que la
producción de carne y leche disminuya ostensiblemente. El aumento de riesgos de
incendios en la región vendrá de la mano del sumatorio entre calentamiento y
cambios de uso de la tierra, que es la causa de la mayor emisión de gases de
efecto invernadero en América Latina. Sufriremos mayor riesgo de salinización y
desertificación de tierras hoy agrícolas que pasaran a ser tierras secas, y se
reducirá el rendimiento de los cultivos que están al borde de su tolerancia al
calor.
No deja de ser curioso que varios de nuestros gobiernos mantengan
planteamientos estratégicos por los cuales identifican como una fase
transitoria al actual momento de desarrollismo y neoextractivismo, entendiéndola
como una primera etapa para posteriormente llegar al postextractivismo. Por
poner un ejemplo, en la actualidad Ecuador fomenta la megaminería y estima su
potencial -con cifras proporcionadas por las propias empresas mineras- en “más
de 50 millones de toneladas en cobre fino, más de 100 millones de onzas de oro
y más de 300.000 toneladas de plata fina” (21), los cuales pretende explotar de
la mano de grandes transnacionales del sector, fundamentalmente de capital
chino y canadiense. Recursos que serán exportados en forma de materia prima.
De igual manera, Ecuador exporta en la actualidad unos 500.000 barriles de
crudo diario lo cual financia el 35% del presupuesto estatal. Una vez puesta en
marcha las explotaciones de la onceava ronda petrolera, la cual tendrá
afectación sobre 3,8 millones de hectáreas de bosque primario y varias
nacionalidades indígenas (22), se estima que dicha producción pudiera
incrementarse. En resumen, es tan difícil de entender como a través de
multiplicar la extracción de recursos naturales se pretende llegar al
postextractivismo, como difícil es imaginar que el socialismo en América Latina
se construye alimentando el sistema mundo capitalista de sus principales
necesidades, sobre todo de acumulación especulativa.
Citando a Marx, cabe recordar que “los hombres hacen su propia historia, pero
no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos,
sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que
existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las
generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx,
2003).
En este sentido es destacable el hecho de que lejos de los postulados de
Mariátegui (1928) - “no queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América
calco y copia. (…).Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en
nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano"-, el conjunto de
gobiernos progresistas latinoamericanos no ha roto desde la crítica la visión
eurocéntrica y el modelo heredado de la modernidad, mostrándose incapaces de
generar una nueva matriz civilizatoria que conlleve a la necesaria
transformación el mundo. Progreso, crecimiento y desarrollo, son los pilares en
los cuales incluso los gobiernos considerados más radicales en la región basan
sus esquemas de futuro.
Momento actual del ecologismo en América Latina
Históricamente el modelo de desarrollo dirigido a la explotación de los
recursos naturales se ha convirtió en generador de conflictos socio-ambientales,
donde confluyen causas estructurales en el orden político, económico, jurídico,
ambiental, social, cultural, etc. Estas circunstancias encuentran como
características comunes la degeneración de dinámicas y tejidos sociales locales
-dado el tipo de relación impuesta entre empresa versus comunidad-, la marcada
ausencia del Estado en los territorios afectados, los problemas y daños
ambientales que se ocasionan en dichos territorios y que han de sufrir sus
poblaciones.
Los conflictos socio-ambientales involucran a diferentes tipos de actores: las
compañías extractivas, el Estado y las comunidades, en donde aparecen los
actores sociales organizados (organizaciones vinculadas a la comunidad -en
muchas ocasiones indígenas- y organizaciones sociales).
El concepto de desarrollo sustentable en estos casos es objeto de
interpretaciones contradictorias entre las partes en conflicto. Para las
comunidades y organizaciones sociales el desarrollo se interpreta desde la
perspectiva de que debe estar subordinado a la voluntad de las poblaciones
locales; mientras que para el Estado, el desarrollo está basado en el ámbito de
políticas enfocadas en la lucha contra la pobreza, con el fin de satisfacer las
necesidades de las poblaciones nacionales, careciendo de importancia si hay
víctimas locales en dicha estrategia nacional.
Así, en muchas ocasiones las comunidades indígenas involucradas en un conflicto
ambiental más allá de defender su entorno, defienden su práctica cotidiana, sus
formas de organización y de vida articuladas en una lógica de relación
comunidad y ambiente (Folchi, 2001), mientras las organizaciones ambientalistas
defienden una apuesta de carácter ético-político, la empresa su inversión y
beneficio, y en el caso del Estado esto se expresa en supuestos términos de
orden, control y racionalidad cuyo objetivo final es hacer factible su proyecto
económico nacional.
El espacio político abierto por la crisis ambiental genera la necesidad de que
los Estados se doten de ordenamientos jurídicos que permitan la expresión y
concertación de estos actores sociales emergentes, propiciando la resolución
pacífica de los conflictos a través de la democracia participativa con sostén
en procedimientos legales adecuados (Demirovic, 1989).
La cuestión ambiental no concierne solamente a los órganos administrativos del
Estado y a sus aparatos ideológicos -escuela, universidad, sistema jurídico y
medios de comunicación-, ésta transciende hacia una amplia participación de la
sociedad civil en la configuración de nuevos estilos de vida, relaciones de
poder y modos de producción (Leff, 1986). A la vez que ha ido emergiendo una
nueva conciencia social al respecto, los problemas ambientales van apareciendo
en toda su dimensión: deforestación devastadora, pérdida de fertilidad de los
suelos, congestión urbana, efectos sobre el ser humano de diversas formas de
contaminación, y el más reciente de todos, los efectos del cambio climático, lo
que llama irremisiblemente a un nuevo orden social planetario. En el ámbito de
los conflictos socio-ambientales podríamos utilizar la clasificación hecha por
Bebbington y Humphreys Bebbington (2009) para clasificar a los ambientalismos
en torno a los conflictos mineros en Perú. Esto sirve para posicionar los
diferentes tipos de organizaciones y las lógicas de conflicto que se dan en el
entorno ambiental latinoamericano. Así encontraríamos:
Un primer ambientalismo de carácter conservacionista, cuyo enfoque tiende hacia
las necesidades de proteger los ecosistemas existentes. Este ambientalismo
tiene tendencia a la resolución de conflictos en base a la negociación con los
actores (empresas y organizaciones sociales) generadores de estos, llegando
incluso, al término de la negociación, a generarse marcos de colaboración en el
ámbito de asesoramiento para una adecuada gestión del proyecto.
Una segunda categoría de ambientalismos englobaría lo que podríamos llamar
organizaciones de perfil nacional-populista, las cuales buscan un mayor control
nacional sobre los recursos naturales y su rentabilidad económica, con el fin
de destinarlo a proyectos populares y subsidios sociales dirigidos a los
sectores sociales históricamente excluidos en nuestras sociedades. La
resolución en torno a los conflictos que se generan con este tipo de
ambientalismos tienden a la solución negociada, habitualmente sobre sistemas
impositivos más rigurosos para las compañías o través de medidas de
nacionalización con correspondencia para las transnacionales articuladas sobre
justiprecios.
En tercer lugar estaría el ambientalismo que se identifica con el “ecologismo
de los pobres” (Martínez Alier, 2005), el cual se encuentra fuertemente
enraizado en las formas de vida de poblaciones humildes donde prima el deseo de
mantener dichas formas de vida y sostener los medios con los que dichas
comunidades han subsistido históricamente ante las amenazas e impacto generados
por el desarrollismo neoextractivista. En estos casos la envergadura del
conflicto toma mayor cariz dado que la población afectada requiere acceso al
mismo recurso sobre el cual se aplica la explotación intensiva, lo cual genera
un “pulso” de difícil salida negociada.
La cuarta categoría reconocible es definida por los Bebbington como
"ambientalismo de justicia socio-ambiental" y tiene su eje
fundamental en la desigualdad y enfocando su interés sobre quienes quedan más
expuestos a los riesgos, costos y beneficios de la actividad relacionadas con
el neo-extractivismo. Este tipo de ambientalismo prioriza la defensa de los
Derechos Humanos y reivindica prácticas de consentimiento previo libre e
informado, zonificación ecológica socioeconómica, participación de las
comunidades en la toma de decisiones que le son de interés y endurecimiento de
la regulación aplicable a corporaciones y Estados con el fin de garantizar los
derechos de las poblaciones afectadas. Estos sectores suelen ser calificados
desde gobiernos y empresas transnacionales como extremistas o más recientemente
como “ecologistas infantiles”.
La quinta y última categoría es definida como "ecologismo profundo",
el cual se articula a grandes rasgos sobre la tesis de que la Naturaleza tiene
el mismo derecho a la existencia que los seres humanos. En la medida que el
extractivismo desarrollista, en cualquiera de sus vertientes y formas, destruye
Naturaleza, el conflicto se convierte en irreversible y sin vías para la
solución.
Cabe indicar a este respecto que clasificación no tiene un carácter estanco, y
a pesar que unas apunten al conservacionismo y otras a los temas ambientales
ampliados a sus dimensiones sociales, estas tendencias en la práctica, están
superpuestas sobre la base de como entienden la sustentabilidad. En resumen, si
estas se articulan sobre conceptos de reforma del actual sistema capitalista y
el orden social que este genera, o si lo cuestionan desde la perspectiva de que
las soluciones pasan por cambios transformadores del actual orden constituido y
por ende de la vida. Sin embargo y en parte por el conjunto de diferencias
descritas con anterioridad, se hace difícil hablar de un movimiento social
ambientalista coordinado y estructurado orgánicamente en los diferentes países
del subcontinente, a pesar de la conflictividad socioambiental cada vez es más
relevante a nivel regional.
Los diversos gobiernos nacionales de la región, empezando por los considerados
“progresistas”, han ido desarrollando en los últimos años estrategias
encaminadas a doblegar a las poblaciones locales a sus intereses, generando
clientelismo en territorios y comunidades donde esta práctica política no es
lejana a su historia. De igual manera se han construido, desde los diferentes
gobiernos, políticas de criminalización que tienen como objetivo el
resquebrajamiento al interior de las resistencias al proyecto neoextractivista
a escala regional, lo que habitualmente suele coincidir con territorios de identidad
indígena.
Y es aquí, como anotamos brevemente con anterioridad, donde el movimiento
indígena sin ser organizaciones estrictamente socio-ambientales, ejercen un
papel predominante en la defensa de la Naturaleza, el control de los
territorios frente a la embestida transnacional y la resistencia frente a las
política desarrollistas impulsadas por los actuales gobiernos. Es por ello que
se convierten en un referente a ser batido desde los poderes institucionales,
tengan estos el perfil político que tengan.
Apenas por citar un par de casos puntuales y actuales de estas tensiones
auspiciadas desde los gobiernos en contra las organizaciones indígenas y las
resistencias locales a los proyectos de expansión desarrollista, cabe recordar
que: en mayo del año 2012 el gobierno de Evo Morales en Bolivia auspició la
convocatoria a una reunión no orgánica de presidentes de organizaciones
regionales afiliadas a la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB)
en Santa Cruz con el fin de desarticular y debilitar tanto a la confederación
indígena como a la IX marcha que estos protagonizan en defensa del Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), los cuales han sido
definidos por el gobierno boliviano como movimientos que responden a lógicas desestabilizadoras
y golpistas. De forma paralela en el tiempo, el gobierno de Rafael Correa en
Ecuador, quien mantiene una política fuertemente agresiva contra el movimiento
indígena, al que considera junto al ecologismo e izquierdismo infantil como
“los peores enemigos del proceso”, propició que dirigentes a nivel nacional del
Pachakutik (agrupación política vinculada a la Confederación Nacional de
Organizaciones Indígenas del Ecuador –CONAIE-) hayan sido agredidos
recientemente en la provincia de Chimborazo por minoritarios sectores indígenas
afines al oficialismo que están bajo la dirección de líderes expulsados del
propio movimiento, a la par que fomenta la ruptura al interior de sus
organizaciones más importantes a través de la captación de líderes indígenas
con un controvertido pasado político (casos de Miguel Lluco, Antonio Vargas y
otros).
Y es en este ámbito de conflicto entre las centro-izquierdas burocratizadas en
el poder y los movimientos sociales alternativos, en especial el movimiento
indígena, donde se visualiza con claridad hasta donde están llegando las
contradicciones de la izquierda institucional latinoamericana. Esta, enmarcada
en una contienda de tal magnitud contra el movimiento indígena que ni el
neoliberalismo llegó a protagonizar, ignora de manera intencionada que el
movimiento indígena latinoamericano es quizás uno de los elementos más
transformadores de la realidad latinoamericana contemporánea. Desconoce que
dicho movimiento asumió una dimensión regional y se dotó de un profundo contenido
universal y una visión global de los procesos sociales y políticos a escala
internacional. Y que dicho movimiento explica, en muchos casos, por ejemplo en
Ecuador, que se haya podido configurar, inclusive, los gobiernos de
centroizquierda en la actualidad.
Desde la crítica y ruptura con la visión eurocéntrica, sus lógicas y el modelo
filosófico, historiográfico y sociológico derivado de la modernidad, el
movimiento indígena latinoamericano recupera los legados de civilizaciones
originarias para re-elaborar las partes de las diferentes identidades
existentes en el subcontinente. Desde el movimiento indígena, a pesar de sus
respectivas crisis internas, expresadas de diferentes maneras en cada uno de
los países donde tienen realidad, se plantea el rescate de todas las formas de
conocimiento y producción de saberes que han convivido y resistido a la larga
noche colonial la cual sigue muy vigente en nuestros días y posteriormente al
imperialismo en la región. Sus organizaciones abarcan un amplio espectro del
territorio latinoamericano, el cual se extiende a través de la Cordillera de
los Andes y aledaños por territorios y países como Argentina, Colombia,
Bolivia, Chile, Ecuador o Perú; con singular importancia política en varios de
ellos, así como en los diferentes países centroamericanos y México.
Es aquí donde vale recuperar un elemento que fue de fundamental importancia en
la reconfiguración de las izquierdas alternativas mundiales al postestalinismo:
el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN),que aparece
públicamente en 1 de enero de 1994 con la toma de San Cristóbal en Chiapas, el
mismo día por cierto que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN). Ese reactualizado zapatismo, que se configuró con
inspiración política en la vieja lucha de Emiliano Zapata por la Tierra y la
Libertad, el marxismo y el socialismo libertario, se constituyó con el objetivo
de subvertir el orden hegemónico y construir una sociedad más justa en México.
El neo zapatismo planteó una forma diferente de llegar al “socialismo”, vía que
fue despreciada por la izquierda institucional y convencional posiblemente por
temor a un proceso que aunque se configuraba como más auténtico, era imposible
de ser controlado por parte de la institucionalidad, es decir, estaba fuera de
las “reglas de juego” marcadas por la democracia burguesa (23). Desde esta
perspectiva, y más allá de la realidad actual de México, se abre un mundo de
desencuentros entre los gobiernos latinoamericanos, incluidos entre ellos los
considerados más progresistas, y el movimiento indígena. Los principales ejes
de desencuentro son tres:
1. La demanda por parte del movimiento indígena de Estados plurinacionales
(modelo ya incorporado en las Constituciones de Bolivia y Ecuador aunque con
escasos avances en materia de políticas concretas). Frente a este reclamo
histórico la izquierda tradicional evidencia su incapacidad para entender de
que se trata esta cuestión. Hablar de Estado plurinacional significa poner en
cuestión el Estado-nación y con ello la tradición política occidental de la que
derivan estas izquierdas de América Latina, un listón demasiado alto para los
actuales gobiernos latinoamericanos, los cuales se encuentran muy lejanos del
anteriormente mencionado “socialismo indoamericano” propugnado por Mariategui.
2. La defensa por parte del movimiento indígena de los recursos naturales y
energéticos, el agua y la tierra. Esta vertiente ambiental del conflicto
Estados versus movimiento indígena genera un enfrentamiento de raíz con las
políticas desarrollistas y por ende neo-extractivistas alzadas como bandera del
desarrollo y la lucha contra la pobreza. Y en el caso de los gobiernos
progresistas del continente, es precisamente este el eslabón que les engarza
las políticas aplicadas en las décadas del neoliberalismo.
3. Las demandas del movimiento indígena sobre los derechos colectivos de las
comunidades indígenas y la autodeterminación de los pueblos como principio
fundamental. Sin duda, otro reto imposible de superar para una izquierda que,
en su ya largo recorrido, nunca entendió sobre semejante reivindicación a pesar
de que la Constitución de 1924 de la Unión Soviética fuera la primera en el
mundo en reconocer dicho derecho para sus repúblicas, aunque no para las regiones
autónomas (24). Esto explica las deportaciones de chechenos, ingushes, tártaros
de Crimea y otros poblaciones a las entonces repúblicas socialistas de
Kazajstán y Siberia en la década de los 40 en la Unión Soviética de Josep
Stalin; o como en la Nicaragua sandinista de los años 80, cuando el gobierno
revolucionario intentó vincular a la costa atlántica a su estructura
administrativa siguiendo los mismos lineamientos que en el resto del país,
ignorando sus particularidades étnicas, sociales, idiomáticas e incluso
religiosas. Las demandas de los miskitos en torno a la asociación étnica fue
definida en aquel entonces por el comandante Tomás Borge como una “resistencia
sectaria”, lo que conllevó a la represión sobre las comunidades alzadas,
derivando a la postre en que los “contras” de la Fuerza Democrática
Nicaragüense generarán bases de apoyo en territorios miskitos con la
aquiescencia de sus moradores.
Además de estas, otras demandas indígenas también se convierten en elementos de
difícil comprensión para los actuales gobiernos de América Latina. Entre otros
puntos podemos señalar: la reivindicación de respeto a las diversas
espiritualidades desde lo cotidiano y lo diverso; la extinción de toda forma de
discriminación racista o etnicista; la reivindicación de formas colectivas de
decisión sobre la producción, los mercados y la economía; la descolonialidad de
las ciencias y las tecnologías; y la reivindicación de una nueva ética social
alternativa a la del mercado.
Es así que volviendo a Bolivia y Ecuador, los países con textos
constitucionales más avanzados en los cuales incluso se incorporan el objetivo
del Buen Vivir -suma qamañay sumak kawsay en Bolivia, así como sumak kawsay en
Ecuador-, se terminan aplicando políticas que están en esencia en contra de
dicho concepto del Buen Vivir. Propuesta civilizatoria que emerge desde la
periferia de la periferia, proviniendo del vocabulario de pueblos otrora
totalmente marginados (Tortosa, 2011), no como una alternativa de desarrollo,
sino como una alternativa al desarrollo (Acosta, Galeano aet al.,
2009).
Expresión partidista ecologista en la región
Por último y en el ámbito de las estructuras políticas que consideran lo
socioambiental como de fundamental importancia, se hace necesario radiografiar
de forma básica los referentes de los Partidos Verdes latinoamericanos. La red
internacional de partidos verdes, la Global Greens (25), federa a 12 partidos
verdes en América Latina y Caribe, incluyendo el partido Puertorriqueños por
Puerto Rico, primer y único partido político puertorriqueño de base ambiental.
Sobre esta realidad valoraremos las tres organizaciones de mayor importancia:
el Partido Verde de Brasil donde en la última elección y con la ex ministra
lulista Marina Silva se obtuvieron casi veinte millones de votos, Colombia
donde el Partido Verde alcanzó en el último sufragio cuatro millones de votos y
México, donde la opción verde se estima que cuenta con dos millones de votos y
quienes en las últimas elecciones presidenciales, montados sobrecaballo ganador,
han corrido de la mano en alianza electoral con el tan cuestionado Partido
Revolucionario Institucional (PRI).
El Partido Verde brasileño, con 26 años de historia, recibió un 19,55% de los
votos en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales -el voto
del Partido Verde fue el que impidió que Dilma Rousseff ganara en primera
vuelta-, convirtiéndose de esta manera en la tercera fuerza electoral del
gigante del sur. Sin embargo, el Partido Verde brasileño no ha tenido
históricamente gran fuerza electoral, siendo su único representante en el
congreso nacional durante dos legislaturas su diputado por el Estado de Río de
Janeiro, Fernando Gabeira (1995-1998 y 1999-2002) (26).
El Partido Verde fue una de las organizaciones políticas que apoyaron al
gobierno lulista, rompiendo dicha alianza en la segunda mitad del mes de mayo
de 2005 fruto de divergencias en la política ambiental. En 2008, los verdes
brasileños había presentado 10.540 candidatos para las municipales en listas
verdes autónomas, consiguiendo entonces 2,6 millones de votos (hasta un 23% en
Río de Janeiro). La incorporación de una líder emblemática como Marina Silva
les permitió acercarse a los 20 millones de votos en las últimas
presidenciales, recibiendo tanto los votos del ambientalismo conservador como
de una parte del electorado del Partido de los Trabajadores decepcionado por la
política desarrollista de Lula: reinicio del programa nuclear, apertura de
Brasil a los transgénicos, destrucción de la Amazonía a favor de los agrocombustibles
y nefasta política dirigida a los pueblos indígenas entre otras cuestiones.
Fruto de los resultados en las últimas elecciones, pudimos ver cómo en los
diferentes estados federales los cabezas de listas “verdes’” transaron alianzas
carentes de contenidos ideológicos o programáticos con derecha y oficialismo
indistintamente en busca de cargos políticos e institucionales.
En el caso del Partido Verde colombiano, su construcción deviene de apenas dos
años y medio, careciendo de historia propia aunque provenga de la refundación
de la antigua organización política de centro derecha Partido Verde Opción
Centro.
En septiembre de 2009 se adhieren al Partido Verde colombiano tres notables
figuras de la política nacional, los ex alcaldes de Bogotá Antanas Mockus, Luis
Eduardo Garzón y Enrique Peñalosa. El Partido Verde sirvió como plataforma
electoral a Mockus para la disputa de la Presidencia frente al conservador Juan
Manuel Santos o a Peñalosa para disputarle la alcaldía de Bogotá al Polo
Democrático Alternativo, aunque en ninguno de los dos casos con éxito. De esta
manera, el Partido Verde colombiano presentó en los últimos comicios
electorales programas poco vinculados a la problemática ambiental y los efectos
de las políticas desarrollistas aplicadas por el gobierno de Uribe Vélez y
reforzadas en la actualidad por Juan Manuel Santos. El Partido Verde colombiano
quedó limitado a una plataforma electoral a través de la cual se agruparon
políticos de diferentes tendencias ideológicas con la finalidad de postular a
cargos públicos en la actual legislatura.
En la actualidad, tanto el Partido Verde brasileño como el colombiano ya no
cuentan en sus filas con su candidato presidencial en los comicios anteriores,
Marina Silva y Antanas Mockus (27), lo cual muestra a dichas organizaciones
como herramientas básicamente electorales al servicio de determinados
personajes públicos.
En el caso del Partido Verde Ecologista de México, organización fundada en 1986
que llegó a ser la cuarta agrupación política mexicana en número de
representantes en el congreso del país, basta con ver sus últimas alianzas
electorales para entender su lógica política vital: en las elecciones del 2000
formó junto al conservador Partido Acción Nacional (PAN) la Alianza por el
Cambio, la cual posicionaría a Vicente Fox en el Palacio Nacional; en las
elecciones del 2003 hizo alianza electoral con el PRI, situación que se repitió
en elecciones del presente año, que le dieron el triunfo a Peña Nieto.
Como conclusión, cabe indicar que las estructuras políticas articuladas en
torno a la Global Greens y el mundo verde institucional carecen de
posicionamientos programáticos que incorporen coherentemente alternativas a las
realidades anteriormente descritas y la problemática existente en la situación
actual. La mayoría de los Partidos Verdes no son actores de cambio ni agentes
de transformación social, en definitiva, no son herramientas de transformación
del sistema capitalista. Su existencia responde a lógicas electoralistas y su
desconexión con el frente social ambiental es evidente.
Más allá de estos partidos, la irrupción de gobiernos progresistas en
Latinoamérica ha generado la aparición de alternativas, la mayoría de ellas en
construcción desde la izquierda política y social, en muchos casos fruto de
rupturas desde el mismo oficialismo en diferentes países. La novedad de estas
nuevas izquierdas es la incorporación en sus actas fundacionales y programas en
elaboración de un fuerte contenido socio-ambiental que pretende ser rupturista
con las lógicas actuales.
La ruptura con sus correspondientes gobiernos, o bien el distanciamiento, se ha
ido haciendo mayor en función del ejercicio gubernamental, que ha significado
para algunas de estas nuevas agrupaciones un factor de aislamiento
sociopolítico. Este podría ser el caso del Partido Socialismo y Libertad (PSOL)
(28), una organización política de 11 mil miembros constituida en 2004 que nace
a partir de la expulsión del Partido de los Trabajadores de varios de los
dirigentes de su tendencia interna trotskista, denominada Democracia
Socialista.
En contraposición a este hecho está la experiencia ecuatoriana. Bajo el nombre
de Coordinadora Plurinacional para la Unidad de las Izquierdas, se han
articulado hasta ahora siete organizaciones y frentes políticos, algunos
provenientes de rupturas desde el correísmo, que articulan en este momento un
candidato único y un programa común junto a los movimientos sociales combativos
del país (mujeres, indígenas, ambientalistas, campesinos, organizaciones
barriales, sindicatos y organizaciones estudiantiles). Esta agrupación pretende
ser una conformación transformadora de cara a la renovación de las actuales
izquierdas latinoamericanas y un elemento referencial ante la disputa electoral
que tendrá lugar en Ecuador el próximo mes de febrero. Lo fundamental de este
proceso en construcción es entender que no habrá una izquierda con capacidad de
cambiar el sistema si ésta no aborda también el tema ambiental, entre otras
cuestiones fundamentales como son por supuesto las cuestiones políticas,
culturales, sociales y económicas, así como las demandas de género, étnicas,
intergeneracionales, entre otras.
A modo de conclusión
El conflicto irresoluble entre los gobiernos de América Latina y las izquierdas
sociales y políticas no puede devenir en otra cosa que la reconfiguración de
una nueva izquierda social y política que incorpore en sus programas las
alternativas a las políticas que han significado su distanciamiento del
oficialismo y de los “teóricos” gobiernos revolucionarios existentes en la
actualidad.
En el caso de los gobiernos de perfil progresista de nuestro continente, la
miopía avanzada, cercana ya a la ceguera total, respecto a la problemática
ambiental, podría resumirse en las palabras de mandatario ecuatoriano Rafael
Correa, cuando en una entrevista el pasado mes de mayo a un medio de
comunicación chileno, declaraba: “¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no
a la minería? Tradicionalmente los países socialistas fueron mineros. ¿Qué
teoría socialista dijo no a la minería? Son los pseudointelectuales
postmodernistas los que meten todos estos problemas en una interminable
discusión. No hay dónde dudar: salir del modelo extractivista es erróneo” (29).
Así, el presidente ecuatoriano olvidaba que si de hecho hay un error en la “ley
del valor” desarrollada por primera vez por Marx en su obra Miseria de
la filosofía (1847) –texto que se desarrolló como respuesta a la Filosofía
de la Misería de Proudhon-, es precisamente no haber contemplado en
dicha ley el impacto ambiental de la producción sobre el planeta. En descargo
del viejo intelectual, filósofo y pensador alemán, podemos alegar que dicha
obra se remonta a 165 años atrás, cuanto era aun difícil prever la situación
actual del planeta.
Dicha reconstrucción de la izquierda se hace fundamental al momento de refundar
alternativas y resistencias a políticas que no dan solución al problema global
(no solo ambiental) y que por sus estilos, formas y contenidos actúan en
decremento de la participación social, la democracia directa y el respeto al
conjunto de pueblos y nacionalidades indígenas existentes a lo largo y ancho
del subcontinente.
Para concluir, citando nuevamente a Bolívar Echeverría (2010), “el modo
capitalista vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha
llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la
medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza”. Lo que
equivale a afirmar que no habrá alternativas a la crisis global multifacética
al interior del sistema capitalista.
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Notas
1 Sobre esta afirmación, se puede consultar la conferencia dictada por Manfred
Max Neef en la Universidad EAFIT, de Medellín, Colombia, en.
2 La crítica naturalista se asentó sobre tres principios básicos: la
reivindicación del higienismo, que reclama mejores condiciones de vida para los
trabajadores y su entorno urbano; el naturismo como reivindicación de un
rencuentro entre el ser humano y la Naturaleza; y el conservacionismo que se
plasma en las primeras asociaciones proteccionistas de animales y hábitats
naturales.
3 Para el año 1800 se estima una población mundial de mil millones de
habitantes con respecto a los 7 mil millones censados a finales de 2011.
4 La capacidad de producción energética de la URSS pasó de 46 millones de
toneladas en 1913 (dependiente básicamente del carbón) a 238 millones de
toneladas en 1940. Las hidroeléctricas generaron 6 millones de kilovatios en
1955 y 33 millones en 1971(quedando el combustible vegetal reducido al 6% del
total). La extracción de petróleo del Cáucaso y del gas natural tomó fuerza a
partir de 1950, lo que situó ala URSS como un país puntero en la producción
petrolera. El desarrollo energético de la URSS se asentó sobre la explotación
de su riqueza en recursos naturales, lo que le convirtió en el único país
desarrollado con capacidad de autoabastecimiento energético.
5 La URSS desarrolló una importante industria siderúrgica con base en la
explotación de sus importantes reservas del material ferroso, hulla y manganeso,
convirtiéndose en el país líder de la producción mundial de hierro y uno de los
más importantes pro-ductores de acero del planeta.
6 Fue Nikita Kruschev, responsable de la desestalinización parcial de la URSS,
quien revelaría, entre otras cuestiones, el estancamiento y en algunos casos
retroceso de la producción agrícola soviética entre 1913 y 1950. Aunque entre
el año 1950 y el de 1965 la producción agropecuaria aumentó a un ritmo de 1.5%
al año, se mantuvo por debajo del índice de crecimiento poblacional.
Posteriormente, Brezhnev y Kosyguin reformularon métodos de producción
socializada y de distribución de mercado.La reforma de 1965 amplió las primas y
los estímulos individuales para incentivar la producción, y posteriormente,
durante el mandato de Gorbachov, se impulsó una política de apertura sobre los
rígidos esquemas del estalinismo. A la llegada de la Perestroika, la URSS
producía el doble de fertilizantes químicos que EE.UU., cuadruplicaba el número
de vacas lecheras respecto a los estadounidenses y utilizaba cinco veces más
tractores en labores agrarias que su rival, sin embargo su producción se
mantenía estancada, el sector rural en crisis y se importa bancada vez más
alimentos.
7 El “socialismo realmente existente”, en realidad, formaba parte de dicha
economía-mundo. Nunca logró erigirse como una alternativa en términos
civilizatorios.
8 Datos de la Lista Roja de Especies Amenazadas,que publica la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Estos datos apenas
realizan una “mirada general” sobre lo que está ocurriendo respecto a las
diferentes formas de vida en el planeta, pues sólo analizan el 2,7% de las
especies conocidas, lo que significa que el número de especies en peligro de
extinción puede ser mayor. Según el informe, en relación a las especies de agua
dulce,el 38% de los peces están amenazados en Europa,mientras que en África
oriental se encuentran en peligro el 28%. “En los océanos, el panorama es igual
de sombrío. Muchas especies marinas están sufriendo una pérdida irreversible
debido a la sobre pesca,el cambio climático, las especies invasoras, el
desarrollo costero y la contaminación”, destaca la publicación. Además, señala
que “las aves marinas están mucho más amenazadas que las terrestres, con un
27,5% en peligro de extinción, frente al 11,8% de las aves terrestres en la
misma situación”.
9 Todas las plantas y los animales que habitan en el planeta tienen un papel
específico y sirven para conseguir alimentos, medicamentos, oxígeno y agua
pura, y para la polinización de los cultivos, el almacenamiento de carbono en
el suelo y la fertilización.
10 La autora principal del informe, en el que colaboraron 17 profesionales, que
la estadounidense Donella Meadows, biofísica y pionera científica ambiental,
especializada en dinámica de sistemas.
11 La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente de Estocolmo,
de junio de 1972,que permitirá la creación del Programa de las Naciones Unidas
por el Medioambiente (PNUM-UNEP), son sus siglas en inglés).
12 El Rainbow Warrior era utilizado como barco soporte para
las manifestaciones de protesta organizadas por Greenpeace contra diferentes
actividades realizadas por diversos países contrarias a la protección del medio
ambiente y de las especias marinas.
13 La Crisis Global Multifacética es fruto de la combinación e interconexión de
siete crisis: la económica, la ideológica, la energética, la alimentaria, la
medioambiental, la democrática y la de hegemonía.
14 Informe socioeconómico elaborado por distintas naciones en 1987 para la ONU,
por una comisión en cabezada por la doctora Gro Harlem Brundtland, una política
noruega miembro del Partido Laborista que ocupó el cargo de primera ministra de
Noruega en tres ocasiones (1981, 1986-1989 y 1990-1996).
15 El “Protocolo de Kyoto” sobre el cambio climático es un protocolo de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), y
un acuerdo internacional que tenía por objetivo reducir las emisiones de seis
gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global: dióxido de
carbono (CO2), gas metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), además de tres gases
industriales fuorados: Hidrofuorocarbonos (HFC), Perfuorocarbonos (PFC) y
Hexafuoruro de azufre (SF6), en un porcentaje aproximado de un 5%, dentro del
periodo que va desde el año 2008 al 2012, en comparación a las emisiones al año
1990.
16 Hay visiones alternativas del concepto de sustentabilidad, como la del
pedagogo y filósofo brasileño Moacir Gadotti (2002), quien indica que “el
desarrollo podría ser un proceso integral que incluyera dimensiones culturales,
éticas, políticas, sociales y ambientales, y no sólo económicas”.
17 Utilizando como ejemplos los datos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, podemos
indicar que, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Venezuela
(INE), la pobreza se redujo en dicho país del 49% en 1998 al 27%, mientras la
pobreza extrema pasó del 22% al 7%. De igual manera, según datos de la CEPAL,
desde 2007 la pobreza en Bolivia bajó del 61 al 49%, mientras la pobreza
extrema bajó del 34 al 25,4%. Por último, según datos del Instituto Nacional de
Estadística y Censo (INEC), en Ecuador,entre los años 2006 y 2011, la pobreza
se redujo del 37, 6 al 28,6%, mientras la extrema pobreza se redujo del 16,5 al
13,2% en 2010.
18 Tres casos significativos son los de Venezuela,Bolivia y Ecuador: a)
Venezuela: la Superintendencia de las Instituciones del Sector Bancario
(Sudeban) definió el pasado mes de abril a este período como “el mejor momento
de su historia”, haciendo referencia ala situación actual de la banca. Así, los
primeros siete bancos privados, en ganancias, para abril de 2012,obtuvieron
unos resultados netos de 4.951 millones de bolívares. Según fuentes oficiales,
en julio del 2011, la banca privada había ganado ya un 81,7% más que en el
mismo período del año anterior, pasan-do de 498,5 millones de dólares a
mediados de 2010 a 846,2 millones doce meses después, todo ello a pesar de que
la economía se había contraído un 7,1%;de igual manera, el mismo presidente Chávez
declaró el pasado 18 de mayo que el crecimiento del sector privado está por
encima del público. Pero no sólo es que más crece el sector privado, sino que
si consideramos el excedente de explotación venezolano,concepto que comprende
los pagos a la propiedad(intereses, regalías y utilidades) y las remuneraciones
a los empresarios, así como los pagos a la mano de obra no asalariada, veremos
que este pasó del 49,02 en 1999 al 61,30% en el 2010. Según los datos del
Instituto Nacional de Estadística (INE) de Venezuela,y a pesar de las mejoras
respecto al índice de Gini en el país, tras más de una década de gobierno
“revolucionario”, el 20% de los hogares con mayores ingresos económicos devenga
el 45,56% del ingreso total, mientras el 40% de los hogares más pobres apenas
se apropia del 15,1% del ingreso; b) Bolivia: en Bolivia, según datos de la
Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (Asf) se revela que las
utilidades que obtuvieron las entidades pertenecientes al sistema financiero a
junio de 2011 fueron de 172,2 millones de dólares, superando en 7,88% las
obtenidas por este sector durante toda la gestión 2010. Son 21 grupos
corporativos, empresariales y de inversiones los propietarios de todo el
sistema bancario boliviano. Paralelamente, hasta noviembre de 2011, las
recaudaciones fiscales lograban un récord histórico. El ingreso tributario más
importante es el Impuesto a las Utilidades Empresariales (IUE), que representa
el 24% del total de las recaudaciones impositivas. Dicho monto representa prácticamente
un cuarto delos ingresos de impuestos que recibe el Tesoro, y está generado por
las utilidades proporcionadas por el sector privado. El ministro de Economía y
Finanzas, Luís Arce, se congratulaba de dicha situación indicando que “le está
yendo muy bien al sector privado,porque están pagando grandes cantidades por el
IUE. Y nos alegramos que les vaya bien a los empresarios privados, porque
mientras sigan contribuyendo [...] alas recaudaciones tributarias, el país
seguirá teniendo estos récords de recaudaciones impositivas”; y c) Ecuador: el
crecimiento acumulado del sector bancario privado fue durante los tres primeros
años del gobierno de Correa (2007-2009) un 70% superior al de los gobiernos
neoliberales anteriores en el mismo período. En 2010 el sector bancario privado
alcanzó un 15,4% de utilidades más que en el ejercicio 2009, y en el 2011 un
52% que en el ejercicio 2010,aproximándose sus utilidades a 500 millones de
dólares. Tras más de cinco años de gobierno de la revolución ciudadana, 62
grupos económicos concentran el 41% el PIB, teniendo el sector privado un
beneficio superior al 54% del que obtuvo durante los mismos períodos de los
gobiernos inmediatamente anteriores a Correa, los cuales eran de perfil
neoliberal.
19 Brasil es el segundo productor de bioetanol del mundo, con 33,2% de
participación en el mercado detrás de Estados Unidos, responsable del 54,7%
dela producción mundial, según datos de 2009. Colombia, a su vez, figura en el
décimo lugar de los países productores, con el 0,4%. Argentina, por su parte,
es el segundo productor mundial de biodiesel, con el 13,1% del mercado, también
después de Estados Unidos, que lidera con el 14,3%. Brasil se ubica en quinto
lugar, con el 9,7% de la participación (datos de la CEPAL, 2011).
20 El neoextractivismo difiere del anterior extractivismo respecto al papel
otorgado al Estado y a su legitimación social y política, lo que implica
resultados económicos sustancialmente diferentes para los países.
21 Extraído de la conferencia dictada por el experto Dr. José Frutos, geólogo
chileno, invitado al Seminario Internacional Adelantos de la
Exploración de Yacimientos Auríferos, el 27 de noviembre de 2009, en Quito.
22 La onceava ronda petrolera afectará al 100%de los territorios de los
indígenas andoas, záparas y shivias, al 93% del de los achuar, al 73% del de
los kichwas amazónicos y al 38% del de los shuar.
23 Utilizamos la perspectiva de la “democracia burguesa” definida por Rosa
Luxemburg (bürgerliche Demokratie), para quien dicho término significaba lo
mismo que para Engels y Marx, “democracia pura” (reine Demokratie), a saber: no
el nombre de un régimen político institucionalmente establecido y epocal, sino
la caracterización de una corriente sociopolítica.
24 Lenin defendió el derecho de libre determinación de las naciones, entendido
como derecho a la secesión, aunque desde su visión, subordinándolo ala lucha de
clases. Cuando los bolcheviques alcanza-ron el poder tras la Revolución de
Octubre, el principio de autodeterminación se proclamó oficialmente en la
Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia y en virtud de la misma se
reconoció la inde-pendencia de Finlandia.
25 Global Greens nació en abril de 2001 en Canberra, Australia, y engloba a
distintas federaciones de partidos verdes en los cinco continentes.
26 Gabeira fue uno de los miembros fundadores del Partido Verde de Brasil, pero
abandonó la agrupación en 2002 para unirse al Partido de los Trabajadores,
volviendo posteriormente al prime-ro debido a confictos con el gobierno de Luiz
Inácio “Lula” da Silva. Conocido por su libro O Quéé Isso, Companheiro?,
escrito en 1979, donde se narra la historia de la resistencia contra la
dictadura militar en Brasil y se enfoca en el secuestro del embajador
estadounidense Charles Burke Elbricken 1969 (un evento en el que Gabeira
participó como miembro del MR-8), fue candidato a la alcaldía de Río de Janeiro
durante las elecciones municipales de Brasil de 2008, pero perdió frentea
Eduardo Paes.
27 Mariana Silva salió, a mediados del año pasado, del Partido Verde brasileño
con la intención de conformar un movimiento social ciudadano de la misma
naturaleza que los “indignados” españoles; mientras que Antanas Mockus salió a
mediados del año pasado del Partido Verde colombiano consecuencia del conflicto
interno que se generó en el partido por el apoyo recibido por Peñalosa de parte
del ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
28 El PSOL, en las elecciones generales de 2006, consiguió, con la histórica
candidatura presidencial de Heloisa Helena, un 6,85% de los votos. Sin embargo,
en las últimas elecciones presidenciales y con Helena en las filas del Partido
Verde apoyando la candidatura de Marina Silva, el PSOL apenas logróel 0,87% de
los votos (888 mil).
29 Véase la revista Punto Final Nº 758, en.
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la
FLACSO-Ecuador. Ministro de Energía y Minas, enero-junio 2007. Presidente de la
Asamblea Constituyente y asambleísta octubre 2007-julio 2008
Decio Machado. Sociólogo y periodista de origen hispano brasileño. Cofundador y
miembro del periódico español Diagonal. Miembro investigador de la ecuatoriana
Fundación Alternativas Latinoamericanas para el Desarrollo Humano y Estudios
Antropológicos (ALDHEA).
Fuente: Publicado en Revista OSAL Nº 32 (Observatorio Social de América Latina
- CLACSO)
ISSN 1515-3282